miércoles, 28 de diciembre de 2016

Los hombres... ¡sí lloran!

En esta ocasión, lo que ha motivado este compartir es producto de un sentimiento que surgió en mi mientras leía el libro titulado "Dejar ir" - El camino de la liberación, cuya autoría corresponde al Dr. David R. Hawkins (pionero de la medicina y de la  investigación de la conciencia). 

Muchas veces he oído decir "los hombres no lloran" (como sinónimo de "no deben llorar") y yo me preguntaba: si también son seres humanos como -por ejemplo- las mujeres o los niños ¿por qué no lloran? ¿O es que la naturaleza los dota de glándulas lagrimales al nacer y luego la misma naturaleza se encarga de extirparlas cuando se convierten en hombres? Y, obviamente, la respuesta que venía a mi mente era: algo en este mandato va a contramano de la naturaleza humana. Es por ello que siento una gran pena cuando un hombre se precia de tal y alardea de "no llorar porque es macho"... En mi modesto entender, los machos y hembras pertenecen al reino animal; los seres humanos se convierten en hombres y mujeres... Y al leer el texto que les comparto a continuación (páginas 92 a 94), pude llegar a comprender el doloroso trasfondo sobre el cual se erige esa tan famosa expresión...

Y considerando la importancia de la temática en cuestión, acto seguido, los invito a que reflexionen sobre el texto que hoy siento la moción de compartir con todos ustedes:


"Permitir el sufrimiento

La mayoría de nosotros cargamos con una gran cantidad de dolor reprimido. Los hombres son especialmente propensos a ocultar este sentimiento, porque llorar se considera poco masculino. La mayoría de las personas tienen miedo de la enorme cantidad de dolor que han reprimido; las aterroriza ser inundadas y abrumadas por él. Suelen decir: <Si alguna vez empezara a llorar, nunca pararía>, <hay tanto sufrimiento en el mundo, en mi vida, en mi familia y amigos>, <¡oh, las tragedias de la vida! ¡Tantas decepciones y esperanzas desgarradas!>. El sufrimiento suprimido es responsable de muchas enfermedades psicosomáticas y otros problemas de salud.

Si, en lugar de suprimir la sensación, se le permite salir y se suelta, pasamos rápidamente del sufrimiento a la aceptación. El sufrimiento continuo por una pérdida se debe a la resistencia a aceptar ese estado y a permitir que el sufrimiento se agote. La persistencia de una sensación se debe a nuestra resistencia a abandonarla (lo vemos, por ejemplo, en la canción Cry me a river). Cuando aceptamos que podemos aguantar el sufrimiento, ya hemos entrado en el orgullo. La sensación de <puedo hacerlo> y <puedo con ello> nos lleva al coraje para enfrentar nuestros sentimientos y soltarlos, con lo que pasamos a los niveles de la aceptación y, finalmente, a la paz. Cuando soltamos el abundante sufrimiento al que hemos estado aferrados desde siempre, nuestros amigos y familiares notan un cambio en nuestra expresión facial. Nuestro paso es más ligero y parecemos más jóvenes.

El suifrimiento está limitado por el tiempo. Este hecho nos da la valentía y la voluntad necesarias para enfrentarlo. Si no nos resistimos a la sensación de sufrir y nos entregamos totalmente a ella, se agotará en unos diez o veinte minuitos, y luego desaparecerá durante períodos variables. Si seguimos entregándolo cada vez que surge, con el tiempo se agotará. Simplemente, nos permitimos experimentarlo por completo. Solo hemos de tolerar un sufrimiento desbordante durante diez o veinte minutos, y luego, de repente, desaparece. Si nos resistimos al dolor, entonces seguirá. El dolor reprimido puede durar años.

Al enfrentar el sufrimiento, se suele reconocer y dejar de lado la vergüenza y lo embarazoso de experimentar esa sensación. Esto es especialmente cierto para los hombres. Tenemos que abandonar nuestro miedo a la sensación y a sentirnos desbordados y abrumados por ella. Ayuda darse cuenta de que soltar la resistencia a la sensación permite que esta nos atraviese con rapidez. Tradicionalmente, su propia experiencia y sabiduría ha llevado a las mujeres a decir: <Un buen llanto hace que me sienta mejor>. Más de un hombre se ha sorprendido al aprender esta verdad.

Puedo decir por propia experiencia que un dolor de cabeza se me alivió de manera sorprendente y casi inmediata en cuanto permití que aflorara el sufrimiento de una situación pasada. A medida que iba surgiendo el dolor, me vino la frase: <los hombres no lloran>. Después de soltar el orgullo masculino con respecto al llanto, vino el temor a que nunca se detuviera. En cuanto el temor se fue, llegó la ira: ira hacia una sociedad que fuerza a los hombres a reprimir sus sentimientos, e ira por la idea de que a los hombres ni siquiera se les concede tener sentimientos. Al soltarla, alcancé el nivel del coraje, y pude permitir el necesario llanto. No solo se me alivió el dolor de cabeza, sino que, cuando el torrente de sollozos disminuyó, sentí una profunda tranquilidad. A partir de entonces, ya no necesité evitar el llanto.

Cuando un hombre deja que surja el sufrimiento y se libera totalmente de esa energía suprimida, se siente en paz y cambia su punto de vista sobre su masculinidad. Se da cuenta de que así su masculinidad está más completa. Sigue siendo igual de hombre, pero puede estar en contacto con sus sentimientos. Por consiguiente, está más adaptado, es más completo, más comprensivo, más maduro, capaz de relacionarse mejor y de entender a los demás. Es más compasivo y amoroso.

La base psicológica de todo sufrimiento y duelo, es el apego. El apego y la dependencia se producen porque nos sentimos incompletos. Por lo tanto, buscamos objetos, personas, relaciones, lugares y conceptos para satisfacer las necesidades internas. Como los utilizamos inconscientemente para satisfacer una necesidad interna, llegamos a indentificarlos como propios. A medida que vertemos más energía en ellos, vivimos una transición de la consideración de esos objetos externos como propios a verlos como una auténtica extensión de nosotros mismos. Experimentamos la pérdida del objeto o personas como una pérdida de una parte importante de nuestra economía emocional.

La experimentamos también, como una disminución de las cualidades que representaba el objeto o la persona. Cuanta más energía emocional invertimos en el objeto o la persona, mayores son la sensación de pérdida y el dolor asociado al deshacer los lazos de dependencia. El apego crea una dependiencia, y esta, debido a su naturaleza, conlleva intrínsecamente miedo a la pérdida.

Dentro de cada persona coexisten el niño, el padre y el adulto. Cuando surge el sufrimiento, es gratificante preguntarse:<¿Quién origina este sentimiento dentro de mí, el niño, el padre o el adulto?>. Por ejemplo, al niño lo asusta que a su querido perro le pase algo. Se pregunta: <¿Cómo voy a sobrevivir?>. El adulto interno también siente sufrimiento, pero acepta lo inevitable. El perrito es mortal. El adulto en nosotros acpeta que la impermanencia es una realidad de la vida. Aceptamos que nuestra juventud es transitoria, que muchas relaciones románticas no son para toda la vida y que nuestro perro morirá un día." 



Antes de finalizar este compartir quiero comentarles que este es el primer libro del Dr. Hawkins que tengo la fortuna de leer. De más está decir que ya me considero una "gran admiradora de su obra". Creo que no es para menos, sobre todo cuando alguien lee las palabras de la contratapa del libro y entiende que: "Basándose en su experiencia personal y en sus más de cuarenta años de próctica clínica, el doctor Hawkins nos propone trabajar conjuntamente con las herramientas del perdón y el dejar ir para mantener en todo momento la paz mental y la alegría, y facilitar la curación. Este viaje que nos lleva del estrés a la paz no solo es posible, sino que está a nuestro alcance. Como nos recuerda el autor, el sol, siempre radiante, se hace visible cuando las nubes se despejan. El proceso de dejar ir acelera enormemente la consecución de nuestros objetivos en todos los ámbitos de la vida. Este libro es un libro escrito con el corazón, y por la mera exposición a la información que contiene ayda al lector a dar su siguiente paso en la vida."


Sólo me resta decir: Dr. David R. Hawkins ¡Gracias por existir!


Bendiciones.