viernes, 25 de julio de 2014

Hijos: de "mala madre" y del "Buen Padre Dios" ...


Entre los muchos autores que gozan de mi mayor predilección, se encuentra el sacerdote jesuita, nacido en la India, Anthony de Mello (célebre en el mundo de habla inglesa y española por sus libros espirituales, sus cursos, conferencias y ejercicios sobre liberación interior). En esta oportunidad quiero compartir con todos ustedes, algunos relatos que pueden encontrar en el libro titulado “Dios, ese desconocido” que la Editorial Lumen ha presentado integrando la colección Caminos de Plenitud, en ocasión de rendir homenaje a -en mi opinión- este “EXTRAORDINARIO MAESTRO DE VIDA”. Como bien dice en la contratapa del libro: “<Meterse en la batalla de la vida, pero con el corazón en paz”, aconseja Anthony de Mello> [...] Se plantea, así, un desafío: el lector deberá interactuar en cada página con el autor y sentir, de este modo, que el sacerdote jesuita sigue vivo a través de su mensaje clarividente, su razonar pausado, su consejo sabio y su capacidad de impelernos a realizar la gran transformación que nos libere e ilumine.”



(página 32)


Captar la esencia de Dios


¿Has notado que el día de Navidad sólo existe en tu cabeza? En la naturaleza no hay día de Navidad. Pero las personas son dominadas por sentimientos navideños.


Le preguntaron a Beethoven que quería expresar con la Tercera Sinfonía, y el gran músico contestó: <Si yo pudiera expresar con palabras lo que significa, no necesitaría expresarlo con música.>

Sólo los sensibles son capaces de disfrutar de la belleza. Sólo quienes tienen sentido del humor pueden comprender el aparente despropósito de la vida. Precisamente porque tenemos la palabra <Dios> y a ella asociamos las ideas con las que nos han programado, somos incapaces de descubrir a Dios en la vida corriente y cotidiana y en las personas que pasan a nuestro lado. Los que aman la belleza son capaces de captar a Dios, porque aman la vida y a las personas. Sólo el amor es clarividente.

Cuando ya no te haga falta agarrarte a las palabras de la Biblia, ésta se convertirá para ti en algo muy bello y revelador de la vida y su mensaje.”



(página 45)


Donde habita la verdad


Orar es hablar con Dios. Pero, piensa en una madre que está enferma y cuya hija limpia toda la casa , prepara la comida, cuida el jardín. Al hacerlo, no habla con su madre, pero ¡cuánto dice!



A Dios sólo se lo encuentra por un proceso de sustracción. Lo encontraremos sabiendo lo que no es, no añadiéndole nombres, conceptos y etiquetas. Dios es, y por ello es inaprensible, no lo podemos definir ni clasificar, porque escapa a toda objetivación. Por eso, el ser humano es también inaprensible, porque es semejante a Dios. Cuantas más añadiduras le pongamos al ser, menos lo conoceremos. Hemos de dejarlas caer todas. Y lo mismo sucede con la realidad. Si le exijo condiciones a la realidad o le pongo añadiduras, me alejaré de ella, de la verdadera realidad, y estaré siempre chocando con lo falso.

Los músicos son los que se han abierto confiadamente a la realidad, sin preocuparse por el resultado, pues saben que sólo en la realidad habita la verdad.”



(página 61)


Un corazón conmovido


Cuando oramos, Dios se fija en nuestro corazón, no en nuestras fórmulas


Al Maestro árabe Jalal ud-Din Rumi le gustaba contar la siguiente historia:

Se hallaba un día el profeta Mahoma ofreciendo la oración matutina en la mezquita. Entre la multitud de fieles se encontraba un joven catecúmeno árabe.

Mahoma comenzó a leer el Corán recitando el versículo en que el faraón afirma: <Yo soy tu verdadero Dios.> Al oírlo, el joven catecúmeno sintió tanta ira que rompió el silencio y gritó: <¡Si será fanfarrón, el muy hijo de su madre!>

El profeta no dijo nada pero, cuando acabaron las oraciones, los demás comenzaron a increpar al árabe: <¿No te da vergüenza? Has de saber que tu imprecación le desagrada a Dios, porque no sólo has roto el santo silencio de la oración, sino que además has usado un lenguaje absceno en presencia del profeta de Dios.>

El pobre árabe enrojeció de vergüenza y se puso a temblar de miedo, hasta que Gabriel se le apareció al profeta y le dijo: <Dios te manda sus saludos y desea que logres que esa gente deje de increpar a ese sencillo árabe: en realidad, su sincera exclamación ha movido su corazón más que las santas plegarias de muchos otros.>



Sin duda alguna, una lectura más que recomendable para cualquier persona, tiempo y lugar; siempre actual, perdurable, certera. Despierta nuestro sentir: ese que nos dice que DIOS está presente en nuestra vida, día a día. Una VERDAD irrefutable que nos lleva a ser conscientes de que:


“En cuanto llegas a ver con claridad,

tienes que lanzarte a volar,

y volar es no tener nada a lo que asirte.”


Bendiciones.

jueves, 3 de julio de 2014

Teresa de Avila y Caroline Myss: una Unión que es Divina ...


Hace algunos años tuve el gran placer de contar entre mis manos -por primera vez en mi vida- con un libro cuya autoría corresponde a Caroline Myss (conferenciante internacional sobre conciencia humana). Por aquél entonces, un compañero de estudio llamado Rubens, me había recomendado la lectura de una obra titulada "Anatomía del espíritu". Sabiendo de quién venía la recomendación, ni lerda ni perezosa, me avoqué a la tarea de adquirirla y, por supuesto, de leerla inmediatamente. Quedé absolutamente maravillada. De allí en adelante, cada oportunidad que he tenido de acceder a la bibliografía de esta autora, la he aprovechado totalmente. Y voy por más: "El contrato sagrado" y "El poder invisible en acción" figuran entre mis próximos objetivos. Al día de hoy, mi biblioteca cuenta con los siguientes títulos: "Anatomía del espíritu"; "La medicina de la energía"; "Desafiar la gravedad"; "Arquetipos" y con mi última y reciente adquisición, que se titula "Las siete moradas". Un título más que sugestivo, el cual cual me motiva a compartir -con todos ustedes- un fragmento de esta extrarodinaria "OBRA MAESTRA". Para disfrutar, emocionarse, vibrar, gozar con toda el ALMA, sentirla en el CORAZON y alabar a DIOS por tanto AMOR manifestado en PALABRAS DE SABIDURIA. 

(páginas 88 a 94) “... Un momento de contemplación: la conciencia del alma

¿Cuándo se ha detenido un momento, en la cotidianeidad de su vida, a preguntarse por la existencia de algo más grande que usted: una verdad o un propósito mundiales? Quizás alguna vez se haya encontrado con alguna idea, pregunta o revelación aparentemente caída del cielo, que se haya quedado grabada como un punto brillante en su radar mental, completamente nítida y diferenciada de lo que estaba haciendo o pensando en ese momento. Tal vez  pensó de pronto: <¿De verdad oirá Dios mis oraciones?> O bien: <¿Para qué servirá el sufrimiento en la Tierra?> O incluso:<¿Existe un modo de servir a la paz en tiempos de guerra?> O. <Señor, ¿cómo debo entender la esencia de tu naturaleza?> ¿Alguna vez se ha preguntado qué lugar ocupan nuestros afanes en el inmenso plano cósmico?



Estas preguntas contienen una particular clase de energía psíquica que puede producirnos sensación de atemporalidad. Nos sacan momentáneamente del cuerpo y, en ese aire enrarecido, nuestra mente trasciende la conciencia ordinaria y se abre a pensamientos y percepciones acerca de la vida, Dios y la verdad. La misma ingravidez de esos pensamientos nos alerta del hecho de que nos encontramos en un ambiente superior de conciencia que está separado y aparte del personal. De pronto, un sonido o la voz de alguien que nos llama rompe el hechizo y caemos de nuevo en la tierra, conscientes de que por un instante hemos estado en <otra parte>. A esto se lo podría llamar soñar despierto, pero imagine que pudiera entrar en ese estado transpersonal y trascendente a voluntad. Penetrar en ese nivel despejado de conciencia por decisión propia es lo mismo que entrar en nuestro castillo, o penetrar profundamente en nuestra alma. Como ocurre con cualquier esfuerzo interior, adquirir esa clase de conciencia dentro del castillo requiere práctica, concentración y contemplación. Por paradójico que pueda parecer, uno ha de ceñirse a su compromiso de aprender a desprenderse de la conciencia terrenal.



Como primer paso, para concentrarse tenga presente lo que se siente al soñar despierto. Se sueña despierto todo el tiempo, y no cuesta trabajo. Acuérdese de eso. Soñar despierto es una forma muy real de desprenderse de la conciencia ordinaria y trascender el aquí y ahora de nuestra vida. Soñar despierto es cambiar conscientemente del modo supervivencia condicionado por los cinco sentidos a la percepción interna. Una de las maneras más eficaces de hacerlo consiste en repetir una plegaria o un verso que eleve nuestro pensamiento mediante la inspiración. Permítame que le sugiera la oración que sigue a continuación como ejercicio para retirar la conciencia del mundo físico del tiempo y el espacio. Dicha oración la escribió Teresa de Avila, y yo le tengo un cariño especial, porque podría servir fácilmente a quienes son místicos sin monasterio en el mundo actual. Usted puede sustituir el nombre de Cristo por un término más universal (Dios, lo divino), si ello le ayuda a oír el alma cósmica contenida en las palabras de la santa.



TU ERES LAS MANOS DE CRISTO

Dios no tiene cuerpo en la tierra sino el tuyo,

No tiene manos sino las tuyas,

No tiene pies sino los tuyos;

Tuyos son los ojos con los que la

compasión de Dios mira al mundo;

Tuyos son los pies con los que El camina

para ir haciendo el bien;

Tuyas son las manos con las que ahora tiene que bendecirnos.

TERESA DE AVILA



EL CAMINO PROFUNDO: EL EXAMEN DE UNO MISMO Y LA CONTEMPLACION



Otra manera de llegar a conocer el alma es mediante el examen de uno mismo y la contemplación. Ambos van de la mano como prácticas espirituales; la primera parte de la práctica revisa la personalidad o el ego, y también la conciencia, y la segunda parte alimenta el alma.



El examen de uno mismo es rendir cuentas al alma. Uno revisa hasta qué punto vive en congruencia con las verdades que conoce y en las que cree más profundamente. Vivir en la verdad es más crucial que decir nuestra verdad. Teresa de Lisieux escribió que <era mucho más valioso hablar a Dios que hablar de Dios, porque en las conversaciones espirituales hay mucho narcisismo>. En un tono similar, es mucho mejor <convertirnos> en nuestra verdad que hablar de nuestra verdad. Esta es una práctica esencial para toda persona que entre conscientemente en el castillo del alma.



Es espiritualmente seductor imaginar nuestro interior como un castillo en el que sólo podemos entrar nosotros, un espacio secreto rebosante de gracia, un lugar de curación, una fuente de inspiración. Ese lugar interior -nuestro castillo- es real, de igual modo que nuestra alma es real, de igual modo que son reales nuestros pensamientos y nuestras emociones. No se trata sólo de palabras o un ejercicio de la imaginación activa. Son formas e imágenes sagradas que nos conducen a la esencia de la naturaleza espiritual, la unidad del alma y de Dios, psique y cuerpo, espíritu y cuerpo. Entrar en el castillo nos permite iniciar un diálogo con nuestra alma y con Dios. No me cansaré de hacer hincapié en ello, ni de decir cuán exquisito termina siendo dicho diálogo. Pero supone esfuerzo. Supone esfuerzo llegar a conocerse a uno mismo, y saber por qué somos como somos, y por qué amamos lo que amamos y tenemos las pasiones que tenemos. Se requiere esfuerzo. No somos un simple acto de creación; somos complejos, creativos, conscientes e inconscientes.



Entre las muchas voces que oirá inevitablemente cuando entre en su castillo -que serán muchas, ya que cada miedo tiene una voz propia-, hay una que es un residente permanente: la de su conciencia. Al entrar en el castillo, también se entra directamente en el sistema nervioso de la conciencia. Santa Teresa localiza las actividades de la conciencia en la primera y segunda moradas.



La gente tiene miedo de su conciencia, lo que hace que resulte todavía más esencial practicar el autoexamen  y la contemplación. Nuestra conciencia es la voz de la que más huimos, la voz del <en este momento no quiero hablar de eso>. En nuestra conciencia hay una caja de Pandora llena de culpa, vergüenza y todos los fragmentos de nuestra sombra que de momento no deseamos -que nadie desea- confrontar. Sin embargo, el hecho de confrontar nuestra sombra, de reconocer nuestra conciencia, es esencial en cualquier camino espiritual. Uno se siente culpable no sólo por lo que dice cuando se enfada y no puede ya borrar, sino por los actos de traición que no puede deshacer. También nos sentimos culpables por las oportunidades que hemos dejado escapar debido a razones múltiples: miedo de abordar algo a solas, miedo de fracasar, miedo de lastimar a alguien que no desea que cambiemos de vida o que prosperemos o que nos vayamos. Podemos sentirnos culpables simplemente por empeñarnos en trabajar con el ahínco suficiente para lograr que nos suceda algo. Afrontémoslo: siempre hay algo de lo que sentirse culpable.



Pero el castillo no es un <balneario de salud para el alma>. El autoexamen y la instrospección no son prácticas fundamentalmente curativas, aunque desde luego tienen ese efecto. Hay que seguir con esas prácticas se tenga o no un motivo espiritual personal, como por ejemplo trabajar el sentimiento de culpa. A continuación se ofrece un ejemplo de cómo utilizar una técnica clásica de autoexamen para trabajar el sentimiento de culpa. El objetivo no es conseguir sentirse mal consigo mismo sino comprender qué es lo que le motiva, cuáles son las fuerzas que actúan en lo más hondo de su psique y su alma.



1.     Como sucede con todo esfuerzo interior, usted debe estar solo y sin que lo molesten.

2.     Separe el problema de las personas involucradas.

3.     Reflexione sobre sus propios actos, no los actos de los demás.

4.     Busque los motivos y las razones, los miedos y las debilidades de sus actos.



Cuando descubra una motivación o un miedo, sáquelo a la luz para curarlo, lo cual requerirá un proceso completamente distinto que incluirá contemplación y oración. Es posible que también necesite la ayuda de un director espiritual o de un acompañante de espíritu, tal como describe santa Teresa a las personas que entienden el proceso de despertar y las necesidades del alma.



El examen de uno mismo es exactamente lo que implica la palabra: es la disciplina de mirarse por dentro y examinar el yo. Dios no es el único gran misterio que hay en este universo. Usted es un desconocido para sí mismo en muchos sentidos, sobre todo si todavía no conoce su máximo potencial, o el poder que tiene su alma, o, ya puestos, la profundidad de su propia sombra.



La contemplación, complemento del autoexamen, alimenta el alma. Estimula nuestra relación con lo divino. <El silencio es el amigo que nunca traiciona>, escribió Confucio. <El silencio es la única y exclusiva voz de Dios>, escribió Melville. Todas las tradiciones religiosas tienen una historia de búsqueda del silencio como senda que lleva a Dios, la Luz y el Camino.



El silencio es una invitación a que lo divino se acerque, a que se revele a nosotros, como una presencia más que como una guía activa. Debemos aguardar a experimentar la presencia de Dios sin una agenda, sin una lista de plegarias repleta de peticiones que abarcan miríadas de miedos e inseguridades. Esta es una experiencia nueva para muchas personas que por lo visto carecen de paciencia para esperar a Dios. Quieren <rezar y salir corriendo>, soltar la lista de peticiones que tienen en mente como quien suelta la lista de la compra a Santa Claus, y luego se dicen a sí mismas que están oficialmente protegidas por Dios porque acaban de rezar pidiendo protección.



La contemplación es la disciplina de abrirse paso a través del egocentrismo y la impaciencia. Puede que incluya soportar el aburrimiento -que a veces dura años- de esperar a que Dios haga acto de presencia. La contemplación es como caerse dentro del alma, lejos del mundo. Buda habla del mundo como <fantasía>, lo que puede entenderse mentalmente, pero desasirse de las fantasías es lo que cuesta trabajo. Hay que darse cuenta de lo fuertemente entrelazados que estamos con las fantasías, como la de necesitar la aprobación de una persona determinada. A continuación, hay que ponerse a la larga y ardua tarea de examinar hasta qué punto ese apego al deseo de contar con la aprobación de tal persona da forma a nuestro carácter, nuestra integridad y hasta nuestra sinceridad para con nosotros mismos. Luego hay que calcular en qué medida cambiará nuestra vida si por fin reunimos el valor necesario para quitarnos la idea de que necesitamos desesperadamente la aprobación de esa persona. Cuando nos hayamos librado de dicha idea, nos habremos librado de la fantasía de que una persona externa a nosotros nos dirige por dentro. Pero antes, para hacer todo eso, hemos de persuadirnos a nosotros mismo, sobornarnos, encontrar la fuerza interior necesaria para hacer frente al hecho de que nuestro mundo cambiará cuando hagamos pedazos esa fantasía. Y esa fuerza la encontraremos gracias a la contemplación y la oración.



Para sumirse en un silencio contemplativo, vacío y sin acción alguna, se puede rezar y meditar, escribir o llevar un diario sobre cuestiones espirituales. Por ejemplo, asígnese este tema para escribir en el diario: <Alegría, pena, esperanza y miedo son las cuatro pasiones del alma. De las cuatro, ¿en cuál hago más hincapié yo? ¿Cómo entiendo la alegría y el alma? ¿Genero alegría en mi vida, o espero que los demás la generen para mí?>



Un momento de contemplación



Este breve ejercicio contemplativo le preparará para entrar en su castillo Pregúntese: ¿Dónde encuentro a Dios?



¿Su primera reacción es levantar la vista, como si Dios viviera en el cielo o en el techo abovedado de su Iglesia? ¿Se imagina un paisaje favorito, un bosque, un jardín? Sea sincero con su primera reacción visceral, no con una reacción intelectual. Primero tiene que bajar la imagen de Dios a su corazón y a sus tripas para poder contestar: <¿Dios está dentro de mí?> ¿Piensa en Dios como algo interior, o para usted es más bien una fuerza externa? Contemple esta verdad: <Lo divino está presente dentro de mí>. ¿Puede aceptar eso y sentir la verdad de esa presencia?



Este ejercicio de contemplación lo llevará al lugar donde usted <ubica> a Dios, un lugar ya fijado, como la dirección de una calle, y que procede de una mezcla de su infancia y sus tradiciones religiosas y supersticiosas. Una de las tareas que tendrá que llevar a cabo en la primera y segunda moradas será desmantelar el Dios de sus ideales y de su infancia para poder recibir a Dios como Dios en su vida. Así como el alma no tiene ninguna ubicación física en el cuerpo, pero en cambio usted la imagina dentro de su castillo para poder trabajar con ella, para trabajar con Dios hay que imaginar su paradero. ...”



La HUMANIDAD necesita despertar, de una vez por todas. Estamos transitando una época de CAMBIOS PROFUNDOS Y TRASCENDENTALES. Cada uno de nosotros tiene una parte de la tarea asignada. Mi YO (mi ALMA) está dispuesta a realizarla. Y ¿la TUYA? ...

 
 

Bendiciones.