Hace algunos años tuve el gran placer de contar entre mis manos -por primera vez en mi vida- con un libro cuya autoría corresponde a Caroline Myss (conferenciante internacional sobre conciencia humana). Por aquél entonces, un compañero de estudio llamado Rubens, me había recomendado la lectura de una obra titulada "Anatomía del espíritu". Sabiendo de quién venía la recomendación, ni lerda ni perezosa, me avoqué a la tarea de adquirirla y, por supuesto, de leerla inmediatamente. Quedé absolutamente maravillada. De allí en adelante, cada oportunidad que he tenido de acceder a la bibliografía de esta autora, la he aprovechado totalmente. Y voy por más: "El contrato sagrado" y "El poder invisible en acción" figuran entre mis próximos objetivos. Al día de hoy, mi biblioteca cuenta con los siguientes títulos: "Anatomía del espíritu"; "La medicina de la energía"; "Desafiar la gravedad"; "Arquetipos" y con mi última y reciente adquisición, que se titula "Las siete moradas". Un título más que sugestivo, el cual cual me motiva a compartir -con todos ustedes- un fragmento de esta extrarodinaria "OBRA MAESTRA". Para disfrutar, emocionarse, vibrar, gozar con toda el ALMA, sentirla en el CORAZON y alabar a DIOS por tanto AMOR manifestado en PALABRAS DE SABIDURIA.
(páginas 88 a
94) “... Un momento de contemplación: la conciencia del alma
¿Cuándo se ha detenido un momento, en la
cotidianeidad de su vida, a preguntarse por la existencia de algo más grande
que usted: una verdad o un propósito mundiales? Quizás alguna vez se haya
encontrado con alguna idea, pregunta o revelación aparentemente caída del
cielo, que se haya quedado grabada como un punto brillante en su radar mental,
completamente nítida y diferenciada de lo que estaba haciendo o pensando en ese
momento. Tal vez pensó de pronto:
<¿De verdad oirá Dios mis oraciones?> O bien: <¿Para qué servirá el
sufrimiento en la Tierra?> O incluso:<¿Existe un modo de servir a la paz
en tiempos de guerra?> O. <Señor, ¿cómo debo entender la esencia de tu
naturaleza?> ¿Alguna vez se ha preguntado qué lugar ocupan nuestros afanes
en el inmenso plano cósmico?
Estas preguntas contienen una particular
clase de energía psíquica que puede producirnos sensación de atemporalidad. Nos
sacan momentáneamente del cuerpo y, en ese aire enrarecido, nuestra mente
trasciende la conciencia ordinaria y se abre a pensamientos y percepciones
acerca de la vida, Dios y la verdad. La misma ingravidez de esos pensamientos
nos alerta del hecho de que nos encontramos en un ambiente superior de
conciencia que está separado y aparte del personal. De pronto, un sonido o la
voz de alguien que nos llama rompe el hechizo y caemos de nuevo en la tierra,
conscientes de que por un instante hemos estado en <otra parte>. A esto
se lo podría llamar soñar despierto, pero imagine que pudiera entrar en ese estado
transpersonal y trascendente a voluntad. Penetrar en ese nivel despejado de
conciencia por decisión propia es lo mismo que entrar en nuestro castillo, o
penetrar profundamente en nuestra alma. Como ocurre con cualquier esfuerzo
interior, adquirir esa clase de conciencia dentro del castillo requiere
práctica, concentración y contemplación. Por paradójico que pueda parecer, uno
ha de ceñirse a su compromiso de aprender a desprenderse de la conciencia
terrenal.
Como primer paso, para concentrarse tenga
presente lo que se siente al soñar despierto. Se sueña despierto todo el
tiempo, y no cuesta trabajo. Acuérdese de eso. Soñar despierto es una forma muy
real de desprenderse de la conciencia ordinaria y trascender el aquí y ahora de
nuestra vida. Soñar despierto es cambiar conscientemente del modo supervivencia
condicionado por los cinco sentidos a la percepción interna. Una de las maneras
más eficaces de hacerlo consiste en repetir una plegaria o un verso que eleve
nuestro pensamiento mediante la inspiración. Permítame que le sugiera la
oración que sigue a continuación como ejercicio para retirar la conciencia del
mundo físico del tiempo y el espacio. Dicha oración la escribió Teresa de Avila,
y yo le tengo un cariño especial, porque podría servir fácilmente a quienes son
místicos sin monasterio en el mundo actual. Usted puede sustituir el nombre de
Cristo por un término más universal (Dios, lo divino), si ello le ayuda a oír
el alma cósmica contenida en las palabras de la santa.
TU ERES LAS MANOS DE CRISTO
Dios no tiene cuerpo en la tierra sino el
tuyo,
No tiene manos sino las tuyas,
No tiene pies sino los tuyos;
Tuyos son los ojos con los que la
compasión de Dios mira al mundo;
Tuyos son los pies con los que El camina
para ir haciendo el bien;
Tuyas son las manos con las que ahora tiene
que bendecirnos.
TERESA DE AVILA
EL
CAMINO PROFUNDO: EL EXAMEN DE UNO MISMO
Y LA CONTEMPLACION
Otra manera de llegar a conocer el alma
es mediante el examen de uno mismo y la contemplación. Ambos van de la mano
como prácticas espirituales; la primera parte de la práctica revisa la
personalidad o el ego, y también la conciencia, y la segunda parte alimenta el
alma.
El examen de uno mismo es rendir cuentas
al alma. Uno revisa hasta qué punto vive en congruencia con las verdades que
conoce y en las que cree más profundamente. Vivir en la verdad es más crucial
que decir nuestra verdad. Teresa de Lisieux escribió que <era mucho más
valioso hablar a Dios que hablar de Dios, porque en las conversaciones
espirituales hay mucho narcisismo>. En un tono similar, es mucho mejor
<convertirnos> en nuestra verdad que hablar de nuestra verdad. Esta es
una práctica esencial para toda persona que entre conscientemente en el
castillo del alma.
Es espiritualmente seductor imaginar
nuestro interior como un castillo en el que sólo podemos entrar nosotros, un
espacio secreto rebosante de gracia, un lugar de curación, una fuente de
inspiración. Ese lugar interior -nuestro castillo- es real, de igual modo que
nuestra alma es real, de igual modo que son reales nuestros pensamientos y
nuestras emociones. No se trata sólo de palabras o un ejercicio de la
imaginación activa. Son formas e imágenes sagradas que nos conducen a la esencia
de la naturaleza espiritual, la unidad del alma y de Dios, psique y cuerpo,
espíritu y cuerpo. Entrar en el castillo nos permite iniciar un diálogo con
nuestra alma y con Dios. No me cansaré de hacer hincapié en ello, ni de decir
cuán exquisito termina siendo dicho diálogo. Pero supone esfuerzo. Supone
esfuerzo llegar a conocerse a uno mismo, y saber por qué somos como somos, y
por qué amamos lo que amamos y tenemos las pasiones que tenemos. Se requiere
esfuerzo. No somos un simple acto de creación; somos complejos, creativos,
conscientes e inconscientes.
Entre las muchas voces que oirá
inevitablemente cuando entre en su castillo -que serán muchas, ya que cada
miedo tiene una voz propia-, hay una que es un residente permanente: la de su
conciencia. Al entrar en el castillo, también se entra directamente en el
sistema nervioso de la conciencia. Santa Teresa localiza las actividades de la
conciencia en la primera y segunda moradas.
La gente tiene miedo de su conciencia, lo
que hace que resulte todavía más esencial practicar el autoexamen y la contemplación. Nuestra conciencia es la
voz de la que más huimos, la voz del <en este momento no quiero hablar de
eso>. En nuestra conciencia hay una caja de Pandora llena de culpa,
vergüenza y todos los fragmentos de nuestra sombra que de momento no deseamos
-que nadie desea- confrontar. Sin embargo, el hecho de confrontar nuestra
sombra, de reconocer nuestra conciencia, es esencial en cualquier camino
espiritual. Uno se siente culpable no sólo por lo que dice cuando se enfada y
no puede ya borrar, sino por los actos de traición que no puede deshacer.
También nos sentimos culpables por las oportunidades que hemos dejado escapar
debido a razones múltiples: miedo de abordar algo a solas, miedo de fracasar,
miedo de lastimar a alguien que no desea que cambiemos de vida o que
prosperemos o que nos vayamos. Podemos sentirnos culpables simplemente por
empeñarnos en trabajar con el ahínco suficiente para lograr que nos suceda
algo. Afrontémoslo: siempre hay algo de lo que sentirse culpable.
Pero el castillo no es un <balneario
de salud para el alma>. El autoexamen y la instrospección no son prácticas
fundamentalmente curativas, aunque desde luego tienen ese efecto. Hay que
seguir con esas prácticas se tenga o no un motivo espiritual personal, como por
ejemplo trabajar el sentimiento de culpa. A continuación se ofrece un ejemplo
de cómo utilizar una técnica clásica de autoexamen para trabajar el sentimiento
de culpa. El objetivo no es conseguir sentirse mal consigo mismo sino comprender
qué es lo que le motiva, cuáles son las fuerzas que actúan en lo más hondo de
su psique y su alma.
1. Como sucede con todo esfuerzo interior, usted debe estar solo y sin
que lo molesten.
2. Separe el problema de las personas involucradas.
3. Reflexione sobre sus propios actos, no los actos de los demás.
4. Busque los motivos y las razones, los miedos y las debilidades de
sus actos.
Cuando descubra una motivación o un
miedo, sáquelo a la luz para curarlo, lo cual requerirá un proceso
completamente distinto que incluirá contemplación y oración. Es posible que
también necesite la ayuda de un director espiritual o de un acompañante de
espíritu, tal como describe santa Teresa a las personas que entienden el
proceso de despertar y las necesidades del alma.
El examen de uno mismo es exactamente lo
que implica la palabra: es la disciplina de mirarse por dentro y examinar el
yo. Dios no es el único gran misterio que hay en este universo. Usted es un
desconocido para sí mismo en muchos sentidos, sobre todo si todavía no conoce
su máximo potencial, o el poder que tiene su alma, o, ya puestos, la
profundidad de su propia sombra.
La contemplación, complemento del
autoexamen, alimenta el alma. Estimula nuestra relación con lo divino. <El
silencio es el amigo que nunca traiciona>, escribió Confucio. <El
silencio es la única y exclusiva voz de Dios>, escribió Melville. Todas las
tradiciones religiosas tienen una historia de búsqueda del silencio como senda
que lleva a Dios, la Luz y el Camino.
El silencio es una invitación a que lo
divino se acerque, a que se revele a nosotros, como una presencia más que como
una guía activa. Debemos aguardar a experimentar la presencia de Dios sin una
agenda, sin una lista de plegarias repleta de peticiones que abarcan miríadas
de miedos e inseguridades. Esta es una experiencia nueva para muchas personas
que por lo visto carecen de paciencia para esperar a Dios. Quieren <rezar y
salir corriendo>, soltar la lista de peticiones que tienen en mente como
quien suelta la lista de la compra a Santa Claus, y luego se dicen a sí mismas
que están oficialmente protegidas por Dios porque acaban de rezar pidiendo
protección.
La contemplación es la disciplina de
abrirse paso a través del egocentrismo y la impaciencia. Puede que incluya
soportar el aburrimiento -que a veces dura años- de esperar a que Dios haga
acto de presencia. La contemplación es como caerse dentro del alma, lejos del
mundo. Buda habla del mundo como <fantasía>, lo que puede entenderse
mentalmente, pero desasirse de las fantasías es lo que cuesta trabajo. Hay que
darse cuenta de lo fuertemente entrelazados que estamos con las fantasías, como
la de necesitar la aprobación de una persona determinada. A continuación, hay
que ponerse a la larga y ardua tarea de examinar hasta qué punto ese apego al
deseo de contar con la aprobación de tal persona da forma a nuestro carácter,
nuestra integridad y hasta nuestra sinceridad para con nosotros mismos. Luego
hay que calcular en qué medida cambiará nuestra vida si por fin reunimos el
valor necesario para quitarnos la idea de que necesitamos desesperadamente la
aprobación de esa persona. Cuando nos hayamos librado de dicha idea, nos
habremos librado de la fantasía de que una persona externa a nosotros nos
dirige por dentro. Pero antes, para hacer todo eso, hemos de persuadirnos a
nosotros mismo, sobornarnos, encontrar la fuerza interior necesaria para hacer
frente al hecho de que nuestro mundo cambiará cuando hagamos pedazos esa
fantasía. Y esa fuerza la encontraremos gracias a la contemplación y la oración.
Para sumirse en un silencio
contemplativo, vacío y sin acción alguna, se puede rezar y meditar, escribir o
llevar un diario sobre cuestiones espirituales. Por ejemplo, asígnese este tema
para escribir en el diario: <Alegría, pena, esperanza y miedo son las cuatro
pasiones del alma. De las cuatro, ¿en cuál hago más hincapié yo? ¿Cómo entiendo
la alegría y el alma? ¿Genero alegría en mi vida, o espero que los demás la
generen para mí?>
Un
momento de contemplación
Este breve ejercicio contemplativo le
preparará para entrar en su castillo Pregúntese: ¿Dónde encuentro a Dios?
¿Su primera reacción es levantar la
vista, como si Dios viviera en el cielo o en el techo abovedado de su Iglesia?
¿Se imagina un paisaje favorito, un bosque, un jardín? Sea sincero con su
primera reacción visceral, no con una reacción intelectual. Primero tiene que
bajar la imagen de Dios a su corazón y a sus tripas para poder contestar:
<¿Dios está dentro de mí?> ¿Piensa en Dios como algo interior, o para
usted es más bien una fuerza externa? Contemple esta verdad: <Lo divino está
presente dentro de mí>. ¿Puede aceptar eso y sentir la verdad de esa
presencia?
Este ejercicio de contemplación lo
llevará al lugar donde usted <ubica> a Dios, un lugar ya fijado, como la
dirección de una calle, y que procede de una mezcla de su infancia y sus
tradiciones religiosas y supersticiosas. Una de las tareas que tendrá que llevar
a cabo en la primera y segunda moradas será desmantelar el Dios de sus ideales
y de su infancia para poder recibir a Dios como Dios en su vida. Así como el
alma no tiene ninguna ubicación física en el cuerpo, pero en cambio usted la
imagina dentro de su castillo para poder trabajar con ella, para trabajar con
Dios hay que imaginar su paradero. ...”
La HUMANIDAD
necesita despertar, de una vez por todas. Estamos transitando una época de
CAMBIOS PROFUNDOS Y TRASCENDENTALES. Cada uno de nosotros tiene una parte de la
tarea asignada. Mi YO (mi ALMA) está dispuesta a realizarla. Y ¿la TUYA? ...
Bendiciones.