domingo, 15 de marzo de 2015

Autenticidad: el verdadero camino hacia la Independencia ...



Carlos González Vallés es un sacerdote que, habiendo ingresado en la Compañía de Jesús en 1941, fue luego destinado a la India donde regentó la cátedra de ciencias exactas en la Universidad de San Javier, Ahmedahad, hasta el momento de jubilarse. También es conocido por incursionar en el ámbito de la literatura gujariti; ha lllegado a ser galardonado con la medalla de oro Ranjitram, el mayor galardón literario en esa lengua. Durante muchos años vivió como huésped ambulante, mendigando hospitalidad de casa en casa en barrios pobres de Ahmedahad. Dicha experiencia enriqueció grandemente su propia cultura y pensamiento, y le inspiró a escribir libros en inglés y en castellano, lo que le permitió fomentar -de acuerdo con la enseñanza del Concilio Vaticano II- el encuentro de culturas.

Esta breve reseña, tiene por objeto poner en conocimiento del lector, la talla y magnitud de la figura de este -desde mi punto de vista- Maestro de la Vida. Hace ya muchos años que tengo la inmensa fortuna de contar con unos cuantos libros de su autoría. Y les puedo asegurar que me produce un verdadero placer el tiempo dedicado a la lectura de alguna de sus obras. Sin duda alguna, sus palabras nutren la Mente, el Cuerpo y el Espíritu.

Es por ello que hoy he sentido la particular moción de acercarles algunos textos que pueden encontrar en el libro de su autoría titulado “Autenticidad”. A tal fin, los remito a:

(páginas 13 a 25)

“… Un muchacho italiano de quince años, a quien le dijeron que escribiera, en forma de poema, cómo veía su vida; escribió muchos, pero eligieron éste para publicarlo. Léanlo suavemente, a ver si les dice algo, a ver si los toca. Lo importante, ante la vida es abrirse. Oídos alerta, actitud, mente y vida abiertas.

<Yo quería leche y me dieron un biberón,
quería unos padres y me han dado un juguete,
yo quería hablar y me han regalado un televisor,
yo quería aprender y he recibido apuntes,
quería pensar y me han dado un título,
quería una visión y he recibido ideas,
yo quería ser libre y me han dado disciplina,
quería amor y he recibido moral,
quería una profesión y he recibido un puesto de trabajo,
quería felicidad y me han dado dinero,
quería libertad y me han regalado un automóvil,
quería una orientación y me han dado una carrera,
quería esperanza y me han dado miedo,
quería cambiar y me han impuesto modas,
quería vivir…>

Me sacudió cuando la leí, un muchacho de quince años, que tenía la ilusión de recibir lo mejor del mundo y recibe un biberón, un televisor, un título, un juguete, un puesto de trabajo. Qué bien dicho todo ello.

Es para ustedes, es lo que se está fraguando, lo que les espera. Exactamente, por eso es por lo que hay que abrirse. Descubrir los problemas que nos esperan, ser auténticos con nosotros mismos para empezar, para poder ser auténticos con los demás. Descubrir nuestros problemas para poder enfrentarnos a ellos.

Lo más importante para resolver un problema de matemáticas es el planteamiento, los datos y la formulación de la ecuación, que refleja el problema. Resolver la ecuación es fácil, plantearla es difícil. Y a lo que voy es eso, plantear provechosamente estos problemas que son los que pueden hacernos sufrir en la vida. Este muchacho lo dice de una manera muy seria. […]

En el Japón, donde tienen riqueza y porvenir; tienen todo, <nuestros muchachos crecidos en el Japón del milagro no han alcanzado la madurez emotiva>, sentimientos educados, seguridad afectiva, ¡no! <Tienen el coeficiente intelectual más alto del mundo, pero son terriblemente frágiles por dentro>. Estos japoneses que trabajan, que estudian, son disciplinados, seguirán adelante, viajarán por todo el mundo, tendrán todo, pero son terriblemente frágiles por dentro. Basta una nadería, incluso la muerte de uno de sus ídolos para caer por tierra. <Hemos llegado a ser una gran potencia que siembra la envidia en todas partes, pero el precio que hemos tenido que pagar ha sido la total ruina psicológica>. Así habla un psicólogo japonés de los japoneses: éxito, exportaciones, producto nacional bruto, prosperidad. Japón, número uno, pero pagan un precio muy alto: <Total ruina psicológica>. <El ansia de éxito, la necesidad de triunfar, salir adelante, competir, demostrar al mundo, a mis padres, a mí mismo que valgo, el ansia del éxito que hemos tenido que pagar ha destruido valores, virtudes y símbolos>. Con frecuencia los adolescentes se vienen abajo frente a esa ruina.

Es importante ponernos serios ante la vida, porque así evitamos que eso nos suceda a nosotros. Esta competencia trae tensiones enormes; se nota en cada examen; salen las notas, se ve quién está más arriba, quién está más abajo, yo podría, no he podido, me dicen en casa, me ilusiono, me desilusiono; lo he hecho bien este año, menos mal, pero el año que viene ¿cómo podré hacerlo? Sé muy bien las tensiones que eso causa, lo que sufre tanto el buen como el mal estudiante. He sentido a veces, y más en matemáticas que es una asignatura con muy mala prensa, que se supone difícil, desagradable, abstracta y molesta; el muchacho, la muchacha no entiende las matemáticas y sufre. Si tiene esa asignatura como obligatoria y tiene que preparar el examen, sufre mucho. El primero de la clase sufre tanto como el último. El éxito hace sufrir tanto como el fracaso.

Las situaciones que voy describiendo son sencillas pero reales, son conflictos de los que más adelante saldrá la persona equilibrada, alegre, triunfadora en el buen sentido o la persona fracasada, molesta, que sufre, que acaba la vida de una manera o de otra pero mal, esto viene del comienzo, de cómo enfoquemos las cosas. Estas experiencias nos sirven para fomentar la autenticidad que debemos tener como individuos que vamos avanzando en la vida, en un gran terreno, muy importante, fundamental, en el campo de la relación que tenemos en la familia, padres e hijos: los padres dar lo mejor a los hijos y los hijos querer recibirlo, pero como hay tal diferencia se impone ver esa resistencia que existe también. […]

Los padres justamente porque aman a los hijos quieren que sean lo que ellos han sido, quieren prolongarse, que tengan lo mejor y con el mejor deseo del alma, imponen su postura a sus hijos y esto no resulta; los padres quieren presumir de sus hijos, que mi hijo, mi hija lo haga bien, mira qué notas más buenas saca, mira es número uno en deportes y todo eso es obligar al muchacho, a la muchacha; limitar la independencia.

Por buena que sea mi familia, no quiero ser el <hijo de papá>, lo soy con mucho gusto, pero yo soy yo, que no me identifiquen, que no me obliguen, que no me lleven por donde yo no quiero ir. […]

En un chiste ilustrado, aparecía un escaparate con la moda de la temporada. Dos chicas miraban aquellos vestidos y modelos que se usarían y una de ellas decía a su amiga, con un suspiro: <Fíjate qué cosas tan horribles vamos a tener que usar la próxima temporada>. Aún así entran y lo compran, porque si todos lo llevan yo también para ser aceptado, para identificarme. Esto nos enfrenta con la realidad cuando el muchacho o la muchacha visten de manera desaliñada, tan frecuente ahora, sino con ese desprendimiento tan espontáneo y original, a veces los he oído decir: <Yo visto como me da la gana>; eso no es verdad, tú no vistes como te da la gana, te vistes como te hacen vestir las compañeras, las revistas de hoy. Hemos vencido la servidumbre de los padres, pero hemos aceptado la servidumbre de la sociedad en que vivo, del grupo en que vivo. Si lo importante es la libertad, hagan lo que les plazca enteramente dentro de la decencia y el buen gusto, libertad absoluta, pero sepan por qué lo hacen; está realmente fomentando mi personalidad o me está sencillamente cuadriculando y haciéndome uno de tantos. A veces cuando en un grupo de chicos, chicas parece que todos son iguales, uniformados por la moda como una serie de automóviles, saliendo todos iguales. Por favor, sea cada uno personal, distinto, original; no sean esclavos. Vestiré como a mí me plazca, como a mí me dé la gana pero bien dicho, bien sentido, bien asimilado, esa es la verdadera libertad, no dejarse influenciar, no dejarse dominar por toda esta situación externa que es importante y hay que tener en cuenta porque vivimos en esta sociedad, pero la gran tarea de los jóvenes, en estos años, en cualquier parte donde se encuentren es desarrollar su personalidad, auténtica, original, creativa y después se verá el fruto esté donde esté, haga lo que haga, y viva lo que viva, pero esta libertad interior, este no ser sencillamente un producto de la sociedad industrial de ahora, es lo que necesitamos y queremos, liberarse uno por dentro, no someterse a lo que hacen, no repetir sencillamente lo que todos me dicen, sino lo contrario, saber ser independiente. […]

Freud dice muy bien que lo importante no es lo que aparece por fuera, lo consciente, lo que expresamos, sino el subconsciente y la manera de llegar a él, dijo Freud, son las equivocaciones, los errores. ¿Por qué los errores nos ayudan? ¿Por qué no tenemos que sentir miedo a equivocarnos? Porque son parte de la vida, del valor, del arriesgarse. Algo aprendo porque mis equivocaciones abren paso a la realidad. Cuando hablo serio, controlado, con la responsabilidad que siento, entonces hay una especie de censor, que me está diciendo esto sí, esto no, esto puedes decirlo, cuidado con esto. Este censor no deja que salga lo auténtico, lo personal, lo subconsciente porque puede ser peligroso, puede meterme en líos. En cambio cuando, a veces, me equivoco, dice Freud, la equivocación hace que nos escapemos del censor; cometes una equivocación y piensas, he dicho lo que no quería decir; si lo analizas esa equivocación te ha ayudado a conocerte mejor. Un ejemplo bien claro, alguna vez le pregunté a un señor: ¿Eres soltero?, y me contestó: <No, llevo cinco años cansado>, en vez de decir llevo cinco años casado. No le iba muy bien en el matrimonio, se le escapó. Fue un error freudiano, una equivocación verbal, dijo lo que no quería decir pero lo estaba sintiendo. El error, en esos términos, es una ventana a lo auténtico.…”

Me gustaría finalizar este compartir, con una reflexión habida en la página 24 y de la cual me hago eco:

“La primera autenticidad es la de dentro.
Empecemos por conocernos a nosotros mismos,
saber las propias ideas, no las heredadas,
no las repetidas, sino las personales”.


Bendiciones.