Desde hace tiempo vengo escuchando por
doquier, una expresión que -a simple escucha- podría ser calificada de
inapropiada, tal vez, por algunas personas que han hecho de la formalidad, un
cimiento para desarrollar su personalidad; siempre y cuando, su utilización, no
se encuadre dentro del ámbito con el cual se la vincula, merced a su
significado.
Particularmente, me incluyo dentro del
grupo de personas que, poco o nada, han indagado sobre esta palabra pero cuyos
oídos la escuchan habitualmente. Según dicen, “carajo” responde -en su
acepción marítima- a la definición de “lugar elevado en un barco, generalmente
en lo alto del palo mayor”; lugar éste desde el cual se logra la mejor vista.
Hasta aquí, no me parece que dicho vocablo pueda llegar a constituirse en una
expresión en la que necesite ahondar. Pero escuchando decir que allí mandaban a
subirse a alguien cuando se encontraba castigado, exponiéndolo a los vientos,
al frío, al calor y a los vaivenes propios de una embarcación, por encontrarse
el “carajo” en el punto más alejado del centro de gravedad, entonces
dicha palabra me invita a detenerme por un momento y a reflexionar acerca del
sentido que tiene el castigo. En función de ello, algunas preguntas afloran en
mi mente:
* ¿qué misión cumple el castigo?
* ¿redime o condena?
* ¿quién resulta la víctima y quién el victimario?
* ¿corrige solamente a la víctima o también encamina al victimario?
* ¿qué lugar ocuparía la compasión frente al error?
Desde
mi experiencia puedo asegurar que, sin dejar de reconocer la necesidad humana
de reparación de un daño o perjuicio causado, la mejor vía para llegar a tomar
conciencia, es la que transitamos al experimentar -en toda su plenitud- aquella
situación o aquel hecho que imputamos a otro u otros. Cuando digo “plenitud” me
refiero no sólo a la parte física, intelectual o psíquica sino (y
principalmente) a la espiritual también. Es entonces en este punto, donde
entiendo precisamente que el castigo se torna innecesario puesto que, al compartir
-desde el Corazón- la misma experiencia con otro u otros, opera la redención
completa de todo y todos los que se han visto involucrados en un hecho y/o
situación determinada. Con ello -a mi
entender- tanto el uno como el otro (o las dos caras de la misma moneda) logran
la “unidad perfecta”. Se redimen mutuamente. Si el castigo tiene como función
la “redención del pecador” y la “reparación del daño” causado a la “víctima”,
entonces nada mejor que “redimir y reparar desde la propia vivencia” que, en definitiva,
no es otra cosa que tomar conciencia de que “somos seres espirituales
viviendo una experiencia humana y no seres humanos viviendo una experiencia
espiritual” (como afirmaba Teilhard de Chardin).
Dejando
ya de lado el “carajo” y continuando con el lenguaje marítimo, me parece oportuno referirme ahora al “palo
mayor”, cuya definición nos remite a la idea de un “palo (el más alto) de
un buque y que sirve de sostén a la vela principal”. Esto viene a recordarme
una expresión que solía utilizar con cierta frecuencia -y obviamente en broma-
un jefe que supe tener años atrás, cuando una compañera de trabajo cometía
algún error: “...te voy a colgar del palo mayor...”. Y aquí es también
donde acuden a mi mente, una serie de reflexiones a la luz de una comparación
que me permite asemejar al “palo mayor” con aquello que cada uno de nosotros
pueda considerar “su punto de referencia -el más elevado- y que sirve de sostén
a toda su existencia; ese punto donde se sostiene la conciencia -la vela- que
permite transitar el camino hacia el encuentro con nuestra verdadera esencia,
con nuestro Yo Superior”. Entonces, me pregunto: ¿porqué utilizar ese “palo
mayor” o “punto de referencia” para “castigar” cuando podemos emplearlo
para la noble tarea de “sostener nuestro Corazón”, de “ ser una caricia para el
Alma”? ¿Qué estamos esperando para ampliar nuestro nivel de conciencia
(desplegar las velas) y encaminarnos hacia una Vida plena de autenticidad?.
Bien vale la pena, sacar a la luz, colocar en “lo más alto de nuestro punto de
referencia (sinónimo de palo mayor) todas nuestras capacidades, dones y
talentos para ser puestos al servicio de toda la Humanidad”.
Antes de finalizar este compartir, quiero
recordarles que: “de esta vida nadie sale vivo”. Los invito -por
lo tanto- a que cada uno desde su lugar, se convierta en un manantial de
oportunidades que les permita desarrollar el mayor potencial al que -como Seres
Humanos- podemos acceder, en magnífica sintonía con todo lo que existe, con el
Universo mismo y con nuestro verdadero y único “SER” ...
Bendiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario