jueves, 18 de octubre de 2012

Sócrates, Epicuro, Diógenes y Epícteto

En esta oportunidad quiero compartir con ustedes, algunos pasajes extraídos del libro “El camino de los sabios” – Filosofía para la vida cotidiana del destacado autor Walter Riso (cursó estudios universitarios de psicología, se especializó en terapia cognitiva y obtuvo una maestría en bioética; alterna el ejercicio de la cátedra universitaria con la publicación de textos científicos y de divulgación de diversos medios). Una vez más, y como nos tiene acostumbrados a quienes somos asiduos lectores de sus publicaciones, Walter nos deleita con reflexiones precisas, certeras e impregnadas de conciencia, producto de su amplia experiencia profesional y personal. Una lectura más que recomendada para todos aquellos que deseen -como puede leerse en la contratapa- “... aumentar nuestra calidad de vida y nuestro crecimiento personal...”.

(páginas 119-120) "...La sabiduría contagiosa ... la sabiduría silenciosa está presente en la mayoría de las enseñanzas de la filosofía antigua, y Sócrates, aunque se comunicaba verbalmente con los demás, no era la excepción. Su sola presencia imprimía en los que lo rodeaban, una curiosa forma de aprendizaje por contagio ... No hablamos de un culto a la personalidad, de una sumisión espiritual o intelectual, sino del método educativo más antiguo y eficaz: el ejemplo; se trata del modo de vida que se decanta por una observación participativa. ¿Cómo no admirar al buen maestro? El proceso de aprendizaje que proponía Sócrates partía de un acuerdo tácito con sus discípulos: una pedagogía sin el peso de la autoridad moral y sin la arrogancia del sabiondo. Pero había un ingrediente más: la pasión por lo que hacía, un sentido de vida manifiesto y coherente que se transmitía a quienes lo escuchaban. Intenta el siguiente experimento: sin violar su territorio, porque ésa no es la intención, acércate a una persona a quien respetes y admires por su sensatez o sabiduría. Trata de compartir su espacio sin otra pretensión que la de estar allí. No le preguntes nada, no intentes que te enseñe, nada de consejos. Sólo quédate allí unas horas o, si puedes, unos días. Mírala actuar, observa cómo se mueve, cómo piensa, cómo habla. Acompáñala en silencio, deja que su ser te impregne, que su amor te llegue. Después, vuelve a la rutina y sigue con tu vida, a ver qué pasa. Quizá, sólo quizá, comiences a sentirte un poco más tranquilo y tolerante, sin tantas preocupaciones. No esperes una revolución psicológica, sólo es un experimento, la oportunidad de recibir un aliento, un soplo del sosiego ajeno..."

(páginas 139-140) "...Epicuro afirmaba: <El sabio ni desea la vida ni rehúye el dejarla porque para él vivir ni es un mal ni lo considera que lo sea la muerte. Y así como entre los alimentos no escoge los más abundantes sino los más agradables, del mismo modo disfruta no del tiempo más largo, sino del más intenso placer>. En la mayoría de las culturas se defiende que los jóvenes tengan una buena vida y que los ancianos tengan una buena muerte, pero tal como sugiere Epicuro, no hay un tiempo para vivir y otro para morir. La edad cronológica nada tiene que ver con las ganas y la fuerza de querer realizarnos como personas, por eso hay ancianos y ancianas <juveniles> y chicas y chicos <avejentados> . No son los años pasados ni los bríos futuros los que justifican una vida o una muerte. Y en este punto creo que el misticismo puede tener razón: el gozo del presente vivido intensamente, seamos viejos o jóvenes, puede definir toda una existencia..."

(páginas 163-165) “...Diógenes pensaba que las bestias eran mucho más felices que los hombres ... Los animales servían como ejemplos para que el hombre pudiera recuperar su estado natural. El plan consistía en <apoyarse> en la naturaleza para después saltar a un hombre más sabio, libre y feliz ... La invitación cínica es a tener la naturaleza como guía y maestra para liberarnos un poco de la influencia del lado malo de la cultura. Cuando me encuentro con personas que alaban el avance tecnológico y promueven un culto a la civilización, suelo estar en desacuerdo. No niego que ahora vivimos más años, pero tengo mis dudas respecto a la mejoría que hayamos logrado en lo que respecta a nuestra calidad de vida. En realidad, no creo que nuestros antecesores lo pasaran tan mal ... Si pudieras elegir, ¿preferirías vivir cien años en la modernidad, agobiado por las prisas, el pago de la hipoteca, los seguros y la salud, o vivir cuarenta años y ser un recolector de bayas, no tener que pagar impuestos y sin tanta contaminación? Estoy de acuerdo en que a Diógenes le hubiera resultado difícil utilizar a un dinosaurio como modelo ético, pero tampoco se habría emocionado mucho con los Simpson...”

(páginas 190-193) “... Epícteto resumía así este punto: <Los hombres se ven perturbados no por las cosas, sino por las opiniones sobre las cosas...Así que, cuando suframos impedimentos o nos veamos perturbados o nos entristezcamos, no le echemos nunca la culpa a otro, sino a nosotros mismos, es decir, a nuestras opiniones>. Veamos algunos ejemplos de la vida cotidiana: * Dos personas de igual talla se pesan, y ambas descubren que han engordado tres kilos: una se deprime, es presa del pánico y corre hacia el nutricionista, mientras la otra se dice a sí misma, sin angustia: <Debo bajar de peso>, y empieza a ir al gimnasio. El hecho es el mismo, pero la interpretación y el significado que se da al sobrepeso es distinto. Probablemente, en el primer caso se trate de una persona que valora en exceso la delgadez y la considera un indicador de éxito social o de seguridad personal; para la segunda, la imagen corporal no es un problema. ... * A dos jóvenes no los invitan a una fiesta: el primero entra en una crisis existencial porque interpreta que no lo quieren y se autocompadece, mientras que el otro, tomando a Diógenes como modelo, se dice: <No saben lo que se pierden>, y sigue con su vida normal. Al primero se le acabó el mundo; el segundo se prepara para cosas mejores: <Habrá otras fiestas>. ...”


  
Bendiciones.

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