Carlos González Vallés es un sacerdote que,
habiendo ingresado en la Compañía de Jesús en 1941, fue luego destinado a la
India donde regentó la cátedra de ciencias exactas en la Universidad de San
Javier, Ahmedahad, hasta el momento de jubilarse. También es conocido por
incursionar en el ámbito de la literatura gujariti; ha lllegado a ser galardonado con la medalla de oro Ranjitram, el mayor
galardón literario en esa lengua. Durante muchos años vivió como huésped
ambulante, mendigando hospitalidad de casa en casa en barrios pobres de
Ahmedahad. Dicha experiencia enriqueció grandemente su propia cultura y
pensamiento, y le inspiró a escribir libros en inglés y en castellano, lo que
le permitió fomentar -de acuerdo con la enseñanza del Concilio Vaticano II- el
encuentro de culturas.
Esta breve reseña,
tiene por objeto poner en conocimiento del lector, la talla y magnitud de la
figura de este -desde mi punto de vista- Maestro de la Vida. Hace ya muchos años
que tengo la inmensa fortuna de contar con unos cuantos libros de su autoría. Y
les puedo asegurar que me produce un verdadero placer el tiempo dedicado a la
lectura de alguna de sus obras. Sin duda alguna, sus palabras nutren la Mente,
el Cuerpo y el Espíritu.
Es por ello que hoy he
sentido la particular moción de acercarles algunos textos que pueden encontrar
en el libro de su autoría titulado “Autenticidad”.
A tal fin, los remito a:
(páginas 13 a 25)
“… Un muchacho italiano de quince años, a quien le
dijeron que escribiera, en forma de poema, cómo veía su vida; escribió muchos,
pero eligieron éste para publicarlo. Léanlo suavemente, a ver si les dice algo,
a ver si los toca. Lo importante, ante la vida es abrirse. Oídos alerta,
actitud, mente y vida abiertas.
<Yo quería leche y me dieron un biberón,
quería unos padres y me han dado un juguete,
yo quería hablar y me han regalado un televisor,
yo quería aprender y he recibido apuntes,
quería pensar y me han dado un título,
quería una visión y he recibido ideas,
yo quería ser libre y me han dado disciplina,
quería amor y he recibido moral,
quería una profesión y he recibido un puesto de trabajo,
quería felicidad y me han dado dinero,
quería libertad y me han regalado un automóvil,
quería una orientación y me han dado una carrera,
quería esperanza y me han dado miedo,
quería cambiar y me han impuesto modas,
quería vivir…>
Me sacudió cuando la leí, un muchacho de quince años,
que tenía la ilusión de recibir lo mejor del mundo y recibe un biberón, un televisor,
un título, un juguete, un puesto de trabajo. Qué bien dicho todo ello.
Es para ustedes, es lo que se está fraguando, lo que
les espera. Exactamente, por eso es por lo que hay que abrirse. Descubrir los
problemas que nos esperan, ser auténticos con nosotros mismos para empezar,
para poder ser auténticos con los demás. Descubrir nuestros problemas para
poder enfrentarnos a ellos.
Lo más importante para resolver un problema de
matemáticas es el planteamiento, los datos y la formulación de la ecuación, que
refleja el problema. Resolver la ecuación es fácil, plantearla es difícil. Y a
lo que voy es eso, plantear provechosamente estos problemas que son los que
pueden hacernos sufrir en la vida. Este muchacho lo dice de una manera muy
seria. […]
En el Japón, donde tienen riqueza y porvenir; tienen
todo, <nuestros muchachos crecidos en el Japón del milagro no han alcanzado
la madurez emotiva>, sentimientos educados, seguridad afectiva, ¡no!
<Tienen el coeficiente intelectual más alto del mundo, pero son terriblemente
frágiles por dentro>. Estos japoneses que trabajan, que estudian, son
disciplinados, seguirán adelante, viajarán por todo el mundo, tendrán todo,
pero son terriblemente frágiles por dentro. Basta una nadería, incluso la
muerte de uno de sus ídolos para caer por tierra. <Hemos llegado a ser una
gran potencia que siembra la envidia en todas partes, pero el precio que hemos
tenido que pagar ha sido la total ruina psicológica>. Así habla un psicólogo
japonés de los japoneses: éxito, exportaciones, producto nacional bruto,
prosperidad. Japón, número uno, pero pagan un precio muy alto: <Total ruina
psicológica>. <El ansia de éxito, la necesidad de triunfar, salir
adelante, competir, demostrar al mundo, a mis padres, a mí mismo que valgo, el
ansia del éxito que hemos tenido que pagar ha destruido valores, virtudes y
símbolos>. Con frecuencia los adolescentes se vienen abajo frente a esa
ruina.
Es importante ponernos serios ante la vida, porque así
evitamos que eso nos suceda a nosotros. Esta competencia trae tensiones
enormes; se nota en cada examen; salen las notas, se ve quién está más arriba,
quién está más abajo, yo podría, no he podido, me dicen en casa, me ilusiono,
me desilusiono; lo he hecho bien este año, menos mal, pero el año que viene ¿cómo
podré hacerlo? Sé muy bien las tensiones que eso causa, lo que sufre tanto el
buen como el mal estudiante. He sentido a veces, y más en matemáticas que es
una asignatura con muy mala prensa, que se supone difícil, desagradable,
abstracta y molesta; el muchacho, la muchacha no entiende las matemáticas y
sufre. Si tiene esa asignatura como obligatoria y tiene que preparar el examen,
sufre mucho. El primero de la clase sufre tanto como el último. El éxito hace
sufrir tanto como el fracaso.
Las situaciones que voy describiendo son sencillas
pero reales, son conflictos de los que más adelante saldrá la persona
equilibrada, alegre, triunfadora en el buen sentido o la persona fracasada,
molesta, que sufre, que acaba la vida de una manera o de otra pero mal, esto viene
del comienzo, de cómo enfoquemos las cosas. Estas experiencias nos sirven para
fomentar la autenticidad que debemos tener como individuos que vamos avanzando
en la vida, en un gran terreno, muy importante, fundamental, en el campo de la
relación que tenemos en la familia, padres e hijos: los padres dar lo mejor a
los hijos y los hijos querer recibirlo, pero como hay tal diferencia se impone
ver esa resistencia que existe también. […]
Los padres justamente porque aman a los hijos quieren
que sean lo que ellos han sido, quieren prolongarse, que tengan lo mejor y con
el mejor deseo del alma, imponen su postura a sus hijos y esto no resulta; los
padres quieren presumir de sus hijos, que mi hijo, mi hija lo haga bien, mira
qué notas más buenas saca, mira es número uno en deportes y todo eso es obligar
al muchacho, a la muchacha; limitar la independencia.
Por buena que sea mi familia, no quiero ser el
<hijo de papá>, lo soy con mucho gusto, pero yo soy yo, que no me
identifiquen, que no me obliguen, que no me lleven por donde yo no quiero ir.
[…]
En un chiste ilustrado, aparecía un escaparate con la
moda de la temporada. Dos chicas miraban aquellos vestidos y modelos que se
usarían y una de ellas decía a su amiga, con un suspiro: <Fíjate qué cosas
tan horribles vamos a tener que usar la próxima temporada>. Aún así entran y
lo compran, porque si todos lo llevan yo también para ser aceptado, para identificarme.
Esto nos enfrenta con la realidad cuando el muchacho o la muchacha visten de
manera desaliñada, tan frecuente ahora, sino con ese desprendimiento tan
espontáneo y original, a veces los he oído decir: <Yo visto como me da la
gana>; eso no es verdad, tú no vistes como te da la gana, te vistes como te
hacen vestir las compañeras, las revistas de hoy. Hemos vencido la servidumbre
de los padres, pero hemos aceptado la servidumbre de la sociedad en que vivo,
del grupo en que vivo. Si lo importante es la libertad, hagan lo que les plazca
enteramente dentro de la decencia y el buen gusto, libertad absoluta, pero sepan
por qué lo hacen; está realmente fomentando mi personalidad o me está
sencillamente cuadriculando y haciéndome uno de tantos. A
veces cuando en un grupo de chicos, chicas parece que todos son iguales,
uniformados por la moda como una serie de automóviles, saliendo todos iguales.
Por favor, sea cada uno personal, distinto, original; no sean esclavos. Vestiré
como a mí me plazca, como a mí me dé la gana pero bien dicho, bien sentido,
bien asimilado, esa es la verdadera libertad, no dejarse influenciar, no
dejarse dominar por toda esta situación externa que es importante y hay que
tener en cuenta porque vivimos en esta sociedad, pero la gran tarea de los
jóvenes, en estos años, en cualquier parte donde se encuentren es desarrollar
su personalidad, auténtica, original, creativa y después se verá el fruto esté
donde esté, haga lo que haga, y viva lo que viva, pero esta libertad interior,
este no ser sencillamente un producto de la sociedad industrial de ahora, es lo
que necesitamos y queremos, liberarse uno por dentro, no someterse a lo que
hacen, no repetir sencillamente lo que todos me dicen, sino lo contrario, saber
ser independiente. […]
Freud dice muy bien que
lo importante no es lo que aparece por fuera, lo consciente, lo que expresamos,
sino el subconsciente y la manera de llegar a él, dijo Freud, son las
equivocaciones, los errores. ¿Por qué los errores nos ayudan? ¿Por qué no
tenemos que sentir miedo a equivocarnos? Porque son parte de la vida, del
valor, del arriesgarse. Algo aprendo porque mis equivocaciones abren paso a la
realidad. Cuando hablo serio, controlado, con la responsabilidad que siento,
entonces hay una especie de censor, que me está diciendo esto sí, esto no, esto
puedes decirlo, cuidado con esto. Este censor no deja que salga lo auténtico,
lo personal, lo subconsciente porque puede ser peligroso, puede meterme en
líos. En cambio cuando, a veces, me equivoco, dice Freud, la equivocación hace
que nos escapemos del censor; cometes una equivocación y piensas, he dicho lo
que no quería decir; si lo analizas esa equivocación te ha ayudado a conocerte
mejor. Un ejemplo bien claro, alguna vez le pregunté a un señor: ¿Eres
soltero?, y me contestó: <No, llevo cinco años cansado>, en vez de decir
llevo cinco años casado. No le iba muy bien en el matrimonio, se le escapó. Fue
un error freudiano, una equivocación verbal, dijo lo que no quería decir pero
lo estaba sintiendo. El error, en esos términos, es una ventana a lo auténtico.…”
Me gustaría finalizar este compartir, con una reflexión habida en la página
24 y de la cual me hago eco:
“La primera autenticidad es la de dentro.
Empecemos por conocernos a nosotros mismos,
saber las propias ideas, no las heredadas,
no las repetidas, sino las personales”.
Bendiciones.
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