En esta ocasión quiero compartir con todos ustedes, unas reflexiones sumamente profundas y muy sabias -desde mi punto de vista- extraídas del libro titulado "El poder curativo de las crisis" - Edición a cargo de Stanislav y Christina Grof -.
Seducida por el título y atraída por el convencimiento del inestimable valor que esta obra tendría para mí (ya que conocía otras cuya autoría también responde a Christina y Stanislav Grof), ni lerda ni perezosa, me hice de un ejemplar (obviamente previo pago del mismo). Y, sin duda alguna, puedo decirles que este libro colmó mis expectativas mucho más ampliamente de lo que jamás hubiera imaginado.
Me parece una buena forma de sintetizar el tema que aborda esta magnífica obra, el hacerme eco de las palabras de la contratapa, cuando dice que: "Son muchas las personas que, implicadas en procesos de transformación personal, sufren crisis y trastornos de diversa índole. Algunos sienten que su sentido de identidad se rompe, o que sus sistema de valores ya no es válido. Surgen experiencias espirituales o incluso <místicas> que producen miedo y confusión. La vida cotidiana se hace difícil, y hasta cabe llegar a dudar de la propia cordura. La psiquiatría moderna no siempre ha sabido distinguir entre los estados alterados de crisis y los estados alterados de enfermedad. Es por esto que hoy se está fraguando una nueva y más amplia perspectiva que considera las crisis como procesos de transformación, con un enorme potencial de nueva salud. Las crisis espirituales se convierten entonces en vías de acceso a niveles más altos de autorrealización y plenitud.
En El poder curativo de las crisis, un conjunto de eminentes piscólogos, psiquiatras y maestros espirituales se plantea el alcance y concepto de las crisis, la relación entre espiritualidad, <locura> y curación. Se habla de distintas formas de trastornos <espirituales>, de la concomitancia entre crisis y arte, de los escollos más frecuentes en la práctica del crecimiento personal. Rompiendo muchos de los esquemas establecidos, este libro nos transmite así un mensaje enormemente liberador: en el interior de toda crisis se encuentra el germen de una radical renovación.
Christina y Stanislav Grof son mundialmente conocidos por sus investigaciones en el campo de los estados no ordinarios de conciencia y de la psicología transpersonal".
Particularmente, creo que la Humanidad está atravesando una gran "crisis de identidad" que encaja perfectamente en los presupuestos que en este libro se describen tan detallada y acertadamente. Me animo a decir que siendo así, bien podría tener cabida una ligera modificación a un conocido parlamento cuando afirma que "cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia" por el de "cualquier semejanza con la realidad, está muy lejos de ser una mera coincidencia"...
Dada la importancia del tema que en este compartir ocupa mi atención, me parece momento oportuno para remitirme a las páginas 212 a 216, donde podemos notificarnos de que:
"... Sólo existen momentos de ver, oír, oler, gustar, tocar y fenómenos mentales que se consideran claramente [...] como impermanentes, insatisfactorios e inasibles. No podemos aprehenderlos y decir: <Aquí es donde seré feliz>. Desde este punto de observación todos los movimientos del cuerpo y de la mente tienen una irrealidad intrínseca y una condición de insatisfacción.
Este nivel de ecuanimidad conlleva una especie de profundo descanso, en el que la mente se vuelve como un vaso de cristal o como el cielo, en el que todas las cosas están en equilibrio. Uno se vuelve transparente, como si cualquier fenómeno pasase sólo a través de la mente y del cuerpo y uno es simplemente espacio. Toda la identidad cambia y se revela el vacío o la verdadera naturaleza de la mente antes de ser encerrados en un cuerpo y en el pensamiento de identificación -<esto es lo que soy>-, y de empezar a tener miedo de perderlo, preocupados por su apariencia, y de tener que ocuparnos de él de las mil maneras en que lo hacemos.
Este largo y profundo proceso espiritual de disolución y de apertura nos conduce a lo que la tradición mística cristiana llama la <divina apatía>. No es una falta de amor, sino que es como el ojo de Dios que ve la creación y la destrucción y la luz y la oscuridad del mundo con un corazón que lo abarca todo, porque El es todo ello. Entonces vemos que no somos nada y que somos todo.
La posibilidad de liberación procede finalmente de esta condición de equilibrio en la que se vuelven más nítidas que cualquier otra cosa las características de impermanencia, ausencia de yo e insatisfacción. Captamos el sabor de cómo es estar en el mundo, pero no nos dejamos atrapar por ninguno de sus contenidos. Fuera de este equilibrio se tiene acceso a estados extrarordinarios de la mente, en donde se puede entrar en el vacío, y todo desaparece y vuelve a aparecer por sí mismo. Todo el universo va y viene, como la mente y el cuerpo, la vista y el sonido. También se percibe la perfección e integridad de todas las cosas en sí mismas. La liberación no significa cambiar el mundo, sino tocar su verdadera naturaleza.
Estas son experiencias que tienen muchas personas cuando entran en meditación profunda. A través de ellas se descubre el magnífico equilibrio y la grandeza potencial del corazón humano. Sabemos lo que es liberarse de la codicia, el odio, la ilusión, el miedo y la identificación. E incluso si no permanecemos constantemente en este estado, es como haber escalado a lo alto de una montaña. Hemos saboreado lo que significa la liberación y esto informa y afecta en adelante toda nuestra vida. Nunca más podemos ya tener realmente miedo a morir, porque ya hemos muerto. A esto se le llama <morir antes de morir> y lleva consigo el desapego y ecuanimidad más admirables.
[...] Vemos claramente las Nobles Verdades de Buda: que existe el sufrimiento en la vida, que este sufrimiento es intrínseco a ella, que su causa es nuestro apego y nuestra identificación. Cuando aprendemos a ser libres en este sentido, nada puede afectarnos. Descubrimos entonces que existe una liberación real y posible para todos los seres humanos. Llegamos a entender las enseñanzas del corazón y comprobamos que éste puede abrirse y contener todo el universo. Nos damos cuenta de que es tal la grandeza del corazón que cualquier cosa en la vida -las diez mil alegrías y los diez mil sufrimientos- puede ser contenida dentro de la totalidad del corazón.
Al final llegamos a ver que la práctica espiritual es realmente muy simple; es un camino de apertura y de dejar pasar, de ser consciente de todo y de no apegarse a nada. [...] <Toda la enseñanza es simple. Cuando veo que alguien se está perdiendo por un sendero de la derecha del camino o que va a caer en una zanja, le grito que vaya a la izquierda. Si la misma persona camina por la carretera y se va a perder por un sendero de la izquierda le grito que vaya a la derecha. Eso es todo lo que hago. Cuando os vayáis a apegar a algo, dejadlo pasar y volved al centro para contemplar el movimiento de la vida desde una posición que tiene la cualidad de la gracia, el equilibrio y la apertura>.
Pero incluso después de este enorme viaje iluminador, uno vuelve abajo inevitablemente. Con mucha frecuencia se encuentra uno de nuevo con las dificultades del itinerario, pero al menos se puede enfrentar con un sentimiento más grande de equilibrio y desidentificación, con una sensación de facilidad y de ternura del corazón y de la mente.
Para concluir, he aquí la historia de un viejo monje chino que decidió abandonarlo todo y practicar en lo alto de una montaña, hasta iluminarse o morir. Había meditado en un monasterio Zen y había pasado muchos años de pacífica meditación, pero nunca se había iluminado. Finalmente acudió al maestro y le dijo: <Por favor, déjeme ir a las montañas a terminar esta práctica. Esto es lo único que quiero ahora en la vida, ver en qué consiste la iluminación>. El maestro. sabiendo que estaba maduro, le concedió el permiso.
En su ascenso de la montaña encontró a un viejo con un gran fardo. El viejo era en realidad bodisatva Manjusri. Dicen que se aparece a las personas cuando están preparadas para la iluminación. Normalmente se le representa llevando una espada que corta a través de la ilusión. Pero en este caso llevaba ese fardo.
El viejo baja de la montaña y le pregunta: <Monje, ¿a dónde te encaminas? El monje le responde: Voy a lo alto de la montaña con mi taza y unas cuantas pertenencias. Me sentaré allí arriba y o me ilumino o muero. Eso es lo único que quiero. He sido monje durante mucho tiempo y ahora tengo que saber en qué consiste la iluminación>.
Como el viejo parecía muy sabio, el monje preguntó: <Dime, buen hombre, ¿sabes algo de esta iluminación?>. En este punto el viejo simplemente dejó caer el fardo al suelo. Como en todas las buenas historias Zen, en este momento nuestro monje ¡se iluminó! <¿Quieres decir que es tan simple, que basta con dejar pasar en este mismo momento y no aferrarse a nada?>.
Esta verdad es muy difícil de aprehender, porque nuestro apego al proceso del cuerpo y de la mente -los fenómenos físicos y mentales- es muy fuerte. Tomamos con tanto empeño ser nosotros mismos que se necesita todo el intenso proceso que he descrito para desenmarañar y deshacer el nudo del yo. Para la mayoría de las personas se requiere un camino de práctica profunda, sistemática y disciplinada para deshacer la fuente de la atadura interna.
Y en este proceso se pasa por todos los territorios del fuego y de la disolución, las tormentas y las emociones, toda la serie de tentaciones, obstáculos y dificultades. Y, al final, aún tenemos que volver. Así, el monje recién iluminado mira al viejo y le pregunta: <¿Y ahora qué?>. Como respuesta, el viejo llega hasta el fardo, lo recoge de nuevo y se encamina hacia la ciudad.
La historia contiene los dos aspectos de la práctica. Nos enseña a abandonar de una manera profunda nuestra manera de aferrarnos, nuestros miedos, nuestra identificación con todas las cosas. Nos ayuda a ver directamente que no somos este cuerpo, que no somos los sentimientos, que no somos los pensamientos, que sólo alquilamos esta casa por un tiempo. Y una vez nos hemos dado cuenta de esto, nos enseña que debemos volver al mundo con un corazón bondadoso, con una compasión universal, y con un gran sentido del equilibrio y de la sabiduría. Debemos tomar nuestro fardo y llevarlo de nuevo a los dominios de las formas, al reino de los humanos. Pero ahora podemos viajar como bodhisatvas, como alguien que ha pasado por el terreno de la vida y de la muerte y los entiende con la suficiente profundidad como para ser libre de una manera totalmente diferente. Y desde esta libertad puede aportar una honda sabiduría y un corazón sabio y compasivo a un mundo que tanto los necesita. ..."
Este libro llegó a mis manos para que a través de su lectura, yo pudiera comprender el proceso de transformación que venía desarrollándose en mi interior, desde hacía unos cuantos años, sin que yo pudiera siquiera adivinar de qué se trataba. Este libro me ha brindado respuestas a los interrogantes que se me planteaban día a día; me ha ayudado a entender que ese "aterrador sentimiento" de encontrarme frente a un "abismo insalvable" era, ni más ni menos, que la medida del "salto cuántico" que estaba dando; representaba la ruta de acceso a otro "nivel de evolución de conciencia". Un "terrible sentimiento de soledad" que me invadía por momentos y que parecía atenazarme sin darme tregua alguna, descubro hoy que era el campo fértil donde la "Divinidad" había plantado la semilla de su "Amor Infinito" y que -por fin- empezaba a germinar en todo mi "Ser". Una semilla que se abría paso a través de las sombras y entre los fantasmas de la denominada por San Juan de la Cruz, "noche oscura del Alma". El camino está emprendido y ya no hay vuelta atrás. Sólo queda mirar hacia adelante, con los ojos puestos en la meta y con la certeza de estar transitando la senda que me conduce de regreso al hogar: al "verdadero y auténtico hogar de todo Ser Humano" que es la "Consciencia Universal" o también conocida bajo el nombre de "Dios" o "Ser Superior"....
Christina y Stanislav Grof: ¡Gracias por existir!.
Bendiciones.