martes, 26 de febrero de 2013

Un S.O.S. en tiempos de crisis ...


Poco -por no decir nada- sabía, hasta el presente, acerca de la existencia de quien -en su paso por este bendito planeta Tierra- se conoció bajo el nombre de Paramahansa Yogananda; autor del libro titulado “Autobiografía de un yogui”. En estos momentos, me encuentro promediando la lectura del libro titulado “El Yoga de Jesús”; el cual responde a una concisa recopilación de la magistral obra publicada en dos volúmenes -y profusamente elogiada- de Yogananda, cuyo título es “La Segunda Venida de Cristo: La Resurrección del Cristo que mora en tu interior”.

Si bien mis raíces responden a creencias provenientes de la religión Católica Apostólica Romana, mi experiencia de Vida me ha llevado a abrir no sólo la Mente sino también el Corazón, con el fin de llegar a un mayor conocimiento de Dios (o como cada uno quiera llamarlo de acuerdo a su credo). Es precisamente en ese camino de búsqueda, donde he tenido la fortuna de poder acceder a lecturas que van enriqueciendo mis vivencias diarias. Mi eterna gratitud a todos los Maestros que han pasado, pasan y pasarán por mi Vida. Sin ellos, este tránsito nunca se hubiera producido.

Merced a ello, me pareció oportuno acercarles algunas reflexiones que se encuentran en el libro “El Yoga de Jesús”; más precisamente en las páginas 31 a 37, donde podemos leer:

“... La luz de Dios resplandece en todos por igual, pero a causa de la ilusoria ignorancia no todos la reciben ni la reflejan del mismo modo. Los rayos del sol inciden por igual sobre un trozo de carbón y sobre un diamante, pero sólo el diamante recibe y refleja la luz con brillo esplendoroso. El carbono que forma el trozo de carbón tiene la capacidad de convertirse en diamante. Lo único que se requiere para lograr esta metamorfosis es someterlo a alta presión. Por eso aquí se afirma que todos pueden ser como Cristo: todos aquellos que despejen su conciencia a través de una vida moral y espiritual y, especialmente, mediante la purificación que brinda la meditación, en la cual la rudimentaria mortalidad se sublima hasta transformarse en la perfección inmortal del alma.
La condición de hijo de Dios no es algo que deba adquirirse: más bien, se trata solamente de recibir la luz de Dios y tomar conciencia de que El ya nos ha conferido ese estado bienaventurado desde el momento mismo en que fuimos creados. ...
... Los seres humanos son en esencia hijos de Dios, reflejos inmaculados del Padre que no han sido manchados por la ilusión, los cuales se han convertido en <hijos del hombre> al identificarse con el cuerpo y olvidar su origen en el Espíritu. Quien está cautivo de la ilusión es simplemente un mendigo en las calles del tiempo; pero así como Jesús recibió y reflejó -a través de su conciencia purificada- la divina filiación de la Conciencia Crística, así también todo ser humano, por medio de los métodos de meditación del yoga, puede purificar su mente y convertirse en una mentalidad diamantina apta para recibir y reflejar la luz de Dios. ...
... Cuando los sentidos se encuentran ocupados con lo externo, el ser humano se halla absorto en el ajetreado <mercado> de las complejidades de la materia, que interactúan constantemente dentro de la creación. Incluso cuando mantiene los ojos cerrados en la oración o está concentrado en otros pensamientos, el hombre permanece en el ámbito de la actividad. El verdadero desierto, donde ningún pensamiento mortal, deseo humano o inquietud puede importunarnos, se encuentra al trascender la mente sensorial, la mente subconsciente y la mente supraconsciente, es decir, al alcanzar la conciencia cósmica del Espíritu, el <desierto> increado e inexplorado de la Bienaventuranza Infinita. ...
... Entre todas las criaturas, el ser humano es el único cuyo cuerpo posee centros espirituales, en el cerebro y la médula espinal, que están dotados de conciencia divina y en los cuales tiene su tempo el Espíritu que ha descendido. Los yoguis conocen estos centros, y también San Juan (*) los conocía y los describió en el libro del Apocalipsis como los siete sellos, y como siete estrellas y siete iglesias, con sus siete ángeles y siete escuderos de oro.
Los tratados de yoga explican el despertar de los centros espinales no como algún tipo de aberración mística sino como un hecho puramente natural, común a todos los devotos que encuentran el camino hacia la presencia de Dios. Los principios del yoga no reconocen los límites artificiales de los <ismos> religiosos. El yoga es la ciencia universal para lograr la divina unión del alma con el Espíritu, del hombre con su Hacedor.
El yoga describe el modo preciso en que el Espíritu desciende de la Conciencia Cósmica a la materia y se expresa de forma individualizada en todos los seres, y cómo, en sentido inverso, la conciencia individualizada debe finalmente ascender de nuevo hacia el Espíritu.
Muchos son los senderos religiosos y las maneras de acercarse a Dios, pero todos conducen, en última instancia, a una única autopista que constituye el ascenso final hacia la unión con El. El camino para liberar el alma de los lazos que la atan a la conciencia mortal del cuerpo es idéntico para todos: se trata de la misma vía <recta> de la espina dorsal por la cual el alma descendió del Espíritu al cuerpo y la materia.
La verdadera naturaleza del ser humano es el alma, un rayo del Espíritu. Así como Dios es la Dicha siempre existente, siempre consciente y eternamente renovada, así también el alma, al hallarse encerrada en el cuerpo, es la Dicha individualizada siempre existente, siempre consciente y eternamente renovada. ...”.


(*) el Bautista


Antes de finalizar, quiero invitarlos y alentarlos para que cada uno emprenda el camino que lo lleve a encontrarse con ese “diamante perfecto” que se encuentra en su interior, en lo más profundo de su Corazón, en su auténtico y verdadero “SER”. La Dicha siempre existente, está esperando por nosotros. Un “acto salvavidas” que responde a nuestro clamor de S.O.S. en tiempos de crisis ...



 Bendiciones.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Erotismo y algo más ...


Habiendo concluido la lectura del libro titulado “Ama y no sufras” – Cómo disfrutar plenamente de la vida en pareja, del genial Walter Riso (cursó estudios universitarios de psicología, se especializó en terapia cognitiva y obtuvo una maestría en bioética; alterna el ejercicio de la cátedra universitaria con la publicación de textos científicos y de divulgación de diversos medios), una vez más siento la moción de compartir con todos ustedes, un fragmento que -a mi criterio y mientras nos encontramos en tránsito por este bendito planeta Tierra- retrata magistralmente uno de los tantos aspectos de nuestra experiencia de “Ser Humanos”.

Como bien dice en la contratapa del libro “el amor es la emoción más arrebatadora y vital de la existencia humana. Renunciar a él es vivir sin intensidad o no vivir. Entonces, ¿por qué sufrimos tanto por amor? Esta obra es un examen serio y riguroso en el que Walter Riso descubre los tres pilares fundamentales de toda relación sana y gratificante: deseo, amistad y compasión. El autor analiza la evolución natural de estos elementos a lo largo de la vida en pareja y sus posibles desequilibrios. Las soluciones que propone son una invitación a disfrutar del sentimiento amoroso sin dejar de lado la razón. Ama y no sufras aborda los imaginarios sociales acerca del amor ideal y la dependencia afectiva que generan. Sin embargo, desde un punto de vista realista, es posible dejar de estar solo y bien acompañado.”

Dispuestos a disfrutar de la lectura, los invito a que abran todos sus sentidos y dejen que cada palabra fluya en vuestros Corazones (página 146-151):

“... Si alguien me dijera <Te amaré toda la vida>, antes de ponerme contento, preguntaría: <¿De qué amor me hablas?>. Y luego agregaría: <Si te refieres al “amor como estado”, es decir, al amor pasional del eros, pensaría que te estás comprometiendo con algo que no vas a poder cumplir, que me estás tomando el pelo, o simplemente, que tienes una idea distorsionada o sobrevalorada del amor: demasiado optimista para mi gusto. Pero si a lo que aludes es al <amor en acto>, es decir, al amor trabajado, construido y ejecutado en el día a día (la philia), podría llegar a creerte, porque el cumplimiento de la promesa dependería de ti, de tu voluntad, y no de un sentimiento. ¿Podrías entonces aclararme a qué amor te refieres?>. Es probable que la persona interesada no volviera a aparecer. ... La philia es afecto declarado, evidenciado en el vínculo y, por esa razón, lo que se concreta es lo que finalmente define la amistad: eres amigo en la medida en que te comportas como tal, no basta con sentirlo. La philia se aprende y <se hace> sobre la marcha. No sólo <hacemos el amor>, también <hacemos la amistad> en términos afectivos. La experiencia de la amistad es tan reveladora en sí misma que no tenemos un lenguaje especial para explicar su desarrollo y afianzamiento. Si alguien nos dijera: <Ayer mi pareja y yo <hicimos la amistad>, compartimos una buena película, cocinamos juntos, nos reímos, cantamos, leímos poesía y nos confesamos algunos sueños no realizados aún>, pensaríamos que no está bien de la cabeza.

<Hacer la amistad>, de eso se trata la vida de pareja regulada por la philia. Es la alegría. ¿Alegría de qué? De que la persona amada ronde nuestra vida. <Amar es la alegría de que existas>, dice Comte-Sponville, inspirándose en Spinoza. Yo supongo que cuando dos personas coinciden en semejante declaración de amor, el universo entero tiembla, ya que el amor recíproco y coincidente siempre tiene algo de milagroso. Cuando cada uno se alegra de que el otro exista, ¿habrá mejor suerte, mayor dicha?.

Pablo era un hombre que pasaba por la temible crisis de los cuarenta. Se había casado hacía quince años y, aunque llevaba una vida relativamente aceptable con su esposa y sus dos hijos preadolescentes, sentía que la rutina le estaba tomando ventaja. Su mujer era una buena compañera, pero él necesitaba emociones más fuertes: <Ya no vibro, el tedio me consume. Ella es una excelente mujer pero nuesta vida es insulsa, sigue siendo atractiva, pero se ha perdido el encanto, no hay entusiasmo ni sorpresa. Todos los días son iguales: llego de trabajar, ella habla con sus amigas, y yo me pego al televisor o al ordenador; los sábados salimos a comer fuera, y los domingos vamos a casa de mis padres>. Unos meses antes, Pablo había conocido a una mujer catorce años más joven que él, mucho más fogosa y enérgica que su esposa, así que no tardó mucho en apegarse a ella. Poco a poco se fue alejando de su familia, hasta que un día decidió separarse de su mujer e irse a vivir con su joven amante, pero el cambio no fue fácil. Pese a los buenos pronósticos, la experiencia no resultó como él pensaba: no es lo mismo verse dos veces por semana en un motel de la mano del eros o escaparse un fin de semana a la playa a disfrutar del sol, que convivir con la persona a tiempo completo o, incluso, a tiempo parcial.
Después de algunas semanas de convivencia, Pablo hizo un descubrimiento que lo dejó de una pieza: ¡su nueva consorte le generaba estrés! Era demasiado acelerada, no entendía sus necesidades y parecía incansable en cuanto a diversión y placer se trataba; odiaba la televisión, lo mimaba poco y no era muy amable con sus amigos. La amaba más de cintura para abajo que de cintura para arriba. Muy pronto el eros comenzó a verse afectado.
Un día cualquiera fue a buscar a uno de sus hijos y su ex mujer lo invitó a pasar y le ofreció un café. Se quedó hablando un buen rato con ella e hizo un segundo descubrimiento tan sorprendente como el primero: ¡su esposa lo comprendía a la perfección! En una cita me dijo: <Mire, doctor, cuando hablé con mi mujer sentí alivio. Podía ser yo mismo, no tenía que esforzarme por aparentar nada; descubrí que ella me conoce al dedillo y, lo más importante, me acepta. Me sentí protegido, de regreso a casa, ¿me entiende? Además, estaba muy linda. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Algo renació entre nosotros…>.

Pablo volvió a su casa en menos de lo que canta un gallo. Al otro día estaba otra vez junto a su <nueva mujer>. ¿Qué había motivado su regreso? Era obvio que el motivo no era sexual ya que ésa había sido precisamente su queja inicial. Entonces ¿de qué atracción estamos hablando? La respuesta es la philia. La tranquilidad, el acuerdo tácito que guía a los amigos y nos hace sentir que somos aceptados a pesar de nuestros defectos.
Su esposa estaba dispuesta a generar <emociones más fuertes>, eso no es difícil de lograr si todavía hay algo de deseo, pero la amante no podía ofrecer lo otro, lo que se logra con los años: la sensación de estar <en casa> y con los amigos. Por eso y a eso volvió Pablo: al gozo de la amistad.

La amistad amorosa consiste en gozar de la persona amada sin angustia y con benevolencia: <Me alegra tu alegría, me complace verte feliz>. El amor compañero es el cariño que sentimos por aquellos con quienes nuestra vida está profundamente entrelazada.

… ¿Quién dijo que el compromiso voluntario que nace del <querer amistoso> es irreconciliable con la chispa del eros? O posiblemente ocurra todo lo contrario, ¿no será que el sexo maduro, el que surge de la buena convivencia, tiene la cualidad, el cuerpo y el aroma de los vinos añejos? No se trata de excluir la pasión del compromiso, sino de integrarlos en un amor más unificado y completo. Nadie niega que con el paso de los años la atracción física tiende a disminuir, pero tal como he dicho antes, la sal, el gusto por la relación, puede estar en muchos otros elementos.

… Se trata de los compañeros de a bordo, como decía Brassens en una de sus canciones. En los años sesenta la palabra <camarada> fue adoptada por el partido comunista para referirse a los que <militaban en el mismo bando y compartían las mismas ideas>. Esta es la dimensión política del amor: personas comprometidas con la misma causa, independientemente de que sean de derechas o de izquierdas. Suena bien.
Una <comunidad> es la asociación de dos o más individuos que tienen intereses comunes y que participan en una acción común. Entonces, la amistad amorosa es una comunidad afectiva de dos que se desean.

No solamente eres <mi amor>, lo cual es entendible y hasta lógico porque te amo, sino alguien más fundamental, más cercano, más philico: eres <mi compañero>. ¿Compañero de qué? De intimidad, de vida, de sueños. …”


Palabras de SABIDURIA. Palabras de VIDA. Palabras que invitan al AMOR. Palabras que conmueven los cimientos más profundos de nuestro SER. Palabras que nos animan a cuestionarnos, a indagar en nuestro CORAZON y a producir en cada uno de nosotros una “AUTENTICA Y VERDADERA TRANSFORMACION”.

Mi agradecimiento al UNIVERSO, DIOS (o como quiera llamarlo cada uno de acuerdo a su creencia) por el genio, el talento desplegado a través de este Maestro llamado Walter Riso:¡Gracias por existir!.

  
Bendiciones.