Habiendo
concluido la lectura del libro titulado “Ama y no sufras” – Cómo disfrutar
plenamente de la vida en pareja, del genial Walter Riso (cursó estudios
universitarios de psicología, se especializó en terapia cognitiva y obtuvo una
maestría en bioética; alterna el ejercicio de la cátedra universitaria con la
publicación de textos científicos y de divulgación de diversos medios), una vez
más siento la moción de compartir con todos ustedes, un fragmento que -a mi
criterio y mientras nos encontramos en tránsito por este bendito planeta
Tierra- retrata magistralmente uno de los tantos aspectos de nuestra
experiencia de “Ser Humanos”.
Como
bien dice en la contratapa del libro “el amor es la emoción más arrebatadora
y vital de la existencia humana. Renunciar a él es vivir sin intensidad o no
vivir. Entonces, ¿por qué sufrimos tanto por amor? Esta obra es un examen serio
y riguroso en el que Walter Riso descubre los tres pilares fundamentales de
toda relación sana y gratificante: deseo, amistad y compasión. El autor analiza
la evolución natural de estos elementos a lo largo de la vida en pareja y sus
posibles desequilibrios. Las soluciones que propone son una invitación a
disfrutar del sentimiento amoroso sin dejar de lado la razón. Ama y no sufras aborda
los imaginarios sociales acerca del amor ideal y la dependencia afectiva que
generan. Sin embargo, desde un punto de vista realista, es posible dejar de
estar solo y bien acompañado.”
Dispuestos
a disfrutar de la lectura, los invito a que abran todos sus sentidos y dejen
que cada palabra fluya en vuestros Corazones (página 146-151):
“...
Si alguien me dijera <Te amaré toda la vida>, antes de ponerme contento,
preguntaría: <¿De qué amor me hablas?>. Y luego agregaría: <Si te
refieres al “amor como estado”, es decir, al amor pasional del eros,
pensaría que te estás comprometiendo con algo que no vas a poder cumplir, que
me estás tomando el pelo, o simplemente, que tienes una idea distorsionada o
sobrevalorada del amor: demasiado optimista para mi gusto. Pero si a lo que
aludes es al <amor en acto>, es decir, al amor trabajado, construido y
ejecutado en el día a día (la philia), podría llegar a
creerte, porque el cumplimiento de la promesa dependería de ti, de tu voluntad,
y no de un sentimiento. ¿Podrías entonces aclararme a qué amor te
refieres?>. Es probable que la persona interesada no volviera a aparecer.
... La philia
es afecto declarado, evidenciado en el vínculo y, por esa razón, lo que se
concreta es lo que finalmente define la amistad: eres amigo en la medida en que
te comportas como tal, no basta con sentirlo. La philia
se aprende y <se hace> sobre la marcha. No sólo <hacemos el amor>,
también <hacemos la amistad> en términos afectivos. La experiencia de la
amistad es tan reveladora en sí misma que no tenemos un lenguaje especial para
explicar su desarrollo y afianzamiento. Si alguien nos dijera: <Ayer mi
pareja y yo <hicimos la amistad>, compartimos una buena película,
cocinamos juntos, nos reímos, cantamos, leímos poesía y nos confesamos algunos
sueños no realizados aún>, pensaríamos que no está bien de la cabeza.
<Hacer
la amistad>, de eso se trata la vida de pareja regulada por la philia.
Es la alegría. ¿Alegría de qué? De que la persona amada ronde nuestra vida.
<Amar es la alegría de que existas>, dice Comte-Sponville, inspirándose
en Spinoza. Yo supongo que cuando dos personas coinciden en semejante
declaración de amor, el universo entero tiembla, ya que el amor recíproco y
coincidente siempre tiene algo de milagroso. Cuando cada uno se alegra de que
el otro exista, ¿habrá mejor suerte, mayor dicha?.
Pablo
era un hombre que pasaba por la temible crisis de los cuarenta. Se había casado
hacía quince años y, aunque llevaba una vida relativamente aceptable con su
esposa y sus dos hijos preadolescentes, sentía que la rutina le estaba tomando
ventaja. Su mujer era una buena compañera, pero él necesitaba emociones más
fuertes: <Ya no vibro, el tedio me consume. Ella es una excelente mujer pero
nuesta vida es insulsa, sigue siendo atractiva, pero se ha perdido el encanto,
no hay entusiasmo ni sorpresa. Todos los días son iguales: llego de trabajar,
ella habla con sus amigas, y yo me pego al televisor o al ordenador; los
sábados salimos a comer fuera, y los domingos vamos a casa de mis padres>.
Unos meses antes, Pablo había conocido a una mujer catorce años más joven que
él, mucho más fogosa y enérgica que su esposa, así que no tardó mucho en
apegarse a ella. Poco a poco se fue alejando de su familia, hasta que un día
decidió separarse de su mujer e irse a vivir con su joven amante, pero el
cambio no fue fácil. Pese a los buenos pronósticos, la experiencia no resultó
como él pensaba: no es lo mismo verse dos veces por semana en un motel de la
mano del eros o escaparse un fin de semana a la playa a
disfrutar del sol, que convivir con la persona a tiempo completo o, incluso, a
tiempo parcial.
Después de algunas semanas de convivencia,
Pablo hizo un descubrimiento que lo dejó de una pieza: ¡su nueva consorte le
generaba estrés! Era demasiado acelerada, no entendía sus necesidades y parecía
incansable en cuanto a diversión y placer se trataba; odiaba la televisión, lo
mimaba poco y no era muy amable con sus amigos. La amaba más de cintura para
abajo que de cintura para arriba. Muy pronto el eros comenzó a verse afectado.
Un día cualquiera fue a buscar a uno de sus
hijos y su ex mujer lo invitó a pasar y le ofreció un café. Se quedó hablando un buen rato con ella e hizo un
segundo descubrimiento tan sorprendente como el primero: ¡su esposa lo comprendía
a la perfección! En una cita me dijo: <Mire, doctor, cuando hablé con mi
mujer sentí alivio. Podía ser yo mismo, no tenía que esforzarme por aparentar
nada; descubrí que ella me conoce al dedillo y, lo más importante, me acepta.
Me sentí protegido, de regreso a casa, ¿me entiende? Además, estaba muy linda.
Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Algo renació entre nosotros…>.
Pablo volvió a su casa en menos de lo que canta un
gallo. Al otro día estaba otra vez junto a su <nueva mujer>. ¿Qué había
motivado su regreso? Era obvio que el motivo no era sexual ya que ésa había
sido precisamente su queja inicial. Entonces ¿de qué atracción estamos
hablando? La respuesta es la philia.
La tranquilidad, el acuerdo tácito que guía a los amigos y nos hace sentir
que somos aceptados a pesar de nuestros defectos.
Su esposa estaba
dispuesta a generar <emociones más fuertes>, eso no es difícil de lograr
si todavía hay algo de deseo, pero la amante no podía ofrecer lo otro, lo que
se logra con los años: la sensación de estar <en casa> y con los amigos.
Por eso y a eso volvió Pablo: al gozo de la amistad.
La amistad amorosa
consiste en gozar de la persona amada sin angustia y con benevolencia: <Me
alegra tu alegría, me complace verte feliz>. El amor compañero es el cariño que
sentimos por aquellos con quienes nuestra vida está profundamente entrelazada.
… ¿Quién dijo que el
compromiso voluntario que nace del <querer amistoso> es irreconciliable
con la chispa del eros? O posiblemente ocurra
todo lo contrario, ¿no será que el sexo maduro, el que surge de la buena
convivencia, tiene la cualidad, el cuerpo y el aroma de los vinos añejos? No se
trata de excluir la pasión del compromiso, sino de integrarlos en un amor más
unificado y completo. Nadie niega que con el paso de los años la atracción
física tiende a disminuir, pero tal como he dicho antes, la sal, el gusto por
la relación, puede estar en muchos otros elementos.
… Se trata de los compañeros de a bordo, como decía Brassens
en una de sus canciones. En los años sesenta la palabra <camarada> fue
adoptada por el partido comunista para referirse a los que <militaban en el
mismo bando y compartían las mismas ideas>. Esta es la dimensión política
del amor: personas comprometidas con la misma causa, independientemente de que
sean de derechas o de izquierdas. Suena bien.
Una <comunidad>
es la asociación de dos o más individuos
que tienen intereses comunes y que participan en una
acción
común. Entonces, la amistad
amorosa es una comunidad afectiva de dos que se desean.
No solamente eres <mi amor>, lo cual es entendible y hasta lógico
porque te amo, sino alguien más fundamental, más cercano, más philico: eres <mi compañero>. ¿Compañero de qué? De intimidad, de vida, de
sueños. …”
Palabras de SABIDURIA. Palabras de VIDA.
Palabras que invitan al AMOR. Palabras que conmueven los cimientos más
profundos de nuestro SER. Palabras que
nos animan a cuestionarnos, a indagar en nuestro CORAZON y a producir en cada
uno de nosotros una “AUTENTICA Y VERDADERA TRANSFORMACION”.
Mi agradecimiento al UNIVERSO, DIOS (o como
quiera llamarlo cada uno de acuerdo a su creencia) por el genio, el talento
desplegado a través de este Maestro llamado Walter Riso:¡Gracias
por existir!.
Bendiciones.
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