Poco
-por no decir nada- sabía, hasta el presente, acerca de la existencia de quien
-en su paso por este bendito planeta Tierra- se conoció bajo el nombre de
Paramahansa Yogananda; autor del libro titulado “Autobiografía de un yogui”.
En estos momentos, me encuentro promediando la lectura del libro titulado “El
Yoga de Jesús”; el cual responde a una concisa recopilación de la magistral
obra publicada en dos volúmenes -y profusamente elogiada- de Yogananda, cuyo
título es “La Segunda Venida de Cristo: La Resurrección del Cristo que mora
en tu interior”.
Si
bien mis raíces responden a creencias provenientes de la religión Católica
Apostólica Romana, mi experiencia de Vida me ha llevado a abrir no sólo la
Mente sino también el Corazón, con el fin de llegar a un mayor conocimiento de
Dios (o como cada uno quiera llamarlo de acuerdo a su credo). Es precisamente
en ese camino de búsqueda, donde he tenido la fortuna de poder acceder a
lecturas que van enriqueciendo mis vivencias diarias. Mi eterna gratitud a
todos los Maestros que han pasado, pasan y pasarán por mi Vida. Sin ellos, este
tránsito nunca se hubiera producido.
Merced
a ello, me pareció oportuno acercarles algunas reflexiones que se encuentran en
el libro “El Yoga de Jesús”; más precisamente en las páginas 31 a 37,
donde podemos leer:
“...
La luz de Dios resplandece en todos por igual, pero a causa de la ilusoria
ignorancia no todos la reciben ni la reflejan del mismo modo. Los rayos del sol
inciden por igual sobre un trozo de carbón y sobre un diamante, pero sólo el
diamante recibe y refleja la luz con brillo esplendoroso. El carbono que forma
el trozo de carbón tiene la capacidad de convertirse en diamante. Lo único que
se requiere para lograr esta metamorfosis es someterlo a alta presión. Por eso
aquí se afirma que todos pueden ser como Cristo: todos aquellos que despejen su
conciencia a través de una vida moral y espiritual y, especialmente, mediante
la purificación que brinda la meditación, en la cual la rudimentaria mortalidad
se sublima hasta transformarse en la perfección inmortal del alma.
La
condición de hijo de Dios no es algo que deba adquirirse: más bien, se trata
solamente de recibir la luz de Dios y tomar conciencia de que El ya nos ha
conferido ese estado bienaventurado desde el momento mismo en que fuimos
creados. ...
... Los seres humanos son en esencia hijos de Dios, reflejos inmaculados del Padre que no han sido manchados por la ilusión, los cuales se han convertido en <hijos del hombre> al identificarse con el cuerpo y olvidar su origen en el Espíritu. Quien está cautivo de la ilusión es simplemente un mendigo en las calles del tiempo; pero así como Jesús recibió y reflejó -a través de su conciencia purificada- la divina filiación de la Conciencia Crística, así también todo ser humano, por medio de los métodos de meditación del yoga, puede purificar su mente y convertirse en una mentalidad diamantina apta para recibir y reflejar la luz de Dios. ...
... Los seres humanos son en esencia hijos de Dios, reflejos inmaculados del Padre que no han sido manchados por la ilusión, los cuales se han convertido en <hijos del hombre> al identificarse con el cuerpo y olvidar su origen en el Espíritu. Quien está cautivo de la ilusión es simplemente un mendigo en las calles del tiempo; pero así como Jesús recibió y reflejó -a través de su conciencia purificada- la divina filiación de la Conciencia Crística, así también todo ser humano, por medio de los métodos de meditación del yoga, puede purificar su mente y convertirse en una mentalidad diamantina apta para recibir y reflejar la luz de Dios. ...
...
Cuando los sentidos se encuentran ocupados con lo externo, el ser humano se
halla absorto en el ajetreado <mercado> de las complejidades de la
materia, que interactúan constantemente dentro de la creación. Incluso cuando
mantiene los ojos cerrados en la oración o está concentrado en otros
pensamientos, el hombre permanece en el ámbito de la actividad. El verdadero
desierto, donde ningún pensamiento mortal, deseo humano o inquietud puede importunarnos,
se encuentra al trascender la mente sensorial, la mente subconsciente y la
mente supraconsciente, es decir, al alcanzar la conciencia cósmica del
Espíritu, el <desierto> increado e inexplorado de la Bienaventuranza
Infinita. ...
...
Entre todas las criaturas, el ser humano es el único cuyo cuerpo posee centros
espirituales, en el cerebro y la médula espinal, que están dotados de
conciencia divina y en los cuales tiene su tempo el Espíritu que ha descendido.
Los yoguis conocen estos centros, y también San Juan (*)
los conocía y los describió en el libro del Apocalipsis como los siete sellos,
y como siete estrellas y siete iglesias, con sus siete ángeles y siete
escuderos de oro.
Los
tratados de yoga explican el despertar de los centros espinales no como algún
tipo de aberración mística sino como un hecho puramente natural, común a todos
los devotos que encuentran el camino hacia la presencia de Dios. Los principios
del yoga no reconocen los límites artificiales de los <ismos> religiosos.
El yoga es la ciencia universal para lograr la divina unión del alma con el
Espíritu, del hombre con su Hacedor.
El
yoga describe el modo preciso en que el Espíritu desciende de la Conciencia
Cósmica a la materia y se expresa de forma individualizada en todos los seres,
y cómo, en sentido inverso, la conciencia individualizada debe finalmente
ascender de nuevo hacia el Espíritu.
Muchos
son los senderos religiosos y las maneras de acercarse a Dios, pero todos
conducen, en última instancia, a una única autopista que constituye el ascenso
final hacia la unión con El. El camino para liberar el alma de los lazos que la
atan a la conciencia mortal del cuerpo es idéntico para todos: se trata de la
misma vía <recta> de la espina dorsal por la cual el alma descendió del
Espíritu al cuerpo y la materia.
La
verdadera naturaleza del ser humano es el alma, un rayo del Espíritu. Así como
Dios es la Dicha siempre existente, siempre consciente y eternamente renovada,
así también el alma, al hallarse encerrada en el cuerpo, es la Dicha
individualizada siempre existente, siempre consciente y eternamente renovada.
...”.
(*)
el Bautista
Antes
de finalizar, quiero invitarlos y alentarlos para que cada uno emprenda el
camino que lo lleve a encontrarse con ese “diamante perfecto” que se encuentra
en su interior, en lo más profundo de su Corazón, en su auténtico y verdadero
“SER”. La Dicha siempre existente, está esperando por nosotros. Un “acto
salvavidas” que responde a nuestro clamor de S.O.S. en tiempos de crisis ...
Bendiciones.
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