miércoles, 6 de marzo de 2013

Yo no vendí mi Ferrari ... ¡sencillamente porque no la tenía!


“... Se derrumbó en mitad de una atestada sala de tribunal. Era uno de los más sobresalientes abogados procesales de este país. Era también un hombre tan conocido por los trajes italianos de tres mil dólares que vestían su bien alimentado cuerpo como por su extraordinaria carrera de éxitos profesionales ... El gran Julián Mantle se retorcía como un niño indefenso postrado en el suelo, temblando, tiritando y sudando como un maníaco. ... Yo había conocido a Julián Mantle hacía diecisiete años, cuando uno de sus socios me contrató como interino durante el verano siendo yo estudiante de derecho. Por aquel entonces Julián lo tenía todo. Era un brillante, apuesto y temible abogado con delirios de grandeza. Julián era la joven estrella del bufete, el gran hechicero. ... Julián, fiel a su lema, era un hombre duro, dinámico y siempre dispuesto a trabajar dieciocho horas diarias para alcanzar el éxito que, estaba convencido, era su destino. Oí decir que su abuelo fue un destacado senador y su padre un reputado juez federal. Así pues, venía de buena familia y grandes eran las expectativas que soportaban sus espaldas vestidas de Armani. Pero he de admitir una cosa: Julián corría su propia carrera. Estaba resuelto a hacer las cosas a su modo ... y le encantaba lucirse.

El extravagante histrionismo de Julián en los tribunales solía ser noticia de primera página. Los ricos y los famosos se arrimaban a él siempre que necesitaban los servicios de un soberbio estratega con un deje de agresividad. Sus actividades extracurriculares también eran conocidas: las visitas nocturnas a los mejores restaurantes de la ciudad con despampanantes top-models, las escaramuzas etílicas con la bulliciosa banda de brokers que él llamaba su <equipo de demolición>, tomaron aires de leyenda entre sus colegas.

Todavía no entiendo por qué me eligió a mí como ayudante para aquel sensacional caso de asesinato que él iba a defender durante el verano. Aunque me había licenciado en la facultad de derecho de Harvard, su alma máter, yo no era ni de lejos el mejor interino del bufete y en mi árbol genealógico no había el menor rastro de sangre azul. ... El caso es que me prefirió a mí antes que a los que habían cabildeado calladamente para tener el privilegio de ser su factótum legal en lo que se acabó llamando <el no va más de los procesos por asesinato>. Julián dijo que le gustaba mi <avidez>. Ganamos el caso, por supuesto, y el ejecutivo que había sido acusado de matar brutalmente a su mujer estaba ahora en libertad (dentro de lo que le permitía su desordenada conciencia, claro está). ...

... Por invitación de Julián, me quedé en el bufete en calidad de asociado y pronto iniciamos una amistad duradera. Admito que no era fácil trabajar con él. Ser su ayudante solía convertirse en un ejercicio de frustración, lo que comportaba más de una pelea a gritos a altas horas de la noche. O lo hacías a su modo o te quedabas en la calle. Julián no podía equivocarse nunca. Sin embargo, bajo aquella irritable envoltura había una persona que se preocupaba de verdad por los demás. ...

... Pero el tiempo pasaba y, a medida que se extendía su fama de abogado brillante, su cuota de trabajo no dejaba de aumentar. Los casos eran cada vez mayores y mejores, y Julián, que era de los que nunca se amilanan, continuó forzando la máquina. En sus escasos momentos de tranquilidad, reconocía que no era capaz de dormir más de dos horas seguidas sin despertar sintiéndose culpable de no estar trabajando en un caso. Pronto me di cuenta de que a Julián le consumía la ambición: necesitaba más prestigio, más gloria, más dinero. ... Consiguió todo cuanto la mayoría de la gente puede desear: una reputación profesional de campanillas con ingresos millonarios, una mansión espectacular en el barrio preferido de los famosos, un avión privado, una casa de vacaciones en una isla tropical y su más preciada posesión: un reluciente Ferrari rojo aparcado en su camino particular. ...

... Cuanto más tiempo pasaba con Julián, más me daba cuenta de que se estaba hundiendo progresivamente. Parecía tener un deseo de muerte. Nada le satisfacía. Al final su matrimonio fracasó, ya no hablaba con su padre y, aunque lo tenía todo, aún no había encontrado lo que estaba buscando. Y eso se le notaba emocional, física y espiritualmente. A su cincuenta y tres años, Julián tenía aspecto de septuagenario. Su rostro era un mar de arrugas, un tributo nada glorioso a su implacable enfoque existencial en general y al tremendo estrés de su vida privada. Las cenas a altas horas de la noche en restaurantes franceses, fumando gruesos habanos y bebiendo un cognac tras otro, le habían dejado más que obeso. Se quejaba constantemente de que estaba enfermo y cansado de estar enfermo y cansado. Había perdido el sentido del humor y ya no parecía reírse nunca. Su carácter antaño entusiasta se había vuelto mortalmente taciturno. Creo que su vida había perdido el rumbo  Lo más triste, quizá, fue que Julián había perdido también su pericia profesional. ...

... En la caída de Julián había algo más que una conexión oxidada con su modus vivendi. Antes de que yo empezara a trabajar en el bufete, él había sufrido una gran tragedia. Algo realmente monstruoso le había sucedido, según decía uno de sus socios, pero no conseguí que nadie me lo contara. ... Sentía curiosidad, por supuesto, pero sobre todo quería ayudarle. Julián no sólo era mi mentor, sino mi amigo.

Y entonces ocurrió: el ataque cardíaco devolvió a la tierra al divino Julián Mantle y lo asoció de nuevo a su calidad de mortal. Justo en medio de la sala número siete, un lunes por la mañana, la misma sala de tribunal donde él había ganado el <no va más de los procesos por asesinato>. ...


El texto que acaban de leer fue extraído del libro titulado “El monje que vendió su Ferrari” -páginas 15 a 21- cuya autoría responde a Robin S. Sharma (profesor de derecho con una distinguida carrera como abogado en Estados Unidos; autoridad mundial en autoliderazgo, también autor de “MegaLiving!”, “The Gandhi Factor”, “Descubre tu destino con el monje que vendió su Ferrari” -entre otras publicaciones-; conferenciante y director de seminarios). Por causalidad, este libro llegó a mi de la mano de un gran amigo: Rubens. Fue suficiente que leyera el título del mismo, para que diera inmediata lectura a tan intrigante propuesta literaria. Una historia imperdible. Una VERDAD sin lugar a dudas. Para todos aquellos que deseen hacer de su Vida “UN MILAGRO DIARIO”; para todos aquellos que quieran recuperar o conservar en su Vida “LA MAGIA DEL VIVIR”; para todos aquellos que se encuentren en una encrucijada en su Vida y necesiten imperiosamente tomar una sabia decisión en cuanto al “CAMINO QUE CONDUCE A LA FELICIDAD”, se recomienda la lectura de este libro y la puesta en práctica de “Las 7 virtudes imperecederas de la vida esclarecida”, que -a modo de resumen- se detallan al final del mismo.


Bendiciones.

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