“... Se derrumbó en mitad de una atestada
sala de tribunal. Era uno de los más sobresalientes abogados procesales de este
país. Era también un hombre tan conocido por los trajes italianos de tres mil
dólares que vestían su bien alimentado cuerpo como por su extraordinaria
carrera de éxitos profesionales ... El gran Julián Mantle se retorcía como un
niño indefenso postrado en el suelo, temblando, tiritando y sudando como un
maníaco. ... Yo había conocido a Julián Mantle hacía diecisiete años, cuando
uno de sus socios me contrató como interino durante el verano siendo yo
estudiante de derecho. Por aquel entonces Julián lo tenía todo. Era un
brillante, apuesto y temible abogado con delirios de grandeza. Julián era la
joven estrella del bufete, el gran hechicero. ... Julián, fiel a su lema, era
un hombre duro, dinámico y siempre dispuesto a trabajar dieciocho horas diarias
para alcanzar el éxito que, estaba convencido, era su destino. Oí decir que su abuelo
fue un destacado senador y su padre un reputado juez federal. Así pues, venía
de buena familia y grandes eran las expectativas que soportaban sus espaldas
vestidas de Armani. Pero he de admitir una cosa: Julián corría su propia
carrera. Estaba resuelto a hacer las cosas a su modo ... y le encantaba lucirse.
El
extravagante histrionismo de Julián en los tribunales solía ser noticia de
primera página. Los ricos y los famosos se arrimaban a él siempre que
necesitaban los servicios de un soberbio estratega con un deje de agresividad.
Sus actividades extracurriculares también eran conocidas: las visitas nocturnas
a los mejores restaurantes de la ciudad con despampanantes top-models, las
escaramuzas etílicas con la bulliciosa banda de brokers que él llamaba su
<equipo de demolición>, tomaron aires de leyenda entre sus colegas.
Todavía
no entiendo por qué me eligió a mí como ayudante para aquel sensacional caso de
asesinato que él iba a defender durante el verano. Aunque me había licenciado
en la facultad de derecho de Harvard, su alma máter, yo no era ni de lejos el
mejor interino del bufete y en mi árbol genealógico no había el menor rastro de
sangre azul. ... El caso es que me prefirió a mí antes que a los que habían
cabildeado calladamente para tener el privilegio de ser su factótum legal en lo
que se acabó llamando <el no va más de los procesos por asesinato>.
Julián dijo que le gustaba mi <avidez>. Ganamos el caso, por supuesto, y
el ejecutivo que había sido acusado de matar brutalmente a su mujer estaba ahora
en libertad (dentro de lo que le permitía su desordenada conciencia, claro
está). ...
...
Por invitación de Julián, me quedé en el bufete en calidad de asociado y pronto
iniciamos una amistad duradera. Admito que no era fácil trabajar con él. Ser su
ayudante solía convertirse en un ejercicio de frustración, lo que comportaba
más de una pelea a gritos a altas horas de la noche. O lo hacías a su modo o te
quedabas en la calle. Julián no podía equivocarse nunca. Sin embargo, bajo
aquella irritable envoltura había una persona que se preocupaba de verdad por
los demás. ...
...
Pero el tiempo pasaba y, a medida que se extendía su fama de abogado brillante,
su cuota de trabajo no dejaba de aumentar. Los casos eran cada vez mayores y
mejores, y Julián, que era de los que nunca se amilanan, continuó forzando la
máquina. En sus escasos momentos de tranquilidad, reconocía que no era capaz de
dormir más de dos horas seguidas sin despertar sintiéndose culpable de no estar
trabajando en un caso. Pronto me di cuenta de que a Julián le consumía la
ambición: necesitaba más prestigio, más gloria, más dinero. ... Consiguió todo
cuanto la mayoría de la gente puede desear: una reputación profesional de
campanillas con ingresos millonarios, una mansión espectacular en el barrio
preferido de los famosos, un avión privado, una casa de vacaciones en una isla
tropical y su más preciada posesión: un reluciente Ferrari rojo aparcado en su
camino particular. ...
...
Cuanto más tiempo pasaba con Julián, más me daba cuenta de que se estaba
hundiendo progresivamente. Parecía tener un deseo de muerte. Nada le
satisfacía. Al final su matrimonio fracasó, ya no hablaba con su padre y,
aunque lo tenía todo, aún no había encontrado lo que estaba buscando. Y eso se
le notaba emocional, física y espiritualmente. A su cincuenta y tres años,
Julián tenía aspecto de septuagenario. Su rostro era un mar de arrugas, un
tributo nada glorioso a su implacable enfoque existencial en general y al
tremendo estrés de su vida privada. Las cenas a altas horas de la noche en
restaurantes franceses, fumando gruesos habanos y bebiendo un cognac tras otro,
le habían dejado más que obeso. Se quejaba constantemente de que estaba enfermo
y cansado de estar enfermo y cansado. Había perdido el sentido del humor y ya no
parecía reírse nunca. Su carácter antaño entusiasta se había vuelto mortalmente
taciturno. Creo que su vida había perdido el rumbo Lo más triste, quizá, fue que Julián había perdido también su
pericia profesional. ...
...
En la caída de Julián había algo más que una conexión oxidada con su modus
vivendi. Antes de que yo empezara a trabajar en el bufete, él había sufrido una
gran tragedia. Algo realmente monstruoso le había sucedido, según decía uno de
sus socios, pero no conseguí que nadie me lo contara. ... Sentía curiosidad,
por supuesto, pero sobre todo quería ayudarle. Julián no sólo era mi mentor,
sino mi amigo.
Y
entonces ocurrió: el ataque cardíaco devolvió a la tierra al divino Julián
Mantle y lo asoció de nuevo a su calidad de mortal. Justo en medio de la sala
número siete, un lunes por la mañana, la misma sala de tribunal donde él había
ganado el <no va más de los procesos por asesinato>. ...
El
texto que acaban de leer fue extraído del libro titulado “El monje que
vendió su Ferrari” -páginas 15 a 21- cuya autoría responde a Robin S.
Sharma (profesor de derecho con una distinguida carrera como abogado en Estados
Unidos; autoridad mundial en autoliderazgo, también autor de “MegaLiving!”,
“The Gandhi Factor”, “Descubre tu destino con el monje que vendió su Ferrari”
-entre otras publicaciones-; conferenciante y director de seminarios). Por
causalidad, este libro llegó a mi de la mano de un gran amigo: Rubens. Fue
suficiente que leyera el título del mismo, para que diera inmediata lectura a
tan intrigante propuesta literaria. Una historia imperdible. Una VERDAD sin
lugar a dudas. Para todos aquellos que deseen hacer de su Vida “UN MILAGRO
DIARIO”; para todos aquellos que quieran recuperar o conservar en su Vida “LA
MAGIA DEL VIVIR”; para todos aquellos que se encuentren en una encrucijada en
su Vida y necesiten imperiosamente tomar una sabia decisión en cuanto al
“CAMINO QUE CONDUCE A LA FELICIDAD”, se recomienda la lectura de este libro y
la puesta en práctica de “Las 7 virtudes imperecederas de la vida
esclarecida”, que -a modo de resumen- se detallan al final del mismo.
Bendiciones.
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