lunes, 24 de junio de 2013

“Educar” en tiempos difíciles…


En esta oportunidad quiero compartir con todos ustedes, algunos párrafos extraídos del libro titulado “Educar, elegir la vida” – Propuestas para tiempos difíciles cuya autoría corresponde al Cardenal Jorge M. Bergoglio (en la actualidad Papa Francisco I). Como bien dice en la contratapa del libro: “¿Cuánto podemos caminar sin un rumbo definido? ¿A dónde llegar si una meta no orienta nuestros pasos? Son los tiempos de crisis los que revelan con veracidad de qué madera estamos hechos. Son ellos los que despiertan con urgencia las voces que devuelven el sentido. Por eso, estos mensajes del Cardenal Bergoglio a las comunidades educativas porteñas adquieren una singular relevancia en estos tiempos difíciles que atraviesa la Argentina. Los mismos están acompañados de propuestas para su trabajo a nivel personal y grupal. Educar, elegir la vida descubre a un hombre de Dios profundamente comprometido con la suerte de sus hermanos, a la vez que alienta a los educadores en la tarea de formar hombres nuevos para nuestra patria”. Sin lugar a dudas, una lectura altamente recomendada para todos aquellos educadores que sientan el anhelo de seguir evolucionando, merced -en esta oportunidad- al valioso aporte de Sabiduría que -en mi opinión- conllevan las reflexiones y referencias contenidas en el libro; recomendación que también hago extensiva -incluso- a quienes no se desempeñan en la educación. El libro contiene, además, “claves de lectura para trabajar a solas o en grupo” que invitan a una reflexión “madura y adulta”.  

(página 14 a 20) “… La creencia de que el mundo es perfectible y de que la persona humana tiene recursos para alcanzar una vida más plena alimenta toda construcción utópica. Pero dicha creencia va de la mano con una búsqueda concreta de mediaciones para que ese ideal sea realizable. Porque si bien el término utopía literalmente remite a algo que está “en ningún lugar”, algo que no existe de un modo localizable, no por eso apunta a una completa alienación respecto de la realidad histórica. Por el contrario, se plantea como un desarrollo posible, aunque por el momento imaginado. Anotemos este punto: algo que no existe aún, algo nuevo, pero hacia lo cual hay que dirigirse a partir de lo que hay. De ese modo, todas las utopías incluyen una descripción de una sociedad ideal, pero también un análisis de los mecanismos o estrategias que la podrían hacer posible. Diríamos que es una proyección hacia el futuro que tiende a volver al presente buscando sus caminos de posibilidad, en este orden: primero, el ideal, delineado vívidamente, luego, ciertas mediaciones que hipotéticamente lo harían viable.


Pero además, en su ida y vuelta a partir del presente, se apoya fundamentalmente en la negación de los aspectos no deseados de la realidad actual. Brota del rechazo (no visceral sino inteligente) de una situación considerada como mala, injusta, deshumanizadora, alienante, etc. En este sentido, hay que señalar que la utopía propone lo nuevo… pero sin liberarse nunca de lo actual. Perfila la expectativa de la novedad desde la percepción actual de lo que sería deseable si pudiéramos liberarnos de los factores que nos oprimen, de las tendencias que nos impiden acceder a algo superior. Por dos lados distintos, entonces, vemos la indisoluble ligazón entre lo futuro deseado y lo presente soportado. La utopía no es pura fantasía: también es crítica de la realidad y búsqueda de nuevos caminos.
  
En ese rechazo de lo actual en pos de otro mundo posible, articulado como un salto al futuro que debe después hallar sus caminos para hacerse viable, tiene dos serios límites: primero, cierta cualidad <loca>, propia de su carácter fantástico o imaginario que, al poner el acento en esa dimensión y no en los aspectos pragmáticos de su construcción, puede convertirla en un mero sueño, un deseo imposible. Algo de eso resuena en cierto uso actual, realista, del término. El segundo límite: en su rechazo de lo actual y deseo de instalar algo nuevo, puede recaer en un autoritarismo más feroz e intransigente que aquello que se quería superar. ¿Cuántos ideales utópicos no han dado lugar, en la historia de la humanidad, a todo tipo de injusticias, intolerancias, persecuciones, atropellos y dictaduras de diversos signos?


Pues bien: justamente son estos dos límites del pensamiento utópico los que han provocado su descrédito en la actualidad; ya sea por un pretendido realismo que se ata a lo posible, entendiendo eso posible como el solo juego de las fuerzas dominantes descartando la capacidad humana de crear realidad a partir de una aspiración ética; ya sea por el hartazgo ante las promesas de ciertos mundos nuevos que, en el último siglo, sólo han traído más sufrimiento a los pueblos.
  
Y aquí podemos volver a leer La Ciudad de Dios. La utopía, tal como la conocemos, es una construcción típicamente moderna (si bien hunde sus raíces en los movimientos milenaristas que atravesaron la segunda mitad de la Edad Media). Pero San Agustín, al plantear su esquema de las “dos ciudades” (la ciudad de Dios, regida por el amor, y la ciudad terrena, por el egoísmo) inextricablemente yuxtapuesta en la historia secular, nos ofrece algunas claves para ubicar la relación entre novedad y continuidad, que es justamente el punto crítico del pensamiento utópico y la clave de toda creatividad histórica. En efecto: la Ciudad de Dios es, en primer lugar, una crítica a la concepción que sacralizaba el poder político y el statu quo. Todo imperio de la antigüedad se apoyaba en este tipo de creencia. La religión formaba parte esencial de toda construcción simbólica e imaginaria que sostenía la sociedad desde un poder sacralizado. Y esto no era sólo cuestión de los paganos: una vez que el cristianismo fue adoptado como religión del Imperio Romano, se fue conformando una teología oficial que sostenía esa realidad política como si fuera ya el Reino de Dios consumado en la tierra. …


… La creatividad histórica, entonces, desde una perspectiva cristiana, se rige por la parábola del trigo y la cizaña. Es necesario proyectar utopías, y al mismo tiempo es necesario hacerse cargo de lo que hay. No existe el “borrón y cuenta nueva”. Ser creativos no es tirar por la borda todo lo que constituye la realidad actual, por más limitada, corrupta y desgastada que ésta se presente. No hay futuro sin presente y sin pasado: la creatividad implica también memoria y discernimiento, ecuanimidad y justicia, prudencia y fortaleza. Si vamos a tratar de aportar algo a nuestra Patria desde el lugar de la educación, no podemos perder de vista ambos polos: el utópico y el realista, porque ambos son parte integrante de la creatividad histórica. Debemos animarnos a lo nuevo, pero sin tirar a la basura lo que otros (e incluso nosotros mismos) han construido con esfuerzo. …"

(página 33 a 34) "… Si se acepta que algunos sí y otros no, queda la puerta abierta para todas las aberraciones que vengan después. Y esto es, también, un punto central de la creatividad que buscamos. La capacidad de mirar siempre qué pasa con el lado que no se tuvo en cuenta en los cálculos. Volver a mirar, a ver si no quedó nadie afuera, nadie olvidado. Por muchos motivos. Primero, porque en la lógica cristiana, todo hombre debe tener su lugar y cada uno es imprescindible. Segundo, porque una sociedad excluyente es, en realidad, una sociedad potencialmente enemiga de todos. Y tercero, porque aquel que fue olvidado no se va a resignar tan fácilmente. Si no pudo entrar por la puerta, tratará de hacerlo por la ventana. Resultado: la bella sociedad excluyente y amnésica tendrá que volverse más y más represiva, para evitar que los Lázaros que dejó afuera puedan meterse a manotear algo de la mesa de Epulón.


Pues bien, una imprescindible misión de todo educador cristiano es apostar a la inclusión, trabajar por la inclusión. ¿No ha sido una práctica antiquísima de la Iglesia llevar la educación a los más olvidados? ¿No han sido creadas con ese objetivo muchas congregaciones y obras educativas? ¿Hemos sido siempre consecuentes con esta vocación de servicio e inclusión? ¿Qué vientos nos hicieron perder este norte evangélico? Porque la Iglesia también sueña con brindar educación gratuita a todos los que deseen recibir sus servicios, especialmente los más pobres. Pero ¿dónde nos deja eso a nosotros?. …”



Preguntas en busca de respuestas. Interrogantes que invitan a replanteos y a cambiar la mirada. Caminos que aún esperan ser transitados. Hay mucho por hacer. Hoy es un buen día para animarnos…




Bendiciones.



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