Habiéndome
adentrado en la lectura del libro “Volver al amor” cuya autoría
corresponde a Marianne Williamson (auténtica celebridad en Estados Unidos,
donde expone sus ideas sobre espiritualidad y enseña los principios básicos de Un curso de milagros.
Es fundadora de organizaciones sin ánimo de lucro que proporcionan servicios no
médicos a personas con enfermedades graves) y del cual ya les he acercado
algunas reflexiones en un compartir anterior, nuevamente me siento motivada para
citarles otro texto que -a mi entender- contiene una sabiduría y una riqueza de
Vida absolutamente imperdible. En un tema tan fundamental como lo es el de las
“relaciones matrimoniales”, el aporte que Marianne nos acerca en las páginas
177 a 186 -desde mi punto de vista- resulta de capital importancia a los
efectos de realizar un profundo análisis de nuestros sentimientos, conceptos
y/o vivencias habidas con respecto al “matrimonio”.
Comienza
el texto con el título de “El matrimonio” y, seguidamente, nos dice que:
“<Juntos asumisteis la empresa de
invitar al Espíritu Santo a formar parte de nuestra relación.>
Al matrimonio, como a todo lo demás,
tanto lo puede usar el ego como el Espíritu Santo. Su contenido no está nunca
predeterminado. Es un organismo viviente que continuamente refleja las opciones
de los individuos que lo forman.
Muy
poco hay en este mundo que siga siendo sagrado, pero hay algo que debe ser
tratado con reverencia para que la trama moral del mundo no se desintegre: un
acuerdo entre dos personas. Un matrimonio iluminado es un compromiso para
participar en el proceso de recíproco crecimiento y mutuo respeto, compartiendo
el objetivo común de servir a Dios.
Un
hombre me contó una vez que su relación con su ex mujer funcionó estupendamente
durante el primer año que vivieron juntos. En aquella época ambos participaban
activamente en una organización dedicada al crecimiento personal, pero cuando la
abandonaron, el matrimonio se fue a pique. De todos modos, esto no significa
que el matrimonio no tuviera nada a su favor, sino que más bien revela la
importancia de un contexto mayor que las preocupaciones personales de uno de
los miembros de la pareja e incluso de los dos.
¿Por
qué el matrimonio es un compromiso más profundo que otras formas de relación,
como la de una pareja que simplemente convive? Porque es un acuerdo en el
sentido de que, por más que pueda haber una buena cantidad de sacudidas y
gritos, nadie se irá dando un portazo. Ambos tenemos la seguridad de que
podemos expresar cualquier emoción que brote de nuestras profundidades -y si
somos honestos-, de que hacerlo en este ámbito es seguro. Nadie se irá.
El
compromiso del matrimonio se declara públicamente. Cuando hay invitados a la
boda y la ceremonia es religiosa, se cumple con un ritual en el que las
plegarias colectivas forman un círculo de luz y de protección en torno de la
relación.
Un
matrimonio es un regalo de Dios para un hombre y una mujer, un regalo que
después Le ha devuelto. La esposa de un hombre es literalmente un regalo que le
hace Dios. El esposo de una mujer es el regalo que le hace Dios. Pero los
regalos de Dios siempre son para todos. Por lo tanto, se supone que un
matrimonio ha de ser una bendición para el mundo, porque es un contexto en el
que dos personas pueden llegar a ser más de lo que habrían sido solas. Para el
mundo entero es una bendición la presencia de gente sanada. Uno de los
ejercicios del Libro de ejercicios
reza así: <Cuando me curo, no soy el único que se cura>.
El
apoyo y el perdón de nuestra pareja nos permiten situarnos más magníficamente
en el mundo. Un curso de milagros
nos dice que el amor no ha de ser exclusivo, sino inclusivo. Hace varios años
se popularizó una canción cuyo estribillo decía: <Tú y yo contra el
mundo>. Si alguna vez un hombre me dijera eso, yo le diría que me cambio de
lado. No nos casamos para escapar del mundo, sino para sanarlo y unirlo.
Bajo
la guía del Espíritu Santo, un matrimonio se compromete a crear un contexto en
el que los recursos individuales de cada uno, tanto materiales como emocionales
y espirituales, estén puestos al servicio del otro. Lo que demos recibiremos.
Servicio no significa sacrificio de uno mismo, sino dar a las necesidades de
otra persona la misma importancia que a las nuestras. El ego insiste en que una
persona gane a expensas de la otra. El Espíritu Santo entra en cualquier
situación llevando el triunfo a cada uno de los que participan en ella. En el
matrimonio tenemos una maravillosa oportunidad de ver a través del espejismo de
las necesidades separadas. La pareja no ha de pensar solamente en lo que es
bueno para él o ella, sino en lo que es bueno para los dos. Esta es una de las
muchas maneras en que el matrimonio puede colaborar en la sanación del Hijo de
Dios.
Como
sucede con todo, la clave del éxito de un matrimonio es la percepción
consciente de Dios. El matrimonio Le es ofrecido para que lo use para Sus
propios fines.
Es verdad el refrán que dice que la
familia que reza unida se mantiene unida. El matrimonio iluminado incluye la
presencia de un tercero místico. Se pide al Espíritu Santo que guíe las
percepciones, los pensamientos, los sentimientos y las acciones para que en
esto, como en todas las cosas, se haga la voluntad de Dios así en la tierra
como en el Cielo. ...”
Espero que hayan ustedes disfrutado de
esta lectura tanto como yo lo he hecho. Poco y nada quedaría por agregar;
aunque sería oportuno -tal vez- recordar unas célebres palabras que dicen: “no
separe el hombre lo que Dios ha unido”. TODOS SOMOS UNO. TODO ES UNO.
Bendiciones.