A poco de comenzar a leer el libro titulado “Volver al amor”
me sentí inspirada a compartir, con ustedes, algunas reflexiones contenidas en
el mismo. La autoría de tan magnífica obra -cuya lectura recomiendo-
corresponde a Marianne Williamson (auténtica celebridad en Estados Unidos,
donde expone sus ideas sobre espiritualidad y enseña los principios básicos de Un curso de milagros.
Es fundadora de organizaciones sin ánimo de lucro que proporcionan servicios no
médicos a personas con enfermedades graves). Su genuino talento para trasmitir
las efusiones que el Espíritu infunde en todos los Seres Humanos (sin
distinción alguna) y su expresión abierta a la hora de relatar experiencias de
su propia existencia, invitan a aquietar nuestra Mente y a re-conectarnos con
nuestro Corazón, dejando una estela de Paz a medida que vamos adentrándonos en
la naturaleza de nuestro verdadero SER.
Como bien dice en la contratapa del libro: “Con los años hemos ido perdiendo la enorme capacidad de amar, nos
alejamos del poder de la imaginación y de la fe en los milagros de que
disfrutan los niños. Lo hemos ido sustituyendo por normas, obligaciones y
obsesiones que nos impiden ser felices. Volver al amor es
una guía espiritual para recuperar esa capacidad perdida, para regresar al
prodigio de nuestro nacimiento, para aceptar el amor que nos hemos estado
negando. A partir de su experiencia en Un curso de milagros,
Marianne Williamson da un nuevo sentido a la terminología religiosa y busca su
esencia, su significado más íntimo y profundo. Con su guía, podremos acercar lo
milagroso a los problemas de cada día, el trabajo, la salud, las relaciones
personales...”
“Tu santidad invierte todas las leyes del
mundo. Está más allá de cualquier restricción de tiempo, espacio, distancia,
así como de cualquier clase de límite”.
Esta expresión puede leerse en la introducción que se
encuentra en el capítulo 5, titulado Los milagros; precediendo al texto que bajo la
denominación El perdón, nos acerca otra expresión tan cierta como la
anterior:
“Ante el glorioso Resplandor del Reino,
la culpabilidad se desvanece, y habiéndose transformado en bondad, ya nunca
volverá a ser lo que fue.”
En las páginas 79 a 84, descubrimos que:
“<Los
milagros ocurren naturalmente como expresiones de amor>. Reflejan un cambio
en nuestra manera de pensar, un cambio que libera el poder de la mente hacia
los procesos de sanación y rectificación.
Esta sanación
asume muchas formas. A veces, un milagro es un cambio en las condiciones
materiales, como puede ser una cura física. Otras veces es un cambio
psicológico o emocional. Y no tanto un cambio en una situación objetiva -aunque
con frecuencia también eso ocurra- como en la forma en que nosotros la
percibimos. Lo que cambia es, principalmente, la manera como se nos aparece en
la mente una experiencia, es decir, la vivencia que tenemos de ella.
El mundo
humano, con nuestra absoluta concentración en el comportamiento y en todo lo
que acontece fuera de nosotros, es un mundo engañoso. Es un velo que nos separa
de un mundo más real, un sueño colectivo. El milagro no consiste en disponer de
otra manera las imágenes del sueño. El milagro es despertarnos.
Al pedir
milagros, lo que buscamos es un objetivo práctico: un retorno a la paz
interior. No pedimos que cambie nada externo a nosotros, sino algo que está en
nuestro interior. Vamos en busca de una perspectiva vital más suave, más
tierna.
La vieja
física newtoniana sostenía que las cosas tienen una realidad objetiva
independientemente de cómo las percibimos. La física cuántica, y más
especialmente el principio de incertidumbre de Heisenberg, nos revela que a
medida que nuestra percepción de un objeto cambia, el objeto mismo,
literalmente, también cambia. La ciencia de la religión es la ciencia de la conciencia,
porque en última instancia toda creación se expresa por mediación de la mente.
Así pues, tal como se afirma en Un curso de milagros, nuestra
herramienta más eficaz para cambiar el mundo es nuestra capacidad para
<cambiar de mentalidad con respecto al mundo>.
Como el
pensamiento es el nivel creativo de las cosas, cambiar la mente es la
potenciación personal fundamental. Aunque escoger el amor en vez del miedo sea
una decisión humana, el cambio radical que ésta produce en todas las
dimensiones de nuestra vida es un regalo de Dios. Los milagros son unas
<intercesiones en nombre de nuestra santidad>, procedentes de un sistema
de pensamiento que se encuentra más allá del nuestro. Es la presencia del amor,
las leyes que rigen el estado normal de las cosas quedan superadas. El
pensamiento que ya no tiene ningún límite nos aporta una experiencia que ya no
tiene ningún límite.
Nuestra
herencia son las leyes que rigen el mundo en que creemos. Si nos consideramos
seres de este mundo, entonces nos regirán las leyes que lo rigen: las de la
escasez y la muerte. Si nos consideramos hijos de Dios, cuyo verdadero hogar se
encuentra en un nivel de conciencia allende este mundo, nos percataremos
entonces de que <no nos gobiernan otras leyes que las de Dios>.
Nuestra
percepción de nosotros mismos determina nuestro comportamiento. Si creemos que
somos criaturas pequeñas, limitadas, inadecuadas, tenderemos a comportarnos de
esa manera, y la energía que irradiaremos reflejará esa creencia, no importa lo
que hagamos. Si pensamos que somos criaturas magníficas, con una abundancia
infinita de amor y de capacidad de dar, entonces tenderemos a conducirnos de
esa manera, y la energía que nos rodee reflejará nuestro estado de conciencia.
<Los
milagros, como tales, no se han de dirigir conscientemente>. Se producen
como efectos involuntarios de una personalidad amorosa, de una fuerza invisible
que emana de alguien cuya intención consciente es dar y recibir amor. A medida
que nos liberamos de los miedos que bloquean el amor que llevamos dentro, nos
convertimos en instrumentos de Dios, en Sus obradores de milagros.
Dios, en
cuanto amor, se expande constantemente, floreciendo y creando nuevas pautas
para la expresión y el logro del júbilo. Cuando a nuestra mente, centrada en el
amor, se le permite que sea un canal abierto por el que Dios se expresa,
nuestra vida se convierte en el medio de expresión de ese júbilo. Este es el
significado de nuestra vida. Estamos aquí como representaciones físicas de un
principio divino. Decir que estamos en la tierra para servir a Dios significa
que estamos en la tierra para amar. ...”
“... El Curso
habla del plan de Dios para la salvación del mundo, lo llama <el plan de los
maestros de Dios>. El plan llama a los maestros de Dios a sanar el mundo valiéndose
del poder del amor. Esta enseñanza tiene muy poco que ver con la comunicación
verbal, y todo que ver con una cualidad de la energía humana. <Enseñar es
demostrar>. Un maestro de Dios es cualquiera que opte por serlo. <Los
maestros de Dios proceden de todas partes del mundo, y de todas las religiones,
aunque algunos no pertenecen a ninguna religión. Los maestros de Dios son los
que han respondido>. La frase <Muchos son los llamados, pero pocos los
escogidos> significa que <a todos se los llama, pero pocos se preocupan
por escuchar>. La llamada de Dios es universal, se emite para todas las
mentes en todo momento. Sin embargo, no todos optan por atender a la llamada de
su propio corazón. Como demasiado bien lo sabemos todos, poco les cuesta a las voces
chillonas y frenéticas del mundo exterior sofocar la tímida vocecita interior
del amor.
Nuestro
trabajo como maestros de Dios, si decidimos aceptarlo, consiste en buscar
constantemente, en nuestro interior, una mayor capacidad de amor y de perdón.
Hacemos esto mediante una <forma selectiva de recordar>, mediante una
decisión consciente de recordar únicamente los pensamientos amorosos y de
desaferrarnos de cualesquiera pensamientos atemorizantes. Este es el
significado del perdón, una importante piedra angular de la filosofía de Un curso de milagros. Como muchos de los términos tradicionales usados en el Curso,
también éste se utiliza de una manera nada tradicional.
Tradicionalmente,
pensamos que perdonar es algo que debemos hacer cuando creemos que alguien es
culpable de algo. En el Curso, sin embargo, se nos enseña que nadie es
culpable, que no hay culpa, porque sólo el amor es real. Nuestra función
consiste en ver, a través de la falsa idea de la culpa, la inocencia que está
más allá. <Perdonar no es otra cosa que recordar únicamente los pensamientos
amorosos que diste en el pasado, y aquellos que se te dieron a ti. Todo lo
demás debe olvidarse>. Lo que se nos pide es que extendamos nuestra
percepción más allá de los errores que nuestras percepciones físicas nos
revelan -lo que alguien hizo, lo que alguien dijo-, para captar la santidad en
ellos que sólo el corazón nos revela. Entonces, de hecho, no hay nada que
perdonar. Lo que tradicionalmente se ha entendido por perdón -lo que en el Canto de la oración se llama <perdón para destruir>- es, por lo tanto, un acto de
enjuiciamiento. Es la arrogancia de alguien que se ve a sí mismo como mejor que
otra persona, o quizá como igualmente pecador, lo que sigue siendo una
percepción errónea y una expresión de la arrogancia del ego.
Como todas las
mentes están conectadas, que alguien rectifique su percepción es, en algún
nivel, una sanación de la mente de la raza humana como tal. La práctica del
perdón es la contribución más importante que podemos hacer a la sanación del
mundo. De personas enfadadas no se puede esperar que creen un planeta pacífico.
A mí me divierte recordar cómo me
enojaba cuando la gente no quería firmar mis escritos en petición de paz.
El perdón es
un trabajo de dedicación completa, y a veces muy difícil. No conseguimos
perdonar siempre, pero hacer el esfuerzo es nuestra vocación más noble. Es la
única probabilidad real que podemos ofrecer al mundo de volver a empezar. Un
perdón radical es una liberación completa del pasado, tanto respecto a las relaciones
personales como respecto a las tragedias colectivas. ...”
¡Cuánto bien nos haría que nuestros semejantes Barack
Obama y Bashar al-Assad entendieran esto y lo pusieran en práctica!. ¡Cuánto
bien nos haría como “Humanidad” (recordemos que TODO ES UNO y que TODOS SOMOS
UNO) que estas palabras calaran hondo en el Corazón de estas dos personas que
ocupan un lugar tan destacado en este bendito planeta Tierra!.
En sentida unidad con todos aquellos que eleven
plegarias y/o alcen sus voces -en todas partes del Universo- abogando por la
Paz Mundial, los invito a reflexionar sobre todo lo que acaban de leer y a
interceder, los unos por los otros, a fin de contribuir en la gestación de un nuevo orden mundial basado en
el AMOR.
Bendiciones.
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