En
esta ocasión, comparto con todos ustedes, algunos pasajes de un libro que
-estimo- puede llegar a resultarles “absolutamente impactante”. Su título es “La
vida secreta del niño antes de nacer” y cuya autoría corresponde al Dr.
Thomas Verny y a John Kelly (Thomas Verny es psiquiatra, escritor y profesor en
diversas universidades estadounidenses; tiene publicadas varias obras sobre
psicología prenatal y está considerado la máxima autoridad sobre los efectos
del entorno del niño antes y después del nacimiento; ha también impartido
talleres y seminarios sobre el tema en los cinco continentes).
Principalmente
recomendado para los “futuros padres”, entiendo que es una lectura que debería
ser “obligatoria” para cualquier “ser humano adulto” que manifieste el
saludable interés de llegar a descubrir su “verdadero origen”. Como bien puede
leerse en la contratapa: “... En esta obra, Thomas Verny planteó por primera
vez la idea, demostrada con datos empíricos, de que el vínculo entre la madre y
el bebé que va a nacer no sólo conecta sus universos físicos sino también los
emocionales y mentales. Adoptando determinadas prácticas y actitudes -crear un
entorno gratificante, escuchar ciertas melodías- contribuimos al bienestar,
alegría, inteligencia, capacidad de atención del futuro niño y sobre todo a su
equilibrio emocional. La vida secreta del niño antes
de nacer marcó un antes y un después en la
percepción de la gestación. Rigurosa, amena, cálida, una obra para aprender y
disfrutar al máximo el fascinante misterio de la gestación. <Este libro
trata de muchas cosas: del origen de la consciencia, del crecimiento y
desarrollo del nonato y del recién nacido... pero, por encima de todo, trata de
cómo nos convertimos en quienes somos. Y está basado en el descubrimiento de
que el futuro bebé es un ser que siente, recuerda y es consciente; lo que le
sucede -lo que nos sucede a todos en los nueve meses transcurridos entre la
concepción y el nacimiento- moldea su personalidad, sus motivaciones y sus
ambiciones.>”
Es
hora, entonces, de enterarnos que:
(páginas
9 a 11)
“...
La idea de este libro surgió en el invierno de 1975, durante un fin de semana
que pasé en la casa de campo de unos amigos. Helen, mi anfitriona, estaba embarazada
de siete meses y resplandecía. Por las tardes, con frecuencia la encontraba
sentada a solas delante de la chimenea, cantándole suavemente una bellísima
nana a su hijo no nacido.
Esta
conmovedora escena dejó una profunda impresión en mí, de modo que, después del
nacimiento de su hijo, al contarme Helen que esa nana ejercía un efecto mágico
en él, mi curiosidad se despertó. Al parecer, por mucho que llorara el bebé,
éste se serenaba cuando Helen entonaba esa canción. Me pregunté si su
experiencia sería única o si los actos de una mujer, tal vez incluso sus
pensamientos y sentimientos, influían en el hijo no nacido. [...]
Asimismo,
me dediqué a estudiar bibliografía científica pertinente, en busca de la
información que me ayudara a comprender la mente del niño intrauterino y del
recién nacido, pues a esas alturas estaba convencido de que, sin lugar a dudas,
poseía una mente. [...]
Ahora
sabemos que el niño intrauterino es un ser humano consciente que reacciona y
que a partir del sexto mes (tal vez incluso antes) lleva una activa vida
emocional. Además de este hallazgo sorprendente, hemos realizado los siguientes
descubrimientos:
- El feto puede ver, oír, experimentar, degustar y, de manera primitiva, incluso aprender in utero (es decir, en el útero, antes de nacer). Lo más importante es que puede sentir... no con la complejidad de un adulto, si bien, de todos modos, siente.
- Consecuencia de este descubrimiento es el hecho de que lo que un niño siente y percibe comienza a moldear sus actitudes y las expectativas que tiene con respecto a sí mismo. Si finalmente se ve a sí mismo y, por ende, actúa como una persona feliz o triste, agresiva o dócil, segura o cargada de ansiedad, depende parcialmente de los mensajes que recibe acerca de sí mismo mientras está en el útero.
- La principal fuente de dichos mensajes formadores es la madre del niño. Esto no significa que toda preocupación, duda o ansiedad fugaces que una mujer experimenta repercutan sobre su hijo. Lo importante son los patrones de sentimiento profundos y constantes. La ansiedad crónica o una intensa ambivalencia con respecto a la maternidad pueden dejar una profunda marca en la personalidad de un niño no nacido. Por otra parte, emociones intensificadoras de la vida, como la alegría, el regocijo y la expectación, pueden contribuir significativamente al desarrollo emocional de un niño sano.
- Las nuevas investigaciones también comienzan a dedicarse mucho más a los sentimientos del padre. Hasta hace poco, no se tenían en cuenta sus emociones. Nuestros últimos estudios indican que esta posición es peligrosamente errónea. Demuestran que lo que un hombre siente hacia su esposa y el niño no nacido es uno de los factores más importantes para determinar el éxito de un embarazo.[...]
Algunos
estudios se ocupan, necesariamente, del impacto de las emociones maternas
negativas... gran parte de nuestros nuevos conocimientos se han obtenido
estudiando el impacto de dichas emociones. Como ocurre tan a menudo en el campo
de la medicina, aprendemos cómo y por qué las cosas salen bien comprendiendo
antes cómo y por qué fallan. ...”
(páginas
29 a 35)
“...
LOS NUEVOS CONOCIMIENTOS
Como
otorrinolaringólogo e investigador de fama internacional y autor de varios
libros y ponencias muy bien considerados, el Dr. Alfred Tomatis conocía tan
bien como cualquier otra persona el valor de los datos científicos. También
sabía que, a veces, una anécdota puede esclarecer una cuestión más eficaz y
sencillamente que una docena de estudios. Por ese motivo, cuando quería
ilustrar el poder formador de las experiencias prenatales, solía narrar la
historia de Odile, una niña autista (que se aparta de la realidad) a la que
trató hace años.
Al
igual que la mayoría de los pequeños que padecen su enfermedad, Odile era
prácticamente muda. La primera vez que el Dr. Tomatis la examinó en su
consulta, la niña no hablaba ni parecía oír cuando le dirigían la palabra. Al
principio, Odile se aferró tercamente a su silencio. De manera gradual, el
tratamiento del Dr. Tomatis la volvió menos callada. Al cabo de un mes, la niña
prestaba atención y hablaba. Como es lógico, sus padres se sintieron
satisfechos ante estos progresos, si bien, simultáneamente, se mostraron algo
perplejos: se dieron cuenta de que la comprensión de su hija mejoraba
notablemente cuando hablaban en inglés en lugar de hacerlo en francés. Lo que
más los desconcertaba era ignorar dónde había adquirido Odile esos
conocimientos. Ninguno de los dos hablaba mucho inglés en casa y, hasta que fue
sometida a la asistencia del Dr. Tomatis, Odile -de cuatro años- había sido
casi totalmente insensible a la palabra hablada, al margen del idioma en que se
pronunciase. Suponiendo incluso lo improbable -que se las había ingeniado para
aprenderlo oyendo fragmentos de las conversaciones entre sus padres-, ¿por qué
ninguno de sus hermanos y hermanas mayores (y normales) había hecho lo mismo?
Al
principio, este hecho desconcertó al Dr. Tomatis, hasta que, un día, la madre
de Odile mencionó casualmente que durante la mayor parte del embarazo había
trabajado en una empresa de exportación-importación de París en la que sólo se
hablaba inglés.
La
comprensión de que hasta los rudimentos de un idioma pueden establecerse en el
útero nos ha permitido trazar un círculo completo. Hace setenta años, esta idea
habría sido descartada por imposible, mientras que hace cuatrocientos habría
sido aceptada como una realidad. Nuestros antepasados eran claramente
conscientes de que las experiencias de la madre se grababan en su hijo no
nacido. [...]
En
muchos textos antiguos, desde los diarios de Hipócrates hasta la Biblia, se
pueden encontrar datos sobre estas influencias prenatales. En un expresivo
pasaje de san Lucas (Lucas, 1:44), Elisabet afirma: <Porque así que sonó la
voz de tu salutación en mis oídos, exultó, de gozo el niño en mi seno.>
Sin
embargo, el primer hombre que asimiló la idea en todas sus dimensiones no fue
un santo ni un médico, sino el gran artista, inventor y genio italiano Leonardo
da Vinci. Los Cuadernos de
Leonardo dicen más sobre las influencias prenatales que muchos de los textos
médicos más modernos. En un pasaje especialmente penetrante, escribió: <La
misma alma gobierna los dos cuerpos... las cosas deseadas por la madre a menudo
quedan grabadas en el niño que la madre lleva en su seno en el momento del
deseo... una voluntad, un supremo deseo, un temor o un dolor mental que la
madre siente tiene más poder sobre el niño que sobre ella, dado que
frecuentemente la criatura pierde su vida por este motivo.>
Los
demás necesitamos cuatro siglos y la ayuda de otro genio para alcanzar a
Leonardo. En el siglo XVIII, el hombre inició sus prolongados y atormentados
amores con la máquina y las consecuencias se sintieron en todas partes,
incluida la medicina. Los doctores estudiaban el cuerpo humano casi del mismo modo
que los niños de nuestros días analizan los juegos de construcción. La
enfermedad consistía, simplemente, en averiguar qué ocurría y dónde y por qué
lo que tenía que funcionar no iba bien. Lo importante era lo que podía ser
instantáneamente visto, tocado y comprobado.
Todo
esto era loable... hasta cierto punto. Liberó a la medicina de las
supersticiones que la habían obstaculizado durante los dos milenios anteriores
y la situó en una posición más rigurosa y científica. Sin embargo, en el
proceso, los médicos se tornaron casi irracionalmente desconfiados de las cosas
que no podían sopesarse, medirse u observarse al microscopio. Sentimientos y
emociones eran demasiado indefinidos, esquivos e impertinentes para este
novedoso y racional mundo de la medicina de precisión.[...]
En
los años cuarenta y cincuenta, investigadores entre los que se incluyen Igor
Caruso y Sepp Schindler, de la Universidad de Salzburgo, Austria; Lester Sontag
y Peter Fodor, de Estados Unidos; Friedrich Kruse, de Alemania; Dennis Stott,
de la Universidad de Glasgow; D.W.Winnicott, de la Universidad de Londres y
Gustav Hans Graber, de Suiza, estaban convencidos de que las emociones
maternales influían precisamente de ese modo en el feto. Pero no podían
demostrarlo experimentalmente. [...]
De
todos modos, a mediados de los sesenta, la tecnología médica finalmente los
alcanzó. Puesto que muchos de esos pioneros llegaron a una venerable y activa
ancianidad, tuvieron la satisfacción de ver gran parte de sus hipótesis
confirmadas por una nueva generación de investigadores. [...]
Por
ejemplo, los estudios demuestran que, en la quinta semana, el feto ya
desarrolla un repertorio sorprendentemente complejo de actos reflejos. En la
octava semana no sólo mueve fácilmente la cabeza, los brazos y el tronco, sino
que, además, con estos movimientos ya ha labrado un primitivo lenguaje
corporal: expresa sus gustos y aversiones con sacudidas y patadas bien
colocadas. Lo que le desagrada especialmente es que lo manipulen. Basta
presionar, hurgar o pellizcar el vientre de la embarazada para que el feto de
dos meses y medio se aleje de prisa (hecho observado mediante diversas
técnicas).[...]
Investigaciones
recientes también demuestran que, a partir de la semana veinticuatro, el niño
intrauterino en todo momento oye. Además, tiene muchas cosas que oír. El
abdomen y el útero de la embarazada son lugares muy ruidosos. Los retumbos
estomacales de su madre son los sonidos más potentes que oye. La voz de ella,
la de su padre y otros sonidos ocasionales son más amortiguados, pero
igualmente le resultan audibles. Sin embargo, el sonido que domina su mundo es
el rítmico tac del latido cardíaco de la madre. Mientras mantiene su ritmo
regular, el niño intrauterino sabe que todo está bien; se siente seguro y esa
sensación de seguridad persiste en él.
El
recuerdo inconsciente del latido cardíaco de la madre en el útero parece ser la
causa por la cual el bebé se calma si alguien lo sostiene contra su pecho o se
adormece con el tic-tac constante de un reloj y el motivo por el cual los
adultos que trabajan en una oficina ajetreada rara vez se distraen con el
zumbido uniforme de un aire acondicionado. El Dr. Albert Liley también creía
que éste es el motivo de que, cuando se pide a un grupo de personas que pongan
un metrónomo según un ritmo que las satisfaga, la mayoría opte por uno que va
de los cincuenta a los noventa golpes por minuto... aproximadamente equivalente
a los latidos del corazón humano. ...”
Como
habrán podido observar, esta obra no tiene desperdicio. Es absolutamente
“maravillosa”. Plena de sentido, resulta de fácil lectura. Nos invita a
conectarnos con “nuestra esencia”, con “nuestra verdadera identidad”. Nos
capacita para “comprendernos”, para “sentirnos más profundamente”, para
aprender a “honrar la VIDA”; en definitiva: “para AMARNOS incondicionalmente”.
Bendiciones.