“Encontrar
el amor allí donde parece que el amor no está…”: así finaliza el
prólogo del libro titulado “La sabiduría
de las emociones 2”, cuya autoría le pertenece a Norberto Levy (médico
psicoterapeuta, graduado con Diploma de Honor en la Facultad de Medicina de la
Universidad de Buenos Aires. Desde hace años explora de un modo sistemático, en
la clínica y en la docencia, los mecanismos de la autocuración psicológica). Si
el primer libro de su autoría que leí (“La
sabiduría de las emociones”) me pareció sencillamente magnifico, este otro
me resultó doblemente magnifico. Sin duda alguna, Norberto demuestra ser un muy
experimentado profesional. En mi opinión, la suya es una trayectoria que merece
ser resaltada por su labor dentro del ámbito de la psicología; materia que
-evidentemente- domina a la perfección. Contando la Humanidad, actualmente, con
grandes avances tecnológicos en ámbitos más relacionados con
temas informáticos o científicos -entre otros rubros por así decirlo-, me ha
resultado sumamente interesante encontrar -por primera vez- que un profesional
de la psicología nos hable de la aplicación de “nanotecnologías” a cuestiones
que responden a manifestaciones psíquicas que son el caldo de cultivo para el
nacimiento del sufrimiento y la enfermedad. Para que el lector/a que no conoce
la definición de “nanotecnología” tenga un acercamiento a la misma, les comento
que -como bien nos alecciona Norberto- “…
se llaman nanotecnologías a las técnicas que operan sobre unidades muy pequeñas,
a niveles del tamaño del átomo, para producir allí las transformaciones que
influyan sobre vastos sistemas…”.
Hoy quiero compartir
con todos ustedes, un texto que encontrarán en el capítulo 5 y que lleva por
título “Acerca del amor”. Estoy
convencida que a todos les resultará más que interesante saber ó recordar que:
(páginas 81 a 84)
“…La amorosa
presencia recíprocamente disfrutada es el mayor recordatorio del paraíso en la
tierra, y es también el mejor aliento para que el empecinado intento del amor
de hacerse humano nos entregue a nosotros, pequeños y heroicos aprendices de
esa partitura, la bendición de percibir, aunque sea en instantes, la belleza de
la sintonía que nos empeña.
¿Es posible definir el Amor?
En su dimensión más vasta llamamos “Amor” a la energía
que sustenta al universo y lo hace funcionar. Es ese principio cohesivo que
enlaza y articula todo lo existente.
Es aquello que nombraba Goethe cuando decía: <He visto el Amor que mueve al sol y las
demás estrellas…>
Desde este punto de vista Dios y Amor son sinónimos, y
así como es imposible abarcar todos los atributos de Dios, también es imposible
definir completamente al Amor a través de conceptos. Por lo tanto lo que
haremos aquí es aproximarnos a esa calidad de energía como el dedo que señala a
la luna. Sabe que la apunta pero que no es ella.
Para acercarnos al amor en la dimensión humana tal vez
podamos comenzar observando simplemente nuestras manos. Cómo se relacionan
entre sí mientras realizan las tareas del día: ponerse la ropa, abrochar un
botón o preparar un café. Todas las tareas. Observarlas con detenimiento y
mirar la relación. Allí hay ayuda recíproca, ajustes continuos, acoplamientos
precisos, sentido de equipo… Esa es la cooperación del amor.
Este es por supuesto el plano biológico, pues en cada
nivel el amor adopta la forma que le corresponde a ese plano. En el nivel
personal, por ejemplo, el amor se manifiesta básicamente como respeto,
solidaridad y cuidado, y según la circunstancia podrá ser amor pasional,
fraternal, paternal o religioso, entre otros.
Sea cual fuere la
forma, la trama esencial de la experiencia del amor es la que surge del
reconocerse como dos partes distintas de la misma unidad mayor. Lo mismo que
ocurre, automáticamente, entre las dos manos.
Expresado con otras
palabras: el Amor es la memoria que la Unidad tiene de sí misma en la
diversidad.
¿Cómo está presente esa memoria de la Unidad en la
dimensión humana?
Evidentemente entre las personas no resulta tan fácil.
La conciencia individual de cada uno parece borrar el reconocimiento de que
somos partes de la misma unidad y solemos percibirnos sólo como individuos
separados, extraños, y en ocasiones, además enemigos. En ese marco la llama del
amor queda temporariamente oscurecida y ésa es precisamente la tarea humana:
vivir una serie de experiencias que, por caminos muy diversos, van ayudando a
recuperar de un modo conciente el mismo reconocimiento que, en forma
automática, ya tienen las manos en tanto partes del mismo cuerpo. Es decir,
alcanzar a reconocer, con el corazón y la mente, que los seres humanos también
somos células integrantes y, además, concientes, del gran organismo universal…”
(página 85)
“… ¿”Qué vínculo hay entre el amor, la inteligencia y
la sabiduría?
La inteligencia es la capacidad de resolver problemas.
El tipo de problemas que pueda resolver definirá cuál es la inteligencia que
tengo: si es filosófica, matemática, química, corporal o musical, etc.
Si utilizo mi inteligencia en química para producir
armas que destruyen a mucha gente, tendré una inteligencia química pero no una
inteligencia que comprenda la cualidad unitaria que subyace en todo lo vivo y
el rol complementario que cumplen todos sus componentes. La sabiduría es,
precisamente, el conocimiento vivencial profundo de dicha unidad.
Dicho de otro modo, la
sabiduría es el amor hecho autoconciencia. Es la energía de amor convertida en
concepto, conocimiento, enseñanza….”
(páginas 86 a 87)
“… ¿Qué relación hay entre el “amor propio” y el amor?
Lo que llamamos “amor propio” u orgullo es una forma
distorsionada de intentar compensar la falta de amor hacia uno mismo. Si me
descalifico y me reprocho en exceso, como ocurre, por ejemplo, en ese diálogo
imaginario entre los impulsos y la mente, ambos componentes terminan viviendo en
un estado de maltrato crónico, como en “carne viva”. Por lo tanto no tienen
resto para absorber las frustraciones cotidianas y demandan un trato externo
que compense el maltrato interior. Si en esas condiciones alguien me dice por
ejemplo que algo de mí no le gusta, entonces <desborda la copa>, me
siento muy herido, me ofendo, me tenso y me cierro. A esa actitud la llamamos
orgullo. Desde afuera lo que se ve es que ante <cualquier cosa> me ofendo
y me cierro, y eso, por supuesto, molesta a los demás. Si uno ingresa en el
estado interior que produce a la respuesta orgullosa se ve otro escenario
completamente distinto: en esencia, sensación de minusvalía.
¿Amar es dar?
Esa es una definición tradicional del amor que es
parcial y produce confusión porque asocia el amar a una acción y uno puede
comprender mejor la calidad de esta energía cuando comprende que no es una
acción particular sino una forma de llevar a cabo cualquier acción. Por lo
tanto hay un dar amoroso y también un recibir y un pedir amoroso. Cuando
formulo mi necesidad y mi pedido de un modo que tiene en cuenta al otro y
reconoce respetuosamente su derecho a decir que no, ése es un pedir amoroso.
Esta ampliación conceptual nos ayuda a comprender que
tanto la actitud emisora como la receptiva pueden ser realizadas amorosamente.
Es decir que el amor no es patrimonio de ninguna de ellas en particular….”
¿Qué más podría
agregarse ante semejante nivel de “consciencia”?. No caben dudas -desde mi
punto de vista- de que Norberto puede muy bien aleccionarnos respecto de lo que
significa la “Sabiduría de las emociones”. Una exposición clara y accesible a
cualquier lector/a.
Hoy los invito a que
se acerquen a la lectura de este libro o de cualquier obra de este autor.
Pueden estar seguros de que se verán ampliamente favorecidos con su experiencia
y con todos los conocimientos que nos transmite.
Una llamada de
atención para quienes deseen “expandir su nivel de consciencia”; para quienes
manifiesten interés genuino en “desarrollar todo su potencial como seres
esencialmente perfectos”; para quienes se encuentren en la “búsqueda de la
felicidad” o para quienes simple y sencillamente “sientan curiosidad por
descubrir nuevas facetas de su personalidad”.
Espero que hayan
disfrutado de este compartir, tanto como yo.
Bendiciones.
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