Hace algunos años, Rubens, un querido amigo y
ex compañero de estudio, me regaló un libro de inestimable valor. Su titulo es “En armonía con el infinito” y su autoría
corresponde a Rodolfo Waldo Trine. Para que el lector y/o la lectora de este
compartir puedan tomar conciencia de la talla de este impresionante autor,
transcribo -a continuación- el texto que figura en la contratapa del libro.
Desde mi punto de vista, lo que allí viene expresado, es suficiente carta de
presentación para quien merece -en mi opinión- ser considerado un “MAESTRO DE
VIDA”: “El autor de este libro, uno de
los primeros que iniciaron en Estados Unidos la llamada <literatura
estimulante”>, aunque en un plano de elevación muy distinto a lo que se
entiende generalmente por tal concepto, nos da a través de los diversos
capítulos de esta obra un inspirado vislumbre de lo que debe abarcar la vida
moral del individuo. Nos habla con la profundidad de un filósofo y la intuición
de un místico de la Causa Suprema del Universo; el Secreto, la Fuerza y los
Efectos del Amor; de la Sabiduría e Iluminación Interior; de la Abundancia de
todas las cosas; de la Ley de Prosperidad; etc. Todo aquél que desee superarse
en la vida no debe dejar de leer esta obra.”
Mientras me encontraba cuidando a mi padre días atrás (quien se hallaba internado en un hospital debido a un accidente cerebro-vascular -del
cual se está recuperando más que satisfactoriamente-), sentí la inspiración de
compartir el texto que podrán leer -acto seguido- y que se encuentra en las
páginas 28 a 33:
“… PLENITUD DE VIDA,
SALUD Y VIGOR DEL CUERPO
Dios es el Espíritu de
infinita vida. Si de ella nos hacemos partícipes y nos abrimos por completo a
su divino flujo, se reflejará en la vida orgánica más de lo que a primera vista parece. Es evidente que la vida de Dios está
exenta de todo mal por su propia
naturaleza; por lo tanto, no puede padecer mal alguno el cuerpo donde
esta vida entre libremente y del cual libremente fluya.
Hemos de reconocer,
por lo que a la vida física se refiere, el principio de que toda vida surge de dentro a afuera; principio expresado por la inmutable ley que dice: <Tal causa, tal
efecto; así lo interior, así lo exterior>. En otros términos: las fuerzas
del pensamiento, los estados de la mente, las emociones: todo influye en el
cuerpo humano.
Alguien dirá: <Oigo
muchas cosas referentes a los efectos de la mente en el organismo, pero no
puedo creer en ellas>.
¿Cómo no? Cuando os
dan repentinamente una mala noticia, palidecéis, tembláis y tal vez os sobreviene
un síncope. Sin embargo, por el conducto de la mente os ha llegado la noticia.
Un amigo, en las
expansiones de la mesa, os molesta con alguna inconveniencia que lastima
vuestro amor propio. Desde aquel momento perdéis el apetito, aunque hasta entonces
hayáis estado alegres y decidores. Las
mortificantes palabras del imprudente amigo os han afectado por conducto de la
mente.
En cambio, ved a ese
joven que arrastra los pies y tropieza con los más leves obstáculos del camino.
¿Cómo así? Sencillamente porque su mente es flaca, porque es idiota. En otros
términos: la debilidad de la mente es causa del cuerpo. Quien tiene la cabeza
firme, tiene también firme los pies; y quien no tiene seguras las ideas tampoco
podrá asegurar los pasos.
De nuevo os veis en
inopinado aprieto. Estáis temblando y vaciláis de miedo.
¿Por qué no tenéis
fuerza para moveros? ¿Por qué tembláis? ¡Y todavía creéis que la mente no influye en el
organismo!
Os domina un arrebato
de cólera. Pocas horas después os quejáis de fuerte dolor de cabeza. ¡Y todavía
os parecerá imposible que las ideas y las emociones influyan en el organismo!
Hablaba yo del tedio
con un amigo, quien me dijo: <Mi padre es muy propenso al tedio>. Yo le
respondí: <Vuestro padre no está sano ni es fuerte, vigoroso, o robusto y
activo>. Y entonces pasé a describirle más por completo el temperamento de
su padre y las conturbaciones que le asaltaban. Míróme él con aire de sorpresa
y dijo: -¿Conoce usted a mi padre? -No, le respondí. -Pues entonces, ¿cómo puede
usted describir tan minuciosamente el mal que le aflige? -Usted acaba de
revelarme que su padre es muy propenso al tedio y con ello indicaba la causa;
yo me contraje a relacionar con esta causa sus peculiares efectos al describir
el temperamento del enfermo.
El miedo y el tedio
obstruyen de tal modo las vías del cuerpo, que las fuerzas vitales fluyen por
ellas tardía y perezosamente. La
esperanza y el sosiego desembarazan las vías del cuerpo de tal suerte, que las
fuerzas vitales recorren un camino que rara vez el mal puede sentar la planta.
No ha mucho tiempo
revelaba una señora a un amigo mío, cierto grave mal que padecía. Mi amigo,
coligiendo de ello que entre esta señora y su hermana no debían ser las
relaciones muy cordiales, después de escuchar atentamente la explicación del
mal, miró fijamente a la señora y con enérgico aunque amistoso acento le dijo:
“Perdonad a vuestra hermana”. La señora, sorprendida, respondió: “No puedo
perdonarla”. “Pues entonces -replicó él- guardaos la rigidez de vuestras
articulaciones y la croniquez de vuestro reuma”.
Pocas semanas después
volvióla a ver mi amigo. Con ligero paso acercóse ella a él y le dijo: <Seguí
vuestro consejo. He visto a mi hermana, y la he perdonado. Volvemos a estar en
buena amistad. No sé cómo es que desde el día en que nos reconciliamos fue
haciéndose menos tenaz mi dolencia, y hoy ya no queda ni rastro de aquellos
alifafes. Mi hermana y yo hemos llegado a ser tan excelentes amigas, que
difícilmente podríamos estar mucho tiempo separadas>. Otra vez sigue el
efecto a la causa.
Hemos comprobado
varios casos, como, por ejemplo, el de un niño de pecho que murió al poco
tiempo de haber tenido su madre un gravísimo disgusto mientras lo amamantaba.
Las ponzoñosas secreciones del organismo, alterado por la emoción, habían
envenenado la leche de sus pechos. En otras ocasiones parecidas, no llegó a
sobrevenir a muerte, pero la criatura tuvo convulsiones y graves desarreglos
intestinales.
Un conocido fisiólogo
ha comprobado muchas veces el siguiente experimento: En un gabinete de elevada
temperatura colocó a varios individuos acometidos por emociones diversas, unos
por el miedo, otros por la ira, algunos por la tristeza. El experimentador
recogió una gota de sudor que bañaba la epidermis de cada uno de estos hombres
y por medio de un escrupuloso análisis químico pudo conocer y determinar la
peculiar emoción de que cada cual estaba dominado. El mismo resultado práctico
dio el análisis de la saliva de cada uno de aquellos individuos.
Un notable autor
norteamericano, discípulo de una de las mejores escuelas médicas de los Estados
Unidos, que ha hecho profundos estudios de las fuerzas constructivas del
organismo humano y de las que lo destruyen y descomponen, dice:
<La mente es el
natural protector del cuerpo… Todo pensamiento propende a multiplicarse, y las
horribles imaginaciones de males y vicios de toda clase producen en el alma
lepras y escrófulas que se reproducen en el cuerpo. La cólera transforma las
propiedades químicas de la saliva en ponzoña para la economía del organismo.
<Bien sabido es que
un repentino y violento disgusto no sólo ha debilitado el corazón en pocas
horas, sino que ha producido la locura y la muerte. Los biólogos han
descubierto gran diferencia química entre la transpiración ordinaria y el sudor
frío de un criminal acosado por la profunda idea del delito; y algunas veces
puede determinarse el estado de ánimo y de la mente por el análisis químico de
la transpiración de un criminal, cuyo sudor toma un característico tinte
rosáceo bajo la acción del ácido selénico.
Sabido es también que
el miedo ha ocasionado millares de víctimas, mientras que por otra parte el
valor robustece y vigoriza el organismo. La cólera de la madre puede envenenar
a un niño de pecho.
Rarey, el famoso
domador de potros, afirma que una interjección colérica puede producir en un
caballo hasta cien pulsaciones por minuto. Y si esto ocurre en un pulso tan
fuerte de un caballo, ¿qué sucederá en el de un niño de pecho?
El excesivo trabajo
mental produce a veces náuseas y vómitos. La cólera violenta o el espanto
repentino pueden ocasionar ictericia; un paroxismo de ira tuvo muchas veces por
efecto la apoplejía y la muerte y en más de un caso, una sola noche de tortura
mental bastó para acabar con una vida.
La pesadumbre, los
celos, la ansiedad y el sobresalto continuados propenden a engendrar la locura.
Los malos pensamientos y los malos humores son la natural atmósfera de la
enfermedad, y el crimen nace y medra entre los miasmas de la mente>.
De todo esto podemos
inferir la verdad capital, hoy científicamente demostrada, de que los estados
mentales, las pasiones de ánimo y las emociones tienen peculiar influencia en
el organismo y ocasionan cada cual a su vez una forma morbosa particular y
propia que con el tiempo llega a ser
crónica.
Digamos ahora algo
sobre el modo de realizarse esta nociva influencia. Si una persona queda
momentáneamente dominada por una pasión de cólera, perturba su economía física,
lo que con verdad pudiéramos llamar una
tempestad orgánica, que altera, mejor dicho, corroe, los normales, saludables y
vivificantes humores del cuerpo, los cuales, en vez de cooperar al natural funcionamiento del
organismo, lo envenenan y destruyen. Y si esta perturbación se repite muchas
veces, acumulando sus perniciosas influencias, acaba por establecer un especial
régimen morboso que a su vez llega a hacerse crónico. Por el contrario, los
efectos opuestos, tales como docilidad, amor, benevolencia y mansedumbre
propenden a estimular saludables, depurativas y vivificantes secreciones. Todas
las vías orgánicas quedan desembarazadas y libres y las fuerzas vitales fluyen
sin obstáculo por ellas, frustrando con su enérgica actividad los ponzoñosos y
nocivos efectos de las contrarias.
Un medico va a
visitar a un enfermo. No le receta medicina, y sin embargo, sólo por la visita
mejora el paciente. Es que el médico llevaba consigo el espíritu de salud, la
alegría del ánimo, la esperanza, e inundó con ellas la alcoba, ejerciendo
sutil, pero poderosa influencia en la mente del enfermo. Y esta condición
moral, comunicada por el médico, obró a su vez en el cuerpo del paciente
sanándolo por mental sugestión.
Así conozco
que cuanto es
apacible y placentero
mantiene de
consuno cuerpo y alma;
y la más
dulce emoción que el hombre siente
es la
esperanza;
bálsamo y
licor de vida a un tiempo
que el
espíritu calma.
Algunas veces hemos oído a
personas de salud quebrantada decirles a otros: <Siempre que usted viene me
siento mejor>. Hay una razón científica que corrobora el adagio: <La
lengua del sabio es salud>. El poder de la sugestión, en cuanto a la mente
humana se refiere, es el más admirable y curioso campo de estudio, pues por su
medio se pueden actualizar poderosas y sorprendentes fuerzas.
Uno de los más eminentes
anatómicos contemporáneos nos decía que, según experimentos efectuados en su
laboratorio, el organismo humano se renueva por completo en cosa de dos años y
parcialmente en muy pocas semanas. ¿Quiere usted decir con eso -le pregunté yo-
que el organismo puede pasar de una condición morbosa a otra salutífera por
virtud de las fuerzas internas? –Ciertamente -respondió él- y aún más, éste es
el método natural de curación. El artificial es el que se vale de drogas,
medicamentos y otros agentes exteriores. Lo único que hacen las medicinas y
drogas es remover obstáculos a fin de que las fuerzas vitales actúen más
libremente. El verdadero proceso de la
salud debe llevarse a cabo por la operación de las fuerzas interiores. Un
cirujano de universal renombre declaró no ha mucho a sus colegas: <Las
generaciones pasadas menospreciaron o no conocieron la influencia del principio
vital en la nutrición del organismo, y la casi exclusiva fuente de sus estudios
y el único arsenal terapéutico que tuvieron fue la supuesta acción de la
materia en la mente. Esto contrarió las tendencias evolucionistas de los mismos
médicos, resultando que todavía son rudimentarios en la profesión de la
medicina los factores psíquicos. Pero al brillar la luz del siglo XIX, la
humanidad emprendió su marcha en busca de las ocultas fuerzas de la naturaleza.
Los médicos se ven hoy obligados a estudiar psicología y a seguir los pasos de
sus precursores en el vasto campo de la terapeútica mental. Ya no es tiempo de
aplazamientos ni vacilaciones ni escepticismos. Quien vacile
está perdido, porque el mundo entero se ve impelido por el progreso. …”
Creo, personalmente, que poco y nada queda por agregar a semejante
“SABIDURIA DE VIDA”. Espero que la lectura de este texto, sirva de
“inspiración” a toda persona que desee fervientemente “VIVIR UNA VIDA PLENA”.
Bendiciones.
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