miércoles, 7 de mayo de 2014

En Armonía con el Infinito ...


Hace algunos años, Rubens, un querido amigo y ex compañero de estudio, me regaló un libro de inestimable valor. Su titulo es “En armonía con el infinito” y su autoría corresponde a Rodolfo Waldo Trine. Para que el lector y/o la lectora de este compartir puedan tomar conciencia de la talla de este impresionante autor, transcribo -a continuación- el texto que figura en la contratapa del libro. Desde mi punto de vista, lo que allí viene expresado, es suficiente carta de presentación para quien merece -en mi opinión- ser considerado un “MAESTRO DE VIDA”: “El autor de este libro, uno de los primeros que iniciaron en Estados Unidos la llamada <literatura estimulante”>, aunque en un plano de elevación muy distinto a lo que se entiende generalmente por tal concepto, nos da a través de los diversos capítulos de esta obra un inspirado vislumbre de lo que debe abarcar la vida moral del individuo. Nos habla con la profundidad de un filósofo y la intuición de un místico de la Causa Suprema del Universo; el Secreto, la Fuerza y los Efectos del Amor; de la Sabiduría e Iluminación Interior; de la Abundancia de todas las cosas; de la Ley de Prosperidad; etc. Todo aquél que desee superarse en la vida no debe dejar de leer esta obra.”

Mientras me encontraba cuidando a mi padre días atrás (quien se hallaba internado en un hospital debido a un accidente cerebro-vascular -del cual se está recuperando más que satisfactoriamente-), sentí la inspiración de compartir el texto que podrán leer -acto seguido- y que se encuentra en las páginas 28 a 33:

“… PLENITUD DE VIDA, SALUD Y VIGOR DEL CUERPO

Dios es el Espíritu de infinita vida. Si de ella nos hacemos partícipes y nos abrimos por completo a su divino flujo, se reflejará en la vida orgánica más de lo que a primera vista  parece. Es evidente que la vida de Dios está exenta de todo mal por su propia  naturaleza; por lo tanto, no puede padecer mal alguno el cuerpo donde esta vida entre libremente y del cual libremente fluya.

Hemos de reconocer, por lo que a la vida física se refiere, el principio de que toda vida surge de dentro a afuera; principio expresado por la inmutable ley que dice: <Tal causa, tal efecto; así lo interior, así lo exterior>. En otros términos: las fuerzas del pensamiento, los estados de la mente, las emociones: todo influye en el cuerpo humano.

Alguien dirá: <Oigo muchas cosas referentes a los efectos de la mente en el organismo, pero no puedo creer en ellas>.

¿Cómo no? Cuando os dan repentinamente una mala noticia, palidecéis, tembláis y tal vez os sobreviene un síncope. Sin embargo, por el conducto de la mente os ha llegado la noticia.

Un amigo, en las expansiones de la mesa, os molesta con alguna inconveniencia que lastima vuestro amor propio. Desde aquel momento perdéis el apetito, aunque hasta entonces hayáis estado alegres y decidores. Las mortificantes palabras del imprudente amigo os han afectado por conducto de la mente.

En cambio, ved a ese joven que arrastra los pies y tropieza con los más leves obstáculos del camino. ¿Cómo así? Sencillamente porque su mente es flaca, porque es idiota. En otros términos: la debilidad de la mente es causa del cuerpo. Quien tiene la cabeza firme, tiene también firme los pies; y quien no tiene seguras las ideas tampoco podrá asegurar los pasos.

De nuevo os veis en inopinado aprieto. Estáis temblando y vaciláis de miedo.

¿Por qué no tenéis fuerza para moveros? ¿Por qué tembláis? ¡Y todavía  creéis que la mente no influye en el organismo!

Os domina un arrebato de cólera. Pocas horas después os quejáis de fuerte dolor de cabeza. ¡Y todavía os parecerá imposible que las ideas y las emociones influyan en el organismo!

Hablaba yo del tedio con un amigo, quien me dijo: <Mi padre es muy propenso al tedio>. Yo le respondí: <Vuestro padre no está sano ni es fuerte, vigoroso, o robusto y activo>. Y entonces pasé a describirle más por completo el temperamento de su padre y las conturbaciones que le asaltaban. Míróme él con aire de sorpresa y dijo: -¿Conoce usted a mi padre? -No, le respondí. -Pues entonces, ¿cómo puede usted describir tan minuciosamente el mal que le aflige? -Usted acaba de revelarme que su padre es muy propenso al tedio y con ello indicaba la causa; yo me contraje a relacionar con esta causa sus peculiares efectos al describir el temperamento del enfermo.
                                                                                                                       
El miedo y el tedio obstruyen de tal modo las vías del cuerpo, que las fuerzas vitales fluyen por ellas tardía y perezosamente. La esperanza y el sosiego desembarazan las vías del cuerpo de tal suerte, que las fuerzas vitales recorren un camino que rara vez el mal puede sentar la planta.

No ha mucho tiempo revelaba una señora a un amigo mío, cierto grave mal que padecía. Mi amigo, coligiendo de ello que entre esta señora y su hermana no debían ser las relaciones muy cordiales, después de escuchar atentamente la explicación del mal, miró fijamente a la señora y con enérgico aunque amistoso acento le dijo: “Perdonad a vuestra hermana”. La señora, sorprendida, respondió: “No puedo perdonarla”. “Pues entonces -replicó él- guardaos la rigidez de vuestras articulaciones y la croniquez de vuestro reuma”.

Pocas semanas después volvióla a ver mi amigo. Con ligero paso acercóse ella a él y le dijo: <Seguí vuestro consejo. He visto a mi hermana, y la he perdonado. Volvemos a estar en buena amistad. No sé cómo es que desde el día en que nos reconciliamos fue haciéndose menos tenaz mi dolencia, y hoy ya no queda ni rastro de aquellos alifafes. Mi hermana y yo hemos llegado a ser tan excelentes amigas, que difícilmente podríamos estar mucho tiempo separadas>. Otra vez sigue el efecto a la causa.

Hemos comprobado varios casos, como, por ejemplo, el de un niño de pecho que murió al poco tiempo de haber tenido su madre un gravísimo disgusto mientras lo amamantaba. Las ponzoñosas secreciones del organismo, alterado por la emoción, habían envenenado la leche de sus pechos. En otras ocasiones parecidas, no llegó a sobrevenir a muerte, pero la criatura tuvo convulsiones y graves desarreglos intestinales.

Un conocido fisiólogo ha comprobado muchas veces el siguiente experimento: En un gabinete de elevada temperatura colocó a varios individuos acometidos por emociones diversas, unos por el miedo, otros por la ira, algunos por la tristeza. El experimentador recogió una gota de sudor que bañaba la epidermis de cada uno de estos hombres y por medio de un escrupuloso análisis químico pudo conocer y determinar la peculiar emoción de que cada cual estaba dominado. El mismo resultado práctico dio el análisis de la saliva de cada uno de aquellos individuos.

Un notable autor norteamericano, discípulo de una de las mejores escuelas médicas de los Estados Unidos, que ha hecho profundos estudios de las fuerzas constructivas del organismo humano y de las que lo destruyen y descomponen, dice:
<La mente es el natural protector del cuerpo… Todo pensamiento propende a multiplicarse, y las horribles imaginaciones de males y vicios de toda clase producen en el alma lepras y escrófulas que se reproducen en el cuerpo. La cólera transforma las propiedades químicas de la saliva en ponzoña para la economía del organismo.

<Bien sabido es que un repentino y violento disgusto no sólo ha debilitado el corazón en pocas horas, sino que ha producido la locura y la muerte. Los biólogos han descubierto gran diferencia química entre la transpiración ordinaria y el sudor frío de un criminal acosado por la profunda idea del delito; y algunas veces puede determinarse el estado de ánimo y de la mente por el análisis químico de la transpiración de un criminal, cuyo sudor toma un característico tinte rosáceo bajo la acción del ácido selénico.

Sabido es también que el miedo ha ocasionado millares de víctimas, mientras que por otra parte el valor robustece y vigoriza el organismo. La cólera de la madre puede envenenar a un niño de pecho.

Rarey, el famoso domador de potros, afirma que una interjección colérica puede producir en un caballo hasta cien pulsaciones por minuto. Y si esto ocurre en un pulso tan fuerte de un caballo, ¿qué sucederá en el de un niño de pecho?

El excesivo trabajo mental produce a veces náuseas y vómitos. La cólera violenta o el espanto repentino pueden ocasionar ictericia; un paroxismo de ira tuvo muchas veces por efecto la apoplejía y la muerte y en más de un caso, una sola noche de tortura mental bastó para acabar con una vida.

La pesadumbre, los celos, la ansiedad y el sobresalto continuados propenden a engendrar la locura. Los malos pensamientos y los malos humores son la natural atmósfera de la enfermedad, y el crimen nace y medra entre los miasmas de la mente>.

De todo esto podemos inferir la verdad capital, hoy científicamente demostrada, de que los estados mentales, las pasiones de ánimo y las emociones tienen peculiar influencia en el organismo y ocasionan cada cual a su vez una forma morbosa particular y propia  que con el tiempo llega a ser crónica.

Digamos ahora algo sobre el modo de realizarse esta nociva influencia. Si una persona queda momentáneamente dominada por una pasión de cólera, perturba su economía física, lo  que con verdad pudiéramos llamar una tempestad orgánica, que altera, mejor dicho, corroe, los normales, saludables y vivificantes humores del cuerpo, los cuales, en vez de cooperar al natural funcionamiento del organismo, lo envenenan y destruyen. Y si esta perturbación se repite muchas veces, acumulando sus perniciosas influencias, acaba por establecer un especial régimen morboso que a su vez llega a hacerse crónico. Por el contrario, los efectos opuestos, tales como docilidad, amor, benevolencia y mansedumbre propenden a estimular saludables, depurativas y vivificantes secreciones. Todas las vías orgánicas quedan desembarazadas y libres y las fuerzas vitales fluyen sin obstáculo por ellas, frustrando con su enérgica actividad los ponzoñosos y nocivos efectos de las contrarias.

Un medico va a visitar a un enfermo. No le receta medicina, y sin embargo, sólo por la visita mejora el paciente. Es que el médico llevaba consigo el espíritu de salud, la alegría del ánimo, la esperanza, e inundó con ellas la alcoba, ejerciendo sutil, pero poderosa influencia en la mente del enfermo. Y esta condición moral, comunicada por el médico, obró a su vez en el cuerpo del paciente sanándolo por mental sugestión.

Así conozco
que cuanto es apacible y placentero
mantiene de consuno cuerpo y alma;
y la más dulce emoción que el hombre siente
es la esperanza;
bálsamo y licor de vida a un tiempo
que el espíritu calma.

Algunas veces hemos oído a personas de salud quebrantada decirles a otros: <Siempre que usted viene me siento mejor>. Hay una razón científica que corrobora el adagio: <La lengua del sabio es salud>. El poder de la sugestión, en cuanto a la mente humana se refiere, es el más admirable y curioso campo de estudio, pues por su medio se pueden actualizar poderosas y sorprendentes fuerzas.

Uno de los más eminentes anatómicos contemporáneos nos decía que, según experimentos efectuados en su laboratorio, el organismo humano se renueva por completo en cosa de dos años y parcialmente en muy pocas semanas. ¿Quiere usted decir con eso -le pregunté yo- que el organismo puede pasar de una condición morbosa a otra salutífera por virtud de las fuerzas internas? –Ciertamente -respondió él- y aún más, éste es el método natural de curación. El artificial es el que se vale de drogas, medicamentos y otros agentes exteriores. Lo único que hacen las medicinas y drogas es remover obstáculos a fin de que las fuerzas vitales actúen más libremente. El verdadero proceso de la salud debe llevarse a cabo por la operación de las fuerzas interiores. Un cirujano de universal renombre declaró no ha mucho a sus colegas: <Las generaciones pasadas menospreciaron o no conocieron la influencia del principio vital en la nutrición del organismo, y la casi exclusiva fuente de sus estudios y el único arsenal terapéutico que tuvieron fue la supuesta acción de la materia en la mente. Esto contrarió las tendencias evolucionistas de los mismos médicos, resultando que todavía son rudimentarios en la profesión de la medicina los factores psíquicos. Pero al brillar la luz del siglo XIX, la humanidad emprendió su marcha en busca de las ocultas fuerzas de la naturaleza. Los médicos se ven hoy obligados a estudiar psicología y a seguir los pasos de sus precursores en el vasto campo de la terapeútica mental. Ya no es tiempo de aplazamientos ni vacilaciones ni escepticismos. Quien vacile está perdido, porque el mundo entero se ve impelido por el progreso. …”

Creo, personalmente, que poco y nada queda por agregar a semejante “SABIDURIA DE VIDA”. Espero que la lectura de este texto, sirva de “inspiración” a toda persona que desee fervientemente “VIVIR UNA VIDA PLENA”.
 

Bendiciones.

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