En esta oportunidad,
abordaré un tema que -a mi criterio- merece una especial atención y que, en los
tiempos actuales, se viene observando cada vez con mayor frecuencia: me refiero
al denominado “mobbing”. Bajo el título “Los sujetos intervinientes en el mobbing”,
Daniel E. Stortini se explaya sobre este tema tan complejo. Merced a la edición
de la Revista Doctrina Laboral y Previsional Nº 355 – Marzo 2015 de Editorial
Errepar, he tenido la oportunidad de tomar contacto con este -en mi opinión-
magnífico trabajo de doctrina.
Como trabajadora en
relación de dependencia que ha sido y sigue siendo objeto de “mobbing” en su
ámbito laboral, tanto de parte de personas que ocupan puestos jerárquicos como
de compañeros/as de trabajo, me siento motivada a compartir con todos ustedes,
algunos de los conceptos vertidos en este excelente trabajo de editorial, en el
convencimiento de que muchas personas se sentirán plenamente identificadas con
el rol de “blancos de ataque”. Es sabido que tomar consciencia de una
situación, es empezar a cambiarla. Gracias a Dios, el hecho de profesar la
religión Católica Apostólica Romana y de ser una asidua practicante de la
oración, reflexión, meditación y contemplación, me ha servido de inestimable
ayuda para poder comprender, compadecer y -fundamentalmente- perdonarlo todo:
las agresiones, a los/as agresores/as y a los testigos ya sea solidarios como
silenciosos. En definitiva, me he dado cuenta de que si fueran personas
Felices, nunca actuarían de ese modo. Si fueran personas cuyos Corazones se
encuentran en Paz, jamás recurrirían a semejante forma de manifestarse en la
Vida. Si fueran personas Libres, nunca se conducirían de esa manera pues ello significa
esclavizar y esclavizarse, porque no caben dudas de que todos ellos terminan
absolutamente esclavizados. Si fueran personas Mentalmente Sanas, elegirían
comportarse como lo hacen las personas Sabias … ¡Qué pena tan grande derrochar toda una Vida en actitudes
y comportamientos tan vanos, tan vacíos de contenido, tan sin sentido! ¡Dios se
apiade de sus Almas! …
Me parece, entonces,
que ha llegado el momento de remitirlos a las páginas 259 a 266, donde podrán tomar
nota de que:
“El
acoso psicológico o mobbing está conformado por
actitudes sistemáticas y reiteradas de una persona o grupo de ellas a través de distintas exteriorizaciones
(palabras, gestos, escritos), capaces de ocasionar una lesión a la dignidad e
integridad psicofísica de otra persona, con la finalidad última de que esta se
aleje o abandone el lugar de trabajo.
Se trata de un proceder que no se agota en un acto
aislado sino que debe repetirse sistemáticamente con cierta duración y
finalidad en el autor (recaudo subjetivo). Esto se desprende del propio
Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia en cuanto indica que
<acosar> significa <perseguir a una persona, sin dar tregua ni
reposo> 19a ed. – Ed. Espasa-Calpe – Madrid – 1970).
Adelantamos que en el universo laboral los casos más
frecuentes suceden a partir del jefe respecto de un subordinado, pero también
se da entre pares de un mismo nivel jerárquico (compañeros de trabajo) e
incluso desde los subordinados respecto de un empleado jerarquizado. […]
EL SUJETO ACTIVO
Generalmente el acosador es una persona con ansias
desmedidas de poder y gustoso de ser reconocido y elogiado, presentando
asimismo una tendencia a acosar, pero con la particularidad de que no lo hace
respecto de personas débiles de carácter, sino paradójicamente sobre aquellas
que le pueden hacer <sombra> en su quehacer en la empresa, sea por la
fuerza de trabajo o la inteligencia o capacidad de gestión. Es decir, personas
que puedan llegar a superar la reputación del agresor en el mismo lugar de
trabajo.
Suele ser una persona que tiene un notable poder de
convencimiento y se relaciona y se exhibe de una manera muy agradable en
público, pero en privado adopta de manera antojadiza y caprichosa
comportamientos violentos. Desprecia a los demás como también envidia al exitoso
o al que tiene méritos propios e idoneidad para el respectivo trabajo. Y ello
debido al temor que le suscita perder la ubicación de preponderancia que tiene
en el ámbito laboral donde cumple su función.
Pareciera que su perfil sería embestir contra el
débil. Pero todo lo contrario, pues se dirige contra el individuo que lo puede
desmerecer en su entorno laboral y por ende materializa su voluntad a través de
actos agresivos en procura de que esa persona se retire del lugar de trabajo,
en lo posible impulsándola para que sea ella misma la que tome la decisión.
Puede advertirse entonces que la persona del agresor
presenta características muy definidas. Las más salientes son las siguientes:
egocéntrico, egoísta, inseguro, intolerante a las críticas, celoso del éxito de
los demás, absolutamente necesitado de que lo admiren por creerse
<único>, anhelo de que lo vean como un triunfador, poco o nulo aprecio
hacia los demás aunque se muestre amistoso y simpático, etc. Generalmente el
acosador ocupa un nivel jerárquico en la empresa (gerente, jefe), no obstante
que también pueden ocupar el rol de acosadores -según se dijo al inicio- los
compañeros de trabajo e incluso los subordinados.
El ataque siempre va a ser, además de incesante y
repetitivo, dirigido en concreto a una sola persona y siempre a la misma (o a
un mismo grupo). Recordemos que hay dos elementos que necesariamente deben
estar presentes para dar lugar al mobbing: a) la existencia de actos de hostigamiento permanentes durante una cierta
secuencia temporal; y b) la finalidad del acosador de que la víctima, al
resultar dañada psíquica o moralmente, <se vaya> del concreto ámbito
laboral. Este proceder, desarrollado de manera continua y reiterada, puede
llegar a afectar la salud del individuo: ansiedad, estrés, depresión,
trastornos psicosomáticos, etc. […]
EL SUJETO PASIVO
¿Quién puede ser víctima de mobbing? Es difícil la respuesta, pues puede ser cualquier
persona que sea visualizada por el acosador al constituir para él una amenaza
en el ejercicio de su tarea en la empresa. A partir de ese momento comenzará a
soportar la violencia psicológica del agresor.
Pero intentaremos acercarnos a clarificar, al menos,
las características más salientes de la potencial víctima. En una primera
aproximación podríamos creer equivocadamente que el agredido es un individuo
que carece de personalidad o de méritos para trabajar en la empresa. Sin
embargo, esto es un absoluto error.
Llamativamente la víctima es una persona de elevada
personalidad, autoestima, confianza en sí misma y llena de energía y aptitudes
en el ámbito laboral. Estas cualidades, entre otras, son las que empiezan a
motivar la envidia del acosador. Ello se origina porque la potencial víctima
comienza a destacarse en la comunidad empresaria por su idoneidad y además por
su carisma, su trato agradable y su capacidad para relacionarse con el grupo e
imponer el trabajo <en equipo>.
Es común que el perfil de la víctima esté colmado de
ideas renovadoras e iniciativas personales en orden a mejorar la organización
del establecimiento y la calidad de gestión del grupo, colaborando asimismo con
sus integrantes y motivándolos a través del diálogo para elevar el autoestima
de ellos y haciéndose cargo de los inconvenientes suscitados (tanto los de él
como los de sus compañeros) durante la jornada de trabajo.
Lo que no advierte la víctima es que está siendo
seducida por la actitud embrolladora del acosador y así empieza a tener
confianza en él. De esta manera comienza, poco a poco, a caer en sus redes sin
sospechar para nada esa finalidad destructora que moviliza al agresor. […]
Suele ser la víctima una persona con prestigio en su
oficio o profesión, para nada sumiso, con capacidad de decisión propia y de
gestión en su labor. Estas condiciones no son bien vistas por el acosador en
tanto que -como antes se dijo- puede ensombrecer su papel en el
establecimiento.
Como bien sostiene la psiquiatra Marie-France
Hirigoyen (especialista en acoso moral), las víctimas, contrariamente a lo que
los agresores pretender hacer creer, no son personas afectadas de alguna
patología ni presentan una personalidad débil. Al contrario, el acoso empieza
cuando el individuo reacciona contra el autoritarismo de un superior y no se
deja avasallar. Su capacidad de resistir a la autoridad, a pesar de las
presiones, es lo que lo señala como <blanco>. Por ende, las víctimas no
son <holgazanas> sino que son muy centradas en su trabajo, desean ser
impecables. Se quedan hasta muy tarde en la oficina, no dudan en ir a trabajar
durante el fin de semana y no faltan siquiera cuando están enfermos pues
tienen, en palabras de la autora, un <presentismo patológico> (Hirigoyen,
Marie-France: <El acoso moral> - 13a ed. - Ed. Paidós - Bs. As. - 2008 -
pág. 50). […]
LOS TESTIGOS
<SOLIDARIOS> Y LOS TESTIGOS <SILENCIOSOS>
Es necesario remarcar -aunque parezca extraño- que en
el mobbing intervienen, además del agresor y
la víctima, otras personas a las que vamos a integrar en dos grupos que
denominaremos, por un lado, los testigos <solidarios> y, por el otro, los
testigos <silenciosos>, a los cuales hemos detectado en nuestra
investigación sobre esta problemática social.
Aunque no se crea, es difícil que exista mobbing sin la presencia de estos individuos aparentemente
ajenos a la relación entre el sujeto activo y el sujeto pasivo.
En el primer grupo encontramos a los testigos
<solidarios> que, de una u otra manera, avalan la actitud del agresor
porque, luego de la reiteración de actos peyorativos durante un tiempo, los
compañeros de trabajo llegan a creer en los dichos del acosador. Por ende,
estas personas <acompañan> -por así decirlo- la gestión permanente y
perversa del agresor, suscitando en el lugar de trabajo una situación sumamente
engorrosa y crítica en la medida en que la víctima se convierte en
<punto> de todo el personal que así se <solidariza> con el
acosador.
Los testigos <silenciosos>, en cambio, son los
que permanecen callados no obstante que ven el reiterado proceder arbitrario
del acosador; es decir que nada dicen, pero así lo hacen en su propio beneficio
por temor a ser perjudicados en su empleo e incluso despedidos.
En otras palabras, el agresor comienza el
procedimiento con un cuestionamiento perverso acerca del modo de trabajar o el
carácter o la personalidad de la víctima. El resto del personal, en un
principio, se ve confundido acerca de la certeza o no de los asertos maliciosos
del acosador, pero luego paulatinamente,
ante la reiteración sistemática de esos actos hostiles, empieza a creer que
esas manifestaciones desmerecedoras son verdaderas.
Al mismo tiempo, el panorama negativo se va
profundizando respecto de la conducta laboral de la propia persona acosada.
Ella misma va a ir perdiendo su autoestima y confianza e incluso va a dudar de
sus aptitudes, lo cual la lleva a incurrir en equívocos en orden a su desempeño
laboral (es decir, errores que antes no cometía). Ya no tendrá un rendimiento
laboral óptimo porque ha perdido poco a poco su autoestima como también su
capacidad de concentración en la tarea. Todo esto favorecerá el objetivo final
del agresor.
A partir de dicho momento, los compañeros de trabajo
comenzarán a criticarla en razón del escaso rendimiento o eficacia de su labor
y se olvidarán de cómo era la víctima antes de que empezaran los actos
hostiles. El acosador, en definitiva, la ha convertido en lo que pretendía y ha
obtenido su propósito.
Los propios compañeros de tareas finalmente darán
crédito a las aseveraciones infundadas del agresor y de esa manera todo el
personal pensará que la acosada es incompetente e incumplidora o que no presta
atención o que tiene un pésimo carácter o que no recepta o no entiende las
<amables> órdenes e instrucciones de trabajo dadas por el jefe. Es decir
que los comentarios adversos de los compañeros de tareas aumentarán la pérdida
de autoestima del afectado y finalmente él terminará por creer que es merecedor
de esos ataques.
En suma, el entorno laboral adquiere cierta
solidaridad con el acosador al justificar las críticas efectuadas a la víctima
y consecuentemente complementan la persistente actividad hostil del agresor.
Paralelamente, otro sector del personal adopta un temperamento silencioso o
<mudo> (no ven ni oyen nada) y asumen esa actitud por temor a las
represalias del acosador y, en definitiva, a perder ellos el empleo.
Los integrantes de la comunidad de trabajo que en un
primer momento valoraban y justipreciaban las cualidades personales y laborales
de la acosada, finalmente comparten el proceder del agresor, ya sea por
convertirse en solidarios o por silenciar y no inmiscuirse en esa actividad
hostil (empezarán a decir que <por algo será> o <algo habrá
hecho>).
CONCLUSION
Una conclusión a la que hemos arribado es que el
proceder del agresor está dirigido, en un comienzo, a ir eliminando la
posibilidad de comunicación de la víctima con sus compañeros por cuanto ella se
irá aislando cada vez más y, al no mantener contacto verbal con los restantes
miembros de la empresa e incluso con los clientes y proveedores, se irá
deteriorando en su aspecto psicológico a punto tal de creer ella misma que el
acosador tiene razón.
También hemos extraído de nuestra investigación sobre
esta temática que, como consecuencia de esas agresiones, pueden originarse
diversas dolencias y trastornos físicos o psicológicos que pueden encontrar
nexo causal con el trabajo debido al acoso y conformar así una enfermedad
profesional dentro del marco normativo, sea de la ley especial y tarifada (L.
24567 de riesgos del trabajo) o mediante una reparación integral y plena con
fundamento en las disposiciones del Código Civil que determinarán la
responsabilidad del acosador y/o el empleador, haya o no actuado como ejecutor
del acoso psicológico. […]”
Llegados a este punto,
sólo me resta decirle a la Editorial Errepar y al Señor Daniel E. Stornini:
¡chapeau!, simple y sencillamente ¡chapeau!.
Bendiciones.