Continuando con
un compartir anterior, donde les comentaba que me había topado con unas páginas
sueltas, lo suficientemente amarillas como para deducir que se trataba de los
restos o vestigios de lo que -tiempo atrás y seguramente- había sido un libro,
les acerco -en esta oportunidad- el texto de un cuento que me ha parecido un
tanto tragicómico, pero que -no obstante- puede conducirlos a una muy útil reflexión.
Y dice así:
“Un caballero
despidió el mes pasado al criado. Otro se presentó, y el amo le dirigió el
discurso siguiente:
- Mira, hijo: a
mí me gusta hablar poco, y quiero que a media palabra que diga se me entienda y
se me adivinen los pensamientos. Así, cuando te diga: - Voy a afeitarme, debes
entender que quiero agua, jabón, la navaja bien limpia, el navajero, la tohalla
y todo lo que necesita un hombre para afeitarse. Y como te digo para esta
operación, así para todo lo demás.
Así lo hacía el
criado y el dueño estaba muy contento. Pero el otro día se sintió indispuesto:
llama el criado, y le dice que está malo y que avise al médico. A pesar de que
el médico vivía cerca, el criado tardaba en volver. Al fin, al cabo de tres
horas, entra y dice a su amo:
- Ya está ahí
todo.
- ¿Qué es todo?
- preguntó el amo. - Ya podrías haber venido antes.
- Señor, come
usted me ha dico que le adivine los pensamientos, he hido a buscar el médico, y
el Viático, y un escribano, y los sepultureros, y la caja, y el hábito, y ya
quedaban enganchando los caballos en un carro muy malo para que le lleven a
usted. Y usted me dirá si quiere que vayan pobres de San Bernardino.”
Esta
transcripción que cuenta con los que podrían denominarse algunos “errores de
ortografía” (no he querido modificar el texto original), en mi opinión, nos
presenta una situación que puede llegar a acontecernos en el cotidiano vivir.
- ¿Cuántas veces urgidos por la prisa o por el desinterés, pretendemos hablar poco y que nuestro prójimo inmediatamente nos entienda por completo como si pudiera estar dentro de nuestra mente y adivinar nuestros pensamientos?
- ¿Cuántas veces nos quejamos luego de los mal-entendidos que ello pueda generar y hacemos únicos responsables a nuestros interlocutores?
- ¿Cuántas veces nos arrepentimos de haber callado algo que de haberlo manifestado en tiempo y forma, nos hubiera evitado el desperdiciar una oportunidad maravillosa de mantener un verdadero encuentro con nuestro prójimo?
A veces, la cultura del “touch and go”, se cuela en todas nuestras relaciones y en todos los ámbitos de nuestra vida. Parece que todo es “prisa” y “aceleración”. La “urgencia” se impone frente a la “importancia”. Invertimos las coordenadas y en lugar de “ser” – “hacer” – “tener” queremos “tener” – “hacer” y por último “ser” … Nos identificamos con la materia en lugar de dedicarnos a vivir desde el Espíritu, que es donde reside nuestra “Verdadera y Unica Identidad”.
Tal vez en este
tiempo, sea imperioso cuestionarnos: ¿realmente estamos “VIVIENDO LA VIDA” o
“la vida nos está viviendo”? …
Bendiciones.
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