En esta oportunidad quiero compartir con todos ustedes, algunas reflexiones que -a mi criterio- resultan más que interesantes a la hora de abordar una temática de gran importancia en la vida de todo Ser Humano, como lo son el sexo y la sexualidad. Resultando ellos intrínsecos a su condición de tal, en algunas épocas de su evolución, la Humanidad ha tejido alrededor de los mismos toda una suerte de misterios, hechizos y algún que otro tabú. Unas cuantas veces los ha sacralizado y otras tantas los ha demonizado. Entiendo que es hora de que podamos hablar de esta temática desde una óptica de transcendencia que supere la visión restringida que, de ellos, nos ha brindado el ego hasta ahora. Es momento de vivir la Vida en Plenitud también desde este plano físico, dejando en el pasado las creencias que, hasta el presente, han aportado limitación a este tema.
Es por ello que, desde mi punto de vista, resulta interesante reflexionar al respecto, a partir de la lectura de los conceptos que podemos encontrar en el libro titulado "Curación y Recuperación" cuya autoría corresponde al Dr. David R. Hawkins (doctor en Medicina, es un reconocido investigador pionero en el campo de la
conciencia, autor, conferenciante, psiquiatra y
científico).
En las páginas 198 a 215, el Dr. Hawkins nos dice que:
"... La verdadera felicidad no prevalece hasta que se alcanzan los campos de energía superiores; por lo tanto, intentar encontrar la felicidad generando incesantemente satisfacción y mediante el ciclo del deseo produce frustración. La frustración produce buenas sensaciones cuando se satisface temporalmente. Uno se siente bien cuando deja de darse cabezazos contra la pared, pero eso no es felicidad. El deseo incesante continúa. Todas las cuestiones morales surgen debido a la dimensión física y al campo energético en el que se contempla la sexualidad.
¿Por qué la religión y la moralidad abordan este tipo de campo de energía y por qué se le llama <carnal >? La sexualidad de baja energía está contenida en la mente en un punto de vista inferior y, por lo tanto, toda la cuestión de la moralidad está dirigida a lo carnal. La carnalidad surge de menospreciar nuestra naturaleza animal en lugar de aceptarla, de sentirse feliz con ella, estarle agradecido y considerar que es intrínsecamente hermosa cuando no se la juzga ni se la considera degradante.
¿Cómo se puede salir de este ciclo y experimentar la sexualidad desde otro campo de energía muy distinto que nos produzca alivio? ¿Cómo es posible dejar de <estar a expensas de> este instinto, dejar de estar controlado o dominado por él, dirigidos por su reciclaje repetitivo? ¿Cómo podemos ver la sexualidad desde un campo de energía diferente, de modo que se experimente como una experiencia totalmente positiva? Cuando el sexo se ve y se contempla desde un nivel de conciencia distinto, todas las cuestiones y los problemas empiezan a desaparecer. Entonces, no surgen la manipulación, la retención, la frustración o el estar dirigido por el deseo, el peligro y el resentimiento. No hay sentimiento de carencia si el deseo no queda satisfecho. El deseo genera miedo a no ser satisfecho, o pena por no haberlo sido, o apatía, ira, frustración o culpa.
[...] Contemplar la sexualidad desde este nivel nos vincula con una visión del mundo caracterizada por el pecado y el sufrimiento, la desesperanza y la tristeza. Desde un punto de vista inferior, todo el tema de la sexualidad se vuelve atemorizante.
Cuando se usa seductoramente, o en un campo de energía manipulativo, el sexo se vuelve competitivo. La atracción sexual usada como símbolo de estauts se convierte en un símbolo de <poder> ilusorio, y los adornos de los humanos también se convierten en un símbolo de estatus y en otra manera de controlar, manipular e intentar influir en nuestra porpia sensación de valía. De este campo de energía surgen la preocupación, la ansiedad, la vergüenza, el deseo y el resentimiento y, a menudo, conduce al odio. Así, se producen apuñalamientos, crímenes violentos y suicidios basados en la infautación, en la seducción y en la manipulación mutua, junto con la triangulación de situaciones y la explotación inconsciente basada en el deseo y el atractivo. La negación que existe en torno a todo esto es visible, junto con el desprecio (por ejemplo, en nombres como <puta>, <perra>, etcétera; o en la música rap carnal).
También existe el orgullo con respecto a la moralidad sexual, que toma la forma de desprecio, negación o conflicto religioso. Las personas orgullosas a menudo <miran la sexualidad por encima del hombro> y consideran que cualquiera que cae en este tipo de actividad queda envilecido por la naturaleza animal inferior. Ellos presumen que todos los demás están dominados por la sexualidad, como ellos mismos. Las personas que desprecian la sexualidad proyectan su propia forma de estar con ella sobre los demás y dicen: <¿No son carnales? ¿No son animales?>.
En contraste con estos puntos de vista, el sexo de alta energía, que supone un campo de energía diferente y una manera diferente de considerarlo, trasciende todos estos problemas: la competición, la frustración, el miedo, la culpa, el lamento, la preocupación y la ansiedad. ¿Cómo vamos a poder disfrutar de una actividad humana que tiene lugar en este campo de energía mientras sintamos secretamente que Dios nos va a castigar por ello, porque la visión de Dios que surge de este campo es punitiva? Ciertamente, estamos separados de El, y si disfrutamos o somos felices, es muy probable que al final haya represalias.
Algunas personas no pueden soportar la intensidad de este conflicto entre el impulso biológico, la necesidad psicológica y la religión, de modo que lo evitan completamente mediante el ateísmo, que solo elimina la culpa. Tiene que soltar su visión de Dios y la religión, o bien su sexualidad. Para aglunos este es un conflicto imposible de resolver y muchos acaban declarándose ateos porque no tienen otra manera de gestionar su humanidad y su visión de Dios.
¿Cómo sale uno de este conflicto para poder vivir estas experiencias desde un campo de energía diferente? Vamos a ver el contraste con un campo de energía amoroso, en el que la sexualidad es una expresión de amor que produce vivacidad y donde uno se puede mostrar verdaderamente tal como es. Para tener este tipo de experiencia tenemos que soltar el campo de energía inferior, en el que la sexualidad se experimenta como un fenómeno físico y local. Entonces surgen todo tipo de preocupaciones por la anatomía, como la preocupación de los hombres sobre su adecuación como compañero sexual y el enfoque de las mujeres en los atributos físicos del cuerpo.
Junto con la dimensión física están la emocionalidad y el sentimentalismo. La combinación de emocionalidad y físico produce la expresividad del amor: el abrazo <loco y apasionado> y la expresión de la emocionalidad del querer y del deseo. <Oh ¡cuánto te quiero!>, <oh, ¡cuánto te deseo!>, <oh, ¡tengo que tenerte!>. Esta excitación es lo que suelen retratar las películas y los medios de comunicación. Si uno deja atrás estas percepciones, ¿qué tipo de experiencia es posible? ¿Qué tipo de experiencia ocurriría si el sexo ya no fuera únicamente local ni negativo? ¿Cómo se percibiría si surgiera del corazón, [...], en el espacio de estar con la realidad y la verdad de lo que uno es?.
En primer lugar, tenemos que hablar de cómo soltar este campo de energía compulsivo, de cómo evitar que nos gobierne, de cómo experimentar el sexo sin conflicto y de cómo trascender el deseo incesante de este campo de energía que produce todos los problemas. ¿Cómo podemos experimentarlo desde un nivel muy superior?.
Existe una técnica que ha funcionado bien con los problemas de peso, con el dolor y con una gran variedad de enfermedades. El principio básico es el mismo, independientemente de la situación. Cuando la energía, el sentimiento, la expresión o el deseo surgen, en primer lugar, deja de etiquetarlos o de llamarlos de ninguna forma. Suelta las fantasías, las imágenes y los pensamientos y permite que ocurra la experiencia, las sensaciones van disminuyendo progresivamente. Los campos de energía del deseo incesante y continuo del plexo solar acaban por agotarse.
Al examinar el deseo, queda claro que no es una experiencia placentera. No es placentero estar delante del escaparate, mirando a lo que está dentro con un sentimiento de quererlo y desearlo, de anhelo frustrado. Si examinamos la sensación y cancelamos su contenido, cancelamos la <cosa deseada> -puede tratarse de diamantes, de un abrigo de pieles o del cuerpo de la otra persona-, nos damos cuenta de que la experiencia en sí es desagradable. Querer y no tener -especialmente en ese momento- es desagradable. Querer un filete y oler cómo se está cocinando, pero no ser capaz de comerlo, es muy frustrante. Si el filete se sostiene delante de la nariz del perro y no se le permite comerlo, ¿qué está experimentando el perro? ¿Experimenta felicidad? ¿Está contento de estar vivo? Si esto conitnúa el tiempo suficiente, el perro acabará con ira y rabia porque su deseo ha sido frustrado. La sensación no es agradable.
Tenemos la ilusión de que es el deseo el que trae el sexo a nuestra vida. En realidad, sucede lo contrario. El deseo y la apetencia bloquean la llegada del sexo a nuestra vida, así como el pleno disfrute de él cuando está presente. Cuando dejamos de resistirnos a este anhelo incesante, surge todo el deseo reprimido y suprimido. Si se le permite liberarse y fluir sin hacer nada al respecto, sin oponerse ni resistirse a experimentarlo, comienza a descomprimirse. Finalmente, como la cantidad de deseo es limitada, acaba deteniéndose completamente. Cuando se disipan el deseo, la obsesión, la compulsión y la adicción al anhelo constante de esta dimensión física, nos sentimos en paz. ¡Qué pensamiento tan chocante! Allí donde había deseo constante, antojo, querencia y frustración; allí donde había una sensación de carencia, de <no tener> y de baja autoestima porque eso no estaba siendo gratificado, ahora hay una estado de paz.
Lo mismo ocurre cuando dejamos de resistirnos a los antojos de ciertos alimentos, al deseo de comer y al apetito constante. Esta avaricia finalmente se va. Esto no son sino variantes de la avaricia. Podemos sentir avaricia hacia cualquier cosa externa. Lo que el mundo llama sexualidad a menudo no es más que avaricia, deseo, un anhelo incesante que gobierna y domina a las personas y sus vidas.
En lugar de eso, puede vivirse un estado interno de paz y serenidad. Toda esta cuestión queda resuelta y deja de ser un problema. ¿Cuál es el problema ahora? No hay problema. Ya no nos vuelve locos, no nos agrede ni merma nuestra integridad. Ya no tenemos que vendernos, ni sentirnos que tenemos que regatear o comerciar con nuestro cuerpo o con nuestra expresión sexual en el interminable toma y daca que se produce entre hombres y mujeres. Ya no tentamos con el sexo, no lo retenemos, no lo regalamos, ya no existe el <ahora tú me debes>, o el <ahora me has pagado>, o <yo te he pagado la cena, ahora tú me das tu cuerpo>. Los interminables intercambios y trapicheos llegan a su fin. Ahora nos sentimos libres de esta manipulación. Recuerda que cuando manipulamos a otros, somos manipulados igualmente de vuelta.
Cuando dejamos de manipular mediante este tipo de sexualidad, tampoco podemos ser manipulados por ella. Somos más libres cuando nos desapegamos y somos capaces de afrontar y lidiar con el problema. Cuando lo afrontamos y lidiamos con él, nos desapegamos y liberamos en lugar de sentirnos atrapados.
¿Qué es el estado de liberación? Implica ser tan libre que si algo ocurre en nuestra vida, es genial; y si no ocurre, también está bien. Ser libre significa tener la posibilidad de elegir. Entonces no estamos gobernados por el mundo ni por la manipulación. Los anuncios de los carteles ya no nos envían automáticamente a comprar goma de mascar o cualquier otra cosa que la chica guapa esté vendiendo. La intención de trascender la limitación nos lleva a la aceptación y nos permite sentirnos adecuados y confiados. El sentirse adecuado surge del conocimiento interno de que, de algún modo, la vida ha respondido finalmente a nuestra pregunta.
Donde había frustración, ahora hay libertad, y con ella nos sentimos adecuados como seres humanos y disponemos de mucha más confianza en nostros mismos. Estamos dispuestos a empezar a entrar en el campo del amor. El mundo comienza a parecer más amistoso. Si deseamos sexo y nuestro deseo se ve frustrado, no puede parecernos que el mundo sea amistoso. Al entregar el deseo y las imágenes mentales y fantasía asociadas con él, el mundo empieza a tener un aspecto más amable y armonioso, permitiéndonos la libertad de disfrutar de oportunidades de expresarnos sexualmente.
A medida que pasamos del deseo a la aceptación, entramos en un campo de energía en el que empezamos a aproximarnos a la felicidad. Estamos en el comienzo de la felicidad, permanecemos sosegagos y nos sentimos muy bien con nosotros mismos y nuestra conducta. Este ambiente amoroso empieza a nutrir y a favorecer la intención de perdonar. En este campo somos capaces de experimentar nuestro ser desde un punto de vista diferente. Entonces el propio campo energético resuelve todos los problemas surgidos en los campos de energía inferiores.
Como he dicho anteriormente, todo es experimentado en la conciencia. Por ejemplo, si nuestra conciencia estuviera coloreada de azul, lo veríamos todo de color azul. Si nuestra conciencia está coloreada de rosa, entonces todas nuestras experiencias están teñidas de rosa. Asimismo, la negatividad también colorea toda la experiencia de nuestra vida sexual. Sentirse carente es característico de los campos de energía inferiores; por lo tanto, todo se experimenta como un dar y un conseguir. El deseo es este intercambio de dar y conseguir; así, cuando los muchachos adolescentes se encuentran en el vestuario, suelen comentar: <¿Conseguiste algo anoche?>.
A medida que salimos de los campos de energía inferiores del dar y conseguir, surge el campo energético intermedio de <hacer>. En este caso, a la persona le interesa el hacer del sexo. La expresión sería: <Hagámoslo>. Por lo tanto, nuestro estilo al <hacerlo> se convierte en nuestra máxima preocupación. Y la consecuencia es la existencia de incontables manuales sobre sexo que hablan de cómo hacerlo. Algunos de los más modernos incluso incluyen algo de amor. Ahora bien, suele considerarse que esto solo es romanticismo, algo que las mujeres necesitan para tener sexo feliz.
El campo de energía del hacer guarda relación con lo bien <que uno lo hace>. Consecuentemente, las personas se sienten ansiosas con respecto a su actuación. Si el sexo es algo que <hacemos>, entonces, en nuestra sociedad, deberíamos hacerlo bien. Por lo tanto, aquí están muy presentes las ideas de la competición y el rendimiento. La ansiedad de hacerlo bien produce frigidez, falta de deseo y diversas formas de impotencia. <¿Le gustará cómo lo hago?, <¿he satisfecho a la otra persona?>. En cierto sentido, el sexo se redefine como una forma de atletismo.
Finalmente, la sexualidad se convierte en una manera de estar con alguien. Es un modo de compartir nuestro ser con otra persona. No se trata de dar y conseguir; no se trata de nuestro rendimiento, como si nos fueran a poner nota. Más bien se convierte en un modo de estar con la otra persona en el que se viene abajo todo el sistema del regateo. Cuando ya no se ve desde una posición inferior, toda la cuestión de la culpa desaparece y las preguntas moralistas quedan respondidas. El amor es una conexión del corazón, la apertura a un espacio y a un modo de estar con la otra persona.
Suele surgir el temor de que si abandonamos nuestro deseo y nuestro apetito, el sexo desaparecerá de nuestra vida. La investigación y mi experiencia personal y clínica indican lo contrario. El deseo y el apetito crean una resistencia. Lo que queremos y deseamos también establece una resistencia en la otra persona. Cuando un vendedor se dirige a nosotros con su estilo de vendedor, sabemos que quiere vendernos algo. Y, cuando nos damos cuenta de que quieren vendernos algo, surge una resistencia para contrarrestar lo que está ocurriendo en los campos de energía inferiores.
La rendición y la entrega del deseo crean un espacio para que el campo energético de la vida misma entre en el cuerpo y abra el corazón. Soltar el campo de energía inferior abre el camino para que el campo de energía superior pueda expresarse mediante la apertura a la alegría, el regocijo y el amor. Entonces surge el deseo de aportar placer y felicidad a la relación, y de apoyar la experiencia de la otra persona. Hacemos el amor compasivamente. Uno ya no se preocupa por su propia actuación ni por la moralidad. Desde el campo de energía del amor, el amor al sexo reemplaza al deseo del mismo.
El amor no juzga. Es consciente de la inocencia y la naturalidad intrínsecas. Ahora observamos incluso a los animales desde otro punto de vista, contemplando la expresión grácil de su animalidad. Cuando nos libramos del campo de energía negativo, condenatorio y moralista, es posible experimentar la increíble belleza, perfección y sacralidad de la expresión de nuestra vivacidad: la emoción, la alegría y la experiencia del campo de energía de nuestro estar vivos. Experimentamos la sexualidad del amor y el amor a la sexualidad como una expresión de amor.
En cambio, el deseo parece traer consigo todo un campo de energía que incluye la culpa, la apatía o la pena; y después la frustración, el miedo, la ira, el orgullo y la ansiedad con respecto a nuestra actuación. Cuando nos liberamos del deseo incesante, nos liberamos también de la culpa y del remordimiento, de la anticipación de que tal vez no ocurra y de todas estas energías que surgen de manera masiva, casi como una unidad. Con la madurez, la integridad de la relación se vuelve cada vez más importante y se valora cada vez más la felicidad del otro.
En los niveles inferiores de conciencia, la persona no experimenta la energía del otro, solo la suya. La atracción sexual, por asombrosa que pueda parecer, no se origina en el mundo externo. Es algo que uno proyecta desde dentro. En una sociedad, estar muy delgado resulta atractivo; en otra puede serlo estar rellenito, o ser moreno de pelo, o rubio, o tener la nariz atravesada por un hueso, o tener muchos anillos alrededor del cuello, o los lóbulos de las orejas estirados, o tener símbolos pintados en la frente, o el cabello trenzado. Todas estas decoraciones del cuerpo humano solo son proyecciones de las imágenes que tenemos dentro. Las personas son la fuente de su propia sexualidad.
Del amor surge el deseo de experimentar la energía de la otra persona. En ese espacio claro, la masculinidad y la feminidad resultan mutuamente atractivas. Es como si el hombre universal estuviera con la mujer universal, trascendiendo la personalidad. En lugar de ser una experiencia física localizada, ahora hay sentimientos muy diferentes de expansión y de unicidad que surgen de estar con la energía de esa otra persona. Tal vez un segundo antes no había ningún pensamiento sexual en sus mentes: la pareja estaba esperando que las tostadas salieran de la tostadora. Entonces se produce un abrazo en un campo claro. En otras palabras, las dos personas han soltado cualquier retención, resentimiento y cualquier cosa que les impedía estar el uno con el otro. Del abrazo mismo surge el deseo, que ahora es de una naturaleza totalmente distinta. Es el deseo de estar con la otra persona y de experimentar su energía. La espontaneidad no surge del deseo, sino del espacio de la vivacidad esencial y de la energía de estar con el otro. Se trata de una experiencia general y difusa, en la que se siente alegría y agradecimiento por la oportunidad de estar con esa energía. La alegría y el placer que esto produce nos aportan la sensación de estar completos.
En cuanto surge el deseo en este tipo de campo energético, se completa. Por ejemplo, si suena el teléfono y todo queda interrumpido, puede dejarse a un lado instantáneamente sin ninguna sensación de pérdida. No hay sensación de pérdida porque, gracias a la sensación de compleción en el corazón, la unicidad y unificación ya han ocurrido. Cuando dejamos de estar gobernados por cualquier apetito particular, en nuestro vida ocurren cosas maravillosas. Cuando sucede esto, es como si la experiencia se completara en cualquier momento, en todo momento.
En el caso de la reducción de peso, cuando soltamos el hambre, el deseo de comer y de ser gobernados por el hambre, el deseo de comer surge del comer mismo. Cuando nos sentamos a comer, aún no tenemos sensación de hambre o apetito, pero, al empezar a comer, el disfrute es enorme. No obstante, si suena el timbre de la puerta justo cuando estamos comiéndonos un filete, podemos dejarlo e ir a estar con un amigo sin ninguna sensación de pérdida o carencia. Es como si la compleción acompañara al disfrute. En lugar de actuar desde un lugar de deseo, es como si solo fuéramos este lado de la experiencia y tratáramos de llegar al segundo siguiente. Ya sabemos cómo es esto en el sexo, en el comer: siempre estamos anticipando el siguiente bocado, la siguiente sensación. Estamos siempre anticipando. Es como si estuviéramos <tratando de llegar>, de modo que siempre hay una corriente interna entre lo que está ocurriendo en este mismo segundo y lo que deseamos, queremos y anhelamos que ocurra al segundo siguiente.
Cuando soltamos el querer, el anhelar y el desear surge el sentimiento de estar en el momento exacto, de modo que cada momento es completo y total en sí mismo. Debido a su compleción, el proceso puede detenerse en cualquier momento sin que haya sensación de pérdida. Alguien puede apagar el programa de televisión que estamos viendo sin que sintamos que perdemos algo. Esto se debe a que estamos experimentando sin el control de la anticipación. A cada momento, la naturaleza de la experimentación surge de la compleción. Estar con esta persona ahora, sentirnos unidos a su energía, sentir aceptación, sentir la vivacidad de la unicidad, ya es estar completo en el momento mismo de la experimentación. No hay necesidad de continuar la experiencia por haber proyectado la compleción en un futuro que anticipamos. El placer de comer es perfecto sin la anticipación del bocado siguiente. En los campos de energía de la conciencia inferior, experimentamos la vida como si fuera de la incompleción a la compleción. En los niveles elevados de conciencia la vida pasa de la compleción a la compleción.
Soltar el deseo permite la experiencia de estar completamente en un estado de unicidad y alegría. Cada momento parece surgir espontáneamente por sí mismo. Dentro del abrazo, la experiencia está ocurriendo espontáneamente. Es como si participáramos en el despliegue de una película. Esto ocurre porque hemos recuperado nuestra posición de ser la fuente. En lugar de poner la experiencia fuera de nosotros, como algo que hemos de conseguir, nos hemos adueñado de ella como algo que somos. Es nuestra manera de estar con nosotros mismos. La experiencia surge de dentro; por lo tanto, no hay brecha entre lo que somos y la experiencia.
Desde un campo de energía inferior, nos experimentamos como separados y <aquí>, y lo que deseamos está <allí>. Seguidamente, imaginamos que el deseo acorta la distancia, reduce la distancia y el espacio, pero siempre está presente la sensación de espacio entre lo que pensamos que somos y lo que queremos. Separamos nuestro deseo y lo que somos de manera dualista, como sujeto y objeto. A medida que soltamos y nos liberamos, empezamos a experimentar que la vida se despliega espontáneamente por sí misma. Empezamos a sentir reverencia por la naturaleza de esta experiencia. Se parece al estado descrito por los místicos.
¿Qué es un místico? Es la persona que verdaderamente ha soltado el deseo y está experimentando la compleción y la totalidad segundo a segundo y, dentro de ella, la exquisita belleza, reverencia y sacralidad. Ahora la relación se convierte en una expresión de lo sagrado y se disfruta de una exquisita sensación de vivacidad. Es como si hubiéramos trascendido el mundo. ¿Cómo lo hemos hecho? Se podría decir que el mundo es lo que está cambiando constantemente, lo que comienza y acaba, lo que es limitado y nos limita. Si nos identificamos con él, entonces limita nuestra experiencia a un deseo y un querer local. Si soltamos eso, el campo de energía comienza a expresarse a través del corazón y a unirnos con esa otra persona en esta alegría espontánea. Esto significa que hemos trascendido realmente el mundo, porque ahora la energía que estamos experimentando es infinita.
Experimentalmente, ahora la experiencia sexual se expande. En lugar de ser un fenómeno genital local, la experiencia se expande a todo el cuerpo. Y desde la totalidad del cuerpo empieza a expandirse al espacio que rodea al cuerpo. Es como si toda la habitación estuviera teniendo un orgasmo. Es como si una especie de espacio infinito fuera la fuente y el cuerpo fuera meramente lo que está ocurriendo en ese espacio. El cuerpo se vuelve como la marioneta que representa lo que está ocurriendo en un reino invisible que es infinito. La energía que se experimenta es ilimitada porque el amor es ilimitado.
Si miramos a nuestro alrededor, vemos la expresión del amor por doquier. No tiene principio ni fin. No tiene límites. Lo único que la limita es nuestra voluntad de experimentarla y de estar abiertos a ella. Es como un océano infinito, de modo que cuando nos abrimos a él soltando lo que se le opone, nos convertimos en una expresión de ese amor. Entonces experimentamos un espacio infinito que trasciende la personalidad, así como el espacio y el tiempo.
El mayor afrodisíaco es esa sensación interna de vivacidad, a medida que esa vivacidad se intensifica, es como si despertara la totalidad de nosotros. Ese sentimiento de amor y de bondad es el mayor afrodisíaco de todos. Estamos hablando del erotismo del corazón en lugar de la sexualidad del cuerpo. El corazón lo abarca todo, es difuso y omniincluyente, y genera una intensa sensación de vivacidad. Hay un exquisito placer en la experiencia de nuestra existencia, expresada ahora dentro del campo energético del estar con alguien cuya energía es compatible, aunque sea nuestro opuesto polar. Esto permite al hombre experimentar su lado femenino, del que se apropia en la experiencia del abrazo. La mujer experimenta el campo de energía del hombre dentro de sí misma, volviendo a sí misma a través de él; y en la magia de ese abrazo se produce esa sensación de unicidad y compelción. La magia es la unión de estos dos campos de energía, masculino y femenino, como expresión de su unicidad a partir de ese intenso sentimiento de vivacidad y alegría.
Esta recontextualización resuelve los problemas de la sexualidad humana porque, en la sutileza de esa experiencia interna, se produce la reconexión con la alegría de nuestra inocencia. La cuestión de si Dios aprueba el sexo desaparece.
En la experiencia de esa vivacidad, unicidad y alegría, a medida que uno avanza hacia un estado infinito de paz interna y compleción (porque la compleción es paz), se descubre que la paz es esa sensación de absoluta unicidad y la re-unión con ella. Dentro de la sexualidad surgida del corazón se produce el retorno a la experiencia de estar completos. Es la cualidad mística de la trascendencia, una sensación ilimitada de estar por doquier.
Cuando se produce la sensación de unicidad, es como si trascendiéramos el tiempo y como si siempre hubiéramos sido todos los hombres y todas las mujeres. Nos adueñamos de la fuente; somos eso de lo que surge la experiencia. Ya no somos un efecto de la fuente, sino una expresión de ella con su sacralidad y belleza increíbles. Al mirar dentro sentimos la sutileza de esta experiencia interna.
¿Cómo podemos llevar esto a la práctica? ¿Suena como una fantasía, como algo místico o irreal? ¿Tal vez suene mítico e impropio de hombres y mujeres? Existen algunas maneras prácticas de entrar en ello. Un modo de desenfocarse de la dimensión física localizada del cuerpo surge de la antigua técnica de las tradiciones meditativas de enfocar la atención en un punto situado debajo del ombligo y mantenerla allí durante toda la experiencia. Simplemente, inténtalo. Este es el punto que los japoneses llaman hara. Se usa en artes marciales para enfocarse o centrarse en él. En lugar de prestar atención a los movimientos del cuerpo, a las manipulaciones y a las ansiedades sin fin, concéntrate y fija la atención en ese punto situado como dos centímetros y medio por debajo del ombligo. Mantén tu atención allí independientemente de lo que esté ocurriendo y descubrirás que te sientes en cierta medida distanciado. En este estado, nos convertimos en el participante/observador autónomo. Ahora toda la experiencia adquiere una dimensión diferente. Ocurre espontáneamente dentro de ti, pero, en lugar de estar enfocado en lo local, ahora estás experimentando desde un campo de energía mucho más general. Prueba esto como un modo de trasladarte desde esa experiencia local al corazón. Simplemente, trasládate a ese punto llamado hara y nota el cambio en la cualidad de la experiencia.
Cuando salimos de lo localizado, nos trasladamos a un campo de energía diferente. Entonces, nuestra experiencia es de expansión, una experiencia de mucha más intensidad, mucho más satisfactoria y gratificante, después de la cual nos sentimos alegres y agradecidos en lugar de satisfechos. La diferencia está en la gratitud, que es similar a la alegría, en lugar de la satisfacción del deseo, que a menudo deja a la gente con una sensación de pérdida y tristeza. ¿Por qué deja a uno con esa sensación de tristeza, pérdida, incompleción y carencia? Este es el resultado de poner la fuente de nuestra sexualidad ahí fuera, en algún lugar del mundo, en vez de volver a adueñarnos de ella como parte de lo que somos. La sensación de inocencia que surge de esta experiencia vuelve a llevarnos al jardín del edén, como si no hubiéramos comido de la manzana del árbol del conocimiento del bien y del mal. Es como si se nos sacara del campo de la carnalidad y se nos devolviera al campo de la inocencia y de la conciencia de la verdad de eso que verdaderamente somos. Es, por tanto, una de las mejores experiencias humanas.
Esto demuestra el principio de que lo que determina la naturaleza de la experiencia no son los sucesos de la vida ni lo que está ocurriendo, sino cómo lo contextualizamos: si nos induce culpa, si es frustrante, si provoca ansiedad o una disfunción neurótica o bien si es una de las mejores experiencias humanas. ..."
Sin duda alguna, el Dr. Hawkins aborda el tema de la sexualidad desde una óptica distinta de la que estamos acostumbrados y absolutamente novedosa, quizás, para muchos de nosotros. Una temática de suma importancia en la vida de todo Ser Humano que nos invita a reflexionar y a plantearnos desde qué nivel de conciencia queremos vivir nuestra sexualidad...
Bendiciones.
En las páginas 198 a 215, el Dr. Hawkins nos dice que:
"... La verdadera felicidad no prevalece hasta que se alcanzan los campos de energía superiores; por lo tanto, intentar encontrar la felicidad generando incesantemente satisfacción y mediante el ciclo del deseo produce frustración. La frustración produce buenas sensaciones cuando se satisface temporalmente. Uno se siente bien cuando deja de darse cabezazos contra la pared, pero eso no es felicidad. El deseo incesante continúa. Todas las cuestiones morales surgen debido a la dimensión física y al campo energético en el que se contempla la sexualidad.
¿Por qué la religión y la moralidad abordan este tipo de campo de energía y por qué se le llama <carnal >? La sexualidad de baja energía está contenida en la mente en un punto de vista inferior y, por lo tanto, toda la cuestión de la moralidad está dirigida a lo carnal. La carnalidad surge de menospreciar nuestra naturaleza animal en lugar de aceptarla, de sentirse feliz con ella, estarle agradecido y considerar que es intrínsecamente hermosa cuando no se la juzga ni se la considera degradante.
¿Cómo se puede salir de este ciclo y experimentar la sexualidad desde otro campo de energía muy distinto que nos produzca alivio? ¿Cómo es posible dejar de <estar a expensas de> este instinto, dejar de estar controlado o dominado por él, dirigidos por su reciclaje repetitivo? ¿Cómo podemos ver la sexualidad desde un campo de energía diferente, de modo que se experimente como una experiencia totalmente positiva? Cuando el sexo se ve y se contempla desde un nivel de conciencia distinto, todas las cuestiones y los problemas empiezan a desaparecer. Entonces, no surgen la manipulación, la retención, la frustración o el estar dirigido por el deseo, el peligro y el resentimiento. No hay sentimiento de carencia si el deseo no queda satisfecho. El deseo genera miedo a no ser satisfecho, o pena por no haberlo sido, o apatía, ira, frustración o culpa.
[...] Contemplar la sexualidad desde este nivel nos vincula con una visión del mundo caracterizada por el pecado y el sufrimiento, la desesperanza y la tristeza. Desde un punto de vista inferior, todo el tema de la sexualidad se vuelve atemorizante.
Cuando se usa seductoramente, o en un campo de energía manipulativo, el sexo se vuelve competitivo. La atracción sexual usada como símbolo de estauts se convierte en un símbolo de <poder> ilusorio, y los adornos de los humanos también se convierten en un símbolo de estatus y en otra manera de controlar, manipular e intentar influir en nuestra porpia sensación de valía. De este campo de energía surgen la preocupación, la ansiedad, la vergüenza, el deseo y el resentimiento y, a menudo, conduce al odio. Así, se producen apuñalamientos, crímenes violentos y suicidios basados en la infautación, en la seducción y en la manipulación mutua, junto con la triangulación de situaciones y la explotación inconsciente basada en el deseo y el atractivo. La negación que existe en torno a todo esto es visible, junto con el desprecio (por ejemplo, en nombres como <puta>, <perra>, etcétera; o en la música rap carnal).
También existe el orgullo con respecto a la moralidad sexual, que toma la forma de desprecio, negación o conflicto religioso. Las personas orgullosas a menudo <miran la sexualidad por encima del hombro> y consideran que cualquiera que cae en este tipo de actividad queda envilecido por la naturaleza animal inferior. Ellos presumen que todos los demás están dominados por la sexualidad, como ellos mismos. Las personas que desprecian la sexualidad proyectan su propia forma de estar con ella sobre los demás y dicen: <¿No son carnales? ¿No son animales?>.
En contraste con estos puntos de vista, el sexo de alta energía, que supone un campo de energía diferente y una manera diferente de considerarlo, trasciende todos estos problemas: la competición, la frustración, el miedo, la culpa, el lamento, la preocupación y la ansiedad. ¿Cómo vamos a poder disfrutar de una actividad humana que tiene lugar en este campo de energía mientras sintamos secretamente que Dios nos va a castigar por ello, porque la visión de Dios que surge de este campo es punitiva? Ciertamente, estamos separados de El, y si disfrutamos o somos felices, es muy probable que al final haya represalias.
Algunas personas no pueden soportar la intensidad de este conflicto entre el impulso biológico, la necesidad psicológica y la religión, de modo que lo evitan completamente mediante el ateísmo, que solo elimina la culpa. Tiene que soltar su visión de Dios y la religión, o bien su sexualidad. Para aglunos este es un conflicto imposible de resolver y muchos acaban declarándose ateos porque no tienen otra manera de gestionar su humanidad y su visión de Dios.
¿Cómo sale uno de este conflicto para poder vivir estas experiencias desde un campo de energía diferente? Vamos a ver el contraste con un campo de energía amoroso, en el que la sexualidad es una expresión de amor que produce vivacidad y donde uno se puede mostrar verdaderamente tal como es. Para tener este tipo de experiencia tenemos que soltar el campo de energía inferior, en el que la sexualidad se experimenta como un fenómeno físico y local. Entonces surgen todo tipo de preocupaciones por la anatomía, como la preocupación de los hombres sobre su adecuación como compañero sexual y el enfoque de las mujeres en los atributos físicos del cuerpo.
Junto con la dimensión física están la emocionalidad y el sentimentalismo. La combinación de emocionalidad y físico produce la expresividad del amor: el abrazo <loco y apasionado> y la expresión de la emocionalidad del querer y del deseo. <Oh ¡cuánto te quiero!>, <oh, ¡cuánto te deseo!>, <oh, ¡tengo que tenerte!>. Esta excitación es lo que suelen retratar las películas y los medios de comunicación. Si uno deja atrás estas percepciones, ¿qué tipo de experiencia es posible? ¿Qué tipo de experiencia ocurriría si el sexo ya no fuera únicamente local ni negativo? ¿Cómo se percibiría si surgiera del corazón, [...], en el espacio de estar con la realidad y la verdad de lo que uno es?.
En primer lugar, tenemos que hablar de cómo soltar este campo de energía compulsivo, de cómo evitar que nos gobierne, de cómo experimentar el sexo sin conflicto y de cómo trascender el deseo incesante de este campo de energía que produce todos los problemas. ¿Cómo podemos experimentarlo desde un nivel muy superior?.
Existe una técnica que ha funcionado bien con los problemas de peso, con el dolor y con una gran variedad de enfermedades. El principio básico es el mismo, independientemente de la situación. Cuando la energía, el sentimiento, la expresión o el deseo surgen, en primer lugar, deja de etiquetarlos o de llamarlos de ninguna forma. Suelta las fantasías, las imágenes y los pensamientos y permite que ocurra la experiencia, las sensaciones van disminuyendo progresivamente. Los campos de energía del deseo incesante y continuo del plexo solar acaban por agotarse.
Al examinar el deseo, queda claro que no es una experiencia placentera. No es placentero estar delante del escaparate, mirando a lo que está dentro con un sentimiento de quererlo y desearlo, de anhelo frustrado. Si examinamos la sensación y cancelamos su contenido, cancelamos la <cosa deseada> -puede tratarse de diamantes, de un abrigo de pieles o del cuerpo de la otra persona-, nos damos cuenta de que la experiencia en sí es desagradable. Querer y no tener -especialmente en ese momento- es desagradable. Querer un filete y oler cómo se está cocinando, pero no ser capaz de comerlo, es muy frustrante. Si el filete se sostiene delante de la nariz del perro y no se le permite comerlo, ¿qué está experimentando el perro? ¿Experimenta felicidad? ¿Está contento de estar vivo? Si esto conitnúa el tiempo suficiente, el perro acabará con ira y rabia porque su deseo ha sido frustrado. La sensación no es agradable.
Tenemos la ilusión de que es el deseo el que trae el sexo a nuestra vida. En realidad, sucede lo contrario. El deseo y la apetencia bloquean la llegada del sexo a nuestra vida, así como el pleno disfrute de él cuando está presente. Cuando dejamos de resistirnos a este anhelo incesante, surge todo el deseo reprimido y suprimido. Si se le permite liberarse y fluir sin hacer nada al respecto, sin oponerse ni resistirse a experimentarlo, comienza a descomprimirse. Finalmente, como la cantidad de deseo es limitada, acaba deteniéndose completamente. Cuando se disipan el deseo, la obsesión, la compulsión y la adicción al anhelo constante de esta dimensión física, nos sentimos en paz. ¡Qué pensamiento tan chocante! Allí donde había deseo constante, antojo, querencia y frustración; allí donde había una sensación de carencia, de <no tener> y de baja autoestima porque eso no estaba siendo gratificado, ahora hay una estado de paz.
Lo mismo ocurre cuando dejamos de resistirnos a los antojos de ciertos alimentos, al deseo de comer y al apetito constante. Esta avaricia finalmente se va. Esto no son sino variantes de la avaricia. Podemos sentir avaricia hacia cualquier cosa externa. Lo que el mundo llama sexualidad a menudo no es más que avaricia, deseo, un anhelo incesante que gobierna y domina a las personas y sus vidas.
En lugar de eso, puede vivirse un estado interno de paz y serenidad. Toda esta cuestión queda resuelta y deja de ser un problema. ¿Cuál es el problema ahora? No hay problema. Ya no nos vuelve locos, no nos agrede ni merma nuestra integridad. Ya no tenemos que vendernos, ni sentirnos que tenemos que regatear o comerciar con nuestro cuerpo o con nuestra expresión sexual en el interminable toma y daca que se produce entre hombres y mujeres. Ya no tentamos con el sexo, no lo retenemos, no lo regalamos, ya no existe el <ahora tú me debes>, o el <ahora me has pagado>, o <yo te he pagado la cena, ahora tú me das tu cuerpo>. Los interminables intercambios y trapicheos llegan a su fin. Ahora nos sentimos libres de esta manipulación. Recuerda que cuando manipulamos a otros, somos manipulados igualmente de vuelta.
Cuando dejamos de manipular mediante este tipo de sexualidad, tampoco podemos ser manipulados por ella. Somos más libres cuando nos desapegamos y somos capaces de afrontar y lidiar con el problema. Cuando lo afrontamos y lidiamos con él, nos desapegamos y liberamos en lugar de sentirnos atrapados.
¿Qué es el estado de liberación? Implica ser tan libre que si algo ocurre en nuestra vida, es genial; y si no ocurre, también está bien. Ser libre significa tener la posibilidad de elegir. Entonces no estamos gobernados por el mundo ni por la manipulación. Los anuncios de los carteles ya no nos envían automáticamente a comprar goma de mascar o cualquier otra cosa que la chica guapa esté vendiendo. La intención de trascender la limitación nos lleva a la aceptación y nos permite sentirnos adecuados y confiados. El sentirse adecuado surge del conocimiento interno de que, de algún modo, la vida ha respondido finalmente a nuestra pregunta.
Donde había frustración, ahora hay libertad, y con ella nos sentimos adecuados como seres humanos y disponemos de mucha más confianza en nostros mismos. Estamos dispuestos a empezar a entrar en el campo del amor. El mundo comienza a parecer más amistoso. Si deseamos sexo y nuestro deseo se ve frustrado, no puede parecernos que el mundo sea amistoso. Al entregar el deseo y las imágenes mentales y fantasía asociadas con él, el mundo empieza a tener un aspecto más amable y armonioso, permitiéndonos la libertad de disfrutar de oportunidades de expresarnos sexualmente.
A medida que pasamos del deseo a la aceptación, entramos en un campo de energía en el que empezamos a aproximarnos a la felicidad. Estamos en el comienzo de la felicidad, permanecemos sosegagos y nos sentimos muy bien con nosotros mismos y nuestra conducta. Este ambiente amoroso empieza a nutrir y a favorecer la intención de perdonar. En este campo somos capaces de experimentar nuestro ser desde un punto de vista diferente. Entonces el propio campo energético resuelve todos los problemas surgidos en los campos de energía inferiores.
Como he dicho anteriormente, todo es experimentado en la conciencia. Por ejemplo, si nuestra conciencia estuviera coloreada de azul, lo veríamos todo de color azul. Si nuestra conciencia está coloreada de rosa, entonces todas nuestras experiencias están teñidas de rosa. Asimismo, la negatividad también colorea toda la experiencia de nuestra vida sexual. Sentirse carente es característico de los campos de energía inferiores; por lo tanto, todo se experimenta como un dar y un conseguir. El deseo es este intercambio de dar y conseguir; así, cuando los muchachos adolescentes se encuentran en el vestuario, suelen comentar: <¿Conseguiste algo anoche?>.
A medida que salimos de los campos de energía inferiores del dar y conseguir, surge el campo energético intermedio de <hacer>. En este caso, a la persona le interesa el hacer del sexo. La expresión sería: <Hagámoslo>. Por lo tanto, nuestro estilo al <hacerlo> se convierte en nuestra máxima preocupación. Y la consecuencia es la existencia de incontables manuales sobre sexo que hablan de cómo hacerlo. Algunos de los más modernos incluso incluyen algo de amor. Ahora bien, suele considerarse que esto solo es romanticismo, algo que las mujeres necesitan para tener sexo feliz.
El campo de energía del hacer guarda relación con lo bien <que uno lo hace>. Consecuentemente, las personas se sienten ansiosas con respecto a su actuación. Si el sexo es algo que <hacemos>, entonces, en nuestra sociedad, deberíamos hacerlo bien. Por lo tanto, aquí están muy presentes las ideas de la competición y el rendimiento. La ansiedad de hacerlo bien produce frigidez, falta de deseo y diversas formas de impotencia. <¿Le gustará cómo lo hago?, <¿he satisfecho a la otra persona?>. En cierto sentido, el sexo se redefine como una forma de atletismo.
Finalmente, la sexualidad se convierte en una manera de estar con alguien. Es un modo de compartir nuestro ser con otra persona. No se trata de dar y conseguir; no se trata de nuestro rendimiento, como si nos fueran a poner nota. Más bien se convierte en un modo de estar con la otra persona en el que se viene abajo todo el sistema del regateo. Cuando ya no se ve desde una posición inferior, toda la cuestión de la culpa desaparece y las preguntas moralistas quedan respondidas. El amor es una conexión del corazón, la apertura a un espacio y a un modo de estar con la otra persona.
Suele surgir el temor de que si abandonamos nuestro deseo y nuestro apetito, el sexo desaparecerá de nuestra vida. La investigación y mi experiencia personal y clínica indican lo contrario. El deseo y el apetito crean una resistencia. Lo que queremos y deseamos también establece una resistencia en la otra persona. Cuando un vendedor se dirige a nosotros con su estilo de vendedor, sabemos que quiere vendernos algo. Y, cuando nos damos cuenta de que quieren vendernos algo, surge una resistencia para contrarrestar lo que está ocurriendo en los campos de energía inferiores.
La rendición y la entrega del deseo crean un espacio para que el campo energético de la vida misma entre en el cuerpo y abra el corazón. Soltar el campo de energía inferior abre el camino para que el campo de energía superior pueda expresarse mediante la apertura a la alegría, el regocijo y el amor. Entonces surge el deseo de aportar placer y felicidad a la relación, y de apoyar la experiencia de la otra persona. Hacemos el amor compasivamente. Uno ya no se preocupa por su propia actuación ni por la moralidad. Desde el campo de energía del amor, el amor al sexo reemplaza al deseo del mismo.
El amor no juzga. Es consciente de la inocencia y la naturalidad intrínsecas. Ahora observamos incluso a los animales desde otro punto de vista, contemplando la expresión grácil de su animalidad. Cuando nos libramos del campo de energía negativo, condenatorio y moralista, es posible experimentar la increíble belleza, perfección y sacralidad de la expresión de nuestra vivacidad: la emoción, la alegría y la experiencia del campo de energía de nuestro estar vivos. Experimentamos la sexualidad del amor y el amor a la sexualidad como una expresión de amor.
En cambio, el deseo parece traer consigo todo un campo de energía que incluye la culpa, la apatía o la pena; y después la frustración, el miedo, la ira, el orgullo y la ansiedad con respecto a nuestra actuación. Cuando nos liberamos del deseo incesante, nos liberamos también de la culpa y del remordimiento, de la anticipación de que tal vez no ocurra y de todas estas energías que surgen de manera masiva, casi como una unidad. Con la madurez, la integridad de la relación se vuelve cada vez más importante y se valora cada vez más la felicidad del otro.
En los niveles inferiores de conciencia, la persona no experimenta la energía del otro, solo la suya. La atracción sexual, por asombrosa que pueda parecer, no se origina en el mundo externo. Es algo que uno proyecta desde dentro. En una sociedad, estar muy delgado resulta atractivo; en otra puede serlo estar rellenito, o ser moreno de pelo, o rubio, o tener la nariz atravesada por un hueso, o tener muchos anillos alrededor del cuello, o los lóbulos de las orejas estirados, o tener símbolos pintados en la frente, o el cabello trenzado. Todas estas decoraciones del cuerpo humano solo son proyecciones de las imágenes que tenemos dentro. Las personas son la fuente de su propia sexualidad.
Del amor surge el deseo de experimentar la energía de la otra persona. En ese espacio claro, la masculinidad y la feminidad resultan mutuamente atractivas. Es como si el hombre universal estuviera con la mujer universal, trascendiendo la personalidad. En lugar de ser una experiencia física localizada, ahora hay sentimientos muy diferentes de expansión y de unicidad que surgen de estar con la energía de esa otra persona. Tal vez un segundo antes no había ningún pensamiento sexual en sus mentes: la pareja estaba esperando que las tostadas salieran de la tostadora. Entonces se produce un abrazo en un campo claro. En otras palabras, las dos personas han soltado cualquier retención, resentimiento y cualquier cosa que les impedía estar el uno con el otro. Del abrazo mismo surge el deseo, que ahora es de una naturaleza totalmente distinta. Es el deseo de estar con la otra persona y de experimentar su energía. La espontaneidad no surge del deseo, sino del espacio de la vivacidad esencial y de la energía de estar con el otro. Se trata de una experiencia general y difusa, en la que se siente alegría y agradecimiento por la oportunidad de estar con esa energía. La alegría y el placer que esto produce nos aportan la sensación de estar completos.
En cuanto surge el deseo en este tipo de campo energético, se completa. Por ejemplo, si suena el teléfono y todo queda interrumpido, puede dejarse a un lado instantáneamente sin ninguna sensación de pérdida. No hay sensación de pérdida porque, gracias a la sensación de compleción en el corazón, la unicidad y unificación ya han ocurrido. Cuando dejamos de estar gobernados por cualquier apetito particular, en nuestro vida ocurren cosas maravillosas. Cuando sucede esto, es como si la experiencia se completara en cualquier momento, en todo momento.
En el caso de la reducción de peso, cuando soltamos el hambre, el deseo de comer y de ser gobernados por el hambre, el deseo de comer surge del comer mismo. Cuando nos sentamos a comer, aún no tenemos sensación de hambre o apetito, pero, al empezar a comer, el disfrute es enorme. No obstante, si suena el timbre de la puerta justo cuando estamos comiéndonos un filete, podemos dejarlo e ir a estar con un amigo sin ninguna sensación de pérdida o carencia. Es como si la compleción acompañara al disfrute. En lugar de actuar desde un lugar de deseo, es como si solo fuéramos este lado de la experiencia y tratáramos de llegar al segundo siguiente. Ya sabemos cómo es esto en el sexo, en el comer: siempre estamos anticipando el siguiente bocado, la siguiente sensación. Estamos siempre anticipando. Es como si estuviéramos <tratando de llegar>, de modo que siempre hay una corriente interna entre lo que está ocurriendo en este mismo segundo y lo que deseamos, queremos y anhelamos que ocurra al segundo siguiente.
Cuando soltamos el querer, el anhelar y el desear surge el sentimiento de estar en el momento exacto, de modo que cada momento es completo y total en sí mismo. Debido a su compleción, el proceso puede detenerse en cualquier momento sin que haya sensación de pérdida. Alguien puede apagar el programa de televisión que estamos viendo sin que sintamos que perdemos algo. Esto se debe a que estamos experimentando sin el control de la anticipación. A cada momento, la naturaleza de la experimentación surge de la compleción. Estar con esta persona ahora, sentirnos unidos a su energía, sentir aceptación, sentir la vivacidad de la unicidad, ya es estar completo en el momento mismo de la experimentación. No hay necesidad de continuar la experiencia por haber proyectado la compleción en un futuro que anticipamos. El placer de comer es perfecto sin la anticipación del bocado siguiente. En los campos de energía de la conciencia inferior, experimentamos la vida como si fuera de la incompleción a la compleción. En los niveles elevados de conciencia la vida pasa de la compleción a la compleción.
Soltar el deseo permite la experiencia de estar completamente en un estado de unicidad y alegría. Cada momento parece surgir espontáneamente por sí mismo. Dentro del abrazo, la experiencia está ocurriendo espontáneamente. Es como si participáramos en el despliegue de una película. Esto ocurre porque hemos recuperado nuestra posición de ser la fuente. En lugar de poner la experiencia fuera de nosotros, como algo que hemos de conseguir, nos hemos adueñado de ella como algo que somos. Es nuestra manera de estar con nosotros mismos. La experiencia surge de dentro; por lo tanto, no hay brecha entre lo que somos y la experiencia.
Desde un campo de energía inferior, nos experimentamos como separados y <aquí>, y lo que deseamos está <allí>. Seguidamente, imaginamos que el deseo acorta la distancia, reduce la distancia y el espacio, pero siempre está presente la sensación de espacio entre lo que pensamos que somos y lo que queremos. Separamos nuestro deseo y lo que somos de manera dualista, como sujeto y objeto. A medida que soltamos y nos liberamos, empezamos a experimentar que la vida se despliega espontáneamente por sí misma. Empezamos a sentir reverencia por la naturaleza de esta experiencia. Se parece al estado descrito por los místicos.
¿Qué es un místico? Es la persona que verdaderamente ha soltado el deseo y está experimentando la compleción y la totalidad segundo a segundo y, dentro de ella, la exquisita belleza, reverencia y sacralidad. Ahora la relación se convierte en una expresión de lo sagrado y se disfruta de una exquisita sensación de vivacidad. Es como si hubiéramos trascendido el mundo. ¿Cómo lo hemos hecho? Se podría decir que el mundo es lo que está cambiando constantemente, lo que comienza y acaba, lo que es limitado y nos limita. Si nos identificamos con él, entonces limita nuestra experiencia a un deseo y un querer local. Si soltamos eso, el campo de energía comienza a expresarse a través del corazón y a unirnos con esa otra persona en esta alegría espontánea. Esto significa que hemos trascendido realmente el mundo, porque ahora la energía que estamos experimentando es infinita.
Experimentalmente, ahora la experiencia sexual se expande. En lugar de ser un fenómeno genital local, la experiencia se expande a todo el cuerpo. Y desde la totalidad del cuerpo empieza a expandirse al espacio que rodea al cuerpo. Es como si toda la habitación estuviera teniendo un orgasmo. Es como si una especie de espacio infinito fuera la fuente y el cuerpo fuera meramente lo que está ocurriendo en ese espacio. El cuerpo se vuelve como la marioneta que representa lo que está ocurriendo en un reino invisible que es infinito. La energía que se experimenta es ilimitada porque el amor es ilimitado.
Si miramos a nuestro alrededor, vemos la expresión del amor por doquier. No tiene principio ni fin. No tiene límites. Lo único que la limita es nuestra voluntad de experimentarla y de estar abiertos a ella. Es como un océano infinito, de modo que cuando nos abrimos a él soltando lo que se le opone, nos convertimos en una expresión de ese amor. Entonces experimentamos un espacio infinito que trasciende la personalidad, así como el espacio y el tiempo.
El mayor afrodisíaco es esa sensación interna de vivacidad, a medida que esa vivacidad se intensifica, es como si despertara la totalidad de nosotros. Ese sentimiento de amor y de bondad es el mayor afrodisíaco de todos. Estamos hablando del erotismo del corazón en lugar de la sexualidad del cuerpo. El corazón lo abarca todo, es difuso y omniincluyente, y genera una intensa sensación de vivacidad. Hay un exquisito placer en la experiencia de nuestra existencia, expresada ahora dentro del campo energético del estar con alguien cuya energía es compatible, aunque sea nuestro opuesto polar. Esto permite al hombre experimentar su lado femenino, del que se apropia en la experiencia del abrazo. La mujer experimenta el campo de energía del hombre dentro de sí misma, volviendo a sí misma a través de él; y en la magia de ese abrazo se produce esa sensación de unicidad y compelción. La magia es la unión de estos dos campos de energía, masculino y femenino, como expresión de su unicidad a partir de ese intenso sentimiento de vivacidad y alegría.
Esta recontextualización resuelve los problemas de la sexualidad humana porque, en la sutileza de esa experiencia interna, se produce la reconexión con la alegría de nuestra inocencia. La cuestión de si Dios aprueba el sexo desaparece.
En la experiencia de esa vivacidad, unicidad y alegría, a medida que uno avanza hacia un estado infinito de paz interna y compleción (porque la compleción es paz), se descubre que la paz es esa sensación de absoluta unicidad y la re-unión con ella. Dentro de la sexualidad surgida del corazón se produce el retorno a la experiencia de estar completos. Es la cualidad mística de la trascendencia, una sensación ilimitada de estar por doquier.
Cuando se produce la sensación de unicidad, es como si trascendiéramos el tiempo y como si siempre hubiéramos sido todos los hombres y todas las mujeres. Nos adueñamos de la fuente; somos eso de lo que surge la experiencia. Ya no somos un efecto de la fuente, sino una expresión de ella con su sacralidad y belleza increíbles. Al mirar dentro sentimos la sutileza de esta experiencia interna.
¿Cómo podemos llevar esto a la práctica? ¿Suena como una fantasía, como algo místico o irreal? ¿Tal vez suene mítico e impropio de hombres y mujeres? Existen algunas maneras prácticas de entrar en ello. Un modo de desenfocarse de la dimensión física localizada del cuerpo surge de la antigua técnica de las tradiciones meditativas de enfocar la atención en un punto situado debajo del ombligo y mantenerla allí durante toda la experiencia. Simplemente, inténtalo. Este es el punto que los japoneses llaman hara. Se usa en artes marciales para enfocarse o centrarse en él. En lugar de prestar atención a los movimientos del cuerpo, a las manipulaciones y a las ansiedades sin fin, concéntrate y fija la atención en ese punto situado como dos centímetros y medio por debajo del ombligo. Mantén tu atención allí independientemente de lo que esté ocurriendo y descubrirás que te sientes en cierta medida distanciado. En este estado, nos convertimos en el participante/observador autónomo. Ahora toda la experiencia adquiere una dimensión diferente. Ocurre espontáneamente dentro de ti, pero, en lugar de estar enfocado en lo local, ahora estás experimentando desde un campo de energía mucho más general. Prueba esto como un modo de trasladarte desde esa experiencia local al corazón. Simplemente, trasládate a ese punto llamado hara y nota el cambio en la cualidad de la experiencia.
Cuando salimos de lo localizado, nos trasladamos a un campo de energía diferente. Entonces, nuestra experiencia es de expansión, una experiencia de mucha más intensidad, mucho más satisfactoria y gratificante, después de la cual nos sentimos alegres y agradecidos en lugar de satisfechos. La diferencia está en la gratitud, que es similar a la alegría, en lugar de la satisfacción del deseo, que a menudo deja a la gente con una sensación de pérdida y tristeza. ¿Por qué deja a uno con esa sensación de tristeza, pérdida, incompleción y carencia? Este es el resultado de poner la fuente de nuestra sexualidad ahí fuera, en algún lugar del mundo, en vez de volver a adueñarnos de ella como parte de lo que somos. La sensación de inocencia que surge de esta experiencia vuelve a llevarnos al jardín del edén, como si no hubiéramos comido de la manzana del árbol del conocimiento del bien y del mal. Es como si se nos sacara del campo de la carnalidad y se nos devolviera al campo de la inocencia y de la conciencia de la verdad de eso que verdaderamente somos. Es, por tanto, una de las mejores experiencias humanas.
Esto demuestra el principio de que lo que determina la naturaleza de la experiencia no son los sucesos de la vida ni lo que está ocurriendo, sino cómo lo contextualizamos: si nos induce culpa, si es frustrante, si provoca ansiedad o una disfunción neurótica o bien si es una de las mejores experiencias humanas. ..."
Sin duda alguna, el Dr. Hawkins aborda el tema de la sexualidad desde una óptica distinta de la que estamos acostumbrados y absolutamente novedosa, quizás, para muchos de nosotros. Una temática de suma importancia en la vida de todo Ser Humano que nos invita a reflexionar y a plantearnos desde qué nivel de conciencia queremos vivir nuestra sexualidad...
Bendiciones.
Gracias Mònica. Muy interesante todo lo que comentàs.Silvia
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