Hace
unos años, cursando mis estudios del idioma italiano, gracias al aporte de quien por aquél entonces era nuestra
profesora, he podido acceder al conocimiento de una parte de la Historia que, a
mi entender, resulta sumamente interesante y que, traducción mediante, hoy les
acerco a través de este nuevo compartir.
Mi
intención, esta vez, es la de fomentar una sonrisa tímida, una carcajada
espontánea o una risa sincera que depare un momento de relax, un momento de
distensión. Más allá de las connotaciones socio-culturales de una época que, en
mi opinión, denota una gran dureza de corazón con pocas alternativas de sosiego
mental, físico y espiritual, observo cuán despiadadas formas de castigo puede
elucubrar la mente humana en su afán por impartir justicia.
He
titulado este compartir “Palo y a la bolsa” pensando que muchas veces se
escucha esta frase. A decir verdad no se bien cuál es su verdadero significado
o el origen de esta expresión; pero se me ocurrió que tal vez podría estar vinculada
con el uso de una “verga” dura (“verga” en italiano significa vara) toda vez
que al reo en cuestión, se lo golpeaba -luego de haber sido introducido en una
“bolsa” conjuntamente con una serie de animales- con varas (“verghe” en
italiano -se pronuncia vergue-) de color rojo sangre cuya dureza garantizaba la
efectividad de la golpiza propinada; varas que eran extraídas de una planta que
no gozaba precisamente de una buena reputación (y cuyo nombre científico es
“cornus sanguínea”). En tal caso, entiendo que la expresión debería ser “A la
bolsa y palo” o “A la bolsa y con la verga dura”. Tal vez, en aquélla época no
se usaba el “palo” como en la actualidad y por ello recurrían a la “cornus”
(cariñosamente hablando) para acometer ferozmente contra el “horrendo pecador”.
En fin, como sea, una costumbre de antaño que -desde mi punto de vista- deja
mucho que desear ...
“El
suplicio más terrible del derecho romano antiguo era el castigo reservado a
quienes asesinaban a sus progenitores. El procedimiento, muy complicado e
insólitamente preciso, preveía que el condenado a muerte calzase un par de
suecos de madera, tuviese la cabeza cubierta de una capucha confeccionada con
piel de lobo y fuese fustigado con varas especiales de color rojo sangre;
después de los azotes, el parricida era encerrado en una bolsa de cuero junto a
cuatro animales. Los animales eran un perro, un gallo, una serpiente y una
mona; la bolsa era tirada al mar o en el curso de agua más próximo. La
tradición asigna la implementación de este singular suplicio (llamado “poena
cullei”, la “pena de la bolsa”) a Tarquino el Soberbio, que lo aplicó por
primera vez con el magistrado romano Marco Atinio, culpable de haber divulgado
los secretos de los ritos civiles sagrados. Después de esa primera ejecución,
la bolsa fue utilizada para castigar a los acusados de parricidio.
Los
elementos del castigo del parricida tienen todos un significado simbólico, que
no es siempre fácil de individualizar. Los animales tenían seguramente una
función simbólica: contrariamente a lo que habitualmente se piensa (y no
obstante alguna rara excepción, como el caso del fiel perro Argo que luego de
veinte años reconoció a su patrón Ulises), el perro para los Griegos y para los
Romanos no era un simple animal simpático y fiel, sino una bestia inmunda y
vil; en la literatura científica de los antiguos, las crías de las víboras
tenían la característica de devorar a la madre inmediatamente después de su
nacimiento (y esto aludía claramente a la culpa del parricida); el gallo, siempre
de acuerdo a los antiguos, asesinaba a las serpientes, y su presencia
reproducía, en el interior de la bolsa, la violación de la convivencia civil
que el parricida había quebrantado en la ciudad; la mona era considerada una
caricatura del hombre, de su rostro bestial.
También
el ritual de la ejecución tenía un claro significado: la capucha de piel de
lobo indicaba la exclusión del parricida de la sociedad humana y civil; los
suecos de madera, separación entre los pies del reo y el suelo, impedían -a quien
se había manchado con ese delito horrible- contaminar la tierra; las varas
(“verghe” -en italiano y en plural- y “verga” -también en italiano pero en
singular-) color rojo sangre pertenecían a una planta, la “cornus sanguínea”
que era considerada un árbol “infelix”, “de mal augurio”; la bolsa de
cuero protegía el aire, el agua y la tierra del contacto con el inmundo
parricida.
El
motivo de semejante castigo no era difícil de adivinar. La sociedad romana
estaba sustentada en el predominio absoluto del “paterfamilias”
(patriarcado), que ejercía un control total sobre sus hijos y sobre todos los
miembros de la familia; los antiguos Romanos sostenían incluso que, de todos
los hombres, sólo el padre tenía un “genius”, una divinidad protectora
de su propia persona. Para una ciudad caracterizada por el culto al padre, no
podía existir delito más horrible que el asesinato de un progenitor.”
A
veces pareciera que no estamos tan distantes de la aplicación de semejantes
suplicios en tiempos en los que las nuevas tecnologías, los avances de la
ciencia y la globalización se presentan como los dioses de la fortuna y la
felicidad, pero que resultan aún insuficientes a la hora de transitar el
sendero que le permita al Ser Humano gozar de una Vida Plena. La Paz sigue
siendo, todavía, una utopía que la Humanidad anhela en lo más profundo de su
Corazón. Después de tantos siglos, los crímenes se siguen sucediendo y hasta
-me atrevo a decir- se han convertido en moneda corriente. El camino del Amor y
del Perdón aún espera ser recorrido. Sólo así, podremos recuperar -aquí en la
Tierra- el Paraíso perdido ...
Bendiciones.
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