Era
un día cálido, soleado y podría definirse como de primavera aunque la estación
que aún estaba transcurriendo era el invierno. Me encontraba en el jardín de mi
casa absorta en labores de jardinería -vale aclarar que estoy lejos de ser una
experta en esta materia pero que me siento especialmente atraída por plantas y
flores- cuando de repente, tuve una experiencia absolutamente enriquecedora.
Mi
padre -quien también se encontraba compartiendo conmigo las mismas labores-
había padecido algunos meses atrás, un accidente cerebro vascular que -merced a
la milagrosa intervención de Dios- no le había dejado secuela alguna, a pesar
de sus 84 años. Para mí ello ha sido un “verdadero milagro”: más allá de
haberlo diagnosticado al momento y de haber contado con la asistencia médica
necesaria, lo más asombroso es que “este episodio se manifestó en el preciso
instante en que yo llegaba a casa”. Es bien sabido que en este tipo de casos,
actuar con suma rapidez, es decisivo para que el paciente evolucione
satisfactoriamente. ¿Quién tuvo la “magnífica visión” de coordinar los tiempos
de todos los seres humanos que participamos en este hecho, a los fines de que
sus intervenciones dieran origen a un óptimo desenlace, sino Dios?.
Debo
confesar que si bien ha sido un padre atento a las necesidades materiales de la
familia, aplicar todas sus energías a este aspecto le ha quitado la posibilidad
de satisfacer otras necesidades -tanto propias como ajenas- relacionadas con
las emociones y los sentimientos; motivo por el cual muchas veces relacionarme
con él me ha llevado a crecer en el “Amor al Prójimo”. Ha resultado bastante
cuesta arriba para mí con el correr de los años, poder zanjar la diferencia que
-entre ambos- era cada vez más notoria. Esa “gran diferencia” radica en la
creencia en la existencia de Dios. Para mi padre, Dios no existe. Para mí, en
Dios vivimos, nos movemos y existimos. El desarrollar nuestra “espiritualidad
en forma consciente”, es para mí tan natural como levantarse, alimentarse,
asearse, trabajar, etc.. En este aspecto coincido ampliamente con Teilhard de
Chardin cuando dice que: “No somos seres humanos viviendo una experiencia
espiritual sino seres espirituales viviendo una experiencia humana”. Tal
vez haya quien nombra a Dios de otra forma: Universo, Ser Superior, etc.. Para
mí ello es irrelevante. Después de todo, cualquier nombre con el cual
intentemos designar a Dios, será sólo una mera aproximación a su verdadera
naturaleza.
Me
ha parecido conveniente explayarme sobre el particular, porque la experiencia
que he vivido tiene relación directa con lo que acabo de contarles. Ese día, en
medio de mis labores, me sorprendí agradeciendo a Dios por todo lo que tenía;
en ese momento me sentí “absolutamente Rica, Plena, Feliz”. Reflexionaba
diciéndome que nada había cambiado en mis circunstancias: no había adquirido un
auto de alta gama; no había ganado la lotería; no había logrado un ascenso en
mi trabajo o verme favorecida con un mayor ingreso; no había mudado mi hábitat a uno lujoso; no
había obtenido mayor belleza física y juventud; etc. y sin embargo la
experiencia de “ser totalmente consciente de lo que significaba estar
compartiendo la <VIDA> con mi padre que aún transitaba los caminos de
este bendito planeta Tierra -más allá de nuestras diferencias-, me transportaban
a un mundo de INFINITA GRATITUD A DIOS: me elevaba al Cielo”. En esos momentos
me daba cuenta de que “habitaba en el Paraíso”.
¿Acaso
esto no implica que “somos responsables directos de lo que hacemos, de cómo
pensamos, de cómo sentimos; en definitiva de “cómo vivimos”? ¿Por qué entonces
“responsabilizamos a los demás de nuestros propios errores, fracasos y
desventuras”? ¿Sería posible “vivir armoniosamente los unos con los otros a
pesar de nuestras diferencias” si asumiera cada Ser Humano la parte de
responsabilidad que le corresponde y obrara en consecuencia? ¿Qué pasaría si
en lugar de sentir miedo, vergüenza y culpa utilizáramos toda esa energía -que
se desperdicia por esas vías- para “mirar en nuestro interior, para ahondar en
nuestros sentimientos y emociones más profundas”? ¿Qué tal si empezáramos a
disponer de unos pocos minutos al día para “escuchar” lo que “nuestro Corazón”
y “nuestra Alma” tienen para revelarnos? Yo creo que con intentarlo, nada se
pierde ... a lo sumo, se transforma.
Creo
-también- que la Humanidad está transitando por una “crisis sumamente profunda” que nos
invita a darle un giro de ciento ochenta grados a nuestra forma de concebir la
Vida. Poco importa -desde mi punto de vista- el idioma, la raza, la
nacionalidad, las creencias políticas o religiosas que intentan definirnos: lo
“importante” -en mi opinión- es “reconocer nuestra hermandad”, una hermandad
llamada “Humanidad” que desconoce fronteras y divisiones porque “TODO ES UNO”,
“TODOS SOMOS UNO”.
Antes
de finalizar, quiero invitarlos a que dediquen unos minutos -al inicio o al
final- de su día, a re-encontrarse con su “VERDADERO Y UNICO SER, CON SU
VERDADERA Y UNICA ESENCIA”, y que de ese modo puedan allanarse los caminos
que los conduzcan a un renacer en la ESPERANZA, la FE y el AMOR. Es mi deseo,
que la PAZ sea con todos ustedes.
Bendiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario