martes, 22 de agosto de 2017

El avaro de las zarzas y el criado del violín...

"Había un joven alegre y simpático, llamado Andrés, que estaba de cridado en la casa de un rico avariento.

Pasó el primer año de servicio, y el avaro pensó: -Si no le pago, se quedará indefinidamente conmigo.

Y así lo hizo.
 
Pero al cabo de tres años, el joven criado le dijo: -Señor amo, quisiera cobrar mi salario, pues pienso irme a recorrer el mundo.

El tamimado viejo le dio entonces tres monedas nuevas de un céntimo cada una y le dijo. -Toma, hijo mío, lo que honradamente has ganado en los tres años que has estado a mi servicio; procura, pues, ahora, no malgastarlo.

Andrés, que casi no conocía el valor del dinero, lo tomó creyendo que era casi una fortuna, y silbando alegremente, se lanzó por esos caminos de Dios.

Había andado ya bastante, cuando se encontró con un viejecito pobremente vestido, que estaba sentado a la orilla del camino. -Una limosna por amor de Dios -le dijo el viejo-. Estoy hambriento y no puedo trabajar para mantenerme.

El muchacho, compadecido, le entregó las tres únicas monedas que poseía, pensando: <Yo soy joven y trabajaré en cualquier otro sitio hasta volver a ganar dinero>. -Has sido bondadoso conmigo -dijo entonces el viejecito, que era un mago-. Te voy a conceder tres cosas: una por cada céntimo que me has regalado.

-Quiero... -dijo entonces Andrés, pensándolo un poco-, quiero una escopeta que no falle el tiro nunca; quiero... un violín que haga bailar a todo el que lo escuche, y quiero... que todo el mundo se vea obligado a otorgarme lo primero que siempre le pida.

-Concedido -dijo entonces el viejo, y sacando de entre sus ropas la escopeta y un violín, se los entregó a Andrés.

Este continuó su camino, más alegre si cabe que antes, hasta que encontró un viejo ricachón que tenía fama de avaro y prestamista. -¡Cuánto me gustaría comer las peras de ese árbol! -le dijo el ricachón- ¡Pero no podemos alcanzarlas!

Entonces Andrés tomó su escopeta y disparándola hizo caer las peras entre unas zarzas.

El ricachón se metió en el zarzal y con mil precauciones estaba intentando llegar hasta las peras, cuando Andrés recordó todo lo que el ricachón había hecho sufrir a la gente, y para castigarlo, se puso a tocar el violín.

Oír el primer sonido, y ponerse a bailar el ricachón fue todo uno; y a medida que Andrés tocaba con ritmo más ligero, más corriendo bailaba el pobre ricachón, que se desgarraba la piel entre los espinos. -Por favor! -le rogó el viejo al fin-. Deja de tocar, y te daré una bolsa de oro.

Así lo hizo Andrés, que tomó la bolsa y se dirigió a la ciudad próxima.

Pero el viejo ricachón llegó antes que él, corriendo por un atajo y presentándose a los jueces les dijo: -¡Justicia para un pobre anciano! Un joven que lleva un violín y una escopeta, me ha apaleado y me ha robado mi bolsa de oro.

Los jueces dieron unas órdenes, y al poco tiempo, Andrés era detenido y llevado a interrogar.

Como se le encontró a él la bolsa del ricachón, se le condenó a morir en la horca.

Todo el pueblo estaba reunido en la plaza donde se alzaba el cadalso, cuando el pobre Andrés llegó conducido por los soldados.
Subió con paso firme las escaleras del patíbulo, y dijo al juez:
-Deseo tocar mi violín antes de morir.
Y aunque el viejo ricachón gritó:
-¡No!, ¡no se lo permitan!
El juez dijo:
-¡Concedido! -porque no pudo negarse.

Andrés tomó su violín; comenzó a tocar y al son de la música bailaban todos sin poder parar.
-Calla! -gritó al cabo de un ratito el juez, que estaba cansado de tanto bailar-. Calla, y te perdondaré la vida.

Entonces Andrés dejó de tocar y bajo la amenaza de volver a comenzar la música, obligó al viejo ricachón a confesar que Andrés no había robado su bolsa, sino que él se la había entregado voluntariamente.

Reconocida su inocencia, repartió el dinero del viejo ricachón entre los pobres, y se marchó a recorrer el mundo."


Bendiciones.

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