lunes, 1 de julio de 2013

El Sexo: ¿un "mal" pensamiento?

En esta ocasión comparto con ustedes, parte del texto que puede leerse en el libro titulado “Vales más de lo que piensas” - Los principios de la autoestima del padre Carlos G. Vallés (nació en Logroño -España- el 04.11.1925. Sacerdote jesuita y escritor. Ha ejercido como profesor de matemáticas en la Universidad. Vive en la India desde hace cincuenta años y ha llegado a ser el escritor más popular en lengua guyaratí. Actualmente se dedica a viajar por diversos países llevando un mensaje de libertad interior, renovación espiritual, conciencia social, ecumenismo práctico y alegría evangélica desde la India hasta Latinoamérica). Como asidua lectora de sus obras, quiero recomendarles muy especialmente que lo lean atentamente pues -en mi opinión- no tiene desperdicio alguno. Por mi parte, adhiero a la expresión contenida en la contratapa del libro cuando dice que “… según san Pablo, santo patrono de la autoestima en sus dichos y en sus hechos, todos hemos ya resucitado y <estamos sentados felizmente en el cielo>. ...”.

(página 110 a 117) “… De jóvenes nos enseñaron repetidamente nuestros maestros de espíritu que un solo segundo de un <mal pensamiento> consentido (¿y cómo sabíamos si habíamos consentido?) bastaba para ir al infierno por toda la eternidad. Y había que confesarlo como tal. En caso de duda, se nos instruía que dijéramos: <Creo que no consentí, pero lo manifiesto ante Dios como él lo viera>, para asegurarse. Un director espiritual algo más generoso, el padre Francisco Zubeldía, de grata memoria, nos concedía treinta segundos de prueba gratis del género sin culpa, pero habían de ser cronometrados. Si pasaban de treinta segundos, había que confesar el mal pensamiento. Hubo alguien que -él aseguraba que con plena inocencia- entendió <minutos>, en vez de <segundos>, y disfrutó de la licencia por treinta minutos hasta que descubrió su error. Pero segundos eran segundos, y un mal pensamiento era un mal pensamiento. Por cierto, <mal> pensamiento no era el deseo de darle una bofetada a un compañero o la fantasía de asaltar un banco; <mal> pensamiento era única y exclusivamente el sexo. El mal por antonomasia. El pecado por excelencia. Lo demás no contaba.

Siguiendo con el buen humor, recientemente un periodista le preguntó a un cardenal en una rueda de prensa: <¿Qué enseña la Iglesia sobre las sectas?>. El cardenal comenzó una detallada exposición en su respuesta, y les costó un poco a los periodistas caer en la cuenta de que el cardenal no estaba hablando sobre la Iglesia y las sectas, sino sobre la Iglesia y el sexo. ¿Qué había pasado? La rueda de prensa era en inglés, y la pregunta en inglés había sido, <What does the Church teach about sects?>. La palabra sects (sectas) en inglés suena algo parecido -aunque no del todo- a sex (sexo), y al buen cardenal se le disparó el reflejo y entró en la materia como toro que entra al capote. La materia era el sexo. El periodista no dejó pasar la ocasión de recalcar en su reseña que se trataba de un típico error freudiano que manifiesta el subconsciente a través de un error inocente, y en este caso la obsesión de la Iglesia por el sexo se había traducido en la precipitación de la respuesta inesperada. De la secta al sexo. O, sencillamente, se trataba de que el buen cardenal -que era italiano- no dominaba la pronunciación inglesa. En todo caso, nos vale la anécdota.

¿De dónde nos viene la obsesión por el sexo? El sexo proporciona la materia ideal para generar el complejo de culpa. Por un lado, es algo serio en sí, que involucra mente y cuerpo y tiene consecuencias personales y sociales; por otro, es de incidencia universal, ya que a todos nos afecta a lo largo de toda nuestra vida. De ahí le viene su importancia. Para manipular un complejo de culpa hay que generar primero ese complejo, y para generar ese complejo de culpa hace falta primero una culpa, y esa culpa ha de ser general e importante, para que a todos nos abarque y nos preocupe. Decir mentiras, por ejemplo, es algo que a todos nos ocurre, pero no es suficientemente grave como para preocuparnos. Por otro lado, siguiendo con ejemplos, matar a una persona es grave, pero no todos cometemos asesinatos todos los días. Tales faltas no valen. Ha de ser algo grave y universal al mismo tiempo, y el mejor candidato es el sexo. De ahí le viene su importancia.

Tenemos aquí la materia ideal para generar culpa, de ahí el complejo, y del complejo a la manipulación. El convertirse en instrumento eficaz de la manipulación de conciencias hizo que el sexo adquiriera una importancia desproporcionada en los tratados de moral, en la predicación, en la dirección de conciencias. El eje de la conducta moral en siglos recientes. La piedra de toque del verdadero cristiano. El mandamiento que arrinconaba a todos los demás del decálogo. El sexo. Y un poco también el séptimo, por aquello del no robar como llegó a cantar la copla:

<Si en el sexto no hay perdón
ni en el séptimo rebaja,
ya puede nuestro Señor
llenar el cielo de paja>.

Esa copla señala ya la reacción popular ante la opresión sexual. Puro sentido común. No podía ser la cosa tan grave. No era para tanto. No se iba a quedar el cielo vacío. Había que tomarlo con calma. Incluso con un poco de humor. No podían tener razón los curas. Se había exagerado demasiado. El péndulo había subido hasta su límite por un lado. La burbuja se hinchaba más y más. Algún día tenía que reventar. Y reventó. Llegó la <liberación sexual>. En España se llamó <el destape>. De un extremo a otro. Antes todo era pecado, ahora nada lo era. Efecto boomerang. El tiro por la culata. Se descubrió el truco. El gran movimiento de controlar conciencias a través del sexo a lo largo de los siglos, falló por fin. Y como no estábamos preparados para el fallo, nos dejó sin reacción. Del infierno por un mal pensamiento, a las páginas explícitas de Internet a toque de tecla. Nos aturdió el golpe. Nos hemos contentado con denunciar que esta generación ha perdido el sentido del pecado, mientras nos envolvemos en nuestro enfado. Lo que nos toca es trabajar por restablecer el equilibrio sano y firme de la conciencia creyente en libertad personal y responsabilidad universal.

De todos modos, la crisis del sexo nos ha dejado una secuela lamentable y que nos concierne aquí especialmente: nos ha hecho sentir <impuros>. La pureza. La impureza. Actos impuros. Deseos impuros. Toda una generación ha vivido bajo el oprobio de la <impureza>, y otra generación se debate ahora entre las exageraciones de la época anterior y las licencias de la siguiente. <No puedo mantenerme puro más de una semana>, le oí decir en su tiempo a un compañero de colegio. Otro me confió, <Me han dicho que, si puedo mantenerme puro seis meses seguidos, me admitirán en el noviciado>. Triste lenguaje, <Ser puro> significaba <no masturbarse>. Por cierto, el candidato no entró. No pudo ser <puro>. Ni por seis meses. Seguidos. Duele contar estas cosas, pero nos urge reparar los daños causados. La etiqueta <impuro> es una injusticia intolerable. Una calumnia de mal gusto. Un insulto a la persona. Un ataque contra la autoestima. Llamarse a uno mismo impuro es autoflagelarse, condenarse, rebajarse. Triste herencia, de la que nos conviene desembarazarnos cuanto antes. Al menos la <polución>, que también manchaba nuestros sueños nocturnos, ha pasado a ser pecado ecológico. Contaminación atmosférica. Algo vamos ganando. …

… <Mira que te mira Dios,
mira que te está mirando,
mira que te has de morir,
mira que no sabes cuándo>. ...

... <Cuando el pecado te tienta
y te cerca la maldad,
siente el fuego que atormenta
por toda la eternidad>.

Toda una conspiración de temor para asegurar la servidumbre. No nos honra. Nos ha hecho daño. Aun ahora, cuando esa iconografía ha sido descartada y la Danza de la Muerte se ve sólo en pinturas medievales restauradas, nos queda por los fondos de la mente el miedo a la muerte, al más allá, al juicio, a la eternidad, y ese miedo nos debilita ante la influencia de poderes que siguen queriendo someternos y dominarnos. Y nos sometemos. Por si acaso.

Es verdad que, afortunadamente, ya nos hemos liberado bastante de esa mentalidad lúgubre de penas y castigos, de miseria e indignidad, de muerte e infierno, y nos congratulamos de ello. Pero aún nos quedan restos oscuros por los rincones de la conciencia y por las costumbres de la sociedad que recuerdan miedos tradicionales y mantienen complejos antiguos. Una buena limpieza de fondos nos hará bien a todos. …”

Una “mente brillante” que nos acerca una “sabia reflexión” sobre un tema tan candente como es el sexo. Una “mirada en retrospectiva” que nos permite despejar el camino que tenemos por delante. Un “estupendo relato” que combina “humor y seriedad”. En definitiva, una lectura recomendada para toda persona que se precie de “valer más de lo que piensa” …


Bendiciones.


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