domingo, 28 de julio de 2013

El "Mal" o cuando Dios usa disfraz ...

Intuyo que somos muchos los Seres Humanos que, una y mil veces, nos preguntamos lo mismo: si Dios es verdaderamente omnipotente (que todo lo puede) y omnisciente (que todo lo sabe) ¿porqué permite el “mal”?. Y creo que a todos nos sucede lo mismo: nos quedamos sin respuesta… Seguramente, Dios tiene poderosísimas razones por las cuales lo permite, lo ha permitido y lo seguirá permitiendo. Es cierto que como Seres Humanos, experimentar el “mal” es una situación que nos provoca dolor, mucho dolor. Pero también es cierto, como bien dice en la contratapa del libro “Por qué Dios permite el mal y cómo superarlo” de Paramahansa Yogananda (1893-1952) que “… Mas allá de las sombras mismas de esta vida se encuentra la maravillosa luz de Dios. […] Cuando comulgues con Dios, ni todas las calamidades del mundo podrán arrebatarte el Gozo y la Paz que se experimentan al estar en comunión con El. …”.

Este libro que acabo de mencionar y cuya lectura recomiendo a todos ustedes, resulta sumamente fácil de leer; cuenta con un lenguaje accesible por su claridad a la hora de transmitir conceptos, reflexiones e interpretaciones y nos acerca una respuesta a este interrogante. Su autor es mundialmente conocido como una de las personalidades espirituales más ilustres de nuestro tiempo.

Así como intrigantes me resultan las preguntas que este yogui se formula en el libro, así de fascinantes me resultan las respuestas que nos da:

(páginas 2 a 3) “… Y si el mal no viene de El, que es el Supremo Creador de todas las cosas, ¿de dónde proviene? ¿Quién creó la codicia? ¿Quién creó el odio? ¿Quién creó los celos y la ira? ¿Quién creó las bacterias nocivas? ¿Quién creó la tentación sexual y la tentación de la gula? No se trata de invenciones humanas. El hombre jamás las habría experimentado si no hubieran sido previamente creadas.

Hay personas que pretenden demostrar que el mal no existe, o que se trata de un factor meramente psicológico, pero no es así. La evidencia del mal se encuentra aquí, en el mundo, y no podemos negarla. Si no existiera el mal ¿por qué habría Jesús orado: <y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal?> El está afirmando claramente que el mal existe.

Lo cierto es que realmente encontramos el mal en el mundo. ¿Y de dónde proviene? De Dios. El mal nos brinda el contraste que nos permite reconocer y experimentar el bien. Dondequiera que se manifieste la creación también existirá el mal. Si escribieras un mensaje con tiza blanca sobre una pizarra blanca, nadie lo vería.

Por lo tanto, sin el oscuro pizarrón del mal, las cosas buenas del mundo no podrían destacarse en absoluto. Por ejemplo, Judas fue el mejor agente publicitario de Jesús. Mediante su malvado acto, Judas hizo a Cristo eternamente famoso. Jesús conocía el papel que debía desempeñar, así como todo lo que le ocurriría, a fin de que pudiera demostrar el amor y la grandeza de Dios; y se necesitaba un villano para representar esta escena. No obstante, para Judas no fue beneficioso elegir ser aquel cuyo malvado acto ensalzó, por contraste, la gloria del triunfo de Cristo sobre el mal.”

Bajo el título ¿Dónde se encuentra la línea divisoria entre el bien y el mal?, leemos:

(páginas 4 a 5) “Es difícil saber dónde se encuentra la línea divisoria entre el bien y el mal. Ciertamente, es terrible que las bacterias maten a dos mil millones de personas cada cien años; ¡pero piensa en el caos que supondría la superpoblación si no existiera la muerte! Y si todo en la Tierra fuera bueno y perfecto, nadie consentiría en abandonarla: nadie querría retornar a Dios. Por lo tanto, en cierto sentido, la desgracia es tu mejor amiga, porque te impulsa a buscar a Dios. Cuando empieces a ver con claridad la imperfección del mundo, comenzarás a buscar la perfección de Dios. Lo cierto es que Dios no utiliza el mal para destruirnos, sino para que en este mundo nos desengañemos de sus juguetes y podamos así buscarle.

Este es el motivo por el que el Señor mismo permite las injusticias y el mal. Pero yo le he reprochado: <Señor, Tú nunca has sufrido; siempre has sido perfecto. ¿Cómo sabes lo que significa el sufrimiento? Sin embargo nos haces pasar por estas pruebas, aunque no tienes derecho a hacerlo. Nosotros no te hemos pedido nacer como mortales y sufrir>. (A Dios no le importa que discuta con El; es muy paciente). Y el Señor responde: <No necesitas seguir sufriendo; les he conferido a todos el libre albedrío para elegir el bien en lugar del mal, y así volver a Mí>.

Así pues, el mal es la prueba que Dios nos pone para confirmar si le elegimos a El o preferimos sus regalos. El nos creó a su imagen y nos dio el poder de liberarnos; pero no utilizamos ese poder.”

Si lo que han leído hasta ahora los ha dejado boquiabiertos, prepárense para deleitarse con lo que sigue: “La película cósmica”

(páginas 6 a 10): “Existe otro punto de vista que deseo explicar con respecto a la dualidad constituida por el bien y el mal. Si un productor cinematográfico realizara películas que tratasen únicamente sobre ángeles, y las exhibiera en las salas de cine todos los días -en las sesiones de mañana, tarde y noche-, pronto se vería obligado a cerrar su negocio. Sus producciones deben tratar temas variados para que atraigan la atención del público. ¡El malo siempre hace parecer mucho más bueno al héroe! Y nos gustan los argumentos llenos de acción. No nos importa ver emocionantes películas sobre peligros y desastres porque sabemos que sólo son películas. Recuerdo que una vez me llevaron a ver una película en la cual moría el héroe; ¡era una verdadera tragedia! Tras acabar la proyección, permanecí en la sala hasta que comenzó la siguiente sesión de la película y vi al héroe nuevamente vivo; me retiré entonces del cine.

Si pudieras ver lo que ocurre detrás de la pantalla de esta vida, no sufrirías. Se trata de un espectáculo cinematográfico cósmico. Esta película que Dios proyecta sobre la pantalla de la Tierra no tiene valor alguno para mí. Miro el haz de la luz de Dios, que proyecta estas escenas en la pantalla de la vida, y veo que las películas de todo el universo provienen de ese haz luminoso.

En otra ocasión, estaba yo sentado en una sala de cine, contemplando el emocionante drama que se desarrollaba en la pantalla. Miré luego hacia la cabina de proyección y vi que el operador de la cabina no mostraba el menor interés en la película, debido a que ya la había visto muchísimas veces. En lugar de mirar la pantalla, aquel hombre estaba leyendo un libro. La máquina proyectora hacía su trabajo: había sonido y el haz de luz llenaba la pantalla con escenas realistas, de modo que el público se encontraba atrapado por el drama. Yo pensé: <Señor, Tú eres como ese hombre que está sentado en la cabina de proyección, pues permaneces absorto en tu propia naturaleza de dicha, amor y sabiduría. Tu máquina de la ley cósmica arroja sobre la pantalla del universo escenas de celos, de amor, de odio y de sabiduría, pero Tú permaneces sin involucrarte en tus espectáculos>. De edad en edad, de civilización en civilización, se repiten las mismas películas antiguas, una y otra vez; sólo cambian los personajes que representan los distintos papeles. Pienso que Dios debe de aburrirse un poco con todo esto, y que debe de estar cansado de tanta repetición. ¡Es un milagro que el Señor no tire del enchufe y detenga el espectáculo!

Cuando aparté la vista del haz de luz que proyectaba las escenas de acción sobre la pantalla, miré al público que se encontraba en la sala y vi que estaban experimentando todas las emociones que los actores representaban en la película. Sufrían con el héroe y reaccionaban ante la maldad del villano. Para los espectadores, se trataba de una experiencia trágica. Para el operador de la cabina de proyección, sólo era una película. Y así ocurre con Dios. El ha creado películas de luces y sombras, al héroe y al villano, el bien y el mal, y nosotros somos el público y los actores. Tenemos problemas sólo porque estamos demasiado identificados con la puesta en escena.

Sin sombras o sin luces, no podría haber película. El mal es la sombra que convierte el haz único de la luz de Dios en películas o formas. Por consiguiente, el mal es la sombra de Dios que hace posible este espectáculo. Las sombras oscuras del mal están entremezcladas con el haz luminoso, blanco y puro, de las virtudes de Dios. El quiere que no te tomes estas películas muy en serio. El director de una película ve los asesinatos y el sufrimiento, la comedia y el drama, como formas de crear un interés en el público. El permanece sin afectarse por la escena, aunque la dirige y la observa. Dios desea que nos comportemos con desapego y que tomemos plena conciencia de que sólo somos actores o espectadores de su drama cósmico.

Aunque Dios lo posee todo, podríamos atrevernos a decir que El tiene un deseo. El desea saber quién no se dejará intimidar por esta película, y quién representará correctamente su papel y volverá a El. No puedes huir de este universo, pero si actúas en esta obra con la mente fija en Dios, serás libre.”



Bendiciones.

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