miércoles, 19 de febrero de 2014

Alcanzar la Iluminación. Vivir en permanente Extasis ...


Quiero comenzar este compartir, haciéndome eco de las palabras que figuran en la contratapa del libro “Las doce puertas” – Es posible vivir una vida más plena, cuya autoría es obra del “Genio Divino” representado en la figura humana de Dan Millman (mientras llevaba a cabo sus estudios en la Universidad de California, en Berkeley, fue campeón del mundo de gimnasia en trampolín y participó en todas las modalidades internacionales. Durante los últimos quince años, ha enseñado gimnasia, danza, artes marciales, yoga y otras formas de entrenamiento psicofísico en Stanford University, U. C. Berkeley y en Oberlin College. Sigue escribiendo, enseñando y dando conferencias en todo el país): “Abrir Las doce puertas supone un desafío: vencer la barrera del miedo, ingresar a nuestras zonas más oscuras e iluminarlas cada día, momento a momento, con la plena conciencia de nuestro ser. Para ello es necesario redescubrir el entusiasmo, aceptar las emociones tal como son, comprender que el miedo puede guiar hacia el coraje, concebir el sentido de servir a los demás, volver a conectarse con los más profundos anhelos. Lejos de pretender convertirse en un moderno profeta, Dan Millman se dirige al lector con el estilo simple y directo de quien comparte las vivencias comunes a todos los seres humanos, a los que ofrece su propuesta para la iluminación cotidiana”. Desde mi punto de vista, aunque Dan no pretenda convertirse en profeta, evidentemente ya se ha convertido en uno de ellos. Y no sólo en profeta sino también en un “Ser Iluminado”, en un “Ser Sabio”.

En la página 361, encontramos un hermoso poema de Rumi, que dice: 

"... Morí como mineral y me convertí en planta.
Morí como planta y me volví animal.
Morí como animal y fui ser huamno.
¿Por qué tener miedo? ¿Cuándo salí perdiendo al morir?
Y cuando muera como ser humano,
me elevaré con los ángeles benditos;
e incluso como ángel habré de morir,
para transformarme en lo que ninguna mente ha concebido jamás. ..."


A continuación, Dan nos regala una magnífica conclusión (páginas 361 a 364) que nos permite:

 Alcanzar la cumbre

"... Tras explorar las doce puertas (y emprender este ascenso por tu montaña interior, la escalera del alma), has alcanzado la cima y logrado mucho más de lo que imaginas en estos momentos. Tu psique ha cambiado; tu visión se ha ampliado a nuevos horizontes; has descubierto el potencial y el propósito de la vida cotidiana.

Y sin embargo las doce puertas no son un destino, sino un proceso progresivo, un viaje continuo. Antes de mirar al frente, detengámonos, como haríamos en la cumbre de una montaña, a disfrutar de una vista panorámica de los lugares que hemos recorrido.

Descubre tu valía: no vales ni más ni menos que cualquier otra persona o parte de la realidad. Tu percepción de lo que vales aumenta cuando actúas con nobleza. Pero no tienes por qué sentirte digno, basta que te trates como a un ser querido o a un invitado de honor, acabes con los comportamientos autodestructivos y los ciclos de autosabotaje, y te abras a las oportunidades que te ofrece la vida.

Recupera tu voluntad: cuando te falte motivación, debes recurrir a tu fuerza de voluntad. Harás uso de ella cuando dejes de esperar a sentirte motivado. No olvides lo siguiente: el fruto más maduro crece en las ramas más altas del árbol de la vida. Para recogerlo, debes subir por el árbol, paso a paso, día tras día.

Tonifica tu cuerpo: tu cuerpo es lo único que conservarás toda la vida. Cuida tu sagrada trinidad de la salud: una dieta ligera, ejercicio físico y reposo. Respira profundamente y desarrollarás al máximo tu potencial genético, mejorarás tu salud y tendrás más vitalidad y energía para enfrentar a los distintos retos y aventuras de la vida.

Administra tu dinero: primero debes superar todos tus prejuicios relacionados con el dinero. Valóralo y manéjalo con prudencia, como harías con cualquier otra forma de energía. Amplía tu talento y tus capacidades para producir unos ingresos estables, suficientes o incluso abundantes, y luego gasta, ofrece y ahorra tu dinero.

Domina tu mente: recuerda que el mundo no es lo que piensas. Mira más allá de tus filtros mentales para aprehender el mundo tal como es, en toda su simplicidad, momento a momento. Deja que fluyan tus pensamientos, concentra tu atención en el asunto que traigas entre manos, y alcanzarás la paz interior y la iluminación.

Confía en tu intuición: sabes mucho más de lo que has leído, estudiado o escuchado en tu vida. Confía en esta antigua capacidad humana. Conviértete en un ser completo empleando, respetando y confiando en ambos hemisferios de tu cerebro, aunque no al mismo tiempo. Escucha a tu mente y fíate de tu corazón.

Acepta tus emociones: la vida sin emociones resultaría tan tranquila como la muerte misma, como un mundo sin clima. Acepta los sentimientos tal como son; agradables o dolorosos, se trata de algo natural y no tienes por qué cambiarlos. Deja que las emociones cambiantes surjan y se desvanezcan sin permitir por ello que te rijan la vida.

Enfréntate a tus miedos: el miedo es un camaleón que de un momento a otro puede transformarse de guía prudente en terrible tirano. Respétalo, pero no dejes que sea tu amo. Si existe un peligro físico, escúchalo bien, y si se trata de un peligro psicológico, haz aquello que más temas, vive como un guerrero pacífico.

Ilumina tu sombra: antes de ver la luz debes enfrentarte a la oscuridad. La imagen de ti mismo que presentas al mundo no es más que la punta visible del iceberg. Acepta todas tus contradicciones e ilumina la oscuridad de tu psique para vivir conscientemente en la luz, donde hallarás plenitud, autenticidad y compasión.

Acepta tu sexualidad: la manera en que enfocas la sexualidad refleja tu relación con la vida. La iluminación sexual va más allá del desenfreno y la abnegación. Se trata de encontrar una forma de expresión plena y equilibrada de la energía sexual-creativa, estableciendo un vínculo íntimo entre tu persona, tu pareja y el Espíritu.

Despierta tu corazón: como has visto, los sentimientos amorosos vienen y van como las olas. El amor perdurable de un corazón despierto no consiste en un sentimiento sino en una acción. Si combinas el amor y la voluntad, sigues el mismo camino que los santos al mostrar afecto y amabilidad hacia todos los demás seres, aunque sean otros tus sentimientos en ese momento.

Sirve a tu mundo: cuando has visto todo lo que hay que ver y la vida te ha revelado tu propio ser, centras tu búsqueda en prestar el mejor servicio posible al mundo. La vida misma (tu trabajo, tu familia y todas tus relaciones) constituye una ocasión para ayudar a los demás, para conectar con ellos y hallar un sentido en cada momento y un propósito a tu existencia.

Ahora que has alcanzado la cima de la montaña, ya estás listo para comprender qué es la iluminación cotidiana y llevarla a la práctica. Reflexionemos acerca de qué significa esto. Sabes que la vida se compone de una serie de momentos y que nadie es simpático, inteligente, soso, neurótico o iluminado todo el tiempo. Pensar de otro modo no resulta realista, de modo que la práctica de la iluminación no debe considerarse una especie de perfección idílica; por el contrario este libro habla de crear momentos de iluminación todos los días, momentos que alumbren y completen cada una de las doce puertas. En algunos momentos sientes que vales muchísimo, en otros, cuando más lo necesitas, demuestras tener una voluntad de hierro, y también habrá momentos en que fluya toda tu energía, intuición, autenticidad, coraje, amor y voluntad de servir al prójimo. Y esto sucede cada día de tu vida y mejora con el tiempo. Recuerda que la vida es una obra progresiva y que tú eres un ser humano en formación. Intentar lograrlo todo a la vez es como intentar comer de una vez para siempre. ...”

Sin duda alguna, Dan sabe muy bien de qué se trata la Iluminación. Como ya lo he mencionado antes, de hecho, es un “Ser Iluminado”. “Las doce puertas” es una lectura que recomiendo. Cada una de las páginas de este libro, son un verdadero “Manantial de Sabiduría”. El encuentro con “uno mismo”, está absolutamente garantizado. Te invito a que te animes a abrir estas puertas en tu Vida: te aseguro que Bien lo Vale ...


Bendiciones.

 

jueves, 13 de febrero de 2014

El Poder en Persona ...

A continuación pongo a disposición de todos ustedes, un texto que podrán encontrar en el libro titulado "Anatomía del espíritu - La curación del cuerpo llega a través del alma" y cuya autoría corresponde a Caroline Myss (habiendo abandonado su profesión de periodista y luego de obtener un doctorado en teología, se dedicó a proponer un nuevo modelo de relación entre la mente y el cuerpo; un modelo basado en siete puntos clave relacionados con el poder físico y espiritual). Caroline es una experta en la materia, que cuenta con una vasta trayectoria en su haber. Los relatos que este libro contiene, son por demás conmovedores y -a la vez- reveladores del profundo compromiso espiritual que, su autora, ha asumido en relación consigo misma y con el resto de los Seres Humanos, que formamos ese "TODO ES UNO" llamado "HUMANIDAD". "Genio Divino" con nombre de mujer.

En la contratapa del libro, puede leerse -a modo de resumen de la temática que el mismo aborda- que: "... Tarde o temprano, todos los seres humanos enfermamos y el dolor reduce notablemente nuestra capacidad para el trabajo y el placer. A veces el dolor puede ser intenso hasta el punto de arrebatarnos la vida. Sin embargo, pocas son las personas conscientes de que a menudo la enfermedad aparece cuando malgastamos nuestra energía, permitimos que nos la roben o, simplemente, no logramos combatir los miedos, las fobias y la falta de autoestima. Comprenderlo nos abre el camino de la autocuración, un milagro posible si interpretamos las dolencias del cuerpo como lo que en realidad son: expresiones de un malestar espiritual que tiene curación. ..."

(páginas 193 a 199)

El poder personal del segundo chakra

"... Si bien la creatividad, la sexualidad, la moralidad y el dinero son formas de la energía de poder del segundo chakra, es también necesario hablar del deseo de poder personal. El poder es una manifestación de la fuerza vital. Necesitamos poder para vivir, prosperar, funcionar. La enfermedad, por ejemplo, es la compañera natural de las personas impotentes. Todo lo que atañe a la vida está, de hecho, ligado a nuestra relación con esta energía llamada poder.

Sentimos una sensación de poder a la altura del primer chakra, cuando estamos con un grupo de personas a las que, en cierto modo, nos hallamos unidos como por una corriente eléctrica. Un ejemplo de este tipo de poder es el entusiasmo de los hinchas deportivos o los que participan en una campaña política; el entusiasmo une a las personas que respaldan al mismo equipo o la misma causa. El tipo de poder del segundo chakra, sin embargo, expresa esta energía en formas físicas, como el materialismo, la autoridad, el dominio, la propiedad, el atractivo sexual, la sensualidad, el erotismo y la adicción. Todas las formas físicamente seductoras que puede adoptar el poder están energéticamente conectadas con el segundo chakra. Y a diferencia del poder del primer chakra, cuya naturaleza es grupal, el segundo tiene una naturaleza uno-uno. Cada uno de nosotros, como persona individual, necesita explorar su relación con el poder físico. Necesitamos saber cómo y cuándo estamos dominados por un poder externo y, si es así, a qué tipo de poder somos más vulnerables.

El poder es la fuerza vital, y nacemos conociéndolo. Desde que somos pequeños nos ponemos a prueba y ponemos a prueba nuestra capacidad para saber qué y quién tiene poder, para aprender a adquirir poder y a utilizarlo. Mediante estos ejercicios infantiles descubrimos si tenemos lo que hace falta para adquirir poder. Si lo tenemos, comenzamos a soñar con lo que nos gustaría realizar de mayores. Pero si decidimos que somos incapaces de atraernos la fuerza vital, comenzamos a vivir en una especie de <deuda de poder>. Nos imaginamos sobreviviendo solamente gracias a la energía de otras personas, no a la nuestra.

En las personas que confían en su capacidad para adquirir poder, los sueños normales suelen convertirse en fantasías de poder. En el peor de los casos, podrían llenar su mente de ilusiones de grandeza. Entonces, la mente racional se eclipsa debido a un deseo de poder que sobrepasa los parámetros del comportamiento aceptable para incorporar todos y cada uno de los medios que lleven a ese fin. El apetito de poder puede convertirse en una adicción que desafía la voluntad de Dios. El ansia de poder por el poder es tema de numerosos escritos y mitos de egos humanos que, en última instancia, son humillados por el designio divino.

El desafío para todos no es convertirnos en <célibes de poder>, sino conseguir la suficiente fuerza interior para relacionarnos cómodamente con el poder físico sin vender el espíritu. Eso es lo que significa <estar en el mundo pero no ser del mundo>. Nos fascinan las personas que son inmunes a las seducciones del mundo físico, se convierten en nuestros héroes espirituales. ..."

"... El personaje cinematográfico Forrest Gump conquistó el corazón de millones de personas principalmente debido a su comportamiento ético hacia el poder del mundo físico. Lo curioso es que Gump no aparecía como una persona espiritual, y no rechazaba ni la actividad sexual, ni el poder, ni el dinero. Más bien conseguía todos esos objetivos gracias a su inocencia y su impermeabilidad a la contaminación del negocio de vivir. Jamás vendió su espíritu, por mucho miedo o soledad que sintiera.

Durante los seminarios, cuando pido a los participantes que definan su relación con el poder suele cambiar drásticamente la atmósfera de la sala. La tensión que se crea me hace desear profundizar más en ese asunto. Muchas personas cambian de postura en el asiento para cubrir su segundo chakra. Se cruzan de piernas, por ejemplo, o se inclinan apoyando los codos sobre los muslos y sosteniéndose la cara con las manos. Me miran como diciendo: <¡Caramba! Esa pregunta es muy interesante, pero no te acerques mucho.>

Cuando ofrecen respuestas, invariablemente empiezan definiendo el poder como la capacidad de conservar el dominio sobre el propio entorno, o como el vehículo para lograr que se hagan las cosas. Después pasan a decir que es la fuerza interior necesaria para dominarse uno mismo. El rasgo más sorprendente de todas las respuestas combinadas es que la mayoría define el poder como tener un objeto, ya sea ese objeto algo del mundo externo o del yo. Si bien el poder interior se reconoce como el ideal, en la práctica es menos popular que el poder externo, en primer lugar porque el poder externo es mucho más práctico, y en segundo, porque en cierto modo el poder interno nos exige renunciar a nuestra relación con el mundo físico.

En esta fase de nuestra evolución, tanto en el plano cultural como individual, podemos reconocer que el poder externo o físico es necesario para la salud. La salud es consecuencia directa de los principios espirituales y terapéuticos que asimilamos en la vida cotidiana. La espiritualidad y la psicoterapia contemporáneas subrayan que el poder personal es fundamental para el éxito material y el equilibrio espiritual. Interviene directamente en la creación de nuestro mundo y salud personales.

David Chetlahe Paladin (su verdadero nombre) me contó su vida en 1985; murió en 1986. Su vida es un testimonio de la capacidad humana para lograr una clase de poder interior que desafía las limitaciones de la materia física. Cuando lo conocí irradiaba una especie de fuerza y poder excepcionales, y yo sabía cómo había conseguido lo que tantas personas desean conseguir. David fue uno de mis mejores maestros, una persona que dominaba la verdad sagrada Respetaos mutuamente, y transmitía totalmente a los demás la energía de la sefirá de Yesod y el sacramento de la comunión.

David era un indio navajo que se crió en una reserva durante los años veinte y treinta. A los once años ya era alcohólico. En su adolescencia se marchó de la reserva, vagó durante unos meses y finalmente encontró trabajo en un barco de la marina mercante. Sólo tenía quince años, pero se hizo pasar por un chico de dieciséis.

A bordo del barco se hizo amigo de un joven alemán y de otro indio estadounidense. Juntos viajaron a los puertos de escala de todo el océano Pacífico. David se dedicaba a dibujar, como pasatiempo. Uno de los temas que dibujaba eran los búnkers que estaban construyendo los japoneses en las diversas islas de los Mares del Sur. Era el año 1941.

Sus dibujos de búnkers cayeron finalmente en manos de los militares estadounidenses. Cuando fue llamado a filas, supuso que continuaría su trabajo de dibujante, pero lo enviaron a participar en una operación secreta contra los nazis. El ejército había reclutado a indios navajos y de otras tribus para formar una red de espionaje. Los agentes se situaban detrás de las líneas enemigas y transmitían información a la base principal de operaciones en Europa. Dado que todas las transmisiones por radio podían ser interceptadas, se utilizaban idiomas indios para evitar que el mensaje fuese interceptado.

En una ocasión en que David estaba detrás de la línea enemiga, fue sorprendido por soldados nazis. Los nazis lo torturaron de muchas formas, entre otras, clavándole los pies al suelo y obligándolo a permanecer de pie durante varios días. Después de sobrevivir a ese horror, fue enviado a un campo de exterminio porque era <de raza inferior>. Cuando lo estaban empujando para que subiera a un vagón de tren, notó que le metían un rifle en las costillas para que se diera prisa. Se volvió para mirar al soldado nazi: era el joven alemán que había sido su compañero a bordo del barco mercante.

Su amigo alemán consiguió que lo trasladaran a un campamento de prisioneros de guerra, donde pasó los años restantes. Tras la Liberación, los soldados estadounidenses lo encontraron insconsciente y moribundo. Transportado a Estados Unidos, David pasó dos años y medio en coma en un hospital militar de Battle Creek (Michigan). Cuando finalmente salió del coma, tenía el cuerpo tan debilitado por sus experiencias en el campo de prisioneros que no podía caminar. Le pusieron unas pesadas tablillas de refuerzo en las piernas, y con muletas lograba recorrer distancias cortas.

David decidió volver a su reserva, para dar el último adiós a su gente, antes de ingresar en un hospital para veteranos de guerra donde pasaría el resto de su vida. Cuando llegó a la reserva, sus familiares y amigos se quedaron horrorizados al ver el estado en que se encontraba. Se reunieron en consejo para decidir cómo podían ayudarlo. Después del consejo, los ancianos se acercaron a él, le quitaron las tablillas de las piernas, le ataron una cuerda a la cintura y lo arrojaron al agua. <David, llama a tu espíritu -le ordenaron-. Tu espíritu ya no está en tu cuerpo. Si no lo llamas para que vuelva, te soltaremos. Nadie puede vivir sin su espíritu. Tu espíritu es tu poder>.

Según me contó David, <llamar a su espíritu> fue la tarea más difícil de su vida. <Fue más difícil que soportar que me clavaran los pies al suelo. Vi las caras de aquellos nazis. Reviví todos los meses pasados en el campo de prisioneros. Sabía que tenía que desprenderme de mi rabia y mi odio. Apenas podía evitar ahogarme, pero oré para dejar salir la rabia de mi cuerpo. Eso fue lo único que pedí, y mi oración fue escuchada.>

David recuperó el uso total de sus piernas y continuó con su vida. Se convirtió en chamán, pastor cristiano y sanador. También volvió a dibujar y conquistó la fama.

David Chetlhale Paladin irradiaba un tipo de poder que parecía ser la gracia misma. Tras sobrevivir a una confrontación con el lado más oscuro del poder, trascendió esa oscuridad y pasó el resto de su vida sanando y estimulando a las personas a <llamar a su espíritu> para que vuelva de las experiencias que extraen de su cuerpo la fuerza vital.

El tema central de la unión de las energías dualistas de nuestras relaciones es aprender a Respetarnos mutuamente. Utilizando la energía del segundo chakra, la fuerza creadora de la sefirá de Yesod y la visión simbólica del sacramento de la comunión, podemos aprender a querer y valorar las uniones sagradas que formamos entre nosotros durante todos los días de la vida.

Gran parte de la forma en que reaccionamos ante los desafíos externos está determinada por la forma en que reaccionamos ante nosotros mismos. Además de todas las relaciones que mantenemos con personas, también debemos entablar una relación sana y amorosa con nosotros mismos, tarea que pertenece a la energía del tercer chakra.  

Preguntas para autoexaminarse

1. ¿Cómo define la creatividad? ¿Se considera una persona creativa? ¿Lleva hasta el fin ideas creativas?
2. ¿Con qué frecuencia dirige sus energías creativas por caminos negativos de expresión? ¿Exagera o adorna la <realidad> para apoyar sus puntos de vista?
3. ¿Se siente a gusto con su sexualidad? Si no es así, ¿es capaz de trabajar para sanar su desequilibrio sexual? ¿Utiliza a personas para su placer sexual, o se ha sentido utilizado? ¿Es lo suficientemente fuerte para respetar sus fronteras sexuales?
4. ¿Cumple su palabra? ¿Cuál es su código de honor personal? ¿Y el ético? ¿Negocia o vende sus valores éticos según las circunstancias?
5. ¿Tiene la impresión de que Dios es una fuerza que ejerce justicia en su vida?
6. ¿Es una persona dominante o controladora? ¿Se enzarza en juegos de poder en sus relaciones? ¿Es capaz de verse claramente en circunstancias relacionadas con el poder y el dinero?
7. ¿Tiene autoridad sobre usted el dinero? ¿Adquiere compromisos que violen su yo interior para conseguir seguridad económica?
8. ¿Es lo suficientemente fuerte para dominar los miedos concernientes a lo económico y la supervivencia física, o éstos lo dominan a usted y sus actitudes?
10. ¿Qué objetivos personales aún no se ha dedicado a conseguir? ¿Qué le impide actuar para conseguirlos? ..."

Desde mi punto de vista, lo que acaban de leer es una "magistral muestra de Humanismo Divino". Es mi deseo que, hayan gozado de la lectura tanto como yo lo hice; ya sea al leer el libro por primera vez, ya sea mientras releía este texto al transcribirlo. Los invito a que se atrevan a indagar en el interior de cada uno de ustedes, valiéndose de las preguntas que Caroline nos propone. Seguramente, encontrarán respuestas que los llevarán a redescubrir la riqueza que se halla oculta en cada uno de sus Corazones. Es hora de abrirse al AMOR INCONDICIONAL. Nada los detiene. ¡Anímense!.

Bendiciones. 

martes, 11 de febrero de 2014

Los niveles del apego en nuestra Vida ...

En esta ocasión, comparto con todos ustedes, un texto extraído del libro titulado "Los CINCO NIVELES del APEGO" y cuya autoría pertenece a Don Miguel Ruiz Jr. (a los 14 años empezó a traducir del español al inglés las oraciones, conferencias y talleres de su abuela. A los 27 años, perfeccionó su aprendizaje de la sabiduría tolteca de la mano de su padre. Hoy se ha convertido en uno de los referentes de la tradición familiar para los lectores occidentales).

El interrogante que se plantea en la contratapa del libro: "¿te atreves a abrir los ojos a una nueva realidad?", desde mi punto de vista, es por demás oportuno. En un mundo donde se percibe claramente una crisis en distintos órdenes de la vida cotidiana, quizás necesitemos refrescar nuestra mirada, ampliar los horizontes que nos hemos trazado hasta el presente y animarnos a continuar el viaje por este bendito planeta Tierra, con una nueva perspectiva. 

Acto seguido, entonces, los invito a poner énfasis en las palabras que leerán a continuación (las cuales encontrarán en las páginas 25 a 31):

  
“… Nuestro punto de vista crea nuestra realidad. Cuando nos apegamos a nuestras creencias, nuestra realidad se vuelve rígida, estancada y opresiva. Vivimos condicionados por nuestros apegos, porque no sabemos ver que podemos liberarnos de ellos.

Cuando nos miramos al espejo, oímos en nuestra mente un diálogo sobre lo que vemos, la definición de uno mismo en forma de identidad basada en nuestros <acuerdos>: los pensamientos y las creencias a los que hemos dicho sí. Esta identidad surge de las creencias ideológicas que hemos ido adquiriendo a lo largo de los años procedentes de nuestra familia, cultura, religión, educación, amigos y de otras partes, y estas creencias se han condensado en un sistema de creencias representado en la imagen reflejada de un ser vivo físico, en mi caso de un ser vivo llamado Miguel Ruiz Jr., con un punto de vista propio.

Cada uno de mis acuerdos representa un apego que me he creado a lo largo de la vida. Por ejemplo, cuando me miro al espejo, me veo de esta manera:

Soy…

  • Miguel
  • un tolteca
  • un nagual (un guía espiritual)
  • un mexicanoamericano
  • un americano
  • un mestizo
  • un marido
  • un padre
  • un escritor

y así sucesivamente…

Esta lista de autodefiniciones es mi reflejo, y cuando me miro al espejo, puedo oír las voces de mis acuerdos y las condiciones que se han convertido en mi modelo para aceptarme a mí mismo. Mis pensamientos son las voces de mis apegos, de mi sistema de creencias.

Proyecto en la imagen de mí mismo los valores y atributos que reflejan mis creencias. Y cuanto más apegado estoy a ellas, más me cuesta verme tal como soy en este momento y menos libertad tengo para ver la vida desde una nueva perspectiva y elegir quizás un camino distinto. A medida que mis apegos se vuelven más fuertes y consolidados, voy dejando de ser consciente de mi yo verdadero al verlo a través de los filtros de mi sistema de creencias. En la tradición tolteca lo llamamos el Espejo Humeante: el humo que nos impide ver nuestro yo verdadero.

El amor condicional es lo que le da fuerza a estos apegos. Cuando te miras al espejo, en lugar de aceptarte tal como eres en ese momento, lo más probable es que empieces a decirte por qué eres inaceptable bajo tu forma actual y qué necesitas hacer para aceptarte a ti mismo: para ser merecedor de mi amor, debo hacer realidad mis expectativas.

El deseo de alcanzar a la perfección el modelo arquetípico de cada uno de mis acuerdos distorsiona mi reflejo más aún. Empiezo a juzgarme y a evaluarme según los modelos de mis acuerdos, que a su vez se han convertido en las condiciones para aceptarme a mí mismo. Empleo un sistema de premios y castigos para aprender a alcanzar este modelo arquetípico, y en la tradición tolteca este proceso se conoce como domesticación.

La herramienta principal para domesticarnos son los juicios que nos hacemos sobre nosotros mismos. Usando el modelo arquetípico de lo que se supone significa <yo soy Miguel>, al mirar mi reflejo veo todos los defectos o deficiencias percibidas y mi domesticación entra en acción:

  • <No soy lo bastante listo>.
  • <No soy lo bastante atractivo>.
  • <No tengo bastante dinero>.
  • <Me falta esto o aquello>.
  • Etcétera.

Los juicios que nos hacemos sobre nosotros mismos dependen de hasta qué punto nos aceptemos. Nuestro apego a estas creencias y juicios negativos se acaba volviendo tan normal que ni siquiera nos damos ya cuenta de nuestra autocensura, los aceptamos como parte de quienes somos. Pero en realidad nuestros juicios sobre nosotros mismos vienen de lo que en el fondo creemos sobre nosotros, tanto si nos aceptamos como si nos rechazamos.

De entre todas las creencias a las que no debes apegarte, ésta es la más importante: deja de apegarte a la idea de que para ser feliz debes alcanzar una imagen perfecta. Y no me refiero sólo al aspecto físico, sino también a tu modo de pensar, a la filosofía que sigues, a las metas espirituales que te has fijado y al lugar que ocupas en la sociedad. Todas estas cosas son las condiciones que te has puesto para aceptarte a ti mismo. Crees que para quererte debes estar a la altura de tus expectativas, pero debes comprender que estas expectativas reflejan tus acuerdos y no tu verdadera naturaleza.

Irónicamente, cuando se nos presenta la oportunidad de ver nuestra verdad -al enfrentarnos a nuestro reflejo, tanto si es un espejo como en el mundo exterior-, más chillona se vuelven las voces que oímos en nuestra mente. Sé de personas, y yo soy una de ellas, que se negaron a mirarse al espejo por los ensordecedores juicios que hacían sobre sí mismas. Es imposible estar a la altura de una ilusión, ya seas un adolescente o un adulto. 

Es fácil culpar a los medios de comunicación, a nuestra cultura o a nuestra comunidad de estar creando continuamente imágenes de lo que se espera de nosotros. Estamos inundados de imágenes comerciales y arquetípicas de héroes y heroínas, de hermosas damiselas angustiadas y de atletas profesionales, de ejemplos de fealdad y de cómo no debemos ser. Pero en el fondo no hay nadie a quien culpar, porque un anuncio publicitario, al igual que los juicios que hacemos sobre nosotros mismos, no tiene ningún poder a no ser que aceptemos su mensaje. Nuestra felicidad sólo corre peligro cuando decidimos apegarnos a estas imágenes y distorsiones.

No debemos culparnos por juzgarnos a nosotros mismos. Sólo tenemos  que ver que lo hemos estado haciendo desde niños a través del proceso de domesticación. En cuanto nos damos cuenta de nuestros juicios sobre nosotros mismos, podemos volver a ser libres al elegir dejar el modelo de los premios y castigos que nos hemos impuesto para aceptarnos tal como somos.

Podemos elegir... Este es nuestro poder.

Cuando te miras al espejo, tú eres el único que puede oír las voces en tu cabeza, sólo tú sabes lo que son esos juicios que haces sobre ti. Adquieren la voz y la forma que les des, pero no son más que la expresión de algo a lo que has dicho sí. Puedes elegir liberarte de los modelos que crean una imagen poco realista de ti al saber que tienes el poder de decir no. Cuando dejas de creer en los juicios que haces sobre ti, éstos pierden su poder. Puedes elegir verte desde un estado de aceptación basado en la verdad innegable de que ya eres perfecto y completo tal como ahora eres.

Desde este punto de vista, puedes, si lo deseas, decidir hacer algunos cambios en tu vida, pero ahora la motivación para cambiar no será para llegar a quererte un día, sino porque ya te quieres. Cuando ves tu reflejo desde éste ángulo, los cambios se dan en sincronía con la trayectoria de tu vida y las posibilidades que se te presentan son ilimitadas. Sólo sufres cuando te olvidas de ello. ..."

Palabras que nos revelan una gran Sabiduría. Una lectura apropiada para efectuar una revisión "a nivel personal" absolutamente necesaria -en mi opinión- que nos permita abrir las puertas a nuevas aventuras en nuestra Vida. Una excelente oportunidad de conectarnos con nuestra ESENCIA (tan olvidada o dejada de lado en estos tiempos). Una senda posible de ser transitada por cualquier Ser Humano que se anime al desafío de "conocerse realmente a sí mismo". Como sentenció Aristóteles -hace unos cuantos años-: "Conócete a ti mismo y conocerás al mundo".


Bendiciones.

martes, 4 de febrero de 2014

Alma y Corazón: medicinas naturales para la Vida ...


En esta oportunidad, quiero compartir con todos ustedes, un texto extraído de las páginas 195 a 203, bajo el título “ALMA Y CORAZON”, y que encontrarán en el libro “La rueda de la vida”, cuya autoría corresponde a Elisabeth Kübler-Ross (médica psiquiatra, internacionalmente célebre). Para quienes no la conocen, bien vale -a modo de presentación- citar unas palabras que encontrarán en la contratapa del mismo: ... supo desde joven que su misión era la de aliviar el sufrimiento humano, y ese compromiso la llevó al cuidado de enfermos terminales. De esa experiencia extrajo profundas enseñanzas: los niños dejaban este mundo confiados y serenos; algunos adultos partían, después de superar la negación y el miedo, sintiéndose liberados, mientras que otros se aferraban a la vida porque aún les quedaba una tarea que concluir. Pero todos hallaban consuelo en la expresión de sus sentimientos y en el amor de quien les prestaba oídos. A Elisabeth no le quedaron dudas: morir es tan natural como nacer y crecer, algo que el materialismo de nuestra cultura niega y esconde. ...”

Luego de leer el libro, queda muy claro que su vasta experiencia de vida, ha dejado en ella un sello imborrable. Ha promovido profundas huellas de compasión hacia quienes se enfrentan a una situación límite como lo es la muerte. Con palabras muy acertadas, en la ya mencionada contratapa, se define su trayectoria personal y profesional: “... El  resultado es un libro tan singular como su autora, que nos enseñó a descreer de los fantasmas de la muerte y abrazar el poder del amor incondicional.”


“... En mi constante búsqueda de pacientes para entrevistar en los seminarios de los viernes, adquirí la costumbre de merodear por los corredores cada noche antes de irme a casa. Eran muy pocos los colegas dispuestos a ayudarme. En casa, Manny escuchaba mis frustrados comentarios hasta que al llegar a un punto perdía la paciencia; él tenía su propio trabajo. Muchas veces me sentía el ser más solitario de todo el hospital, tan sola que una noche entré en el despacho del capellán.

No podía haber hecho nada mejor. El capellán del hospital, el reverendo Rendord Gaines, estaba sentado ante su escritorio. Era un negro alto y guapo de unos treinta y cinco años. Sus movimientos, como su modo de hablar, eran lentos y reflexivos. Lo conocía bien porque asistía regularmente a mis seminarios y era uno de los participantes más interesados. Lógicamente, econtraba que los conocimientos que adquiría allí le servían para aconsejar a los moribundos y a sus familiares.

Esa noche el reverendo Gaines y yo estábamos en la misma onda. Acordamos que hablar de la muerte y la forma de morir nos enseñaba que los verdaderos interrogantes que se planteaban la mayoría de los moribundos tenían más que ver con la vida que con la muerte. Deseaban sinceridad, cercanía y paz. Eso recalcaba que la forma de morir de una persona dependía de cómo vivía. Abarcaba los dominios prácticos y filosóficos, psíquicos y espirituales, es decir, los dos mundos que ambos ocupábamos.

Durante unas semanas pasamos horas inmersos en conversaciones, lo que normalmente me impedía llegar a casa a preparar la cena a una hora razonable. Pero ambos nos estimulábamos y enseñábamos mutuamente. Para una persona como yo, formada en las razones de la ciencia, el mundo espiritual del reverendo Gaines era alimento intelectual que yo devoraba. Generalmente evitaba tocar temas espirituales en mis seminarios y conversaciones con enfermos, debido a que yo era psiquiatra. Pero el interés del reverendo Gaines en mi trabajo me ofrecía una oportunidad única. Con sus conocimientos pude extender la esfera de mi trabajo para incluir la religión.

Durante una de nuestras conversaciones le pedía a mi nuevo amigo y aliado que se convirtiera en mi socio. Afortunadamente aceptó. Desde ese momento me acompañaba en mis visitas a los enfermos terminales y me ayudaba durante los seminarios. En cuanto a estilo, nos complementábamos perfectamente. Yo preguntaba lo que pasaba en el interior de la cabeza del enfermo, y el reverendo Gaines preguntaba por su alma. Nuestro paso de uno a otro tema tenía el ritmo de una partida de pimpón. Los seminarios adquirieron todavía más sentido.

Los demás también opinaban lo mismo, sobre todo los propios pacientes. Sólo uno entre doscientos pacientes se negó a hablar de los problemas resultantes de su enfermedad. Puede que resulte extraño que se mostraran tan bien dispuestos, pero explicaré el caso de la primera paciente que el reverendo Gaines y yo presentamos juntos. La señora G., de edad madura, llevaba meses enferma de cáncer, y durante su estancia en el hospital procuró que todo el mundo, desde sus familiares a las enfermeras, sufrieran con ella. Pero después de varias semanas de conversar con ella, el reverendo Gaines le calmó la ira haciendo que mejoraran sus relaciones con los demás y que hablara con el corazón en la mano, de modo que disfrutara de la compañía de las personas a las que quería. Y estas personas a su vez le devolvían su afecto.

Cuando participó en nuestro seminario, la señora G. estaba muy débil pero también moralmente transformada,. <Jamás había vivido tanto en toda mi vida adulta>, reconoció.

El voto de confianza más inesperado llegó a comienzos de 1969. Después de más de tres años de dirigir mis seminarios, recibí a una delegación del Seminario Luterano de Chicago, que estaba muy cerca del hospital. Yo me imaginé que sostendríamos un acalorado debate. Pero resultó que venían a pedirme que trabajara en su facultad. Como era de esperar, yo traté de esquivar la tarea aduciendo todo tipo de argumentos para demostrar que yo no les convenía, entre ellos mi aversión a la religión. Pero ellos insistieron.

-No le pedimos que enseñe teología -me explicaron-. Nosotros ya nos ocupamos de eso. Pero creemos que usted puede enseñarnos qué significa un verdadero ministerio en la práctica.

Era difícil disentir de ello, ya que mi opinión personal era que convenía que el profesor hablara en lenguaje no teológico acerca del trato con los moribundos. Con la excepción del reverendo Gaines y de los estudiantes de teología, mis experiencias con pastores de la Iglesia habían sido malísimas. Durante años la mayoría de los pacientes que pedían hablar con el capellán del hospital quedaban decepcionados. <Lo único que quieren es leer en su librito negro>, era el comentario que yo escuchaba una y otro vez. En efecto, el capellán se limitaba a eludir hábilmente las preguntas importantes reemplazando la respuesta por alguna cita de la Biblia y apresurándose a salir sin saber qué más hacer.

Esa actitud hacía más daño que bien. Esto lo ilustra muy bien la historia de una niña de doce años llamada Liz. La conocí varios años después, pero de todos modos viene al caso. Cuando se estaba muriendo de cáncer, la enviaron a casa, donde yo ayudaba a sus padres y tres hermanos a enfrentarse a las diversas dificultades que presentaba el lento deterioro de la niña. Al final, la chica, convertida ya en un esqueleto con un enorme vientre lleno de tumores cancerosos, sabía la realidad de su estado, pero de todas formas se negaba a morir.

-¿Cómo es que no te puedes morir?- le pregunté un día.
-Porque no me puedo ir al cielo -me contestó llorosa-. Los curas y las hermanas me dijeron que nadie se puede ir al cielo si no ama a Dios más que a nadie en el mundo entero. -Sus sollozos arreciaron y se me acercó más-. Doctora Ross, yo quiero a mi mamá y a mi papá más que a nadie en el mundo entero.

A punto de echarme a llorar yo también, le hablé de por qué Dios le había asignado esa difícil tarea: era igual que cuando los profesores dan los problemas más difíciles sólo a los mejores alumnos. Ella lo entendió.

-Pues Dios no podría haberle dado una tarea más difícil a ningún niño- comentó.

Eso fue útil, y a los pocos días Liz fue capaz finalmente de marcharse. Pero ése era el tipo de caso que me hacía odiar la religión.

De todos modos, los luteranos me persuadieron, y acepté el trabajo docente. Mi primera charla, que tuvo lugar sólo dos semanas después de esa reunión, la di en una sala atiborrada de gente. A fin de hacerles saber claramente mi opinión sobre la religión, comencé poniendo en tela de juicio su concepto del pecado.

-Aparte de provocar culpabilidad y miedo, ¿para qué sirve? No hace otra cosa que dar trabajo a los psiquiatras- añadí riendo, para que supieran que también estaba representando el papel de abogado del diablo.

En las clases siguientes traté de inducirlos a examinar su compromiso con al vida de pastor. Si consideraban difícil discutir por qué el mundo necesitaba diferentes confesiones religiosas, muchas veces contradictorias, cuando todas ellas pretendían enseñar las mismas verdades básicas, iban a encontrar bastante arduo el futuro.

Me hice tan popular que el seminario me propuso examinar a los candidatos a ministro del Señor y eliminar a aquellos que no lo iban a conseguir. Eso fue interesante. Alrededor de un tercio de los seminaristas acabaron abandonando el seminario para convertirse en asistentes sociales o trabajar en campos afines. En general, la experiencia de dar charlas y entrevistar a los estudiantes fue fascinante, pero dejé ese trabajo al final del semestre. Las exigencias de mi ocupado programa eran demasiadas, incluso para una adicta al trabajo como yo.

La tarea que realizaba presentando los pacientes terminales a los profesionales de la medicina me parecía de lo más interesante. No me sorprendía lo mucho que podía enseñar un moribundo en uno de mis seminarios, ni tampoco lo que aprendían por sí mismos los alumnos. Muchas veces me sentía mal cuando se me atribuía todo el mérito. De hecho mi peor pesadilla era quedarme clavada diez minutos sola en el estrado sin un paciente. La sola idea me producía terror. ¿Qué podía decir?

Pues un día me ocurrió. Diez minutos antes de que comenzara el seminario, el enfermo que planeaba entrevistar murió inesperadamente. Teniendo cerca de ochenta personas ya sentadas en el auditorio, algunas de las cuales habían hecho un largo trayecto para acudir al hospital, no quise cancelarlo. Por otro lado, no era posible encontrar otro paciente. Paralizada en el pasillo, desde donde oía el murmullo de los alumnos en la sala, no tenía idea de qué podía hace sin la persona a quien siempre presentaba como el verdadero profesor.

Pero una vez que estuve sobre el estrado, me dejé llevar por la inspiración y la clase resultó fantástica. Dado que en su mayor parte el público estaba formado por personas que trabajaban en el hospital o estaban relacionadas con la Facultad de Medicina, les pregunté cuál era el mayor problema que tenían en su trabajo diario. En lugar de hablar con un enfermo, hablaríamos de los principales problemas que tenían los asistentes.

-Decidme cuál es la mayor dificultad con que topáis- les propuse.

Al principio reinó un silencio absoluto en la sala, pero pasados unos incómodos instantes se alzaron varias manos. Ante mi gran sorpresa, las primeras dos personas que hablaron dijeron que su problema era un determinado médico, en realidad director de departamento, que trabajaba casi exclusivamente con enfermos de cáncer muy graves. Era un excelente médico, explicaron, pero si alguien llegaba a insinuar siquiera que era posible que alguno de sus pacientes no respondiera al tratamiento, él contestaba de modo muy desagradable. Otras personas que lo conocían hicieron gestos de asentimiento con la cabeza.

Aunque yo no dije nada, al instante comprendí de qué médico se trataba porque había tenido varios encontronazos con él; no soportaba sus modales bruscos, su arrogancia ni su falta de sinceridad. En dos ocasiones, en mi calidad de jefa del servicio de enlace psicosomático, me habían llamado para visitar a sus pacientes moribundos. El me había dicho que uno no tenía cáncer y que la otra enferma era sólo cuestión de tiempo que se sintiera mejor. En los dos casos las radiografías mostraban metástasis extendidas e inoperables.

Ciertamente era el médico quien necesitaba un psiquiatra. Tenía un grave problema con la muerte, aunque yo no podía decirle eso a sus pacientes. No podía ayudarlos criticando a otra persona, y mucho menos a alguien en quien confiaban. Pero en el seminario era diferente. Hicimos cuenta de que el doctor M. era el enfermo y hablamos de las dificultades que teníamos con él. Analizamos qué nos decían esos problemas acerca de nosotros mismos. Casi todos los participantes reconocieron tener prejuicios contra aquellos de sus colegas, médicos o enfermeros que tenían problemas. Los consideraban de una manera distinta que a los pacientes normales. Yo estuve de acuerdo e ilustré la situación con mis propios sentimientos por ese médico.

-No se puede ayudar a alguien a menos que se le tenga una cierta simpatía.- A continuación hice la pregunta-. ¿Hay alguien aquí que le tenga cierta simpatía?

Rodeada de miradas y sonrisitas hostiles, una joven levantó la mano lentamente y con cierta vacilación.

-¿Estás trastornada?- le pregunté medio en broma, medio sorprendida.

A eso siguió una buena carcajada.

Entonces la enfermera, se puso en pie y habló con una tranquilidad y claridad llenas de nobleza.

-No conocéis a ese hombre -dijo-. No conocéis a la persona.

Nuevamente se hizo el silencio. Su frágil voz lo rompió con una detallada descripción de cómo el doctor M. comenzaba su ronda avanzada la noche, horas después de que se hubieran marchado a casa los demás médicos.

-Empieza en la habitación más alejada del puesto de enfermeras y va avanzando hacia donde yo me siento habitualmente -explicó-. Entra en la primera habitación muy erguido, con aspecto confiado y seguro. Pero cada vez que sale de una habitación tiene la espalda más encorvada. Poco a poco su postura se va pareciendo más a la de un anciano. -Con gestos representaba el drama nocturno obligando a todo el mundo a imaginarse la escena-. Cuando sale de la habitación del último paciente, este médico parece destrozado. Se ve claramente que no siente ni la más mínima alegría, esperanza o satisfacción por su trabajo.

El simple hecho de observar ese drama noche tras noche le afectaba. Imaginémonos cómo se sentía el médico que lo vivía. Todos los asistentes tenían los ojos húmedos cuando la enfermera explicó cuánto deseaba darle unas suaves palmaditas al doctor, como haría un amigo, y decirle que sabía lo terrible y desesperanzado que era su trabajo. Pero el sistema de castas del hospital impedía ese comportamiento tan humano.

-Sólo soy una enfermera- explicó.

Sin embargo, ese tipo de compasión y amistosa comprensión era justamente la ayuda que necesitaba ese médico, y puesto que esa joven enfermera era la única en la sala que se preocupaba por él, era ella quien tenía que hacerlo. Le sugerí que se obligara a dar ese paso.

-No lo pienses, simplemente haz lo que te dicte el corazón. Si lo ayudas -añadí-, vas a ayudar a miles y miles de personas.

Después de una semana de vacaciones, estaba ante mi escritorio poniéndome al día con el trabajo cuando de pronto se abrió la puerta y entró precipitadamente una joven. Era la enfermera de ese seminario.

-¡Lo he hecho! ¡Lo he hecho!

Ese viernes había observado al doctor M. hacer su ronda y acabar destrozado, tal como lo había descrito. El drama se repitió el sábado, pero con una complicación adicional. Ese día habían muerto dos de sus pacientes. El domingo lo vio salir de la última habitación, encorvado y deprimido. Obligándose a actuar se le acercó, esforzándose por tenderle la mano. Pero antes de hacerlo exclamó:

-¡Dios mío! Esto debe de resultarle terriblemente difícil.

De pronto el doctor M. la cogió del brazo y la llevó a su despacho. Allí, tras la puerta cerrada, el médico le expresó todo su dolor, aflicción y angustia reprimidos. Le contó todos los sacrificios que había tenido que hacer para estudiar en la facultad; cómo sus amigos ya tenían trabajo y buenos ingresos cuando él comenzó la práctica como residente; cómo trataba de mejorar a sus pacientes mientras aquellos compañeros ya tenían familia y se construían casas para pasar las vacaciones. En lugar de vivir se había pasado la vida aprendiendo una especialidad. Por fin ya era el jefe de su departamento. Tenía un puesto en el que podía hacer algo importante para sus pacientes.

-Pero todos se mueren -sollozó-. Uno tras otro. Todos se me mueren.

Al escuchar esta historia en el siguiente seminario sobre la muerte y el morir, todos comprendieron el extraordinario poder sanador que puede tener una persona simplemente reuniendo el valor de actuar impulsada por sus sentimientos. Antes de que hubiera transcurrido un año, el doctor M. comenzó a tratarse psiquiátricamente conmigo. Pasados unos tres años estaba en terapia a tiempo completo. Su vida mejoró espectacularmente. En lugar de acabar quemado y deprimido, redescubrió las maravillosas cualidades de cariño y comprensión que lo habían motivado para estudiar medicina. Ojalá ese hombre supiera a cuántas personas ha ayudado al contarles su historia a lo largo de los años. ...”

Desde mi punto de vista, un relato por demás conmovedor. Un relato que nos invita a una profunda reflexión; nos invita a cuestionar nuestros hábitos, creencias y valores; nos invita a refrescar nuestra mirada y a conectarnos con lo más auténtico de nosotros mismos: nuestro verdadero SER, nuestra verdadera ESENCIA, o dicho con otras palabras: con el AMOR INCONDICIONAL.

 Bendiciones.