Hace un par de años, llegó a mis manos un
libro que me ha conmovido como pocos en mi vida. El mismo se ha basado en
-desde mi punto de vista- una maravillosa idea de solicitar a 15.000 personas
de Estados Unidos y Canadá, que recomendaran a personas que ellos consideraban
“ancianos sabios”. La respuesta, llegó a la cifra de casi mil nombres. Acto
seguido y mediante entrevistas previas, se llegó a la conclusión de hallarse en
presencia de 235 personas que habían sido identificadas como “sabias”. Las
mismas tenían entre 59 y 105 años. Casi todas eran de América del Norte, pero tenían etnias, culturas, religiones, orígenes y estatus profesionales
distintos. Las preguntas que se les realizaron fueron cinco: 1) ¿Qué fue lo que
te hizo más feliz? 2) ¿De qué te arrepientes? 3) ¿Qué es lo importante y qué no
lo es? 4) ¿Cuáles fueron los momentos cruciales que te cambiaron la vida? 5)
¿Qué te gustaría haber sabido antes?. Al finalizar con las conversaciones, se
obtuvieron cinco secretos muy definidos; a saber:
1º - Sé coherente contigo mismo
2º - No tengas de lo que arrepentirte
3º - Sé amor
4º - Vive el momento
5º - Da más de lo que recibes
El libro mencionado se titula “Los cinco secretos que hay que descubrir
antes de morir” y su autoría
corresponde al talentoso John Izzo (reconocido psicoterapeuta, licenciado en
religión y psicología. Ha recorrido el mundo para hablar a más de un millón de
personas de cómo hallar la felicidad y el sentido de la vida). Un ser que
además -en mi opinión- es una persona “Sabia” y absolutamente “Consciente del
Sentido de la Vida”.
Cada tanto, suelo releer algunos relatos
elegidos al azar. ¿Qué significa elegir al azar? Pues simple y sencillamente,
tomar el libro entre mis manos y abrirlo en cualquier página. Siempre resulta
para mí, un verdadero deleite repasar las historias y/o reflexiones que
contiene.
Me parece propicia la ocasión, entonces, para
acercarles algunos textos que pueden encontrar en las páginas 78 a 96:
“… El amor como opción
Para
hablar del amor, primero debo definirlo. Amor es una palabra con muchos matices. Debemos diferenciar
entre el sentimiento de amor y la decisión de amar. El amor es a menudo percibido por la sociedad como una
emoción única. Decimos que <está completamente enamorada de él>, que
<amamos el golf y la pizza>, que <somos amantes de la juerga>, y
así sucesivamente, pero en estos casos nos referimos al sentimiento del amor.
Sin embargo, al escuchar a los entrevistados, me empecé a dar cuenta de que,
cuando hablaban de la importancia del amor en sus vidas, definían el amor más
como una elección que como un sentimiento. El secreto para tener una vida feliz
y con sentido era decidir ser una persona con amor, ser amor.
Aunque
puede que no tengamos la capacidad de sentir amor cuando queramos, tenemos
siempre la facultad de ser amor. Vivimos este secreto de tres formas. Primero,
decidimos amarnos a nosotros mismos. Segundo, decidimos actuar con amor hacia
las personas más allegadas a nosotros (la familia, los amigos, etc.). Y finalmente
tenemos que decidir dar amor en todas nuestras interacciones. […] El amor al
que me refiero no es el sentimiento del amor; es la decisión de ser personas que den amor. Al
escribir sobre el tercer secreto, que es ser amor, no me refiero al sentimiento del amor sino a la decisión
de amar.
Primero, ámate a ti mismo
La
primera forma en la que podemos vivir este secreto es decidiendo amarnos a
nosotros mismos. Si no tomamos la decisión radical de considerarnos personas
dignas, no podremos encontrar la felicidad. El amor a nosotros mismos resulta
indispensable para convertirnos en seres humanos espiritualmente sanos. Para
algunos, el amor a uno mismo puede resultar algo natural porque la educación y
la experiencia nos proporcionan un sentimiento profundo sobre propia valía, pero hay otras personas a las
que les cuesta amarse a sí mismas. […] Una
de las formas más importantes en las que decidimos amarnos a nosotros
mismos es vigilando cómo nos alimentamos. Dicen que somos lo que comemos pero
desde un punto de vista espiritual, somos lo que pensamos. Los seres humanos
tenemos una media de 45 mil a 55 mil pensamientos diarios, una auténtica y
constante conversación interior. Nos pasamos el día hablando con nosotros
mismos. La mayoría de nuestros pensamientos son benignos, pero muchos tienen un
gran impacto en cómo nos vemos a nosotros mismos. Por ejemplo, cada vez que nos
decimos cosas como <Soy un perdedor>, <No merezco que me amen>,
<No soy guapo>, <Tengo que demostrar mi valía frente al resto de
personas>, <Estoy gordo>, <No soy un buen padre>, <No soy una
buena persona>, estamos minando nuestro amor hacia nosotros mismos. […]
Priorizar el amor
La segunda parte de este secreto es decidir actuar con
amor hacia las personas más cercanas y hacer que las relaciones de amor sean
una prioridad en nuestra vida. Cuando pregunté a la gente cuál era su mayor
felicidad, sus primeras respuestas siempre hacían referencia a sus esposas,
maridos, hijos, padres o amigos. Y cuando pregunté sobre el arrepentimiento, las
primeras respuestas también tuvieron que ver con sus relaciones, la falta de
prioridad que les habían dado o la sensación de no haber actuado con amor hacia
lo que más les importaba. Hace muchos años, siendo yo sacerdote, un anciano
resentido me dijo: <Me he pasado la mayor parte de la vida centrándome en
las cosas. Las personas siempre estaban en un segundo lugar en mi lista de
prioridades. Ahora que doy cuenta de que mi BMW no me viene a visitar al
geriátrico>. […] Un estudio de una prestigiosa universidad indicaba que en
un hogar medio la proporción de mensajes negativos en relación con los
positivos es de catorce a uno; por cada
comentario positivo que le hacemos a un miembro de la familia, formulamos casi
catorce comentarios críticos. Un estudio parecido señalaba que uno de los
elementos comunes en los matrimonios felices y duraderos era una relación de
siete a uno de los comentarios positivos frente a los negativos en la
comunicación. Y está en nuestras manos cambiar esa proporción. En cada momento,
podemos ofrecer amor y afianzar nuestras relaciones. Podemos decidir ver el
contexto global. […]
Haz el bien si puedes,
pero nunca hagas daño
[…] Al cabo de poco de realizar las entrevistas empecé
a darme cuenta de que el tercer secreto no era simplemente obtener amor, o
incluso darlo a los que están más cerca de ti, sino que el amor se convirtiera
en una forma de ser que abarcara toda nuestra vida. Al actuar con amor, nos
transformamos.
La gente me hablaba de cómo, al avanzar en la vida,
era cada vez más consciente de la importancia de actuar con amor, de la
decisión de ser amable. Lo que aprendí es que actuar con amor no sólo es bueno
para los demás, sino que también nos transforma en el proceso. Cuanto más nos
centramos en actuar con amor, más encontramos la felicidad. […]
Hace muchos años, una chica de veintitantos me contó
una historia conmovedora sobre su madre que resulta un gran ejemplo del poder
de este tercer secreto. Me dijo que su padre y su madre habían ido a verla. Al
final de la visita los llevó al aeropuerto y embarcaron para su vuelo de cuatro
horas de regreso a casa. Ese mismo día su padre la llamó. <Me dijo que tenía
muy malas noticias. En el vuelo de regreso mi madre había sufrido un ataque de
corazón cuando el avión iniciaba el descenso. Cuando aterrizaron, ya había
muerto. Dos días más tarde, tuve que subir a un avión para regresar a casa para
el funeral de mi madre.>
Me contó el largo y triste viaje a casa. Mientras
observaba el paisaje que sobrevolaba, no podía evitar pensar cómo habrían sido
los últimos momentos de su madre. ¿Estaba satisfecha con su vida? ¿Había muerto
con un sentimiento profundo de satisfacción o se arrepentía de algo? ¿Tenía
miedo o se sentía en paz? ¿Sabía lo mucho que la querían? En numerosas
ocasiones los ojos se le llenaron de lágrimas y sollozó.
Al aterrizar, se fue directa al tanatorio y se
encontró una sala abarrotada de personas que habían compartido la vida de su
madre. Su madre era musulmana, pero aquella sala estaba llena de personas de
todos los colores y religiones. La sala estaba repleta de amor. Dado que la
hija vivía fuera desde hacía algún tiempo, no conocía a todo el mundo y se pasó
todo el rato preguntándole a su padre quién era toda esa gente.
Había una mujer sentada sola en una esquina. Cuando le
preguntó a su padre quién era ella, él dijo que no lo sabía. Después de
preguntar a algunos de los mejores amigos de su madre, pronto se dio cuenta de
que nadie parecía saber quién era la desconocida de mediana edad que estaba
sentada sola en una esquina. La chica fue hacia ella, se sentó a su lado y le
dijo:
-Soy la hija pequeña, y todos nos estamos preguntando
de qué conocía a mi madre porque nadie parece saber quién es usted.
-Siento decir que no conocía a tu madre –contestó la
desconocida.
-¿Y por qué está aquí? –le preguntó la chica, perpleja
-Hace muchos años estaba pasando un momento muy
difícil en mi vida. Un día estaba tan desanimada que pensé seriamente en
quitarme la vida. Había tomado un autobús para ir al centro y me senté junto a
una mujer que leía un libro. Pero a mitad de camino lo cerró, lo dejó sobre su
regazo, se volvió hacia mí y me dijo: <Señora, me parece que necesita
hablar>. No sé por qué, pero fue tan amable y tan abierta que le conté lo
que sucedía y lo que pensaba hacer. Cuando llegué a casa, el rato que habíamos
pasado juntas me hizo tomar una decisión distinta, que no sólo afectó a mi vida
sino a la vida de muchos otros.
-Pero ¿qué tiene esto que ver con mi madre? –preguntó
la hija.
-Bueno, estaba tan absorta en mis pensamientos que ni
me presenté a aquella mujer, ni siquiera sabía su nombre. Pero hace dos días vi
una foto en el periódico y he venido aquí esta tarde porque no conocía a tu
madre, ni sabía cómo se llamaba, pero los veinte minutos que pasé con ella me
salvaron la vida.
La joven lloró y luego esbozó una sonrisa. Luego
volvió a llorar hasta que acabó llorando y sonriendo al mismo tiempo. Me
comentó que se dio cuenta de que su madre había vivido toda la vida así. Tanto
con sus hijos como con su marido, sus amigos o una desconocida a la que nunca
más volvería a ver, el amor y la ternura eran su forma de entender la vida. Eso
hizo que fuera una mujer muy feliz, y ahora su hija se daba cuenta de que
además había sido muy especial en cosas que nunca hubiera imaginado. <La vida
de mi madre giraba alrededor del amor, y así trajo la felicidad a otras
personas y la encontró para sí misma. Pronuncié una oración: *Deja que tenga
esa misma vida*.> …”
Como habrán podido
observar, este libro resulta ser -desde mi punto de vista- un “auténtico Canto a
la Vida”. Sin duda alguna, una “Obra Maestra” que debería integrar cualquier
plan de estudios. Emocionante. Convincente. Motivadora.
Quiero finalizar este
compartir, haciéndome eco de las palabras de la contratapa del libro cuando
dice: “¿Por qué esperar un solo día
más cuando podemos tener acceso, hoy mismo, a los secretos que garantizan una
vida plena y feliz?”.
Bendiciones.
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