Mientras me encontraba meditando, surgió
en mi mente -hace un par de días- la idea de trabajar sobre el Perdón. Tal vez,
este compartir, resulte una forma de plasmarlo en palabras. Es por ello, que
hoy quiero hacer referencia al “Perdón”.
Indagando
en el Diccionario de la Real Academia Española (en consulta efectuada vía
internet), pude obtener las siguientes acepciones de la palabra “Perdón”:
1.-
Acción de perdonar.
2.- Remisión de la pena merecida, de la
ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente.
3.-
Indulgencia (remisión de los pecados)
4.-
Utilizada para pedir disculpas.
5.-
Utilizada para interrumpir el discurso de otra persona y tomar la palabra.
6.-
Utilizada en forma interrogativa para expresar que no se ha entendido algo.
7.-
Utilizada en forma coloquial significa gota de aceite, cera o material similar
que cae ardiendo.
8.-
Utilizada en plural (perdones) significa obsequios que se traen de una romería,
tales como frutas secas, dulces y otras golosinas.
Se
me ocurre pensar que, teniendo en cuenta, el nivel generalizado de violencia
mundial, quizás, nos hayamos olvidado de llevar a la práctica el uso del
“Perdón” como expresión de la “acción de remisión de las ofensas recibidas, de
las deudas u obligaciones pendientes y de los pecados cometidos”. Y creo estar en lo cierto si digo que -en
este aspecto- el “Perdón” bien entendido empieza por casa; es decir que
tendremos que comenzar a perdonarnos a nosotros mismos, antes de poder llevar
el “Perdón” a nuestros semejantes. Es menester reconocer que en nuestro
interior es donde se origina todo nuestro mundo; aunque parezca mentira, ello
es verdad. A fin de clarificar el concepto que intento transmitir, voy a
contarles una historia que me fue contada hace un tiempo. Espero que el relato
guarde fidelidad en su contenido, ya que voy a expresarlo con mis palabras.
Aquí va:
“Había una vez un hombre que tenía dos
hijas pequeñas, cuyas inquietas mentes hacían que, muchas veces, su progenitor
no pudiera gozar de unos minutos de merecido descanso para poder leer el
periódico. Por ese motivo decidió, un hermoso día de primavera, llevarlas a un
parque cercano a fin de que las pequeñas pudieran retozar libremente.
Una
vez llegados al parque, el joven padre se instaló en un banco a la sombra de un
frondoso árbol; lugar éste que le permitía observar permanentemente a sus
hijas.
Un
sabio anciano y vecino de la familia que solía visitar el parque, se encontraba
en esos precisos momentos en el lugar; razón por la cual el joven progenitor
tuvo la brillante idea de indicarle a sus hijas que recurrieran a él ante
cualquier pregunta que quisieran hacer. De este modo, el abnegado padre podría
disfrutar de la lectura del periódico.
Inquietas
niñas como eran, no tardaron en remitirse al sabio anciano a presentarle sus
dudas y consultas sobre aspectos varios. Con mucho amor, él contestaba cada una
de las preguntas que se le formulaban, no sin antes, esbozar una amplia sonrisa
de complicidad. Adoraba a los niños y los niños lo adoraban a él.
En
una ocasión, la más grande de las niñas capturó una hermosa mariposa de colores
muy vivos y brillantes. Y tuvo una idea que comentó inmediatamente a su
hermana. Irían donde el sabio anciano y le preguntarían: <Señor, entre mis
manos tengo una mariposa: ¿está viva o está muerta?>. Si la respuesta del
sabio era que estaba viva, apretando sus manitos le daría muerte y así al
abrirlas, el anciano comprobaría que había fallado en su respuesta. Si por el
contrario, la respuesta del sabio era que estaba muerta, abriría sus manitos
inmediatamente para dejar a la mariposa volar en libertad, lo que implicaría
que el anciano hubiera fallado en su contestación.
Acto
seguido, se dirigieron al sabio y le efectuaron la pregunta. La respuesta no se
hizo esperar y, como era de prever, resultó sumamente sabia: <mi querida
niña, eso depende de ti, la respuesta está en tus manos>...”
Para
una mayor comprensión del valor del “Perdón”, me parece oportuno acercarles
algunos pasajes extraídos del libro “Perdón Radical”, cuya autoría
corresponde a Colin Tipping (nacido en Inglaterra; emigró a los Estados Unidos. Fundó junto a su esposa el Institute
for Radical Forgiveness Therapy and Coaching. Actualmente se dedica a impartir
cursos de formación de coaching y enseñanza de la terapia de Perdón Radical).
Creo sinceramente que nadie mejor que
un experto en la materia como él, para aleccionarnos al respecto. Este
conocimiento llegó hasta mi hace un par de años, merced a la oportunidad que
tuve, por intermedio de Andrea Sydow (coach certificada), de conocer la técnica
del Perdón Radical.
El
capítulo 11 (página 109) lleva el título “Transformar el arquetipo de víctima”, y nos
dice que:
“Como vimos en el capítulo anterior,
nuestra misión original es transformar el arquetipo de víctima y elevar la
conciencia del planeta. Pero ¿qué significa transformar algo? ¿Y cómo eleva
esto la conciencia?
Lo
primero que hay que comprender es que podemos cambiar algo sólo cuando lo
elegimos como misión espiritual. No decidimos nuestra misión en este mundo, lo
hicimos en el mundo de la verdad divina antes de encarnarnos.
En
segundo lugar, hemos de darnos cuenta que transformar algo de
ninguna manera significa cambiarlo.
De hecho, para transformar algo debemos experimentarlo plenamente y amarlo tal
como es. Por ejemplo ¿y si tu misión individual implicaba nacer en una familia
maltratadora para vivenciar el maltrato de primera mano y conocerlo como
víctima o como perpetrador? Recuerda que al encarnarte olvidas haber aceptado
la misión. Si recordaras tu misión no podrías experimentar la energía ni los
sentimientos de víctima en su plenitud. La vivencia de ser victimizado es lo
único que te permite darte cuenta de lo que subyace más allá de la ilusión de
víctima y que es la proyección de tu sentimiento de auto-odio. Cuando se es
capaz de ver más allá de la ilusión del maltratador, de reconocer en esas
acciones una llamada al amor y de responder con amor total y aceptación, la
energía de víctima se transforma y se eleva la conciencia de todos los involucrados.
Además, la energía que mantiene el patrón de maltrato desaparece y el
comportamiento cesa inmediatamente. En esto consiste la transformación.
Por
otro lado, si no reconocemos la verdad en la situación o no vemos más allá de
la ilusión e intentamos modificar las circunstancias físicas, encadenamos la
energía que sostiene el patrón de maltrato en su lugar y nada cambia. Lo que
resistes persiste.
Sólo el amor transforma
Sólo
el amor tiene la capacidad de transformar energías como el maltrato a los niños,
la especulación, el asesinato y el resto de los así llamados males del mundo.
Ninguna otra cosa tiene efecto. Las medidas, de por sí humanas, que se tomen
para cambiar esas situaciones como sacar a un niño de un entorno nocivo, no
generan transformación. La razón es sencilla: en primer lugar derivan del
miedo, no del amor. En segundo lugar, nuestra intervención y nuestros juicios
mantienen los patrones energéticos del maltrato y los anclan todavía más.
Esto
explica por qué la decisión de transformar algo sólo puede tomarse desde el
mundo de la verdad divina. Los seres humanos estamos tan aferrados a nuestras
creencias acerca del dolor y el sufrimiento, el miedo y la muerte, que aunque
lleguemos a considerar que el alma de cierto niño haya venido a este mundo para
vivenciar el maltrato y realmente quiera sentirlo, resulta imposible quedarnos
parados y presenciarlo. La misión parece fácil desde el mundo de la verdad
divina, pero las cosas se presentan muy diferentes aquí abajo, en el plano
físico. ¿A quién se le ocurriría dejar a un niño en un entorno que le maltrata?
No podemos evitar intervenir; al fin y al cabo ¡hacerlo es humano!
Como
vimos en un capítulo anterior es preciso rendirnos ante la idea de que el
Espíritu sabe lo que hace. Si una intervención a su favor no sirviese al
supremo interés del niño, las cosas estarían dispuestas pro el Espíritu de tal
manera que nadie se enteraría. Si por el contrario, el Espíritu determina que
una intervención sirve al bien supremo del alma del niño, la propiciará. No es
nuestra decisión pero como seres humanos debemos siempre responder de la manera
más humana, afectuosa y compasiva posible sabiendo al mismo tiempo que el amor
está contenido en la situación ...”
Como habrán podido observar luego de la
lectura efectuada, hay mucho trabajo por hacer dentro de uno mismo. Hoy me permito sugerirles que una buena forma de
comenzarlo es dando lectura completa al libro. Particularmente, lo considero
una “Obra Maestra”. A mi me ha ayudado muchísimo en mi despertar espiritual y
estoy convencida de que seguirá ayudándome en el futuro.
Quiero finalizar este compartir,
recordándoles -una vez más- que “TODO ES UNO”, “TODOS SOMOS UNO”.
Bendiciones.
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