A
poco de ser elegido Papa el cardenal Jorge Bergoglio, ahora llamado Francisco
I, adquirí el libro titulado “El Jesuita”- La historia de Francisco, el Papa
argentino, cuya autoría corresponde a Sergio Rubin (periodista que realizó
decenas de viajes con el Papa Juan Pablo II, la cobertura de sus funerales y la
elección de Benedicto XVI) y a Francesca Ambrogetti (periodista y psicóloga
social que colabora con diversos medios internacionales, entre ellos Radio
Vaticana). Me parece oportuno aclarar que, mis creencias religiosas se hallan
asentadas sobre la base de la religión Católica Apostólica Romana. No obstante
ello, en los últimos tiempos, debo admitir que sentía una suerte de frialdad
por parte de las autoridades eclesiásticas más encumbradas. Tal vez, podría
decirse que fuera una vivencia mía, muy particular; un parecer muy personal.
Pero el hecho es que, en charla con otros creyentes católicos, las objeciones a
cierto proceder de la Santa Sede, se hacían muy evidentes. Aparentemente, no
era yo la única persona que experimentaba tal sentimiento. Sin embargo y,
cuando -quizás- menos se esperaba, algo cambió. Dios había decidido que un
Jesuita de pura cepa, ocupara el trono que, allá a lo lejos y hace tiempo,
fuera ocupado por San Pedro.
Debo
reconocer que poco y nada conocía acerca del cardenal Bergoglio. Movida por una
cierta curiosidad, me encontré comprando el libro. Como dice en la contratapa
del mismo: “... En base a una serie de charlas mantenidas con él a lo largo
de dos años, dos periodistas de larga trayectoria y conocimiento en los temas
religiosos procuran desentrañar su pensamiento no solo acerca de cuestiones
espirituales, sino también sobre aquellas vinculadas al devenir de un país y un
mundo turbulentos. Y conocer sus sentimientos y preferencias. De un modo ágil y
ameno, el libro muestra quién es este jesuita de vida casi monacal y bajo
perfil, ahora consagrado como Francisco, el nuevo jefe de la casa de Pedro.”.
Una lectura altamente recomendable para quienes deseen disfrutar de un relato
apasionante, sumamente elocuente y que deja traslucir una inmensa Sabiduría de
Vida.
A
continuación y, merced a la importancia que -en mi opinión- es menester
otorgarle al tema de la educación, reproduzco una parte del texto que puede
leerse en las páginas 62 a 65:
(P) "... – Hablando de valores, es
inevitable apelar a la vieja figura del maestro que daba ejemplo, que marcaba
pautas, que sabía interpretar a los alumnos y establecía una relación humana
con cada uno.
(F) – Creo
que la educación se <profesionalizó> demasiado. Es necesario, sin duda,
estar al día y la actitud profesional es sana, pero no debe hacer olvidar la
otra actitud, la que acompaña, que sale al encuentro de la persona, que
considera al alumno en todos sus aspectos.
(P) – ¿Lo
puede ejemplificar con algún caso concreto que le haya tocado vivir?
(F) – Sí,
recuerdo que a comienzos de los años noventa, siendo vicario de Flores, una
chica de un colegio de Villa Soldati, que cursaba el cuarto o quinto año, quedó
embarazada. Fue uno de los primeros casos que se planteó en la escuela. Había
varias posturas acerca de cómo afrontar la situación, que contemplaban hasta la
expulsión, pero nadie se hacía cargo de lo que sentía la chica. Ella tenía
miedo por las reacciones y no dejaba que nadie se le acercase. Hasta que un
preceptor joven, casado y con hijos, un hombre al que yo respeto mucho, se
ofreció para hablarle y buscar con ella una solución. Cuando la vio en un
recreo le dio un beso, le tomó la mano y le preguntó con cariño: ¿<Así que
vas a ser mamá? Y la chica empezó a llorar sin parar. Esa actitud de proximidad
la ayudó a abrirse, a elaborar lo que le había pasado. Y permitió llegar a una
respuesta madura y responsable, que evitó que perdiera la escolaridad y quedara
sola con un hijo frente a la vida, pero también -porque era otro riesgo- que
las compañeras la consideraran una heroína por haber quedado embarazada.
(P) – ¿Se
encontró la solución a través del acercamiento y no del rechazo?
(F) – Sí.
Lo que hizo el preceptor fue salir testimonialmente a su encuentro. Corrió el
riesgo de que la chica le contestara con un <¿y a vos que te importa?>,
pero tenía a su favor su gran humanidad y que buscó acercarse desde el amor.
Cuando se quiere educar solamente con principios teóricos, sin pensar en que lo
importante es quién tenemos enfrente, se cae en un fundamentalismo que a los
chicos no les sirve de nada ya que ellos no asimilan las enseñanzas que no
están acompañadas con un testimonio de vida y una proximidad y, a veces, a los
tres o cuatro años, hacen una crisis, explotan.
(P) –
¿Tiene alguna fórmula que recomiende para procurar no caer en el rigorismo frío
y distante en la transmisión de valores, ni tampoco en la demagogia de querer
ganarse la simpatía fácil del alumnado aplicando un relativismo que admite
todo?
(F) –
Fórmula, ninguna. Pero, tal vez, esto que les voy a contar pueda servir. Suelo
decirles a los curas que cuando están en el confesionario no sean
rigoristas, ni <manga ancha>. El
rigorista es aquel que aplica, sin más, la norma. <La ley es ésta y
punto>, dice. El <manga ancha> la deja de lado. <No importa, no
pasa nada, total la vida es así, seguí adelante>, considera. El problema es
que ninguno de los dos se hace cargo de quien tenía delante; se lo sacan de
encima. <Y entonces, padre, ¿qué debemos hacer?, me preguntan. Y les
respondo: <Ser misericordioso>. ...”
(F) "... Hoy los padres, los
docentes, los alumnos, los gremios, el Estado, las confesiones religiosas no
tiran para un mismo lado, como debiera ser, y el que paga las consecuencias es
el chico. Hace falta una acción concertada.
(P)
- Hay una estadística que dice que el 68% de
faltas de los docentes se debe a motivos psicológicos. Están, ante todo,
sobrecargados por el hecho de que muchos padres descuidan su papel, pasando
parte de sus responsabilidades al colegio.
(F) -
Es cierto. No hace mucho escuché a algunos miembros de la Vicaría de Educación
de la arquidiócesis que contaban que los alumnos están desesperados por hablar
con el docente; evidentemente, les falta diálogo en su casa, sienten cierto
desamparo. Es importante dejar hablar al chico, que necesita orejas, aunque
consideremos que muchas veces son pavadas. Pero de las cien cosas que dice hay
una que lo identifica como singular y, en el fondo, está buscando eso: que lo
reconozcan en sus particularidades, que le digan “vos sos así”. A mí me
interesa mucho lo de la edad de los por qué, que es cuando el chico está
despertando al mundo y se siente muy inseguro. En esa etapa, el aprendizaje que
experimenta es muy grande, no a nivel intelectual, sino de conocimiento de su
lugar en un mundo que lo amenaza. Entonces, lo que necesita no es tanto la
respuesta explicativa, sino la mirada del papá o la mamá que le dé seguridad;
necesita hablar para que lo miren, lo identifiquen. Eso también le pasa más
adelante.
(P)
– Además, los docentes se sienten con
frecuencia desautorizados por padres que no permiten que se le diga nada a su
hijo...
(F) –
En nuestra época, y esto no significa que haya sido mejor o peor, cuando
llegábamos a casa con una observación la “ligábamos”. Ahora, en cambio, muchos
padres consideran que el problema es del docente que la aplicó y van a hablar
con él para defender al nene. Al actuar de ese modo, evidentemente, le sacan autoridad
al docente; el chico ya no lo respeta. Y cuando se quita autoridad se quita un
espacio de crecimiento. Autoridad viene de augere
que quiere decir hacer crecer.
Tener autoridad no es ser una persona represora. La represión es una
deformación de la autoridad que, en su recto ejercicio, implica crear un
espacio para que la persona pueda crecer. Alguien con autoridad es alguien
capaz de crear un espacio de crecimiento.
(P)
– Acaso el término se desvirtuó...
(F) –
Claro. Pasó a ser sinónimo de acá mando yo.
Es curioso, pero cuando el padre o el maestro tiene que decir: <acá el que
manda soy yo> o <acá el superior soy yo> es porque ya perdió la
autoridad. Y entonces, la tiene que afianzar con la palabra. Proclamar que uno
tiene la <manija> de algo implica que se dejó de tenerla. Y tener la
<manija> no significa mandar e imponer, sino servir. ...”
(P)
y (F) son indicadores de la persona que
está preguntando o respondiendo en ese momento; ya sea el cardenal Bergoglio
por aquél entonces -hoy Papa Francisco I- identificado como (F) o el/la
periodista, identificado/a como (P).
¿Qué
más se podría agregar frente a semejantes talentos?. Dios nos ha bendecido,
ciertamente, al enviarnos a Jorge o Francisco -como cada uno quiera llamarlo-:
un verdadero “ANGEL” o mensajero; y, también, a los portavoces que se
encargaron de entrevistarlo.
Bendiciones.
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