jueves, 25 de abril de 2013

Francisco I: un Jesuita de pura cepa ...


A poco de ser elegido Papa el cardenal Jorge Bergoglio, ahora llamado Francisco I, adquirí el libro titulado “El Jesuita”- La historia de Francisco, el Papa argentino, cuya autoría corresponde a Sergio Rubin (periodista que realizó decenas de viajes con el Papa Juan Pablo II, la cobertura de sus funerales y la elección de Benedicto XVI) y a Francesca Ambrogetti (periodista y psicóloga social que colabora con diversos medios internacionales, entre ellos Radio Vaticana). Me parece oportuno aclarar que, mis creencias religiosas se hallan asentadas sobre la base de la religión Católica Apostólica Romana. No obstante ello, en los últimos tiempos, debo admitir que sentía una suerte de frialdad por parte de las autoridades eclesiásticas más encumbradas. Tal vez, podría decirse que fuera una vivencia mía, muy particular; un parecer muy personal. Pero el hecho es que, en charla con otros creyentes católicos, las objeciones a cierto proceder de la Santa Sede, se hacían muy evidentes. Aparentemente, no era yo la única persona que experimentaba tal sentimiento. Sin embargo y, cuando -quizás- menos se esperaba, algo cambió. Dios había decidido que un Jesuita de pura cepa, ocupara el trono que, allá a lo lejos y hace tiempo, fuera ocupado por San Pedro.

Debo reconocer que poco y nada conocía acerca del cardenal Bergoglio. Movida por una cierta curiosidad, me encontré comprando el libro. Como dice en la contratapa del mismo: “... En base a una serie de charlas mantenidas con él a lo largo de dos años, dos periodistas de larga trayectoria y conocimiento en los temas religiosos procuran desentrañar su pensamiento no solo acerca de cuestiones espirituales, sino también sobre aquellas vinculadas al devenir de un país y un mundo turbulentos. Y conocer sus sentimientos y preferencias. De un modo ágil y ameno, el libro muestra quién es este jesuita de vida casi monacal y bajo perfil, ahora consagrado como Francisco, el nuevo jefe de la casa de Pedro.”. Una lectura altamente recomendable para quienes deseen disfrutar de un relato apasionante, sumamente elocuente y que deja traslucir una inmensa Sabiduría de Vida.

A continuación y, merced a la importancia que -en mi opinión- es menester otorgarle al tema de la educación, reproduzco una parte del texto que puede leerse en las páginas 62 a 65:

(P) "... – Hablando de valores, es inevitable apelar a la vieja figura del maestro que daba ejemplo, que marcaba pautas, que sabía interpretar a los alumnos y establecía una relación humana con cada uno.
(F) – Creo que la educación se <profesionalizó> demasiado. Es necesario, sin duda, estar al día y la actitud profesional es sana, pero no debe hacer olvidar la otra actitud, la que acompaña, que sale al encuentro de la persona, que considera al alumno en todos sus aspectos.
(P) – ¿Lo puede ejemplificar con algún caso concreto que le haya tocado vivir?
(F) – Sí, recuerdo que a comienzos de los años noventa, siendo vicario de Flores, una chica de un colegio de Villa Soldati, que cursaba el cuarto o quinto año, quedó embarazada. Fue uno de los primeros casos que se planteó en la escuela. Había varias posturas acerca de cómo afrontar la situación, que contemplaban hasta la expulsión, pero nadie se hacía cargo de lo que sentía la chica. Ella tenía miedo por las reacciones y no dejaba que nadie se le acercase. Hasta que un preceptor joven, casado y con hijos, un hombre al que yo respeto mucho, se ofreció para hablarle y buscar con ella una solución. Cuando la vio en un recreo le dio un beso, le tomó la mano y le preguntó con cariño: ¿<Así que vas a ser mamá? Y la chica empezó a llorar sin parar. Esa actitud de proximidad la ayudó a abrirse, a elaborar lo que le había pasado. Y permitió llegar a una respuesta madura y responsable, que evitó que perdiera la escolaridad y quedara sola con un hijo frente a la vida, pero también -porque era otro riesgo- que las compañeras la consideraran una heroína por haber quedado embarazada.
(P) – ¿Se encontró la solución a través del acercamiento y no del rechazo?
(F) – Sí. Lo que hizo el preceptor fue salir testimonialmente a su encuentro. Corrió el riesgo de que la chica le contestara con un <¿y a vos que te importa?>, pero tenía a su favor su gran humanidad y que buscó acercarse desde el amor. Cuando se quiere educar solamente con principios teóricos, sin pensar en que lo importante es quién tenemos enfrente, se cae en un fundamentalismo que a los chicos no les sirve de nada ya que ellos no asimilan las enseñanzas que no están acompañadas con un testimonio de vida y una proximidad y, a veces, a los tres o cuatro años, hacen una crisis, explotan.
(P) – ¿Tiene alguna fórmula que recomiende para procurar no caer en el rigorismo frío y distante en la transmisión de valores, ni tampoco en la demagogia de querer ganarse la simpatía fácil del alumnado aplicando un relativismo que admite todo?
(F) – Fórmula, ninguna. Pero, tal vez, esto que les voy a contar pueda servir. Suelo decirles a los curas que cuando están en el confesionario no sean rigoristas,  ni <manga ancha>. El rigorista es aquel que aplica, sin más, la norma. <La ley es ésta y punto>, dice. El <manga ancha> la deja de lado. <No importa, no pasa nada, total la vida es así, seguí adelante>, considera. El problema es que ninguno de los dos se hace cargo de quien tenía delante; se lo sacan de encima. <Y entonces, padre, ¿qué debemos hacer?, me preguntan. Y les respondo: <Ser misericordioso>. ...”




(F) "... Hoy los padres, los docentes, los alumnos, los gremios, el Estado, las confesiones religiosas no tiran para un mismo lado, como debiera ser, y el que paga las consecuencias es el chico. Hace falta una acción concertada.
(P) - Hay una estadística que dice que el 68% de faltas de los docentes se debe a motivos psicológicos. Están, ante todo, sobrecargados por el hecho de que muchos padres descuidan su papel, pasando parte de sus responsabilidades al colegio.
(F) - Es cierto. No hace mucho escuché a algunos miembros de la Vicaría de Educación de la arquidiócesis que contaban que los alumnos están desesperados por hablar con el docente; evidentemente, les falta diálogo en su casa, sienten cierto desamparo. Es importante dejar hablar al chico, que necesita orejas, aunque consideremos que muchas veces son pavadas. Pero de las cien cosas que dice hay una que lo identifica como singular y, en el fondo, está buscando eso: que lo reconozcan en sus particularidades, que le digan “vos sos así”. A mí me interesa mucho lo de la edad de los por qué, que es cuando el chico está despertando al mundo y se siente muy inseguro. En esa etapa, el aprendizaje que experimenta es muy grande, no a nivel intelectual, sino de conocimiento de su lugar en un mundo que lo amenaza. Entonces, lo que necesita no es tanto la respuesta explicativa, sino la mirada del papá o la mamá que le dé seguridad; necesita hablar para que lo miren, lo identifiquen. Eso también le pasa más adelante.
(P) – Además, los docentes se sienten con frecuencia desautorizados por padres que no permiten que se le diga nada a su hijo...
(F) En nuestra época, y esto no significa que haya sido mejor o peor, cuando llegábamos a casa con una observación la “ligábamos”. Ahora, en cambio, muchos padres consideran que el problema es del docente que la aplicó y van a hablar con él para defender al nene. Al actuar de ese modo, evidentemente, le sacan autoridad al docente; el chico ya no lo respeta. Y cuando se quita autoridad se quita un espacio de crecimiento. Autoridad viene de augere que quiere decir hacer crecer. Tener autoridad no es ser una persona represora. La represión es una deformación de la autoridad que, en su recto ejercicio, implica crear un espacio para que la persona pueda crecer. Alguien con autoridad es alguien capaz de crear un espacio de crecimiento.
(P) – Acaso el término se desvirtuó...
(F) Claro. Pasó a ser sinónimo de acá mando yo. Es curioso, pero cuando el padre o el maestro tiene que decir: <acá el que manda soy yo> o <acá el superior soy yo> es porque ya perdió la autoridad. Y entonces, la tiene que afianzar con la palabra. Proclamar que uno tiene la <manija> de algo implica que se dejó de tenerla. Y tener la <manija> no significa mandar e imponer, sino servir. ...”


(P) y (F) son indicadores de la persona que está preguntando o respondiendo en ese momento; ya sea el cardenal Bergoglio por aquél entonces -hoy Papa Francisco I- identificado como (F) o el/la periodista, identificado/a como (P).

¿Qué más se podría agregar frente a semejantes talentos?. Dios nos ha bendecido, ciertamente, al enviarnos a Jorge o Francisco -como cada uno quiera llamarlo-: un verdadero “ANGEL” o mensajero; y, también, a los portavoces que se encargaron de entrevistarlo.


Bendiciones.

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