miércoles, 18 de diciembre de 2013

La esclavitud del Amor ...

Bajo la denominación de “Esclavos del amor: <Todo lo que hago, lo hago por ti>, el siempre magistral Walter Riso (cursó estudios universitarios de psicología, se especializó en terapia cognitiva y obtuvo una maestría en bioética; alterna el ejercicio de la cátedra universitaria con la publicación de textos científicos y de divulgación de diversos medios) aborda una situación que -supongo- provoca desvelo en la mayoría de los seres humanos. En su libro “Enamorados o esclavizados” – Manifiesto de liberación afectiva, sigue compartiendo con todos nosotros, parte de su rica y vasta experiencia profesional y -diría yo- personal. Una vez más, es un verdadero placer poder acercarles algunas de sus invalorables reflexiones. Desde hace un par de años (cuando tomé conocimiento de su existencia) sigo atentamente cada una de sus publicaciones. En mi opinión, Walter resulta ser un gran Maestro. Dotado de una impresionante Sabiduría de Vida, es absolutamente claro y preciso a la hora de transmitir sus experiencias y/o conocimientos. Nunca me canso de recomendar la lectura de cualquiera de sus libros, sabiendo que ningún lector quedará defraudado.

En las páginas 136 a 140, nos dice que:

“... Si hay dependencia, adiós individualidad. Saltarás al compás del otro, de sus necesidades, caprichos o sugerencias, a costa de ti mismo o sin la menor autodeterminación: <Sólo importas tú>. Entregarse sin recato ni principios implica situar el control de la propia vida afuera y esclavizarse. ¿Qué otra cosa podría significar la tan sonada frase <Tus deseos son órdenes para mí>? Los individuos que piensan de esta manera ponen todas sus facultades y recursos mentales al servicio de la persona amada y viven atentos a cada una de sus señales y requerimientos, como si se tratara de una obligación ineludible. Una paciente me comentaba que, cada vez que el marido llegaba de trabajar, ella, con solo verlo (en realidad lo <escaneaba>), ya sabía cómo había sido su día de trabajo, qué problemas tenía y cuál era su estado de ánimo. Como la mejor de las geishas, corría a su encuentro tratando de calmar sus ansiedades y darle gusto. Cuando le pregunté si él hacía lo mismo con ella, esquivó el tema. Yo insistí: <Supongo que usted también se cansa y se estresa. Hacerse cargo de la casa y de los niños no es cosa fácil... ¿El la contempla, está pendiente, la ayuda?> Me dijo que no era el estilo de él y me confesó que en realidad sí le gustaría tener de vez en cuando un <geisho>. Pero ella estaba ya acostumbrada a su propia frustración: <Todo lo que hago es por ti, aunque la mayoría de las cosas que tú hagas no sean por mí>.

Dar sin esperar nada a cambio acaba con cualquier relación de pareja humana y terrenal. Tarde o temprano te afectará dar y no recibir, a no ser que el otro esté enfermo o tenga una limitación incapacitante. Sin reciprocidad no hay vínculo que aguante o se mantenga en el terreno de lo saludable. <Todo lo que hago lo hago por ti, y nunca por mí>, no importa el tono en que lo digas, es falta de amor propio.

Un adolescente le juraba a su novia:
-Haré lo que me pidas, con tal que sigamos juntos.
Ella, ni lerda ni perezosa, se limitó a verificar la propuesta:
 -¿Lo que te pida? -preguntó incrédula.
Vaya a saber qué habrá pasado por su mente, porque no volvieron a la cita. Mucha desesperación y muy poca autoestima de parte del joven: <Haré lo que me pidas...> o, lo que es lo mismo: <Haz lo que quieras de mí>. Puro apego y necesidad imperiosa del otro sin medir consecuencias. Eso no es amor, sino subordinación emocional. La gente dirá: <¡Cuánto la ama>> Y yo digo: <¡Qué poco que se ama a sí mismo!>.

Actuar exageradamente en función del otro y <ver sólo por sus ojos> tiene, al menos, dos consecuencias negativas para la salud mental: (a) dejar de tenerse en cuenta a uno mismo y ubicarse en un segundo plano en la relación y (b) hacer que la pareja se acostumbre a recibir más que a dar. Como dije antes, cuando se rompe la reciprocidad, aparecen los dictadores y los tiranos. Es difícil estar con alguien que se comporta como esclavo y no sentirse <amo>. ¡Es tan cómodo que la persona amada viva en función de uno!

Recuerdo el caso de una pareja en la que el señor se quejaba porque, según él, la mujer ya no lo quería como antes. La principal queja del hombre era que su esposa ya no le cortaba las uñas de los pies ni se los lavaba. Por su parte, la señora se negaba porque, según ella, él <ya no era tan cariñoso y amable como antes> y, por lo tanto, en un acto de repudio, había decidido castigarlo. Le pregunté a la mujer por qué le lavaba los pies todos los días, y me respondió que no le gustaba verlo con los pies sucios y las uñas largas, pero también porque lo quería mucho y ésa era una manera de demostrarle su amor. Aceptemos que existen diferentes formas de manifestar el afecto y que todas son, en principio, válidas: cada pareja define su contubernio amoroso. Pero el problema en este caso era que el hombre había convertido el <arreglo de los pies> en un derecho personal, cuando en realidad no era más que un privilegio, un regalo que le hacía su mujer. Esa era la razón por la cual estaba más indignado que triste. En su mente, su esposa había violado un derecho personal de manera descarada y tenía que repararlo. Traté de hacerlo entrar en razón, pero fue imposible. Finalmente, el problema logró <solucionarse> cuando el intercambio de reforzadores logró equilibrarse: él seguiría siendo el centro de la vida de su señora, repleta de ventajas, a cambio de ser algo más cariñoso con ella. En lo esencial, la relación siguió desequilibrada, pero ella se conformaba con muy poco. Ella volvió a lavarle los pies y él bajó sus niveles de antipatía.

Es sumamente complicado ser libre si sólo se vive para complacer al otro. Lo que nunca debes perder es tu punto de control interno, es decir, la capacidad de hacerte cargo de ti mismo y dirigir tu propia conducta. Estar atento a ti mismo: quererte, cuidarte, autorreforzarte. Sin autodirección serás como un barco a la deriva. La solución está en desarrollar un pensamiento más constructivo, que sea de ida y vuelta: <Me ocupo de ti y también de mi>, <Pienso en ti y también pienso en mí>, <Te ayudo y también me ayudo>. Tu vida no debe girar alrededor de tu pareja como si fueras un satélite atrapado por la órbita. <Todo lo que hago, lo hago por ti> esconde una falta de autorrespeto. Amar no es sacrificarse y anularse, es dar y recibir gozoso, de parte y parte, equilibradamente.

Quédate con la siguiente autoafirmación. Que te sirva de referencia o, si lo consideras prudente, coméntasela a tu pareja (aunque te recomiendo darle antes un tranquilizante):

No existo por y para ti, a cualquier costo y de cualquier manera. Mi amor por tu persona, mi entrega, mi solidaridad, tienen límites. No son incondicionales. El día que no me quieras, que violes mis principios o que afectes mi autorrealización, habremos pasado la línea roja. El día que yo deba desaparecer o empequeñecerme para que tú brilles, desde ese momento, no estaré más en tu vida. Te quiero, pero también me quiero. Esa es la consigna, ésa es la premisa, para que tú, si quieres seguir conmigo, también la asumas y estemos juntos en paz y armonía....”


¿Quedó claro?. Para mí, está más que claro ... ¡simple y sencillamente clarísimo!.


Bendiciones.

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