miércoles, 25 de diciembre de 2013

El Big Bang: un cuento que no es chino...

El cuento que les acerco a continuación, puede leerse en el libro titulado “El Don – Una guía para descubrir cuál es la misión de nuestra vida” y cuya autoría lleva implícito el carisma personal de la autora: Amalia Estévez (egresó como Psicóloga de la Universidad de Buenos Aires, investigó en los nuevos campos de la Psicoterapia, desde sus enfoques tradicionales -freudianos y lacanianos- evolucionando hasta los enfoques transpersonales, que incluyen la integridad del ser humano en toda su rica complejidad; física, emocional, mental, social y espiritual. Se desempeño en radio y televisión; habiendo sido también conferencista y escritora.). Debo reconocer, que esta es la primera vez que tomo contacto con alguna obra suya. Y debo reconocer, también, que he quedado absolutamente extasiada con la inmensa Sabiduría que he podido vislumbrar a través de la lectura de este libro que, ha sido un maravilloso obsequio de cumpleaños -50 cronológicamente hablando aunque algunas personas digan que parecen ser menos- de mi Gran Amiga y Hermana del Alma -además de compañera de trabajo-, Laura. Si la conocieran, se darían cuenta de que no se puede esperar menos de parte suya. Un ser exquisito, noble, auténtico: un Ser Celestial.  Como nada es “casual” sino “causal”, seguramente algo tendrá que ver el hecho de que este libro llegue a mis manos precisamente en esta etapa de mi Vida; etapa que me encuentra compartiendo -con todos ustedes- mis vivencias, creencias, experiencias, reflexiones y todo tipo de sentimientos y emociones propias de un Ser Humano, que se halla en búsqueda de conocer su verdadera Identidad y de encontrar su verdadera Morada.

Creo -entonces- que ya es hora de pasar al mencionado cuento que lleva por título (páginas 57 a 65):

El Big Bang

Había una vez...

Hace mucho, mucho tiempo...
Un Vacío del que brotó misteriosamente un intensísimo punto de luz, y de él se formó un Gran Hombre, perfecto de todas sus perfecciones.
Pero con un pequeño problema. Un gran problema. No tenía conciencia de sí mismo. No sabía quién era.
La tensión que le produjo este desconocimiento de sí se hizo tan insoportable y tan intensa, que el Gran Hombre estalló.
Y se convirtió en millones y millones de hombrecitos y de mujercitas, todos hechos a su imagen y semejanza, que cargaban con la ignorancia inicial. Como cada uno de ellos venía de una parte distinta del Gran Hombre, cada uno tenía implícita en su propia naturaleza la potencialidad de hacer algo muy bien, en forma excelente: aquella función que había cumplido como una célula del Cuerpo Mayor cuando todavía éste estaba entero.
Pero así como el Gran Hombre había sido ignorante de sí mismo, los pequeños hombrecitos y mujercitas también eran ignorantes de sí, y no sabían que sabían lo que sabían.
Así que, una vez separado, y sin conciencia de nada, y como lo ignoraba todo, nació en ellos una fuerte sed de aprender. Ellos no sabían que lo que en realidad querían era recordar. Recordar quiénes eran.
Pero como eran recién nacidos, toda su atención estaba volcada hacia el afuera, encandilada en el mundo de enorme diversidad que se había formado allí por la explosión inicial. ¡Y era un mundo tan rico! ¡Y tan fascinante! Entonces pusieron con entusiasmo todos sus sentidos en captar ese afuera que los atrapaba con sus encantos y sus maravillas.
Y se transformaron en SERES DESLUMBRADOS por el mundo y sus sorpresas y sus prodigios.
Algunos hombres y algunas mujeres daban un paso adelante en el camino del conocimiento, y empezaban a intuir lejanamente que había una función que habían sabido realizar pero no sabían cuándo ni dónde. De aquel remoto pasado del Hombre Grande todopoderoso -pero no sabio- traían extraños poderes naturales, que no sabían ni lejanamente de dónde les venían. Los hombrecitos y las mujercitas usaban esos poderes con soltura e inconsciencia, con el salvajismo de sus mentes recién inauguradas, y usaban esos prodigios para el bien de su manada a veces, y otras veces para aniquilar a sus rivales y para dominar a la naturaleza. Pero aunque paladeaban el triunfo, no estaban ni satisfechos ni contentos, porque lo que sabían era tan efímero que se les escapaba enseguida de las manos. Entonces quisieron empezar a aprender de su función, y se transformaron en SERES APRENDICES.
Y desarrollaban su energía, sus emociones, su sexualidad y su mente más concreta, poniéndolas al servicio del aprendizaje de ese Don que traían adentro, y que a medida que se desenvolvía los llenaba de alegría y de esperanza.
Y hombres y mujeres aprendieron.
Desarrollaron otro pensamiento más alto, fueron dejando sus vínculos infantiles y se separaron de sus familias primarias y de sus culpas y de sus mandatos y buscaron nuevos amores y nuevas familias que inauguraron, mientras iban obteniendo más y más saber sobre aquello que llevaban dentro y querían hacer, su propio Don. Tanto y tan bien se fueron convirtiendo en maestros cada uno en lo suyo, y se transformaron en SERES MAESTROS. Iban satisfechos y orgullosos, vertiendo su conocimiento bien ganado por el ancho mundo, creciendo en autoestima y en saludable egoísmo, satisfechos y prosperando gozosamente en lo suyo.
Y camina que caminando todos ellos por el camino de la vida que se les abría tan generosamente, su mente racional se transformó en un espléndida herramienta que ya no estaba unida a los objetos para comprenderlos, sino que ahora operaba sobre las relaciones haciendo vinculaciones cada vez más abstractas y ampliando su radio de acción enormemente sobre el mundo. Esto les daba una poderosa autonomía y una amplitud que crecía más y más. Y como todo aquello que crece sobremanera de afuera, sin un parejo desarrollo interior, su Don se les empezó a subir a la cabeza como una botella de un buen vino. Y solo eran los primeros tragos de ese vino espirituoso que es el poder... El buen poder que había sido ganado por hacer bien aquello que habían aprendido a hacer bien, pero que sin un discernimiento claro que los orientara, empezaba a nublarles la mente a muchos de ellos.
Muy pocos hombres y mujeres recordaban aún alguna remota unidad primera como aquel lejanísimo Gran Hombre, ni tampoco recordaban ya la comunidad primitiva de la que habían formado parte, cuando apenas eran una horda solidaria e inconsciente. Ahora se sentían separados unos de los otros, y bien separados. Empezaban a poner todo en cuestionamiento, tanto sus creencias y sus principios, como los de los demás. Aprendían la poderosa herramienta del descreer. Y empezaban a descreer de todo aquello que estuviera más allá de sí mismos, y ese más allá incluía cada vez más cosas, ideas y personas. Todo se fue haciendo más y más relativo para ellos, y nació el SER ESCÉPTICO. Que, sin embargo, creía en sí mismo, pero solo y únicamente en sí mismo. La autoestima se le fue haciendo agrio orgullo, y el orgullo caminaba imparablemente hacia la soberbia.
Hasta que el hombre y la mujer se emborracharon perdidamente de su propio vino, el poder que les daba su Don eximio macerado con su propio orgullo y con su propia soberbia. Se llenaron de egolatría y se construyeron un pedestal ilusorio al que se subieron, y de allí hicieron girar (solo en su imaginación) al mundo a su alrededor.
Creyéndose el centro alrededor de lo que todo giraba, confundieron el ejercicio espléndido de su función, con el derecho a poner a todo y a todos a su servicio, disponiendo de ellos a su antojo.
El poder se hizo entonces abuso de poder, y nació el SER EMBRIAGADO DE PODER, para quien el mundo con sus maravillas y los miserables mortales que estaban (solo en su imaginación) por debajo de sus alturas, debían responder a su mandato.
Y su mandato se desbordaba en cada vez más crueles atropellos. Creó una deslumbrante tecnología con la que podrían haber mejorado su vida todos los seres humanos, y la transformó en un brutal instrumento de dominación. Transformó su casa grande en una naturaleza sufriente, taló los bosques cambiando torpemente el clima, envenenó los mares con basuras inútiles, asoló la flora y la fauna de su hermosos planeta verde, lastimó el cielo con agujeros que amenazaban la vida de todos y polucionó los aires, las aguas y la tierra hasta los confines. Los otros hombres y mujeres que aún no habían alcanzado ese poder, cayeron bajo sus manejos inhumanos: los privó del trabajo, el único elemento humano indispensable para vivir y sostener a sus familias y desarrollarse y descubrir el Don para el que habían nacido. Entonces los sumió en la miseria material y moral, y los abandonó como elementos indeseables, estorbos para el omnipotente ejercicio del poder de los Embriagados de Poder.
Hasta que los mismos hombre y mujeres Embriagados cayeron bajo el peso de su mal Don. De su precioso Don tan laboriosamente obtenido y tan ciegamente usado. Y como eran muchos los Embriagados que caían, muchos eran los males que los asolaban.
Los que acaban de pasar por esta etapa obnubilada, aprendían a recoger su propia amarga siembra. EL SER CAIDO era ahora pisoteado por otros más poderosos que sobre él esgrimían el dominio de su tecnología inhumana, y lo hundían en la miseria, hombreaban sin clemencia a sus hijos, le robaban la dignidad del trabajo y el derecho al sustento mínimo, contaminaban su aguas, cambiaban su clima y emponzoñaban sus cosechas con impunidad (con la impunidad del que se sabe el más fuerte). Los seres caídos aprendían duramente en su propia carne y mente lastimadas, y en su propio espíritu caído en la desesperanza, que no era bueno sembrar aquello que en la propia vida se convierte en desgracia. Hundida en el dolor su carne y en la oscuridad su mente, aprendían duramente. Pero, de buen o mal grado, aprendían.
Reptando desde el pozo de su caída -triste abismo generado por sí mismos, pero de fundamentales enseñanzas sobre si y sobre su propia naturaleza-, pasaron el hombre y la mujer a estar embargados por el miedo que el recuerdo del dolor les traía. EL SER TEMROSO había descubierto hacía mucho cuál era su Don, pero ahora tenía miedo de usarlo, por temor a hacerlo nuevamente en forma indiscriminada, y volver a recibir las atroces consecuencias que ya conocía. En esta etapa que parecía tan amarga, el ser temeroso aprendía a liberarse, no ya de las antiguas culpas que sus padres les habían impuesto con sus mandatos castrantes y limitadores en la adolescencia de su evolución, sino de sus propias legítimas culpas por haber dañado a los demás y al mundo en el que vivían. Estos tristes recuerdos obraban ahora como una señal de alarma cuando aún les brotaba la tendencia a repetir aquello que los había llevado a la cima y al abismo. Y por miedo, por culpa o por arrepentimiento, empezaron a no repetirlos.
Pero el Don que traían dentro cada hombre y cada mujer pugnaba incansablemente por manifestarse. Porque era nada menos que aquella función que habían ocupado en el Hombre Grande, y porque dependía de que cada uno lo hiciera para que el Hombre Grande pudiera, alguna vez, reintegrarse.
Como aún estaban llenos de miedo, ponían afuera esa lección que alguna vez terminarían aprendiendo, y acusaban a los demás de hacer aquello que habían hecho ellos mismos con resultados nefastos. Nacía EL SER ACUSADOR, con un gran dedo índice acusando a todos los demás que hacían tropelías, y dilatando el momento de incorporar nuevamente a sí mismo aquello que tanto le irritaba en los demás, para reconocerlo como propio, y desde sí mismo, dolerse de eso y poder cambiarlo.
Lo intentaba, pero al principio de esta nueva etapa no podía hacerlo. EL SER PARALIZADO se dedicaba a hacer cualquier cosa que no fuera su función, todavía detenido por el miedo. Pero luego, a medida que aceptaba en sí, en el seno de su mente y de su alma aquello que tan dolientemente había rechazado, (por el dolor que le producía ver sus partes oscuras, su propia sombra), empezó a aprender a reintegrarse, a aceptarse como era, y por lo tanto, a poder cambiar en sí todo aquello que realmente sentía verdadera necesidad de cambiar para volver a conectarse con su Don. ¡Aquello para lo que ahora, recordaba, había nacido!
Lentamente y al ir reincorporando en sí lo rechazado, el hombre y la mujer se ponen a hacer por fin lo que tanto añoran y que alguna vez fue su placer y su alegría, pero que ahora, aún con dolor y con miedo, realizan como si fuera un deber penoso. EL SER AMARGO no goza aún de su Don, aún le teme, pero ya no se atreve a rechazarlo, porque se da cuenta de que sin él su vida no tendría sentido. Y entonces aprende a hacerlo con tenacidad, con los dientes apretados, con resistencia y coraje, enfrentando las vicisitudes que vengan, y sin cesar en su intento, aunque no aún amándolo, aunque no aún regocijándose de su Don.
¡Y de repente, plenamente, recuerda! ¡Removidas todas las trabas por el ejercicio limpio de su función, aunque lo hubiera hecho tanto tiempo forzado, recuerda por fin quién es! ¡Y lo que tiene que hacer, y lo que puede hacer, y lo que quiere hacer! ¡Recuerda que él y su Don son uno, y nace entonces EL SER ALEGRE, que se regocija de su naturaleza y de su función! ¡Y ahora la retoma con pureza, con cuidado, con deleite, y nuevamente brilla el sol para él, el hombre y la mujer que se han recordado a sí mismos! Ahora llevan adentro de sí su propia luz, y su Don es la lámpara constante que los conduce por la vida. Y allí va el ser alegre lleno de conocimiento del mundo, sabiendo de las distorsiones dolorosas y ya no cayendo en ella, ampliando a cada paso su propia autoconciencia. Empieza a tener atisbos del Hombre Grande al acercarse a los demás, y al intuir que entre todos forman algo mayor que el ser solamente individuos. Se va acercando a su propio centro, e intuye que hay un centro mayor que lo llama, que lo busca, que lo espera. Pero no sabe dónde, ni cuándo, ni cómo.
Estas preguntas van creciendo en él ahora. Ahora ya quiere saber, y más, y mucho más, que todo lo que ha sabido antes. Nace ahora EL SER REFLEXIVO, que se hace altas preguntas que antes no se había formulado jamás. Qué es la vida. Y qué es la muerte. Cuál es el sentido de la vida. Y de dónde viene él. Dónde está. Hacia dónde va. Cuál es el misterio que lo rodea. Y para qué sirve ese Don que tan eximiamente realiza. Y si forma parte de algo mayor. Y si es así, de qué.
Todas esas preguntas, formuladas con creciente urgencia y desesperación de saber, de saberse, hacen que luego de intensas indagaciones y prácticas y búsquedas y desolaciones y desencuentros y encuentros luminosos y comprensiones cada vez más altas, en algún momento culminante de su evolución, nazca EL SER ILUMINADO.
Que sabe por fin y cabalmente quién es, y va sabiendo quiénes son los demás, y se va reintegrando al Gran Hombre con los demás pioneros re-integrados, que han pasado una y otra vez por sucesivas ampliaciones de conciencia, sucesivas iluminaciones, y van guiando a los más pequeños en la superior tarea de la integración con su propio Don, y con el Todo Mayor del que forman parte.
Un Todo Mayor que va creciendo en la medida en que cada ser crece, que va cobrando mayor conciencia en la medida en que cada ser se va haciendo consciente, que se va iluminando en la medida en que todos y cada uno de los pequeños seres, que son sus pequeñas partes, se van iluminando.
Y que se regocija a medida que cada uno, acercándose a su Don, su propio centro, se va acercando a El.
Y cuando todos los pequeños seres descubren su Don, lo realizan con maestría, impecabilidad y buena voluntad, y se van uniendo por la fuerza del Amor, que jamás dejó de pugnar por unirlos en el camino de la vuelta a casa…
Entonces, el Hombre Grande, por fin, se reintegra.
Y SE ILUMINA.
¡Y cuando el Hombre Grande se ilumina…!

Creo, sobran las palabras. Amalia y Laura: ¡Gracias por existir!.


Bendiciones.

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