A
medida que voy avanzando en la lectura del libro “Volver al amor” cuya
autoría corresponde a Marianne
Williamson (auténtica celebridad en Estados Unidos, donde expone sus ideas
sobre espiritualidad y enseña los principios básicos de Un curso de milagros.
Es fundadora de organizaciones sin ánimo de lucro que proporcionan servicios no
médicos a personas con enfermedades graves) mayor es mi entusiasmo por los conceptos, experiencias y reflexiones
que contiene. Y mayor, también, es la inspiración que me invita a seguir
compartiendo -con todos ustedes- algunos textos, como el que puede leerse en
las páginas 162 a 169.
"... Cambiar la mentalidad
<El cambio fundamental ocurrirá cuando el pensador cambie la mentalidad.>
El objetivo fundamental de la práctica espiritual es la recuperación plena, y sólo de una cosa es preciso recuperarse: del sentimiento fracturado de uno mismo. Nadie puede convencerte de que eres una persona válida si tú no te lo crees. Si los demás actúan como si lo fueras, tú no les creerás, o bien llegarás a depender hasta tal punto de que te lo aseguren continuamente que lo único que conseguirás mediante esa dependencia será que cambien de opinión. De cualquiera de las dos maneras, tú te quedas convencido de que no eres una persona váldia. ...
... Mediante tu deseo de ver la perfección en los demás te despiertas a tu propia perfección, aunque a veces esto no es fácil. Cuando siento que la vieja y conocida oscuridad empieza a descender sobre mí, cuando por ejemplo un hombre hace un comentario que racionalmente reconozco que es bastante inocente, pero que me hace sentir abandonada, dejada de lado o rechazada, ya he pasado por bastantes situaciones así en mi vida como para saber que el mal no está en lo que él acaba de decir. El no es el enemigo. El enemigo es este sentimiento que en el pasado me ha llevado a atacarlo o a defenderme hasta el punto de hacer que él sienta exactamente lo que yo siento que él siente, aunque en realidad él no lo estuviese sintiendo. Pero puedo optar por ver la situación de diferente manera. Esta es mi muralla. Es el punto donde debemos ser muy conscientes y llamar a Dios pidiendo un milagro: <Dios amado, ayúdame, por favor. Es esto. Aquí mismo. Ahí es donde la espada me entra en el corazón. ...>
El momento en que el dolor es más intenso es una oportunidad maravillosa. El ego preferiría que jamás mirásemos directamente al dolor. Cuando estamos en crisis, hay una buena probabilidad de que nos descuidemos y pidamos ayuda al Cielo. Al ego le gustaría que nunca estuviéramos en crisis. El prefiere que por el fondo de nuestra vida corra un calmado río de desdicha, no tan malo como para hacernos pensar si no serán nuestras propias opciones lo que provoca el dolor. Sólo cuando el dolor está aquí, tenemos la oportunidad de <derrotar a Satán y expulsarlo para siempre>.
-Marianne
–me dijo una vez un hombre-, tú sabes que puedes trabajar en este asunto con tu
terapeuta, con Un Curso de milagros, con tu editor, con el que da las charlas
sobre relaciones humanas y con todas tus amigas, pero nadie te dará la
magnífica oportunidad que tienes de trabajar en ello conmigo.
Lo que quería decir, por supuesto, era que
con los demás podría describir el dolor, pero con él podría sentirlo. Y en
aquel momento, si yo no elegía la opción pueril y narcisista de eludir la
responsabilidad y abandonarlo, sino que me quedaba a afrontar el miedo y
superarlo, se cumpliría la finalidad de la relación. Cuando llevamos nuestra
oscuridad a la luz y la perdonamos, entonces podemos seguir adelante.
Sanamos por medio del descubrimiento y la
plegaria. La conciencia sola no nos sana. Si el análisis pudiera, por sí solo,
sanar nuestras heridas, ya estaríamos todos sanos. Nuestras neurosis están
profundamente incrustadas en nuestro psiquismo, como un tumor que envuelve a un
órgano vital.
El proceso de cambio milagroso es doble:
- Veo mi error o pauta negativa.
- Pido a Dios que me libere de ello.
El primer principio sin el segundo es impotente. Como dicen en Alcohólicos Anónimos, <tus buenas ideas son las que te han traído aquí>. Tú eres el problema, pero no la solución.
El segundo principio tampoco es suficiente
para cambiarnos. El Espíritu Santo no puede tomar de nosotros lo que no
queremos entregarle. El no trabaja sin nuestro consentimiento. No puede
quitarnos los fallos de carácter si nosotros no queremos, porque eso sería
violar nuestro libre albedrío. Nosotros escogimos esas pautas, y por más
equivocados que estuviéramos cuando lo hicimos, El no nos obligará a renunciar
a ellas.
Al pedir a Dios que te sane, te comprometes
a dejarte sanar. Esto significa que optas por cambiar, y la resistencia del ego
al cambio es intensa: quiere que pensemos que somos demasiado <viejos>
para cambiar. Decir que estás enojado porque eres alcohólico, por ejemplo,
quizá describa tu enojo, pero no lo justifica. La única ventaja de saber que
estás enojado es que puedes elegir estar de otra manera. Puedes pasarte años en
terapia, pero hasta que no decidas actuar de un modo distinto, no harás más que
dar vueltas en círculo. Por supuesto que te sientes raro mostrándote dulce
cuando has sido áspero durante toda tu vida, pero eso no es excusa para no
intentarlo.
Un
curso de milagros afirma que la manera más eficaz de enseñarle a un niño no es
diciéndole <No hagas eso>, sino <Haz Esto>. No llegamos a al luz
mediante un interminable análisis de la oscuridad. Llegamos a la luz eligiendo
la luz. Luz significa comprensión, y sólo comprendiendo sanamos.
Si el propósito de una relación es que la
gente sane, y la sanación sólo puede producirse cuando mostramos nuestras
heridas, entonces el ego nos enfrenta a un callejón sin salida: <Si no me
muestro tal como soy, no habrá crecimiento, y sin crecimiento llegará en última
instancia el aburrimiento, que es la muerte de la relación; pero si me muestro
con sinceridad, entonces quizá pareceré poco atractiva y mi pareja me
dejará>.
El narcisismo del ego nos mantiene
esperando que aparezca la persona perfecta. El Espíritu Santo sabe que la
búsqueda de la perfección en los demás no es más que una cortina de humo que
oculta nuestra necesidad de cultivar la perfección en nosotros mismos. Y si
hubiera una persona perfecta ahí afuera -que no la hay-, ¿le gustarías tú?
Cuando renunciamos a la obsesión pueril de escudriñar el planeta en busca de la
persona perfecta, podemos empezar a cultivar la habilidad de tener relaciones
compasivas. Dejamos de juzgar a los demás para relacionarnos con ellos. Antes
que nada, reconocemos que no nos relacionamos para concentrarnos en lo bien o lo
mal que los demás aprenden sus lecciones, sino para aprender las nuestras.
El ego se defiende del amor, no del miedo.
El dolor que se siente en las relaciones puede ser perversamente cómodo, porque
ya lo conocemos. Nos hemos acostumbrado a él. Una vez oí una cinta grabada por
el maestro espiritual Ram Dass en la que decía que había leído un artículo
sobre un bebé maltratado a quien habían separado de su madre. Mientras la
asistencia social intentaba llevárselo, el niño pugnaba por seguir en los
brazos de su madre. Aunque ella lo golpeaba, era la única persona que él
conocía. Estaba acostumbrado a ella y quería permanecer en territorio familiar.
Esta historia ejemplifica nuestra relación
con nuestro propio ego. El ego es nuestro dolor, pero es lo único que conocemos,
y nos resistimos a abandonarlo. Con frecuencia, el esfuerzo necesario para
dejar atrás las pautas dolorosas es más incómodo que mantenerse dentro de
ellas. Y el crecimiento personal también duele, porque nos hace sentir
avergonzados y humillados al enfrentarnos a nuestra propia oscuridad. Pero el
objetivo del crecimiento personal es el viaje de salida de las oscuras pautas
emocionales que nos causan dolor, para encaminarnos a las que nos proporcionan
paz. El libro Psychoterapy: Purpose,
Process and Practice [Psicoterapia: propósito, proceso y práctica] afirma que en
última instancia la religión y la psicoterapia se convierten en lo mismo. Ambas
representan la relación entre pensamiento y experiencia, y el Espíritu Santo se
vale de ellas para celebrar una de las potencialidades humanas más gloriosas:
nuestra capacidad de cambiar. ...
... Como un actor que lee las líneas de un
guión, yo puedo escoger una respuesta nueva ante la vida, una lectura nueva.
Hay gente que a estas alturas clamaría: <¡Negación!>. Pero lo que estamos
negando es el impostor que llevamos dentro. El hecho de que tengamos un
sentimiento sincero no significa que sinceramente seamos <eso>. Yo no soy
mi rabia. ¿Tengo que reconocerla? Sí, pero sólo para ir más allá. Una vez que
he visto mi rabia, estoy en condiciones, como dicen en Alcohólicos Anónimos, de
<actuar como si> fuera capaz de hacerlo de diferente manera. Porque lo
soy. Nuestro ego se ha inventado un personaje de ficción al que ahora
consideramos como nuestra personalidad. Pero la personalidad es algo que
estamos creando continuamente, y si lo decidimos, podemos re-crearla
constantemente. ...
... Nuestro verdadero ser de puro amor es
indestructible. ... Aunque haya experiencias, como los traumas de la niñez, que
pueden desviarnos de nuestra verdadera naturaleza, el Espíritu Santo nos guarda
la verdad en depósito hasta que decidamos volver. ...”
Una apasionante lectura -desde mi punto de
vista- que nos enriquece la Vida. Una invitación a “despertarnos” al AMOR (así
con mayúsculas). Una caricia para el Alma que clama ser escuchada. Un “oasis”
en medio de tanto egocentrismo. La Humanidad está ávida de “Paz”. Una “Paz” que
sólo es posible si cada uno de nosotros apuesta a un “profundo cambio de
mentalidad” en favor de la evolución personal. Recordemos que: TODO ES UNO.
TODOS SOMOS UNO.
Bendiciones.
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