“...
Antes que un <poema épico>, Martín
Fierro es una obra de denuncia, con una clara
intención: oponerse a la política oficial y proponer la inclusión del gaucho
dentro del país que se estaba construyendo:
Es el pobre en su orfandá
de la
fortuna el desecho
porque
naides toma a pecho
el
defender a su raza.
Debe el
gaucho tener casa,
Escuela,
Iglesia y derechos.
Y Martín Fierro cobró vida más allá de la
intención del autor, convirtiéndose en el prototipo del perseguido por un
sistema injusto y excluyente. En los versos del poema se hizo carne cierta
sabiduría popular recibida del ambiente, y así en Fierro habla no sólo la
conveniencia de promover una mano de obra barata, sino la dignidad misma del hombre
en su tierra, haciéndose cargo de su destino a través del trabajo, el amor, la
fiesta y la fraternidad.
A
partir de aquí, podemos empezar a avanzar en nuestra reflexión. Nos interesa
saber dónde apoyar la esperanza, desde dónde reconstruir los vínculos sociales
que se han visto tan castigados en estos tiempos. El cacerolazo fue como un
chispazo autodefensivo, espontáneo y popular (aunque forzar la reiteración en
el tiempo le hace perder las notas de su contenido original).
Sabemos
que no alcanzó con golpear las cacerolas: hoy lo que más urge es tener con qué
llenarlas. Debemos recuperar organizada y creativamente el protagonismo al que
nunca debimos renunciar, y por ende, tampoco podemos ahora volver a meter la
cabeza en el hoyo, dejando que los dirigentes hagan y deshagan. Y no podemos
por dos motivos: porque ya vimos lo que pasa cuando el poder político y
económico se desliga de la gente, y porque la reconstrucción no es tarea de
algunos sino de todos, así como la Argentina no es sólo la clase dirigente,
sino todos y cada uno de los que viven en esta porción del planeta.
¿Entonces,
qué? Me resulta significativo el contexto histórico del Martín
Fierro: una sociedad en formación, un
proyecto que excluye a un importante sector de la población, condenándolo a la
orfandad y a la desaparición, y una propuesta de inclusión. ¿No estamos hoy en
una situación similar? ¿No hemos sufrido las consecuencias de un modelo de país
armado en torno a determinados intereses económicos, excluyente de las
mayorías, generador de pobreza y marginación, tolerante con todo tipo de
corrupción, mientras no se tocaran los intereses del poder más concentrado? ¿No
hemos formado parte de ese sistema perverso, aceptando, en parte, sus
principios mientras no tocaran nuestro bolsillo, cerrando los ojos ante los que
iban quedando fuera y cayendo ante la aplanadora de la injusticia, hasta que
esta última, prácticamente, nos expulsó a todos?
Hoy
debemos articular, sí, un programa económico y social, pero fundamentalmente un
proyecto político en su sentido más amplio.
¿Qué
tipo de sociedad queremos? Martín Fierro
orienta nuestra mirada nuestra vocación como pueblo, como Nación. Nos invita, a
darle forma a nuestra deseo de una sociedad donde todos tengan lugar: el
comerciante porteño, el gaucho del litoral, el pastor del norte, el artesano
del Noroeste, el aborigen y el inmigrante, en la medida en que ninguno de ellos
quiera quedarse él solo con la totalidad, expulsando al otro de la tierra. ...”
“...
Depreciada, devaluada y hasta atacada por muchos, la tarea cotidiana de todos
aquellos que mantienen en funcionamiento las escuelas, enfrentando dificultades
de todo tipo, con bajos sueldos y dando mucho más de lo que reciben, sigue
siendo uno de los mejores ejemplos de aquello a lo cual hay que volver a
apostar, una vez más: la entrega personal a un proyecto de un país para todos.
Proyecto que, desde lo educativo, lo religioso o lo social, se torna político
en el sentido más alto de la palabra: construcción de la comunidad.
Este
proyecto político de inclusión no es tarea sólo del partido gobernante, ni
siquiera de la clase dirigente en su conjunto, sino de cada uno de nosotros. El
<tiempo nuevo> se gesta desde la vida concreta y cotidiana de cada uno de
los miembros de la Nación, en cada decisión ante el prójimo, ante las propias
responsabilidades, en lo pequeño y en lo grande, cuanto más en el seno de las
familias y en nuestra cotidianeidad escolar o laboral.
Más Dios ha de permitir
que esto
llegue a mejorar
pero se
ha de recordar
para
hacer bien el trabajo
que el
fuego pa calentar
debe ir
siempre por abajo.
Pero esto merece una reflexión más completa. ..."
Este
texto que acaban de leer fue extraído del libro “El Jesuita”- La historia de
Francisco, el Papa argentino -páginas 176 a 180-, cuya autoría corresponde
a Sergio Rubin (periodista que realizó decenas de viajes con el Papa Juan Pablo
II, la cobertura de sus funerales y la elección de Benedicto XVI) y a Francesca
Ambrogetti (periodista y psicóloga social que colabora con diversos medios
internacionales, entre ellos Radio Vaticana). Como ya he dicho en un compartir
anterior (titulado Francisco I: un Jesuita de pura cepa ...) este libro resulta
ser una lectura altamente recomendable para quienes deseen disfrutar de un
relato apasionante, sumamente elocuente y que deja traslucir una inmensa
Sabiduría de Vida.
Un
conjunto de talentos reunidos (Francisco, Sergio y Francesca) para dar forma a
una parte del proyecto que Dios tiene para cada uno de sus hijos, entre los
cuales nos encontramos todos nosotros; es decir: la entera “HUMANIDAD”. Todos somos "UNO". Todo es "UNO".
Bendiciones.
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